Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
fecha impone hacer un repaso de lo acontecido en el año que se cierra hoy. Como
valoración general, no ha sido un buen año, un oscuro 2017 que entra en la
Historia por varios acontecimientos importantes. Las sorpresas suelen ser malos
cálculos, errores en la interpretación que hacen que nos demos cuenta de lo que
tenemos delante demasiado tarde.
En
nuestro resumen anual, estos son los principales aspectos que lo han marcado:
1.- El año Trump. Tras un año en la Casa Blanca,
el balance de Trump no puede ser más deprimente. La sociedad norteamericana se
encuentra completa y radicalmente dividida ante una presidencia desafiante,
cuando no insultante. Los fieles le eligieron por ello y permanecen a su lado,
pero ningún presidente en la Historia de los Estados Unidos presenta unos datos
más negativos que los suyos.
Con su
llegada, los fantasmas que se creían controlados tras dos mandatos de Barack
Obama ha regresado: racistas, supremacistas blancos, neonazis, etc. han salido
sin pudor a apoyarle y él mismo ha creado la polémica, como en el caso de la
muerte en Charlottesville durante una manifestación. Lo que prometió en campaña, lo
ha cumplido; quienes tenían la esperanza de que la llegada al poder le
moderaría se equivocaron. Su idea de la presidencia es completamente
beligerante y así lo manifiesta cada día con sus tuits.
La
doctrina del "America First" ha creado el mayor aislamiento
internacional de los Estados Unidos, triste potencia solitaria, abandonada por
amigos y aliados. La iniciativa de trasladar la embajada de Tel Aviv a
Jerusalén ha sido la gota que ha colmado el vaso y hasta los apoyos de Oriente
Medio han dado un paso atrás, distanciándose de un Trump maquiavélico que ha
jugado con todos ellos sin sentido alguno de las relaciones internacionales y
de los problemas que desencadenaría. Tras su visita a Oriente Medio, no dejó
más que conflictos. Ha conseguido unir a los enemigos en una política de
rechazo por la decisión tomada.
En lo
doméstico, la sociedad sigue pendiente de sus contactos y los de familia y
allegados con la Rusia de Putin. Un año después de su inesperada victoria (con
casi tres millones de votos menos que su rival, Hillary Clinton), todavía se
sigue debatiendo sobre los apoyos. Ha mantenido conflictos con casi todas las
instituciones, ha despedido colaboradores a los diez días en la Casa Blanca
(Anthony Scaramucci), otros duraron un mes y se encuentra acusados por mentir
al FBI y tener lazos con otras potencias (Mike Flynn), otros, como Paul Manafort
se encuentran ante la justicia por tener lazos económicos con colaboradores de
Putin en la Ucrania del infame Yanukovich. Su familia está siendo investigada
por la trama rusa o por aprovechamiento de la Casa Blanca para los negocios.
Nada de
todo ello ha mermado el apoyo de sus más fieles seguidores a los que les basta
la conexión del odio para mantenerse a su lado. Trump jugó desde el principio
con una base fiel, la que no había soportado una presidencia negra durante ocho
años. La mayor parte de la política realizada por Trump era una política
anti-Obama, eligiendo la opción desestimada por su antecesor en la Casa Blanca.
Obama es la obsesión de Trump. Tras su primer encuentro, Trump dijo en una
entrevista que Barack Obama se había sentido fascinado por él, pero que no lo
reconocería nunca. Se revelaba así lo enfermizo de su obsesión con Obama, al
que no deja de citar negativamente. Parece que su misión sea solo superar al ex
presidente, algo que no logró en ningún momento. Situaciones ridículas como la
comparación del público asistente a la toma de posesión, muestra esta
enfermedad del que se sabe inferior y necesita compensarlo.
Trump ha hecho protagonistas a todos aquellos afectados por sus políticas: a los inmigrantes latinos (los "bad hombres"), a los musulmanes, a los científicos, etc. Con él ha llegado una política de negación de derechos, combatidas por los propios tribunales norteamericanos, y de negación de hechos, como el cambio climático. Se ha rodeado de personas negacionistas, del calentamiento o de las vacunas, por ejemplo, dejando al país más poderoso de la tierra en manos de ignorantes e integristas religiosos, que le consideran una especie de enviado. Con él ha regresado el armamentismo y la amenaza como forma de expresar el poderío norteamericano.
La
soledad de Trump, rodeado de litros de refrescos, con ocho horas de televisión
diarias y tuiteando sin descanso es
la imagen de la soledad de los Estados Unidos. El haber retuiteado un mensaje
racista de un ultraderechista grupo británico le ha valido la pérdida de buenas
relaciones con el Reino Unido. El idilio que comenzaba con Trump y May saliendo
cogidos de la mano se ha transformado en una pesadilla para la primera ministra
que ve cómo en el país se recogen firmas contra la visita de Trump, el
parlamento no quiere recibirlo y la reina se esconde tras su agenda.
Y un
mal año norteamericano implica un mal año para todos. Las relaciones se han
tensado en Oriente Medio, con Corea del Norte, con la Unión Europea y con todo
el planeta tras el asunto del cambio climático y el traslado de la embajada. A
Trump parece no preocuparle mucho, lo que tampoco es buen síntoma dado su
peculiar y poco formado juicio.
2.- El
año de las mujeres. Creo que este ha sido un año importante para las mujeres
con la ruptura de un importante condicionamiento, el silencio ante el acoso. En
mi interpretación, como hemos señalado en ocasiones, no es casual que al día
siguiente de la toma de posesión de Trump se produjera una masiva manifestación
de mujeres en su contra. Es importante ver a Donald Trump a través de los ojos
de las mujeres. No es solo el tipo de campaña que desatara contra Hillary
Clinton. Donald Trump es el compendio de los rasgos de aquellos contra los que
están surgiendo las denuncias, que el propio Trump tiene pendientes.
A mi
modo de ver, el movimiento de las mujeres está ligado al ascenso de Trump y su
desprecio ante las mujeres. La llegada a la Casa Blanca de un showman machista,
que presume sus acosos porque a los poderosos les está permitido todo y "a
ellas les gusta" sentir el poder, como salió a la luz en las grabaciones.
Trump
ha sido la gota que ha colmado el vaso al hacer crecer el nivel de irritación
de millones de mujeres. El escándalo del acoso ha salido a la luz en un
ambiente próximo a Trump, inicialmente fueron los afamados periodistas de
ciertas cadenas, la Fox News (la máxima aliada de Trump), con el
descabezamiento de Bill O'Reilly, fue el ejemplo de lo que podía ocurrir.
Después el escándalo de los poderosos de Hollywood que todavía colea. Las
políticas acuerdos extrajudiciales de silencio en el mejor de los casos solo
había mantenido a las mujeres bajo una presión conocida, pero no denunciada. El
mundo de los medios de comunicación y el cine son un ejemplo de industrias en
las que es fácil el abuso pues implican el control de las voces sociales. ¿A
quién acudir para denunciar cuando el acoso o la violación se producen en los
medios? Lo que se ha perdido es el miedo, convirtiendo en noticia el silencio
obligado de muchas personas y responsabilizado a los que los sabían pero no
hacían nada como cómplices.
Las
primeras manifestaciones de Donald Trump fueron profundamente retrógradas. El
mismo modelo impuesto desde su familia ya implicaba un modelo de difícil
asimilación por el mundo de la lucha por la igualdad. De nuevo las diferencias
entre lo que representaba Michelle Obama y la esposa del presidente Trump, la
tercera esposa de un presidente que presumía de cambiarlas cuando le apetecía,
eran demasiado profundas en todos los sentidos. El deseo fotográfico de
exhibición de sus mujeres, dejaba a la nueva primera dama en una incómoda
posición que ha medio resuelto mediante el distanciamiento.
La
reacción contra los abusadores poderosos es imparable y ha puesto en una
complicada situación a la industria del cine y el espectáculo, que no quiere
verse comprometida. Los poderosos caen y se levantan en diferentes estados,
según el impacto. Actores, productores, etc. han experimentado un choque como
nunca se había visto. El descubrimiento de que las heroínas eran rentables en
las películas ha hecho que el temor a los boicots pudiera hundir producciones
costosas.
Se ha
demostrado que el acoso es una enfermedad social que no distingue en ideologías
o, si se prefiere, que se puede enmascarar también tras la ideología. Han ido
al mismo saco infame conservadores y presuntos progresistas.
El
tercer ámbito sacudido por la fuerza de la ruptura del silencio ha sido
precisamente el mundo político. Senadores y congresistas han salido a la luz en
toda su indecencia, mostrando cómo el poder —el que sea— representa para muchos
una dosis de "machismo" extra. Se han hundido carreras políticas y, a
menos que el votante de Trump considere el acoso y la violación como méritos por
los que votar a los candidatos, es difícil que muchos rehagan sus carreras
políticas.
El movimiento
de desenmascaramiento de los poderosos abusadores se ha situado más allá del
feminismo doctrinal y exige con fuerza una transformación de las condiciones
sociales que han regulado el acceso de las mujeres al mundo del trabajo. El
acoso laboral y el chantaje para conseguir los trabajos o permanecer en ellos han
sido denunciados con firmeza desde el punto más espectacular, el de los nombres
conocidos que ha atraído a los propios medios impidiendo el silencio temeroso.
Es
quizá uno de los momentos más importantes en la lucha por algo que va más allá
de la igualdad, el respeto. El trabajo no puede seguir siendo una trampa, una
encerrona por la que tener que someterse a la violencia sexual. Cuanto antes se
tome conciencia de ello y se establezcan medidas suficientes será mejor para
todos.
3.- El secesionismo catalán. 2017 será recordado como una
de las peores crisis a las que se ha enfrentado España y, más allá de ella, la
propia Unión Europea, de la que España —es necesario recordarlo— forma parte.
La crisis está abierta pese a las advertencias dadas y lo ocurrido hasta el
momento.
La
situación catalana tiene mucho de lo ocurrido en la Norteamérica de Trump: muestran
las distancias, debido a los procesos de distribución de escaños, de las
cámaras y la realidad de la calle. Si los Estados Unidos de Donald Trump se
encuentran más divididos que nunca, la Cataluña de 2017 se encuentra
lamentablemente en un estado de total ruptura social. Las elecciones últimas no
han servido más que para aclarar estas divisiones entre una Cataluña de la
costa, constitucionalista, y otra del interior, secesionista. ¿Entraremos en un
bucle de elecciones y aplicación del artículo 155? Quién sabe...
Con las
cifras catalanas ni se puede ni se deber partir un país que tiene su historia,
por más que los nacionalistas quieran pintar una historia que no ha existido
nunca, llena de mentiras y medias verdades. Pero no es solo la Historia, un
relato, lo que hace a las naciones, sino un sentimiento de vida en común que ha
sido roto por el secesionismo, que se ha quedado sin argumentos tras la
democracia en España.
Los
intentos de los secesionistas de venderse como un "pueblo oprimido" han
despertado las envidias discretas de aquellos pueblos que están realmente
oprimidos. Los intentos de vender que las personas que han vulnerados las leyes
son presos políticos ha sido una bufonada con las que un personaje confuso como
Calos Puigdemont se autoproclama víctima y presidente en una misma tacada
belga.
Si algo
ha quedado en evidencia, además del aventurismo alocado, es la respuesta
contundente de todo el mundo. Europa al completo, con la excepción de
peligrosas amistades vinculadas a la ultraderecha racista de algún país, ha rechazado
el proyecto secesionista. Ha dejado, por ello, desvalidos de un argumento
central a los secesionistas, que anunciaban un paseo triunfal por la Unión.
La
salida de las grandes empresas de Cataluña (es más importante su peso en la
economía que el número en sí, también elevado) debería haber sido un serio
aviso para evitar esta maniobra. Pero el secesionismo es sobre todo un proyecto
sentimental y, por ello, irracional o contra el sentido común, ya que los que
lo quieren se perjudican. Pero el odio sembrado durante décadas contra el resto
de España, vendida como una potencia colonial explotadora intentando vender de
nuevo la Leyenda Negra frente a una Cataluña ilustrada y progresista. El
control de los medios autonómicos y la educación, la financiación del odio a través
de asociaciones "culturales" ha conseguido dividir a la sociedad,
estableciendo una alianza extraña entre izquierdistas republicanos, burgueses
de toda la vida y jóvenes antisistema que solo busca la fractura española.
El
interés despertado por el papel de Rusia en el apoyo al separatismo o el jugado
por personajes como Julian Assange han hecho que el mundo no solo se interese
por el "procés", sino que acabe puesto en la lista de actividades
antieuropeas manejado desde el Kremlin. Han conseguido que toda una serie de
países europeos y los Estados Unidos estudien la actuación en Cataluña de los
grupos de hackers que han crecido a la sombra de Putin en su intento de
boicotear Europa tras las sanciones por la invasión de Ucrania, otro proceso secesionista a la rusa.
Pero el
"procés" y las elecciones catalanas han servido para algo más: dejar
en evidencia lo inestable de la política española, una política a cara de perro
entre dos partidos que han sido incapaces de prever el resultado de su propio
desgaste, mordidos desde los extremos por aquellos que cantaban el fin del
bipartidismo. España no ha sido nunca bipartidista, como se acaba de demostrar.
Pero ese era el mensaje que debía calar para poder crecer.
Lo que
se ha demostrado con claridad es que España está huérfana de proyecto común,
gobernada desde hace tiempo por ejércitos de tecnócratas y tertulianos
vocacionales. El pragmatismo resultante para salir de la crisis ha dejado
muchas heridas que son cubiertas con bálsamos utópicos. Es mucho tiempo en
estado de precariedad sin que las nuevas generaciones hayan podido hacer suyo y
real el mensaje de que existe una recuperación económica, algo que no hay que
entender en los grandes datos, sino en la cesta de la compra y en el sueldo a
final de mes.
Las
alegrías de Zapatero trajeron los ajustes después, pero España necesita que su
consolidación sea social, es decir, para todos, que llegue con esos sueldos
dignos y la estimulación de sectores como la ciencia y la industria, más allá
del salvador turismo, poderoso pero insuficiente para las expectativas del
país.
La
clase política necesita dos cosas: un gran baño de humildad, comprender que
está al servicio de todos, y romper la dinámica del conflicto permanente que
impide hacer los grandes pactos que la sociedad le reclama: la corrupción, la
educación, las pensiones, el mapa autonómico... Necesitamos políticos de más
talla, con el estado en la cabeza y la gente en el corazón. Humildad, señorías
y demás; menos retórica y comunicación
y más cercanía para enterarse de las demandas sociales.
Si me tengo que quedar con uno de los hechos, lo hago con el más esperanzador: la ruptura del silencio en el acoso. Ese miedo se ha perdido y hoy son millones las mujeres de todo el mundo que se siente apoyadas por otras mujeres y por muchos hombres. Es una buena noticia; no ha habido muchas.
4.- El crecimiento del autoritarismo. De forma general, el autoritarismo y los populismos nacionalistas agresivos han aumentado en el mundo. Algunos analistas lo achacan a la propia presencia de Donald Trump en la Casa Blanca y a su cordialidad con los dictadores, con los que parece sentirse especialmente bien. Puede que sea así. La falta de una actitud crítica hacia ellos es otro de los fenómenos del año. Vamos hacia la figura del dictador consentido o incluso admirado. Solo así se explican algunas figuras que se pasean por las democracias con gran desparpajos o incluso les dan lecciones. Aunque nuestras democracias dejen bastante que desear en algunas ocasiones, siempre estarán por encima de lo que algunos venden como eficacia y mano dura
No hay que perder la solidaridad con los que son perseguidos por intentar llevar la democracia a sus países. Por el contrario, es necesario reconocerlos y que se sientan apoyados por la comunidad internacional. Es una tarea importante.
A todos, ¡feliz año nuevo! Que veamos algo mejor al terminar 2018.
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