Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las lecturas
nos llevan de un punto a otro por poca curiosidad que tengamos que
en seguir los hilos que se tienden entre los libros. Quizá estaba especialmente
sensibilizado a dejarme llevar por los hilos de la curiosidad después de haber
dedicado parte de la clase de la mañana a explicar algo tan embrollado como
"Pierre Menard, autor del Quijote", el texto borgeano, a mis queridos y pacientes alumnos chinos de posgrado ávidos de intentar comprender por qué los occidentales tenemos que
inventarnos autores que no existen que escriben textos que ya existían. No es
una tarea sencilla, pero (creo) que acabamos comprendiendo que la cultura es un
gigantesco entramado en el que nos movemos de un lugar a otro gracias a los
textos, en su acepción más amplia. Son concreciones de nuestra forma de ver el
mundo, elementos marcados a través de los cuales podemos conocer nuestras
grandes líneas, los metarrelatos, que constituyen la arquitectura cultural. La constancia de
ciertas ideas y visiones son precisamente las que las definen a través de historias y metáforas. Como mostró Vargas Llosa en El hablador (1987), los pueblos se sienten comunidad por compartir un sistema de relatos repetidos por ese narrador que recorre la selva. La unidad viene dada por el compartir los mitos y las leyendas que les explican el funcionamiento del mundo.
En
estos tiempos de fusión, por un lado, y del violento nacionalismo identitario, la
mejor vacuna contra la intransigencia (es decir, la estupidez) es el
conocimiento mutuo, el adentrarnos en los "bosques de símbolos"
ajenos y descifrar sus relatos. La profunda ignorancia tecnocrática que
estamos viviendo en Occidente en donde, no contentos con olvidar la nuestra, obviamos
por "rara" la de los demás, nos hace quedar cada vez más en una evidencia
pasmosa. Muchos de los males que hoy padecemos se evitarían se nos adentráramos
más en nuestra cultura (la auténtica, el legado olvidado) y avanzáramos para
conocer las de los demás. Quizá suscitaríamos menos rechazo y se nos acusaría
menos de prepotencia, también llamado eurocentrismo.
Ya durante
el regreso a casa, mi ocasión de lectura, me encontraba leyendo el librito del periodista peruano Marco Aurelio Denigri, con el título "Normalidad y anormalidad
& El asesino desorganizado" (2000). El centro de la primera parte
trata precisamente de la dificultad de establecer los conceptos de
"normalidad" y "anormalidad" cuando salimos de los márgenes
de la cultura propia. Cada una tiene sus propios conceptos de qué pueda ser
"normal". Denigri cita, entre otros, conceptos tan arraigados en cada
cultura como es el caso del "pudor", algo totalmente adquirido a
través de la transmisión cultural, es decir, aprendido. Sin embargo, es característico
de cada cultura considerar "naturales" estas formas fruto del aprendizaje social.
En un
momento, Denigri habla de la existencia de trastornos mentales específicos de determinadas culturas, para reforzar el peso del moldeado social sobre la
persona. Escribe el periodista y divulgador científico:
Se cita una interesante observación hecha por
un psiquiatra con mucha experiencia en la ciudad alemana de Weimar, la patria
de Goethe y de Schiller y desde mucho tiempo atrás centro del teatro y de la
ópera. Los enfermos mentales de esta ciudad, dice Biswanger, sentían la
influencia de las tradiciones culturales de la comunidad, y por eso sus
manifestaciones psicóticas tenían un aspecto teatral y dramático que las
distinguían de psicosis semejantes que se producían en otras partes. Los
enfermos, en efecto, parecían declamar sus síntomas.
Lin Yutang menciona un fenómeno semejante en
la página 316 de su libro Mi Patria y mi Pueblo. Dice que existe una
perturbación típicamente china, a la que popularmente se le conoce como hsimi o manía operática. El paciente de
esta singular manía, aparentemente, un individuo muy normal, siente el impulso
irresistible de cantar largos pasajes de obras musicales chinas. Suele vérsele
en la esquina de alguna calle de Pekín, con el cabello revuelto y presa de un
inconfundible entusiasmo, cantando y actuando durante horas enteras, aunque en
las restantes del día se comporte como cualquier sujeto común y corriente.
Klineberg, en su tratado de psicología
social, asegura que cuando estuvo en Pekín no vio casos exactamente iguales a
los descritos por Lin Yutang, pero que en los hospitales observó a algunos
enfermos que mostraban dicho comportamiento como parte de una perturbación más
general.
¿Hasta ahí podemos llegar? Es indudable que la
expresión de este tipo de estados mentales se produce desde los recursos
disponibles en cada cultura. Nos expresamos culturalmente "en la salud
y en la enfermedad", nunca mejor dicho.
La
anormalidad tiende a expresarse, pues, a través de las formas de la propia
cultura. Los declamadores de Weimar no padecen un "virus" extraño que
les hace ser más teatrales. Sencillamente hay una mayor influencia
de ciertas actividades que pueden hacer que se exprese a través de ellas. La presencia de Schiller y Goethe es evidente en Weimar, ¿qué mejores modelos?
El caso
contando por Lin Yutang sobre el "hsimi" o manía operística es
equivalente a lo señalado sobre Weimar. La cultura
es el comportamiento, no la enfermedad. En la magnífica película de Nikita Mikhalkov
"Urga, el territorio del amor" (1991), que nos muestra la vida en las
estepas mongolas, hay un personaje trastornado que no se baja nunca del
caballo, con el que recorre incluso los pasillos de las plantas de los hoteles.
Mientras que el personaje ruso manifiesta su melancolía con el alcohol y el
canto, el jinete mongol lo hace sin bajarse del caballo en su negación del
mundo que se está comiendo las estepas. Es como si los edificios no existieran
para él, que los recorre a caballo. Cada uno, lo hace a su forma.
En otra
de sus obras, La importancia de vivir
(1982), Lin Yutang tiene un interesante párrafo sobre algunas "formas"
de la locura locales:
Ha habido buen número de locos famosos en la
historia china, todos ellos sumamente populares y queridos por sus chifladuras
reales o fingidas. Entre ellos, por ejemplo, está el famoso pintor de la
dinastía Sung, Mi Fei, llamado "Mi Tien" ("Mi el
Chiflado"), que obtuvo este título porque una vez apareció con túnica de
ceremonias para venerar un trozo de mellada roca a la «que llamaba su
"suegro". Tanto Mi Fei como el famoso pintor yüan, Ni Yünlín, tenían
una débil forma de polvo-fobia, o de extremada limpieza. Hubo también el famoso
poeta monje Hanshan, que ambulaba con los cabellos despeinados y descalzo,
haciendo menesteres de cocina en distintos monasterios, comiendo las sobras, y
grabando poesías inmortales en las paredes del templo o de la cocina. El más
grande monje loco que ha atraído la imaginación del pueblo chino es
indudablemente Chi Tien ("Chi el Chiflado"), o Chi Kung
("Maestro Chi"), que es el héroe de una novela popular que se va
alargando siempre con añadidos hasta que tiene ya el triple del tamaño de Don
Quijote, y aun parece no terminar. Porque Chi vive en un mundo de magia,
medicina, bribonería y ebriedad, y posee el don de aparecer el mismo día en
ciudades diferentes, separadas varios centenares de kilómetros. El templo en su
honor se levanta todavía hoy en Hupao cerca del Lago Occidental de Hangchow. En
menor grado, los grandes genios románticos de los siglos XVI y XVII, aunque
decididamente tan normales como nosotros, tendieron, por lo inconvencional de
su aspecto y su conducta, a dar a la gente la impresión de que eran locos, como
Hsü Wench'ang, Li Chowu y Chin Shengt'an (literalmente, "el Suspiro del
Sabio", un nombre que se dio porque dijo que, al nacer él, se oyó un
misterioso suspiro en el templo de Confucio que había en la aldea).
¿No es
la locura de Don Quijote una locura expresada por sus "fantasías"
caballerescas, pura cultura? En este sentido, es un ser no ya "cultural", como lo
somos todos, sino "hipercultural", ya que es el sentido de la
realidad, del aquí y del ahora, el que le ha abandonado para ascender al de la codificiación extrema. Su inmersión en los textos es tan intensa, como aquellos de los que nos hablaba Denigri que
declamaban en Weimar o cantaban temas de las óperas chinas. Quizá podamos
considerar estas formas como desbordamientos
culturales, el paso del lector al héroe, como un salto no al vacío sino a la plenitud de lo cultural, una especie de absorción.
En
español solemos decir "cada loco con su tema". Cada cultura tiene también
esos "temas", las posibilidades de expresarse a través de ellos canalizandoel trastorno. Habría que precisar que esos temas son variables
y culturalmente motivados. Quizá la globalización nos traiga la posibilidad de compartir
locuras o, al menos, de conocernos mejor a través de ellas.
Así,
acabado el día, lo que empezó con Borges y Pierre
Menard acabó con más quijotes, más locos que manifiestan las diferencias de
las culturas a través de sus expresiones más variadas, libros, declamaciones
teatrales y cantos operísticos. La cultura está en nosotros y nosotros estamos en la cultura.
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