Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nos
acabamos de enterar de que la señora Colau, alcaldesa de Barcelona, tuvo una
novia italiana. ¿Y a mí que me importa? Puede que alguno considere que esto se
merece las portadas del fin de semana, pero quizá no le importe a nadie. O que
yo sea un ingenuo y sea al único al que no le importa.
Hasta
no hace mucho tiempo, se discutía sobre la existencia de algo llamado
"intimidad". La intimidad es todo aquello que uno considera que a los
demás no les importa, más o menos. Matizo porque a parece que a la gente solo
le importa ya la intimidad, quizá porque se ha convertido en un bien escaso.
Me
gustaría que la gente expusiera ideas sobre cómo resolver conflictos, sobre
cómo cambiar el mundo y no que me enseñara su casa, me diga con quien se
acuesta o qué dieta sigue.
Por
supuesto, la señora Colau puede contar todo lo que quiera sobre su vida, pero
está haciendo un flaco favor al conjunto que considera que si no se le lanzan
estas viandas de vez en cuando, la gente se impacienta. El mundo se ha
transformado en una gigantesca portería, el fin de semana de fútbol y el resto
de casa de vecinos.
La aldea global de McLuhan es cada día más
aldeana y menos cosmopolita, más paleta y vulgar. El barniz tecnológico no
camufla esta sociedad cotilla y juzgadora constante de lo que hacen o dejan de
hacer los demás.
El
chismorreo ha absorbido a los medios
rompiendo las barreras de géneros. La falta de páginas materiales ha hecho que
toda esta cacofonía sentimental, brutal, familiar, etc. nos invada para satisfacción
de los que desean revolcarse en estas cosas.
La
entrada de estas cosas en la política es peligrosa. Lo estamos viendo en los
tuit que han lanzado contra el señor Iceta, el candidato socialista en
Cataluña. Los ataques han venido de un distinguido miembro de la comunidad
científica y académica, director del Instituto de Nanociencia y Nanotecnología, que ha
demostrado su vocación malsana hacia el insulto sobre la sexualidad de la gente. ¿Qué mueve a un serio científico a comportarse de esta manera? Lo que debería ser ejemplo, deja de serlo en una sociedad poco ejemplar, basada en llamar la atención. La vulgaridad forma parte de las élites. Ya no hay excusas; lo vemos todos los días.
Aquel
que no respeta su propia intimidad está condenado a perderla cuando la quiera
mantener. Algunos
exhibicionistas se encontraron con que cuando quisieron
parar y pidieron respeto no pudieron argumentar para defenderse. Ellos mismos la habían borrado, les dijeron. Una sociedad sin intimidad es frágil, enfermiza, morbosa.
Si la
campaña de Cataluña estaba complicada, empezar a meter en ella la intimidad me
parece poco sensato. Pero, ¿lo es algo a estas alturas? Nos parecemos cada vez
más a un circo romano, embrutecido, chillón, pidiendo más carne para los
leones, que cada día se parecen más a nosotros.
Hace
unos días nos llegó la noticia del suicido de una joven actriz norteamericana
del cine porno. No pudo soportar las campañas en las redes sociales contra
ella. Las jaurías son terribles contra cualquiera que les desafíe. No hay piedad
desde el anonimato.
El
anonimato es el concepto que ha sustituido a la intimidad. La exhibición propia
es la exaltación de la teatralidad de la vida convertida en espectáculo, en
forma de atracción de la atención. La intimidad es ya un cebo. El anonimato es
el movimiento complementario que nos permite la impunidad. Hoy el mayor arma es
una grabación de un móvil que puede ser exhibida públicamente y arruinarte la vida. Lo
tenemos todos los días en todos los países. El móvil es el arma de destrucción
más poderosa; es un centro militar. Allí esta tu intimidad y allí están las de otros a los que puedes
destruir como venganza. Lo que antes eran cartas y diarios robados, hoy son las fotos y
vídeos de la fase más oculta de la intimidad. Esa foto que te hacen alegremente, mañana trae tu llanto.
Me
gustaría que pensaran que cuando abren sus intimidades las echan sobre nosotros
y, sinceramente, no me importan nada las de unos y otros.
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