Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
artículo publicado ayer por Maureen Dowd, titulado "Bringing Down Our
Monsters", y dedicado a uno de los
temas que han sacudido este año —el primer año Trump—a los se cierra con esta línea: "No wonder, given the state of Washington
and Hollywood, Dictionary.com chose “complicit” as its word of the year."* La expresión viene de la afirmación de Salma Hayek de que Harvey Weinstein se había convertido en su "monstruo" particular.
En
efecto, no es posible que lo que está saliendo a la luz no haya salido antes de
no ser por una mezcla de complicidad y miedo retroalimentándose una con la
otra. Las avalanchas de denuncias han cubierto principalmente tres campos:
Hollywood, los medios de comunicación y la política. Son tres terrenos
especialmente sensibles al escándalo por ser espacios expuestos a la luz y
necesitados de la aprobación directa del público, ya sea como audiencias
(medios de comunicación y el cine) o como votantes (la política). Esta
sensibilidad es la que hace que se hayan producido respuestas tan rápidas
encadenándose los casos con respuestas inmediatas. El temor al efecto de
arrastre ha hecho lo demás. Ni medios, ni productoras ni partidos se han
querido arriesgar demasiado.
Muchos
han cortado por lo sano. Quizá han pensado que era preferible darse el atracón
de casos rápidamente antes que un goteo que les produzca un daño mayor. Un caso
relativiza otro caso.
La
complicidad es necesaria para mantener ese nivel de agresividad sexual, tal como
ha sido descrito en los casos con nombres más relevante. Es la complicidad la
que obliga al silencio de quienes se arriesgaban a quedar fuera de la profesión
sin denunciaban a personajes poderosos, intocables. Cuando las primeras cabezas
importantes comenzaron a caer en la Fox, se precipitó todo. ¡Era posible!
Escándalos
como las acusaciones contra Bill Cosby por drogar y violar más de cincuenta
mujeres o las sacadas a la luz tras su fallecimiento en el caso del presentador
Jimmy Savile por abusos sexuales infantiles (incluso con acusaciones de
necrofilia) durante más de cincuenta años, han estado en los medios en estos
últimos tiempos creando un ambiente en la opinión pública, preparando el
terreno para el choque con la realidad de personajes populares y muchos de
ellos queridos.
¿Es el
mundo de los medios, el cine y la política más proclive a los depredadores
sexuales que otros? Probablemente no, aunque tengan un componente de
volatilidad importante. Son medios en donde tu destino puede estar en unas
pocas manos, en decisiones tomadas por personas que quedan armadas con un
enorme poder.
El caso
del mundo político tiene su propia especificidad, aunque también se hace cada
vez más próximo al del espectáculo, como el propio Donald Trump —que también
acumula sus denuncias por abusos— ha demostrado. El actual presidente no ha
ocultado anteriormente que es el dinero el que da el poder y que el poder
no es más que la capacidad de obtener lo que se desea (véase
"Rosebud funciona" 2/02/2017).
La idea
de Trump es la que está en esas mentalidades depredadoras: conseguir lo que se
desea es un certificado de que se posee el poder, por lo que se necesita la
comprobación constante, el ejercicio continuado. El depredador busca encontrar
el miedo en los ojos de su presa; en eso está gran parte de su placer.
Lo que
está ocurriendo es una revolución en un sentido: está trastocando los pseudo valores
del poder. Ayer comentábamos aquí el caso contrario: la mujer egipcia, Somaya
Tarek Ebeid, acosada en pleno centro comercial en Heliópolis. Su resistencia al
hombre que la acosa hace que sea golpeada, una bofetada que queda registrada en
las cámaras de seguridad. Somaya va a la Policía que la ignora; va a los medios
que la acusan a ella y le roban el teléfono para tener acceso a sus fotografías
personales; los jueces solo condenan al hombre por la bofetada, no por el
acoso. Finalmente, el hombre la raja la cara por haberla denunciado. Ella
intenta el suicidio con pastilla y lo retransmite en directo a través de Facebook.
Somaya sigue siendo en víctima de cada una de las instituciones ante la que va
a denunciar su ataque.
El
efecto de las denuncias está sacudiendo los cimientos de la sociedad
norteamericana precisamente en el momento de conservadurismo más retrógrado,
con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Desde el primer día se abrió un
frente de lucha para que quedara claro que la política antifeminista que Trump
apuntaba y practicaba no le iba a ser fácil de sostener. La llegada de un
organizador de concursos de Mises no era lo más positivo para los Estados
Unidos.
La
visión del poder es masculina, prepolítica,
no ideológica, carnal. Caen
republicanos y demócratas, liberales y conservadores. Lo único que pueden hacer
los partidos es reaccionar ante lo que les viene encima. La agresión sexual no
es defendible bajo ninguno concepto y cualquier atisbo de hacerlo es caer bajo
al marco de la "complicidad", la temida palabra declarada estrella
del año.
Uno de
los efectos de la agresión es que aunque pudiera prescribir, pasado el tiempo, no
lo hace como denuncia, afectando como escándalo. La denuncia de casos pasados
está sacudiendo carreas políticas y profesionales cuya caída es desde la cima
de la profesiones. No todos tienen la suerte de Jimmy Savile, de irse a la
tumba antes de que salga todo a la luz. Es lo que le valió terribles críticas a
la BBC por haber tapado el escándalo continuado de un pervertido con gracia.
Derribar
los monstruos, como reclama Maureen Dowd en su artículo, es descubrir que los
monstruos son también molinos, que ha llegado el tiempo de la tolerancia cero con los
abusos en todos los ámbitos. Ha llegado también el momento de replantear las
formas de entender el poder y su control en unas sociedades con una mayor
incorporación de las mujeres a los puestos de trabajo de responsabilidad.
Junto
la violencia doméstica, muchas mujeres se enfrentan a la jungla laboral en la
que les espera otro tipo de violencia a cargo de las personas que pueden
decidir su futuro. La violencia sexual en cualquiera de sus variantes parece
desafiar las normas sociales y los principios de la convivencia. La educación
en valores es un camino, pero eso no evita que la transgresión de esos valores
se convierta en una forma de mostrar la impunidad del poderoso. Por eso la
"complicidad" es un factor tan importante ya que asegura un círculo
protector, un círculo que le vuelve invisible para sus desmanes. La denuncia constante es la única forma de enseñar al poderoso que puede perder todo, que la impunidad no existe.
Hay que acabar con esos monstruos. Pero también es necesario ir a la raíz, evitar que crezcan en sociedades precarias, donde el miedo a denunciar por perder lo que se tiene es un hecho. La solidaridad de las denuncias es fundamental para crear los factores disuasorios necesarios. Sin cómplices no les será tan fácil.
* Maureen
Dowd "Bringing Down Our Monsters" The New York Times 16/12/2017
https://www.nytimes.com/2017/12/16/opinion/sunday/sexual-harassment-salma-hayek.html
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