Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Entre
decenas de caras iracundas de Donald Trump había una con el gesto entre serio y
amable de Barack Obama. Estaba en el estante de la librería de la Facultad y
venía a reproducir las proporciones que se dedican informativamente a uno y
otro. Obama ha roto su silencio mientras que Trump no ha dejado de hablar y ni
nosotros de él, arrastrados por los tsunamis de la verborrea que le
caracteriza. El fenómeno informativo se reproduce en todos los medios,
convertidos en espejos de sus acciones y palabras. Directa o indirectamente,
Trump no ha inundado y esperamos en lo alto de nuestros tejados cotidianos a
que alguien venga al rescate, a que bajen las aguas. Sin embargo, la riada
sigue y crece por todo el mundo.
Acaba
de salir. Su título es "Un mundo mejor para nuestros hijos. Discursos 2009-2016" (editorial Duomo
Nefelibata, Barcelona 2017). Tarde ya, de regreso a casa, aproveché el trayecto
en tren para leer el primero de los discursos, el pronunciado por Obama en el
Capitolio de los Estados Unidos el 20 de enero de 2009, el discurso inaugural.
Leyendo
ese discurso se comprende mucho mejor lo que está ocurriendo con un personaje
como Trump, la posición diametralmente opuesta respecto a las promesas,
intenciones y principios que proclamo aquel día de enero de 2009 el presidente
Barack Obama. Si se comparan ambos discursos, algo que supongo habrán hecho
muchos, se comprende el odio a Obama de Trump, pero también las fuerzas y
prejuicios que le han llevado a la Casa Blanca o, al menos, al colegio
electoral que le votó como presidente.
Cuando
lees el discurso te das cuenta, desde las primeras palabras del diferente
espíritu que alienta a cada uno de ellos y el deseo del recientemente pronunciado
en el mismo lugar de ser un negativo del primero. La primera palabra que Obama
dice es "humildad", un concepto que jamás asociaríamos a Trump, que
ha presumido precisamente de lo contrario, un hombre que ha dado mítines en
hangares solo para poder bajarse de su jet con la palabra "Trump"
escrita del morro a la cola, un hombre que ha recibido a todos es una torre
"Trump", un hombre que ha vendido franquicias con la palabra "Trump"
como valor. "Me presento hoy aquí con humildad", les dijo, "ante
la tarea que nos aguarda". El contraste es revelador desde el principio.
¿Qué ha
hecho ser atractiva para millones de
personas una figura como Donald Trump, qué les ha seducido de él, de una
persona que ha presentado todos los rasgos que tendemos a considerar negativos?
Es una pregunta que descoloca a quien se la formula porque aquel que lo hace es
incapaz de entrar en las redes de seducción que este personaje ha logrado poner
en marcha. Es una cuestión hipnótica, una fascinación que no puede explicarse
racionalmente sino desde la seducción del mentiroso, que nos dice en todo
momento lo que queremos escuchar. Trump, lo hemos dicho muchas veces, no ha
tenido un programa razona: ha ido sacando a la luz, como en una terapia, todos
aquellos elementos que no son expresados habitualmente. Ha unido los puntos
para encontrar la figura reprimida de muchas de las fobias que aquejan a parte
de una sociedad norteamericana. Y le ha funcionado; una parte muy importante se
ha dejado seducir por un discurso poliédrico con un centro bien marcado: él
mismo como prueba de eficacia.
El
asalto de los empresarios al poder ha dejado de hacerse en la sombra. Es lo
representado por Trump, el "hombre de éxito". Mitt Romney ya lo
intentó, pero fracasó frente a Obama, encarnación del "hombre justo",
del hombre ecuánime y del que hace subirse al carro del progreso a aquellos más
débiles, tal como expresa en el discurso a la nación:
[...] los valores de los que depende nuestro
éxito —la honradez y el esfuerzo, la valentía y el juego limpio, la tolerancia
y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo—, esos principios son antiguos. Y
son algo real. Han constituido una serena fuerza de progreso a lo largo de nuestra
historia.
Lo que ahora se requiere, por tanto, es una
nueva era de responsabilidad, que todos y cada uno de los estadounidenses
reconozcamos que tenemos deberes para con nosotros mismos, nuestra nación y el
mundo; deberes que no aceptamos de mal grado, sino que asumimos gustosamente,
porque tenemos la firme convicción de que nada hay más satisfactorio para el
espíritu, o que defina mejor nuestro carácter, que dar lo mejor de nosotros
frente a una tarea difícil. (18)
Estas
palabras, situadas casi al final del discurso, muestran cuán diferentes son los
principios invocados, los sentimientos buscados, respecto al mundo. Obama
presenta a los Estados Unidos como una construcción de la Humanidad, hecho por
el esfuerzo y sacrificio de millones de personas, con una responsabilidad hacia
el mundo y no la presencia egoísta del "America First!" de Donald
Trump, un llamamiento al uso y abuso de la superioridad. Estados Unidos debe
dominar el mundo y nada debe a nadie, solo velar por sus propios intereses, sin
responsabilidad. Lo hecho durante la primera semana no deja lugar a dudas sobre
su planteamiento.
Véanse
las diferencias abismales:
A las gentes de las naciones pobres: nos
comprometemos a trabajar codo con codo para lograr que vuestras granjas
florezcan y las aguas fluyan limpias, a alimentar los cuerpos desnutridos y las
mentes hambrientas. Y a aquellos países como el nuestro que gozan de una
relativa abundancia, les decimos que ya no podemos permanecer indiferentes al
sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos seguir
consumiendo los recursos del planeta sin preocuparnos por las consecuencias.
Porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él. (17)
Frente
a esto, la negación del cambio climático, la recuperación de proyecto parados
por daños medioambientales, etc. Frente a esto también, el anuncio de los
recortes en gastos sociales dentro y fuera, en ayudas a organismos
internacionales, etc. Las palabras de Trump, como la de los líderes del Brexit,
estaban destinadas a hacer sentir agravios, a hacer sentir que los demás son
parásitos que causan los problemas sociales. Son las mismas que reflejaban
aquel incidente en una escuela francesa en la que una maestra acusaba a un
alumno de origen árabe de ser responsable de la muerte de su madre por acudir a
colapsar los hospitales. No es un incidente aislado, una anécdota, sino una
estrategia de redirección de la frustración y el dolor, hacia terceros, hacia
los extraños, los políticos, las ayudas, etc. Todo ello es resultado del olvido
de uno mismo, les exponen estos fabricantes de odio. El egoísmo es el camino;
la expulsión la solución.
El
mismo espíritu negativo es el de esa agrupación en España que solo atiende a
los "españoles" dejando si ayudas a los extranjeros que vienen a
trabajar al país y necesitaba ayudas. Ellos son también partidarios de un "¡España
Primero!", antesala de los nacionalismos egoístas. Son los que dibujan en
el aire patrias puras, sangres puras, ideas puras, que no deben ser
contaminadas ni con presencias ni con contactos. El otro es culpable por ser
otro. Ese es su pecado.
Frente
a la idea de la responsabilidad de la riqueza ante la pobreza, Trump muestra
una agresiva actitud, la del que ha nacido con una vida regalada y se muestra
como ejemplo de lucha y éxito. El niño rico y malcriado se presenta como un
ejemplo, ¿de qué? Su ejemplaridad hasta el momento es la riqueza y demostrar
que ha llegado a su fortuna mediante la ausencia de solidaridad incluso con el
propio país que hoy preside. Ha presumido de no pagar impuestos y sigue no
queriendo mostrar sus declaraciones de renta. Él sabrá por qué.
Las
diferencias se acumulan en cada punto: "Le devolveremos a la ciencia el
lugar que le corresponde y emplearemos las maravillas de la tecnología para
elevar la calidad de la asistencia médica y rebajar su coste" (14). La
comunidad científica norteamericana se debate en estos momentos sobre la
posibilidad de realizar una manifestación contra Donald Trump, al igual que la
que realizaron las mujeres al día siguiente de su toma de posesión de la
presidencia. La Ciencia va a tener que dar muchas batallas pues se le han
colocado entre las ruedas los palos de la ignorancia. Pronto comenzarán los
recortes en programas considerados "inútiles" por Trump y los suyos,
los que acusan a las vacunas del autismo o niegan el cambio climático. La
Ciencia tiene una batalla con un mentiroso que habla de "hechos
alternativos" y califica como "teoría" aquello que no le
interesa.
"Rechazamos
como falsa la disyuntiva entre nuestra seguridad y nuestros ideales" (13),
les dice Obama. De nuevo, Trump se va al otro extremo, como estamos viendo en
estos momentos en los que se ha extendido la prohibición a países enteros de
pisar los Estados Unidos, un momento en el que se ha criminalizado a pueblos.
Frente
al "América First!", Obama había descrito otra América muy distinta:
Porque sabemos que en nuestra herencia plural
hay fuerza, no debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, de
judíos e hindúes, y de no creyentes. Nos han modelado lenguas y culturas
procedentes de todos los rincones de la Tierra; y porque hemos probado el
amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y emergido tras ese amargo
capítulo más fuertes y unidos, solo podemos creer que los viejos odios pasarán
un día; que las fronteras entre las tribus se disolverán pronto; que a medida
que el mundo se hace más pequeño, nuestra común humanidad quedará de manifiesto;
y que los Estados Unidos deben cumplir su papel mara marcar el inicio de una
nueva era de paz.
Al mundo musulmán: os digo que buscaremos una
nueva vía de futuro basada en el interés y respeto mutuos. (16-17)
Es
sorprendente que el presidente Obama haya podido mantener dos mandatos y que la
continuación de sus ocho años sea la llegada de la antítesis Donald Trump. Es
difícil, por no decir imposible, reconocer al mismo pueblo frente a ambos
discursos. Solo es posible pensando que una parte importante no se sintió
identificada con esos ideales y que buscó (o fue rastreada) el polo opuesto.
Hoy,
Donald Trump es declarado un peligro por más de medio mundo, un riesgo para la
estabilidad mundial en la economía, en la paz y el orden mundial. Lo extraño
hoy es no formar parte del coro crítico, como resalta el gran titular del
diario El País que encabeza la edición en estos momentos: "El Gobierno español
se resiste a criticar la actuación de Trump". Intenta hacerlo, nos dice,
con discreción sin llamar la atención. Unas líneas más abajo, se nos dice que
Europa considera a Trump como una "amenaza externa".
Cuando
se lee el discurso de Obama, queda un poso de tristeza. Sobre todo por ver lo
fácilmente que se puede desmoronar las ilusiones de un pueblo o cómo puede
cambiar el tono de la vida política cuando entra en ella un agitador y la clase
política profesional es incapaz de presentar argumentos para frenarlo. Quizá
sea ahí en donde hay que ahondar, en tratar de comprender si han llegado los
tiempos en los que la argumentación, el debate racional, la exposición de
hechos, etc. ha sido sobrepasados por corrientes que hemos creado por nuestra
falta de previsión de los efectos secundarios de otro tipo de fenómenos ligados
a cambios en la comunicación y en la opinión pública. Quizá no miramos donde
debemos.
Cuando
se contemplan en paralelo los dos discursos, se comprende la distancia real
entre dos visiones del mundo. Puede que muchos se estén preguntando qué clase
de monstruo han creado. Trump nos ha inundado y nos satura. Cuando se le
contempla en su zafiedad, en su ignorancia, surgen dudas. ¿Es real? Lo es. Es
el producto de los tiempos confiados que dan por seguros que los cambios son
siempre positivos.
Barack Obama no ha acertado siempre en sus decisiones y en muchos momentos ha estado mal asesorado. Es humano equivocarse y él ha sido humano. Sus discursos no han sido ingenuos, como algunos pretenden. La ingenuidad es una forma de esperanza. Con realismo solo no se cambia el mundo, cambia uno mismo. El valor de los principios sembrados por Obama es real: ingenuidad no es tampoco gratuidad. Creo que muchas situaciones que parecen revelar lo contrario son la confirmación de la validez de su mensaje de esperanza. Los conflictos raciales se han disparado en los Estados Unidos, por ejemplo, pero es debido a la reacción de los racistas. El discurso de Trump, en cambio, es negativo desde su lectura; su cumplimiento supone el desastre, como es hoy un clamor en todo el mundo.
El discurso de Obama lo juzgamos por los logros en el tiempo; se contrasta con los hechos. El de Donald Trump ya ha sido clasificado como un desafío, una amenaza, como profundamente injusto. Su empeño en cumplirlo en un semana, calificada de terrible, es demostración de que quiere cumplirlo imponiendo al mundo sus sinrazones. Trump no ha dado un discurso, ha lanzado un aviso. No hay una llamada a la unión para un proyecto conjunto. Es una orden de desalojo contra el país y el mundo.
Las
últimas palabras del discurso del presidente Obama hablan del "gran regalo
de la libertad". Se sigue llevando hacia adelante y, señala, "lo
entregaremos sano y salvo a las generaciones futuras". Pero quien estaba
esperando el testigo no ha entendido que sea un regalo, sino un privilegio que
debe ser negados a los demás. Nadie puede ser realmente libre negándole la
libertad a los demás.
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