Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Rumanía
está llevando el problema de la corrupción a un nuevo nivel de resistencia. Es
el correlato lógico del sistema perverso ofrecido por su recién elegido
gobierno. Es altamente frustrante para cualquier sociedad comprobar que las
esperanzas de cambio se destruyen de una manera tan fulminante como han podido
comprobar en Rumanía. El decreto que dejaba fuera los casos de corrupción por
debajo de 44.000 euros es uno de esos momentos en los que se deben pedir
responsabilidades y es lo que han hecho los ciudadanos rumanos dando un ejemplo
de integridad frente a uno de los aspectos más preocupantes de su vida
política.
En Euronews
se citaban las palabras del presidente conservador cohabitante con el gobierno
socialdemócrata que es quien ha creado el problema de la despenalización de
sobornos: "Rumanía necesita un gobierno que funcione de manera
transparente, que gobierne de manera previsible, a la luz del día. Hagan buenas
leyes para Rumanía, no para un grupo de políticos con problemas"*, les
dijo hace una semana. La crisis no ha cesado sino que se ha prolongado ante la
presión popular. Ayer, de nuevo Euronews, nos mostraba a ciudadanos pidiendo "ayuda"
a la Unión Europea. No se fían ya, decían, de su propio gobierno. La confianza
se ha roto.
El
fenómeno rumano se puede inscribir, en toda su crudeza, dentro del largo camino
de la desafección política que padecemos y que está resquebrajando la confianza
en las instituciones y en su función democrática.
El escritor
y activista político egipcio Alaa Al-Aswani tenía por costumbre terminar sus
artículos publicados durante la larga época de Hosni Mubarak con la frase
"La democracia es la solución", forma de contrarrestar la expresión
islamista "El islam es la solución". Hoy vemos en muchas partes que
la "democracia" no es la solución por sí misma si no tiene detrás
unos componentes éticos y de firme compromiso, un sentido de la ciudadanía y de
las instituciones sobre los que apoyarse para funcionar. La democracia es la
solución, sí, pero no por sí misma.
La gran
frustración de los países que han vivido bajo dictaduras ha sido comprobar que
la llegada de la democracia se convertía en muchas ocasiones en una forma de
mantenimiento en el poder de los mismos que gobernaban anteriormente de forma
autoritaria y corrupta. En muchas ocasiones, esa frustración se vuelve contra
la democracia misma, a la que se responsabiliza del fracaso en la limpieza de
la vida del país en cuestión. Por eso se pueden escuchar peticiones de
intervención a las instituciones internacionales, como se han escuchado frente
al parlamento rumano y se han visto banderas europeas.
El
mismo fenómeno ocurrió en la revuelta ucraniana contra el gobierno títere ruso.
Los ciudadanos ucranianos salieron a la calle pidiendo la aproximación a la
Unión Europea como forma de huir de los males que los gobiernos prorrusos
habían traído al país, uno de ellos la corrupción. En las calles rumanas también
se apuesta por Europa y algunos países e instituciones europeas han manifestado
su preocupación por el abandono de la política anticorrupción, uno de los males
endémicos del país.
En
Egipto, otro país aquejado de los males de la corrupción, el nuevo sistema no
sustituyó al viejo, por lo que camina con el lastre de la falta de transparencia
y una corrupción que no se desea declarar. Aquí hemos comentado reiteradamente
el caso de la detención del Auditor General del Estado por haber hecho públicas
sus estimaciones sobre el coste de la corrupción en Egipto. El gobierno reaccionó
de forma negativa al informe y acusó al autor de intentar desestabilizar al
país. Cada nuevo caso de corrupción que ha salido desde entonces —y han sido
bastantes— ha caído sobre la conciencia del gobierno que lo negaba. Ministros,
altos funcionarios, etc. han sido arrestados y las fotos de maletas llenas de
dólares, euros o moneda saudí se nos mostraban desde las páginas de la prensa.
Uno tras otro, los gobiernos tras la caída de Hosni Mubarak en 2011 han sido
incapaces de encontrar soluciones a los problemas, cuando no han sido ellos
mismos los creadores de los problemas. Hoy, la prensa egipcia nos trae una
nueva crisis de gobierno, una crisis anunciada para salvar la cara
presidencial, responsable de los gobiernos sucesivos.
Con
frecuencia se nos habla en la prensa egipcia de la liberación de corruptos
mediante el "arreglo" económico, algo que se llama
"reconciliación" con el estado. No es más que una forma de comprar
sus libertades y reírse de las de los demás. El solo hecho de que las personas
condenadas por corrupción, que se han apropiado de cantidades enormes mientras
el país se hundía en la miseria, no debería tener ningún tipo de arreglo. Pero
parece que se acepta bien. Es sembrar el futuro de corrupción. Ni se arregló
cuando se debía ni se confirman las medidas. No hay mucha distancia entre el
"arreglo egipcio" y el "arreglo rumano". Solo dignifica a
los rumanos que han salido a protestar contra las medidas infamantes de su
gobierno. Los egipcios, en cambio, están atados por una "ley
anticorrupción", pero tampoco han protestado muchos porque en el fondo, la
corrupción tiene sus admiradores.
Las
noticias sobre escándalos de corrupción son frecuentes; es difícil que los
países, incluido el nuestro, se escapen de sus efectos. Son muchas las formas
en que se manifiestan y pueden ser interpretadas sus raíces de maneras
diferentes. Sea cuales sean estas, lo cierto es que la corrupción está
contribuyendo al deterioro de la confianza en la democracia como
"solución". El hecho de que las protestas en Rumanía tengan lugar
poco tiempo después de unas elecciones es desmoralizante porque muestra que no
existe una alternativa real en el cambio político. Y eso es grave.
Cuando
un país se encuentra en una situación como la que vive Rumanía, es fácil que
surjan entonces movimientos de rechazo al propio sistema porque se duda de su
eficacia regenerativa. La democracia se ve entonces como una
"debilidad", como una forma de acceso al poder que no garantiza la
regeneración sino la perpetuación de un sistema que ofrece opciones corruptas.
Es lo que llevó a Hugo Chávez al poder y sus resultados los tenemos hoy en las
calles venezolanas y en la ruina económica. También lo vemos en otros lugares,
en crecientes protestas.
Mucho
del autoritarismo que vemos hoy manifestarse en las propuestas de liderazgo es
el resultado del movimiento pendular de la democracia al populismo, que solo usa la democracia como forma de acceso al poder
para después practicar otras políticas. Hasta un personaje como Donald Trump ha
llegado al poder hablando de una clase "política corrupta" que solo
piensa en sí misma y no en el pueblo. Que esto lo diga un multimillonario,
nacido con una fortuna bajo el brazo, que presume de no declarar aprovechando
los trucos legales, y con negocios inmobiliarios por medio mundo y que lo
primero que hace es desregular Wall Street, no deja de ser una ironía. Pero es también una
muestra de lo rentable que es recoger la frustración popular, con
justificaciones mayores o menores según los casos, para llegar al poder. Lo
malo es que la desmoralización social se convierte en una táctica para el
acceso al poder; debilitar el sistema trae buenos resultados.
Nos
encontramos ante un problema de difícil solución porque no requiere solo de
acciones, sino de la voluntad de realizarlas. El ejemplo rumano es escandaloso
porque supone el descaro del retroceso, de legislar a favor de los corruptos
sin ningún tipo de disimulo, con el desprecio hacia el pueblo al que
representan o dicen representar. El escándalo es precisamente el que surge de
la instrumentalización del sistema que busca lo mejor para el pueblo en favor
de una clase política corrupta. El escándalo es el hecho de que no haya habido
oposición capaz de parar, dentro del propio partido gobernante, una ley tan descaradamente
corrupta. Lo que se muestra —y por eso los rumanos han salido a la calle— que
muchos de los que ocupan los asientos en el parlamento no son más que
marionetas sin capacidad real de actuar en nombre del pueblo y su beneficio.
Los han visto como piezas colocadas por los corruptos para asegurarse su
impunidad.
En Político, Marius Stand y Vladimir Tismanneanu firman una "Carta desde Bucarest" con el titulo "10 days that shook Romania". Señalan los autores:
We want to avoid succumbing to wishful
thinking, but we can’t help seeing what is happening in Romania as the start of
a new chapter in global efforts to reinvent politics and root out corruption.
What is happening in Bucharest and tens of other cities across the country is
uncontainable, inexhaustible, inextinguishable civic courage in action. It should be admired and
praised.**
El entusiasmo es loable y necesario. Pero lo que ocurre después es lo que cuenta. Crear sistemas capaces de defenderse de la corrupción. Es ahí donde los movimientos, fuerzas de calle, fracasan si no son capaces de perseverar y canalizar esa fuerza para que quienes legislen sigan sus deseos de liberarse de la corrupción. No basta salir a la calle, no basta votar. Hay que estar atentos, estar encima.
Cuando el presidente rumano les dijo que legislaran para el pueblo, los diputados socialdemócratas del partido del gobierno se limitaron a abandonar la sala. Era la peor opción y la eligieron. Ahora les toca que el pueblo les saque los colores.
*
"Los diputados socialdemócratas rumanos abandonan el Parlamento"
Euronews 7/02/2017
http://es.euronews.com/2017/02/07/los-diputados-socialdemocratas-rumanos-abandonan-el-parlamento
** Marius Stand & Vladimir Tismanneanu "10 days that shook Romania" Politico 10/02/2017 http://www.politico.eu/article/10-days-that-shook-romania-protests-revolution-corruption-decree/
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