Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me he
resistido a escribir sobre ese personaje al que llaman el "pequeño
Nicolás", el "Zar Nicolás", "Nicolás I, el
Omnipresente", el "okupa pijo" y otras formas en duelos de ingenio. Lo he hecho porque
consideraba más interesante que el personaje mismo la fascinación que crea, que
le ha llevado a ocupar día tras día la primera página de los periódicos
digitales (el papel es otra cosa), ser la comidilla en conversaciones y "tendencia"
en las redes sociales. Nosotros vamos a desposeerlo de títulos y vamos a
llamarlo simplemente "N". Nueve de las diez noticias más leídas en la edición de El Mundo de hoy se refieren a él.
En el
clima de corrupciones, corruptelas y malas prácticas que vivimos, con secciones
enteras que nos hablan contantemente de "imputados", "procesados"
o simplemente "despellejados" y "vilipendiados",
"N" ha surgido como un personaje que permite el contraste con todos
ellos y muestra, además, la inutilidad de los discursos regeneradores: la "casta"
tiene relevo. The Next Generation está aquí. El futuro no está en la coleta sino en la melenita pilarista y la gomina para actos oficiales.
Los veinte años de "N" y su largo historial, plasmado en innumerables
fotografías —"no eres nadie si no tienes una foto con él", según
afirman los más irónicos— permiten la aplicación del humor más allá
de la indignación que suscitan otros casos parecidos, en los que no se hubieran
empleado los mismos mecanismos retóricos que se utilizan para sancionar
conductas similares. Con "N" ocurre algo parecido a lo sucedido —salvando
todas las distancias intencionales— con el caso del "Ecce Homo",
pifia colosal en el país del Arte. Puede que necesitemos de este tipo de
personajes para descargar frustración e impotencia. También el caso del desastre
restaurador se convirtió en emblema
de un fracaso resuelto con humor y fascinación.
Mientras
en los Estados Unidos se preguntan cómo se puede uno colar con tanta facilidad
en la Casa Blanca, aquí nos quedamos perplejos ante "N", que desde su
primera juventud ya se codeaba con la flor y nata del país, llegando hasta su
consagración definitiva con estrechar la mano al Rey en una recepción selecta
por la que muchos se hubieran dejado cortar la otra mano.
La
sorpresa de la juez, plasmada en su escrito, porque alguien solo con su labia
pudiera llegar a convencer a la gente de la sarta de embustes que contaba,
demuestra que la jueza sabe mucho de leyes pero poco de la naturaleza humana.
La fascinación por "N" proviene precisamente de esa capacidad natural
para convencer de la que algunos están dotados, un instinto para detectar la
credulidad, una templanza para mantener lo dicho con mirada angelical y una
frialdad resolutiva solo posible tras mucha práctica o, como decimos, por dotes
innatas. "N" divierte, admira y asusta. ¿Hasta dónde hubiera podido
llegar si no salta a la fama su caso? Es un "mini yo" dispuesto a
sustituir al Doctor Maligno en cuanto que se descuide.
Tiene
un poco de Stendhal y un mucho de Berlanga, pintor realista de nuestras
impudicias. ¿No formaría parte este episodio de La escopeta nacional sin
violencia narrativa alguna? ¿No tendría su spin off a petición del público?
La
pasión creativa que ha desatado, haciendo que se dispare la imaginación insertándolo
en todo tipo de escenarios mediante trucaje, es la forma de escribirle un futuro
que probablemente ya no sea posible. Los quince minutos de gloria de
"N" se han agotado. Pero solo los de la primera temporada. Ante el
éxito de su temporada inicial, con un final espectacular que le ha llevado a
estar en boca de todos, el regreso tras el paréntesis judicial se promete
espectacular. Todo esto no es más que la preparación o construcción mediática de
un personaje más en nuestro zoo nacional, muestrario de nuestras perversiones y
carencias para deleite sádico o masoquista, según los casos, del que mira.
La
misma pregunta que se hizo la juez se la han hecho otros que no ven a
"N" como un vicio sino como un diamante en bruto al que hay que
aprovechar y exprimir, ya sea por su experiencia o por su genética.
"N"
permite el humor, como el Ecce Homo. También reírnos de todos aquellos que se
han visto burlados. Con cada una de esas fotos, con cada una de sus historias,
"N" ha dejado al descubierto que cualquier tonto puede codearse con
los más listos, que el más parlanchín puede convencer a los más marrulleros.
"N" es el discurso sin fundamento contra el fundamentalismo del
discurso, que es lo que padecemos en este mundo verborreico.
"Yo
soy yo y mis fotos", diría un neo orteguiano de los medios. Si
"N" se hubiera limitado a la palabra no habría llegado tan lejos.
Pero cada foto es un apuntalamiento de esa personalidad construida por
contacto, por proximidad, por estrechamiento de manos, por reverencias
protocolarias, por saludo afectuoso.
Algunos
se han planteado si es un pícaro o si es un enfermo mitómano. Pero, ¿qué
importa? ¿No es eso lo que nos preguntamos de muchos otros? Para otros, en
cambio, la pregunta es otra: ¿y si no mintiera? Para ellos "N" no es
una caricatura, un accidente humorístico de esta España que se disuelve, sino que
se hace de él una lectura literal en la que no está donde no debe, sino allí
donde le corresponde. No es un extraño sino un adelantado, alguien que empezó
pronto.
Me
imagino que más de uno estará respirando aliviado ante la perspectiva de que
este Billy the Kid de la política cuché,
del chalaneo pseudoempresarial, un conseguidor nato, un mediador entre los que
no conoces y él tampoco, haya quedado al descubierto. Quizá ya hubiera
conseguido alguna promesa de nombramiento o estuvieran pensando en ofrecer algo
a un muchacho tan bien relacionado.
Con
"N" han fallado todos los protocolos. Suponemos que funcionan o han
funcionado alguna vez. En la política española es difícil pensar que han
servido de algo. El futuro se le bifurcado a "N" dejando en un carril
la promesa de grandes éxitos, al menos en el campo que él había elegido, quizá
con toda sabiduría, dado los resultados conseguidos en tan poco tiempo.
"N"
es también —y sobre todo— un aviso. Nos advierte que es fácil llegar a lugares
claves en los que pronto empiezan a caer regalos, tarjetas opacas, mediaciones
y mordidas. Nos avisa de que muchos consideran parte de nuestra vida esos
comportamientos y que si lo ven en los mayores ¿por qué extrañarse de verlo en
jóvenes emprendedores de la estafa? Se empieza así y acabas con una fortuna en
Andorra, Suiza, Liechtenstein o las Caimán; se empieza así y acabas controlando
la ITV o negociando la implantación de casinos en tu comunidad. Un sinfín de
posibilidades se abren para que los jóvenes, bien iluminados por sus mayores,
lleguen muy lejos.
Allí
donde los inteligentes tienen que emigrar, los listos se quedan. Las
oportunidades de negocio con los tontos siempre son inmensas. Nos reímos, pero
—como en las películas de extraterrestres— hay miles de ellos entre nosotros. Están aquí.
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