Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En el
arranque del Pascual Duarte el
personaje de Cela afirmaba no ser malo,
aunque no le faltaran motivos para serlo. A nosotros tampoco nos faltan ocasiones
para muchas otras cosas. Siempre me acuerdo de aquella actriz española que
llegada de Estados Unidos se lamentó de que se hubiera perdido la alegría. A la pobrecita la crucificaron. Le había
chocado encontrarse con tanta gente irritada, crispada y se le había ocurrido decirlo.
Estar alegre se considera políticamente incorrecto y socialmente
desprestigiado. Se lleva mucho más la irritación sin barreras. Motivos no nos
faltan, desde luego, pero creo que mejor que encontrar motivos sea encontrar
remedios.
El
diario El País incluye una vídeo entrevista
con Marina Díaz-Marsá, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid. La entrevistadora
comienza dándonos el dato de que, desde que comenzó el siglo XXI, el consumo de
ansiolíticos y antidepresivos ha crecido en España en un 20%, que ya es mucha
ansiedad. No se nos dice si los más ansiosos toman más o si ha extendido el
consumo al crecer la frustración general. Lo que vemos cada día apunta más a lo
segundo, como percibía la actriz afincada fuera de nuestras fronteras
angustiadas. También nos dicen que el crecimiento de los medicamentos dedicados
a intentar que durmamos ha crecido en un 14%. Ansiosos e insomnes.
Como
todo irrita, las mismas declaraciones sobre la angustia han tenido una
respuesta irritada, peleándose los intervinientes en el foro. Se diga lo que se
diga, acabamos mal y se desencadenan las furias.
La
doctora Díaz-Marsá apunta dos causas. La primera es que tenemos una sociedad
que "nos demanda muchas cosas" (más horario de trabajo, más gimnasio,
más tiempo para los hijos...); en segundo lugar, señala que "estamos
acostumbrados a tener las gratificaciones de forma inmediata, toleramos mal la
frustración". Dice que cuando se combinan ambas cosas, comenzamos a
sentirnos angustiados, con problemas de estrés, ansiedad, sentimiento de vacío,
etc. Según la doctora Díaz-Marsá, tener mucho que hacer nos produce ansiedad y
no tener nada que hacer, lo mismo o más ansiedad, algo que, aunque parezca
contradictorio, tiene su lógica.
Ella no
se atreve a decir que tengamos más problemas (lo que la convertiría en
socióloga, economista o política) sino que ha disminuido nuestra capacidad de
enfrentarnos a ellos. Esto es, lógicamente, lo que supone el punto de vista de
un profesional de la psiquiatría, cuya función no es arreglar los problemas de
fuera, sino los de dentro, es decir, nuestras respuestas ante lo que nos ocurre.
Díaz-Marsá señala que tenemos probablemente una
sociedad con menos problemas, con mayor bienestar que antes, pero que siempre estemos insatisfechos, que eso produce frustración y que "es de
ahí de donde vienen los problemas".
Estas
palabras han causado la irritación de muchos intervinientes en esa tormenta de
ideas, por llamarlo de algún modo, que sigue al vídeo de la entrevista. Y todo
viene de nuestras lecturas políticas, que se han convertido en monotemáticas.
Los enfrentamientos son entre los que consideran políticamente negativa la respuesta y los que la consideran psicológica,
social o hasta filosóficamente relevante. Parece que existe algún inconveniente
en decir que junto a los problemas reales que podamos tener individual y
colectivamente (que nadie niega), también existen otros que son de otro orden,
más de actitud, de forma de enfrentarse a ellos. La misma existencia de ese
prejuicio ante los diagnósticos profesionales, más allá de la política, es reveladora
de que ese problema interno existe.
Quizá
se vea en la psiquiatría un arma para descafeinarnos los problemas y dejarnos
sedados, no lo sé. Pero los que van a la farmacia o al médico a pedir ansiolíticos
y a decir que no podemos dormir somos nosotros. Los psiquiatras y psicólogos
tratan nuestros problemas, no pueden ir más allá de nuestras mentes, que es
donde se refleja todo.
La
entrevistadora de El País recuerda que los
abuelos de esta generación fueron los que pasaron la guerra y que los
problemas a los que se enfrentaron fueron enormes en todos los sentidos, básicos,
como la comida. Responde la psiquiatra que eran gentes que "se conformaban"
con lo que tenían, gente "agradecida", "esforzada". "Hoy
tenemos", nos dice "más bienestar y ese bienestar nos ha hecho menos
resistentes". Esto habrá causado todavía más irritación a muchos, que
habrán hecho sus lecturas políticamente
incorrectas de estas palabras. Quizá no sea tanto el bienestar como la sensación de que se produce solo, que estará siempre ahí, hagamos lo que hagamos, indiferente a
nuestro comportamiento o el del entrono. "Bienestar" tiene unos
campos semánticos políticos (estado de bienestar, por ejemplo) que no es lo que
se discute, creo, sino más bien la ilusión que se genera. La solución no es
vivir peor, sino comprender que para
vivir mejor hay que ser más conscientes de lo que tenemos, de lo que deseamos y
de la distancia, en términos de esfuerzo, entre ambos.
Lo que
dice la doctora Díaz-Marsá no es ninguna novedad. Nos lo llevan diciendo, no solo
de España, sino de todo el mundo occidental desde la segunda posguerra mundial,
que es cuando se desarrolla realmente lo que podríamos llamar la "sociedad
de consumo". Este diagnóstico general lo hemos podido leer hace décadas.
El
despegue económico de España en las últimas décadas ha traído una especulación optimista por los mismos
motivos que se produce la burbuja inmobiliaria o financiera: por la creencia
infundada en que el futuro es siempre para mejor, que nunca se pierde lo que se
tiene y que en la vida se puede tener todo en cómodos plazos. Hoy, como lo
saben otras sociedades que han pasado por ello, hemos comprendido que no es
cierto, que se pueden perder muchas cosas, que se puede retroceder incluso si
lo que se tiene no se basa en sólidas raíces.
Ante la
pregunta de cuáles son los problemas que más nos desbordan y angustian, la
doctora responde que "curiosamente, los problemas importantes los sabemos
abordar" y que "el problema es cuando no hay problemas importantes,
que entonces todo se nos hace un mundo", que son las "cosas
banales" las que nos acaban costando la salud.
Ahora,
con la crisis económica, nos dice —que sí es un problema real para muchas
familias—, la angustia crece con la incertidumbre y hace que haya incluso más
problemas afectivos.
Uno de
los problemas que percibe con más claridad, señala, es la gente que siente la
necesidad de estar "siempre bien", en un estado de perfección permanente. No se entiende
que "el sufrimiento forma parte de la vida", explica. Es el efecto de
la burbuja optimista. En ella no pueden existir grietas porque no se soporta
la posibilidad de las consecuencias. Muchas veces somos víctimas de nuestras
propias negaciones o ilusiones y las grietas, cuando aparecen, nos desbordan. Reconocer
que el mundo es imperfecto y que somos parte de ese mundo con nuestras
imperfecciones es necesario porque solo así se produce el desbloqueo de la
negación de la realidad.
Los
comentarios de la doctora Díaz-Marsá son consecuentes con un tipo de sociedad
que ha sido descrita muchas veces. No quiere decir que todo el mundo sea de la
misma manera, sino que los que llenan las consultas de los psiquiatras tienen
unos perfiles comunes. Hay personas que son capaces de enfrentarse con madurez
a sus problemas y son capaces de dominar sus sueños. Son personas maduras y
responsables, capaces de manejar sus problemas con decisiones ajustadas. Acaban
saliendo de ellos la mayoría de las veces. Hay otros, por el contrario, que
viven refugiados en mundos ficticios. Son ficciones que ellos mismos han
elaborado con los materiales que nos ofrecen y que tenemos ampliamente a
nuestra disposición. A ser ingenuo todos te ayudan.
Lo que
nos dice la doctora Díaz-Marsá es que el número de personas angustiadas con
problemas triviales o, incluso, sin problemas, ha ido creciendo. "Los mensajes
que se nos lanza es que hay que estar siempre estupendos, que hay que buscar la felicidad", dice; "es
verdad que esta sociedad tolera mal el no estar bien". El "estar bien" forma parte de una percepción compleja, una mezcla entre lo que deseamos y lo que podemos obtener. No entenderlo, se paga.
Esa
debilidad psicológica es precisamente de la que se aprovecha para vendernos la
felicidad traducida a todo aquello que aceptemos como parte de ella.
* “Crecer con bienestar nos ha hecho menos
resistentes a las adversidades” El País TV - Conversaciones 9/10/2014
http://elpais.com/elpais/2014/10/09/videos/1412857300_449182.html
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