Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Dice el
diario El País en su editorial titulado "Que hablen los hechos": «Utilizar el Parlamento para martillearse mutuamente con los casos de
corrupción es un derecho al alcance de la oposición y del Gobierno, pero de ese
pozo se saca poca agua.»* Tiene razón. Parece que aquí, en España, el enfermo
está obligado al autodiagnóstico y a cortarse la pierna gangrenada por la
corrupción. Pero —por lo que parece— al enfermo le da mareo ver sangre y está
aquejado de temblores, circunstancias que dificultan que se corte su pierna,
ante lo que la infección avanza.
Está claro hasta la náusea que los partidos políticos
—a los que hay que concederles al menos de deseo de parecer honrados—, son
incapaces de llegar a acuerdos y se limitan a eso que el país llama
"martillearse". Dentro de su estrategia, les parece más rentable
presentarse como relativamente menos corruptos que los demás e invertir las
energías en el rasgado de vestiduras y el ataque a la yugular. Pero con esto
quien padece es la ciudadanía que debe soportar las miserias del conjunto. En
efecto, aquellos que no están aquejados del sectarismo, es decir, los que
niegan lo suyo y disfrutan con la ocasión de atacar con saña a los demás,
vivimos estas noticias como una cloaca por la que vemos descender los restos
olorosos de las instituciones.
El electoralismo —si los partidos políticos no son
electoralistas, ¿quién lo va a ser?— hace que se tenga un ojo en la realidad y
otro en las encuestas en vez de centrarse en la solución de conjunto. A los
ciudadanos de a pie ya nos duelen bastante las piedras del zapato. Nos duelen,
nos aburren y deprimen las piedras. La erosión que están causando en las
instituciones sin ponerle remedio preventivo ya no es tolerable. Dedicarse los
fines de semana a hacer reuniones con la menor excusa para ser grabados
haciendo discursos vibrantes a los militantes del lugar que toque ya no es
soportable. Aburren.
Lo que me sorprende (o quizá no tanto) es la falta
de presión ciudadana hacia una solución exterior. Me refiero con esto a que no
debería ser tan difícil que instituciones, grupos, foros, etc. pudieran
realizar sus propias propuestas para acabar con la corrupción. Se debería poder
pasar del autodiagnóstico fallido al diagnóstico a secas, con receta incluida.
Si los políticos son incapaces de hablar dos minutos sin pensar en las próximas
elecciones, quizá los que deberían pensar en la corrupción sean sus principales
instituciones: los ciudadanos.
Pero los ciudadanos piensan en silencio o gritan en
las calles o ambas cosas, con lo que —al igual que los políticos— se dedican a
vociferar ante la sede de tribunales y partidos, pero con poca eficacia más
allá del desahogo.
Si nuestros políticos tienen carencias, los
ciudadanos también las tenemos. La inundación partidista de las instituciones y
movimientos ciudadanos impide que las instituciones realicen sus propuestas de
regulación de los partidos para evitar este rosario ininterrumpido de
escándalos que nos abruma cada día desde todos los ángulos.
Todos los días me llegan al correo propuestas para
adherirme a las causas más variopintas en los rincones más apartados del globo.
Pero la que nunca me llega es una propuesta de código de comportamiento, de
regulación interna de los partidos políticos. Si ellos son incapaces, alguien
podrá, digo yo. Quizá están tan metidos en sus papeles que prefieren que se
hunda el barco o que les pasen por encima antes que ceder un palmo de terreno. A los ciudadanos, además, se nos pide que nos convirtamos en público romano, todo el día con el pulgar para arriba o para abajo y lo tenemos ya dislocado de tanto movimiento.
El argumento que escuché ayer, además del electoralista
habitual, es que puede que la gente les sancione en las urnas (al final todo
acaba en el mismo sitio) si llegan a algún tipo de acuerdo porque la gente
quiere sangre sobre la arena del circo. Me parece delirante. La sangre la deben hacer los jueces, porque para eso están las leyes. No pedimos que cambien las leyes, pedimos que cambien los partidos
Me preocupa más que la corrupción en sí, la
incapacidad política de entender que esto nos afecta a todos en el sentido antes
señalado, el de preocupación institucional frente al argumento proporcional, eso que llaman el "y tú más".
Los que ven la corrupción del otro como un motivo de alegría porque le allana
el camino al poder, se olvidan de que la experiencia acumulada y la historia
nos indican que ya les pasó y de que les volverá a pasar porque lo que les
corrompe es la posibilidad de corromperse. Pero ese pensamiento es
característico del que ve al otro como una perversión no como un elemento
necesario para que se produzcan alternancias. Creo que hemos ido deteriorando
nuestra percepción del sistema político y de su funcionamiento. No solo es
importante llegar al poder. Además hay que proteger el sistema de convivencia,
que es lo que también debe buscar nuestro sistema político.
Si pensamos que la democracia es el juego de la
guerra con armas verbales o si pensamos que es el juego de la convivencia, es
decir, el del mantenimiento de la concordia para la prosperidad del conjunto de
los ciudadanos independientemente de su pensamiento, los resultados y acciones
son otras.
El deterioro que padecemos de todas las
instituciones, de la Corona a la guardería infantil es fruto precisamente de
esa falta de generosidad mental que hace que nos preocupemos por el buen
funcionamiento del conjunto, incluidos nuestros opositores o rivales. Hay un
nivel de deterioro que nos afecta a todos. Eso que llaman política de "desgaste",
también me desgasta a mí. Los partidos, por ejemplo, han reservado los
escándalos a los momentos electorales más adecuados para sus intereses durante
mucho tiempo, hasta que hemos llegado a estos escándalos monzónicos que nos desbordan, imparables.
La idea de El País pidiendo que no se use el
parlamento para evidenciar que no son capaces de encontrar acuerdos, me parece
adecuada. Lo único que hace es erosionar el parlamento. Esto es destructivo. De
la misma forma, es la desidia política la que ha erosionado nuestra Constitución,
aunque se nos diga —con otro argumento perverso— que está obsoleta. No hay obsolescencia; lo que ha habido y hay es una
muestra de la incapacidad política de desarrollarla. Tampoco está obsoleta la "democracia",
como también postulan algunos. Cualquier movimiento sobre el tablero que nos lleve
al jaque en dos jugadas es malo por definición.
Por eso me parece razonable lo señalado por el
editorial de El País: «La responsabilidad de sanear la vida pública corresponde
a todos los partidos parlamentarios y singularmente a los dos más importantes.»* Pero también es adecuado señalar que los partidos políticos han absorbido o
anulado nuestra capacidad cívica de proponer soluciones si ellos no las
encuentran o son incapaces de sentarse a buscarlas.
Es una cuestión de
estrategia de imagen la que les impide hacerlo a ellos. Creo que a estas alturas de la
película no hacerlo es una irresponsabilidad. Si no pueden por miedo a la
foto resultante, alguien debería hacer una visita a sus sedes para entregarles
un documento con una serie de recomendaciones sobre su propio funcionamiento
para evitar que esa lucha en el fango del pozo siga abochornarnos a todos, sin excepción. Si no lo hacen por ustedes, háganlo por nosotros. Es su obligación.
Ya es bastante cruz diaria ver los casos de
corrupción, para además tener que asistir al espectáculo de su incapacidad de
lograr un acuerdo que nos permita recuperar la confianza, juntos o por
separado.
* "Que hablen los hechos" El País
30/10/2014 http://elpais.com/elpais/2014/10/29/opinion/1414610039_275555.html
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