Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En su
obra La condición postmoderna (1984), Jean-François Lyotard escribió en el
capítulo dedicado a la educación:
Solo desde la perspectiva de grandes relatos
de legitimación, vida del espíritu y/o emancipación de legitimación de la
humanidad, el reemplazamiento parcial de enseñantes por máquinas puede parecer
deficiente, incluso intolerable. Pero es probable que esos relatos ya no
constituyan el resorte principal del interés por el saber. Si ese resorte es el
poder, este aspecto de la didáctica clásica deja de ser pertinente. La
pregunta, explícita o no, planteada por el estudiante profesionalista, por el
Estado o por la institución de enseñanza superior, ya no es: ¿es eso verdad?,
sino ¿para qué sirve? En el contexto de la mercantilización del saber, esta
última pregunta, la más de las veces, significa ¿se puede vender? Y, en el
contexto de argumentación del poder, ¿es eficaz?*
Leído
en la distancia de treinta años, las cuestiones planteada por Lyotard en los
ochenta muestran sus consecuencias en nuestro momento histórico con el
deterioro absoluto, pervertido, del sentido de la educación y de la
instituciones que la generan y administran, peor aún, de los que la reciben,
poseídos por un furor de utilidad que se traduce en demandas concretas de un
saber alejado de cualquier tradición, especulación intelectual o aspiración más
allá de la utilidad inmediata. Nuestro sentido de la educación ha cambiado
porque han cambiado los escenarios sociales. Los centros del saber son meros
instrumentos subordinados cuya justificación depende del ¿para qué sirve? y
cuya aprobación, efectivamente, dependen del ¿se puede vender? No hay mucho
más.
La sustitución
del profesor por la máquina hoy no es más que una cuestión sindical, por un
lado, y de ahorro empresarial por otro. Lyotard cerrará el capítulo, un par de
páginas más allá, hablando de "la agonía de la era del Profesor",
diluido entre trabajo en grupos y máquinas. Pero no es solo su agonía; es también la del alumno y la de las materias de conocimiento. No nos engañemos: no es una cuestión profesional. Estamos en la era de la desaparición de la
educación en beneficio de la "formación", palabra en boca de todos ya
sea por su carencia evidente en muchos casos o por las estafas que descubrimos
cada día. No es la agonía del profesor: es la agonía de la educación como concepto y motor de cambio social.
El
concepto de "formación" es la reducción del ser humano a la función
que desempeña, esencialmente desde su dimensión productiva. Los principios de
lo que Lyotard llama la universidad humboldtiana, donde todavía el aprender
tiene por objeto la mejora de la persona como eje de la transformación de la
sociedad, desaparece en favor de un sistema educativo considerado como una
pieza más del sistema de producción que fabrica las piezas para el engranaje
social. Perdemos el indefinido ideal de mejora y nos centramos en el evaluable
de rentabilidad y eficiencia, algo para lo que sí hemos desarrollado elementos
de medición.
El
diario El Mundo nos ofrece hoy en lugar privilegiado de su educación digital
las conclusiones de los expertos educativos, dentro de un informe WISE, bajo el
título "Cómo será la escuela en 2030":
En la escuela del futuro, las clases
magistrales desaparecerán y el profesor ya no ejercerá sólo como transmisor de
conocimientos, sino que tendrá como principal misión guiar al alumno a través
de su propio proceso de aprendizaje. El currículo estará personalizado a la
medida de las necesidades de cada estudiante y se valorarán las habilidades
personales y prácticas más que los contenidos académicos. Internet será la
principal fuente del saber, incluso más que el colegio, y el inglés se
consolidará como la lengua global de la enseñanza. La educación será más cara y
durará toda la vida.
A estas conclusiones han llegado los 645
expertos internacionales entrevistados para una encuesta, a la que ha tenido
acceso EL MUNDO, que define cómo será la escuela en 2030. El informe ha sido
realizado por la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (Wise, en
inglés), un think tank formado por 15.000 sabios y promovido por la Fundación
Qatar que del 4 al 6 de noviembre se reunirá en Doha para debatir algunas de
estas cuestiones. (94-95)**
En el
característico juego de lenguaje técnico se olvida decir que las
"necesidades del alumno" son las necesidades del puesto de trabajo
que ocupará o al que aspire y que las "habilidades" tienden a ser
cada vez más "protocolos" en los que ese conocimiento se traduce para
las actuaciones. En este contexto interpretativo, los "contenidos
académicos", que no serán valorados en este mundo futuro, tampoco lo son
hoy. El truco gigantesco de todo esto es vendernos que ocurrirá en 2030, dentro
de 15 años, cuando no es más que el escenario descrito por Lyotard hace 30 y
que tenemos en la actualidad prácticamente implantado. Al menos es el escenario
mental desde el que los tecnólogos de la educación —a eso ha quedado reducida
la mayor parte de la pedagogía— hacen sus diseños desde la propias instancias
educativas o desde el estado mismo que la promueve.
En
apenas unas horas, debatiré con mis alumnos chinos de doctorado un texto clave
para entender nuestra modernidad, su recorrido y nuestro deterioro. En nuestro
seminario paralelo a sus tesis doctorales leeremos el texto de Inmanuel Kant,
¿Qué es la Ilustración? La actualidad de este texto es grande y promueve la
melancolía viendo cómo ese ideal de autonomía se ha transformado en una
atomización social en la que hemos dejado de ser niños para ser máquinas.
Así
comenzaba el texto de Kant:
La ilustración es la salida del hombre de la
minoría de edad causada por el mismo. La minoría de edad es la incapacidad para
servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Esa minoría de edad es
causada por el hombre mismo, cuando la causa de esta no radica en una carencia
del entendimiento, sino en una falta de decisión y arrojo para servirse del
propio entendimiento sin la dirección del de algún otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valentía para servirte de tu propio
entendimiento! Esta es la consigna de la ilustración.
La
transformación descrita por Lyotard está aquí; no es necesario esperar a
2030. Me imagino que lo que los expertos
en educación han querido decir es que para esa fecha ya no quedarán resquicios
en el sistema de formas perturbadoras de los objetivos, que el sistema de habrá
purgado por defunción de los que queden con otra mentalidad. Comandados desde
las tecnologías de la formación, la maquinaria social seguirá su camino sin
tener que pensar, sabiendo solo que necesita en cada momento para realizar
eficazmente (otra palabra importante en el texto de Lyotard) sus cometidos, que
le serán asignados oportunamente; olvidando lo que no necesite, que será lo que
no le sirva a otros y carezca, por tanto, de utilidad. Saber es una cuestión de oferta y demanda, no una apuesta por uno
mismo sino una apuesta contra el mercado.
Entre
jornada y jornada, su tiempo dedicado al trabajo, se le dirigirá hacia un ocio
rentable en el que tampoco podrá formarse para su propio cultivo (cultura y cultivar salen de las mismas raíces del lenguaje), concepto absurdo
que nadie entenderá porque surgirá esa pregunta fatal: ¿para qué sirve?
Sí,
estamos en la era agónica del profesor.
Pero no es una cuestión personal, no. Eso lo entendemos. Con él agoniza todo el
sistema educativo que no es más que la concreción en instituciones y acciones
de nuestras aspiraciones sociales, de lo que queremos ser. Kant quería una ilustración
que nos alejara de una infancia que el ser humano ha fabricado para mantener el
control social. Nuestra "ilustración tecnológica",
"formativa", nos saca de la infancia y nos cuelga en la pared junto a
otras herramientas. Eso sí, nos da la libertad de la indefinición. ¿Para qué
tener vocación —otra palabra olvidada— si es el mercado quién determinará lo
que puedes ser y se desprenderá de ti cada cierto tiempo? A nadie le importa
que te guste lo que hace; solo que hagas lo que debes. Los obstáculos que Kant
veía en la emancipación del ser humano han cambiado, pero no hemos mejorado, no
hay liberación; solo dependencia. Se mantiene la idea principal: somos nosotros
mismos los que renunciamos, lo que nos reducimos al plegarnos a este destino
fabricado por los tecnólogos sociales. ¡Todos a trabajar para que el destino se
cumpla!
Edgar
Morin habló de "inteligencia ciega". Se refería a una ciencia especializada,
parcial, reconectada a través de sistemas que permiten recuperar las
informaciones. Cada uno sabe lo que sabe, que es mucho de un poco, un saber
fragmentario que nos hace dependiente de los demás. Se beneficia el sistema o
quienes lo controlan, que poseen la capacidad de tener toda la información. Esa
inteligencia ciega que hoy tenemos es el reverso de las luces ilustradas.
Creemos que sabemos más, pero somos más ignorantes al desprendernos de otras
parcelas del saber que nos ayudarían a entendernos. Pero ¿quién quiere
entenderse? ¿Para qué sirve? ¿Para qué sirve saber algo que no te piden? ¿Hay
demanda?
Si la educación no cambia el mundo, el mundo cambiará la educación. El ideal de eficiencia no aspira a cambiar nada, solo a hacerlo más rentable.
*
Lyotard, Jean-François. La condición postmoderna [1984]. Cátedra, Madrid.
**
"Así será la escuela en 2030" El Mundo 21/10/2014 http://www.elmundo.es/espana/2014/10/21/54455b9f22601d22738b458e.html
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