miércoles, 13 de agosto de 2014

Los camiones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las imágenes ofrecidas por las televisiones de los popes bendiciendo los caminos que salen de Rusia con alimentos para el este de Ucrania y de los soldados santiguándose antes de subir al camión contrasta con las que todavía tenemos en la retina de los sucesos de Crimea: camiones sin distintivos y enmascarados sin identificación, los soldados "genéricos", tal como los apodamos entonces.
Hace días planteábamos como podía Vladimir Putin plantear una derrota como una victoria. La ayuda humanitaria parece ser el camino. Lo que Putin necesita es lograr una fotografía de los camiones rusos entrando en Ucrania y aclamados por la población a su paso, abrazos y besos. Puede que después se retiren, pero ahora lo necesita. Por eso los ucranianos han exigido que se cambien en la frontera, que se sustituyan por camiones de la Cruz Roja. Quieren evitar las fotos y aplausos con el enemigo espiritual.


Me imagino que se establecerá un tira y afloja entre unos y otros. Putin no necesita esconder armas en camiones. El arma es la opinión pública. La imagen internacional está tan deteriorada que son estos gestos los que le benefician más. Si Ucrania no cede, se hace responsable de no permitir la ayuda humanitaria. Putin dirá que no se aceptan las muestras de buena voluntad. Todo esto no compensará el desastre del derribo de avión de pasajeros en Ucrania pero hará ver que está dispuesto a ser amigable. Una vez más es un signo.
Los camiones son también un mensaje para los rebeldes, que no han entendido muchos de los mensajes anteriores. Mandar camiones con comida cuando lo que quieren —ya lo dijeron claramente en su momento— es armas y dinero o, si no puede ser, con dinero se apañan, es avisarles otra vez de que no puede ir más allá. Rusia no puede permitirse una guerra a estas alturas, una guerra sin sentido y absurda. Esto se puede ver cada día que pasa, pero se podía ver desde el principio. Lo que no acaban de encontrar es una fórmula que permita acabar sin que Rusia entre en una contradicción que pueda ser mostrada como una derrota.


La debilidad interna de Obama le hizo descalificar a Rusia llamándola "potencia regional" y eso se paga. No se puede infravlorar a Rusia y menos despreciarla públicamente si se quiere llegar a un acuerdo con ella. Y el mundo necesita de una serie de acuerdos para plantearse las soluciones a problemas conjuntos. En este sentido, Obama carece del sentido psicológico como para entender a Putin y sus mensajes, directos e indirectos. Hay veces en la historia en que los líderes mundiales son complementarios, encajan psicológicamente y son capaces de hablar y entenderse; saben qué espera uno del otro. Mucho me temo que, en esta ocasión, esto no ocurre. El comparar las personalidades de ambos y lo que resulta de su conjunción histórica puede que no explique por surgen algunos problemas, pero sí porqué no se resuelven.
Coincido con Pilar Bonet en su análisis en el diario El País:

Putin es un rehén de su política. En la fórmula para superar la crisis, si existe, el presidente no puede ser percibido como débil, porque eso le arrebataría el apoyo que la sociedad le prestó y de los sectores nacionalistas que pueden amenazarlo si flaquea.*

Es la idea que hemos apuntado aquí en distintas ocasiones desde el comienzo. Putin necesita salidas a la situación que se ha escapado de las manos y Putin no retrocede porque no puede mostrar debilidad alguien que ha llegado a tener el poder que tiene eligiendo una vía, lo que llamamos "macho alfa", algo que resalta en su propia iconografía. Putin ha conectado con sus apoyos a través de esa imagen y en esa imagen no cabe la derrota. Bonet, recogiendo a analistas rusos como fuente, da por buena también la idea que expresamos sobre la maniobra de distracción en el este de Ucrania cuando el verdadero objetivo era Crimea. Lo demás era una cortina de humo que se ha incendiado más de la cuenta:

Crimea fue una tentación irresistible para Putin, que encargó encuestas sobre la eventual reacción de sus conciudadanos ante la “incorporación” de la península a Rusia ya antes de que en Kiev el presidente, Víctor Yanukóvich, dejara a Ucrania a la deriva, señalan fuentes en Moscú. Los sondeos indicaron que los rusos apoyaban la idea y el presidente se fue animando para acabar fundiéndose, tras la huida de Yanukóvich, en una alucinación colectiva con su pueblo. “Putin sintió que Rusia se cohesionaba, que afirmaba su soberanía, que era recorrida por una oleada de patriotismo. No fue solo ambición o pretensión de querer pasar a la historia. Fue algo mucho más profundo”, afirman medios próximos al Kremlin. El deseo de recuperar un escenario heroico de la historia rusa se impuso al derecho internacional y también al cálculo racional sobre las secuelas del gesto, que el politólogo Glev Pavlovski califica como fruto de la “improvisación”.
La desestabilización del este y sur de Ucrania responde en parte a la lógica de una “operación especial” de servicios de seguridad. Había que desviar la atención occidental, centrada en Crimea, hacia otro foco de tensión. Putin, que se formó como oficial del KGB (servicios secretos soviéticos), apoyó los juegos de Rinat Ajmétov, el gran oligarca de Donetsk, con el fin de presionar a Kiev y a Occidente para lograr concesiones sobre el modelo estatal de Ucrania. Pero las reivindicaciones regionales degeneraron. “Sorprendentemente, surgieron numerosos voluntarios dispuestos a ir a luchar a Ucrania y aparecieron las armas. El juego se le fue de las manos al Kremlin”, afirma Pavlovski, según el cual los insurgentes actúan con su propia dinámica interna, pero no por órdenes de Moscú. “Putin estaba satisfecho con lo que sucedía en el este de Ucrania hasta que el Boeing fue derribado. Eso lo cambió todo”, comenta.*


La clave de esta historia está en ese último "sorprendentemente", que es lo que casi nunca se tiene como posibilidad. El fervor nacionalista que se ha buscado crear como fondo y con el que Putin ha jugado para sostenerse en una sociedad que sale a la calle con iconos y con retratos del zar o de Stalin según les motive no se puede controlar como se quiere y tiene sus imprevistos. Eso voluntarios sorprendentes, animados por el éxito de Crimea, se lanza a reconquistar todo lo que se les ha marcado como "ruso" o "soviético" y hacen suya la doctrina de donde se hable ruso está Rusia, la santa Rusia.
Por eso la cuestión ucraniana no es cómo ganar sino cómo no perder, que no es lo mismo. Los únicos que estarán tentados a hacerlo son los ucranianos a los que las humillaciones perpetradas por la prepotencia rusa les ha dejado con necesidad de gloria para la autoestima nacional. Por eso el desmantelamiento de los partidos ultranacionalistas en Ucrania está siendo una política inteligente por parte de Poroshenko. Se trata de evitar que pueda ocurrir lo mismo que le ha pasado a Putin con sus ultranacionalistas, que se les vayan de las manos. Ucrania necesita mucha democratización para limpiar la corrupción existente y favorecida desde Moscú con una elite a su servicio, y también para desprenderse de revanchistas nacionalistas que complique sus relaciones con Rusia pero también con Europa. Es urgente para Ucrania y para todos.

La situación ucraniana se está extendiendo por otras vías al resto del mundo. Ya no es solo un conflicto que afecta a las relaciones de Estados Unidos y la Unión Europea con Rusia en el plano económico limitando el crecimiento y atrayendo el fantasma de una segunda crisis antes de que se haya cerrado la primera. La Unión Europea ya ha advertido que "no le gusta" que algunos traten de sacar provecho de esta circunstancia. Se refieren especialmente a los países latinoamericanos a los que Putin se ha dirigido —más fotografías— para realizar acuerdos que compensen el bloqueo a las importaciones europeas con las que Rusia devuelve las sanciones. Europa y Estados Unidos pueden contestar estableciendo trabas a las importaciones desde Latinoamérica si esta situación se prolonga, restableciendo el equilibrio —lo que ganen de más con Rusia lo perderán por otro lado— perdido y el sentido de las sanciones. Eso servirá en el caso de Estados Unidos a lanzar algunos dardos contra los gobiernos poco amistosos que se acerquen demasiado a Rusia burlando las sanciones. A Obama le vendrá bien hacer un ejercicio de autoridad así cuando se cuestiona su falta de firmeza en política exterior.

El caso no es exclusivo de Latinoamérica. Egipto acaba de firmar acuerdos con Putin. El presidente Al-Sisi se acaba de fotografiar con Vladimir Putin en el ambiente vacacional de Sochi —hay que transmitir tranquilidad, igual que Obama está jugando al golf—. Los norteamericanos, que acaban de respaldar a Egipto, no estarán muy contentos con esta foto en Sochi ni con el estrechamiento de lazos. No es la primera visita de Al-Sisi a Rusia, donde Putin ya le había manifestado sus simpatías y beneplácito para que se lanzara a la carrera presidencial, algo que hizo. También Al-Sisi juega, como Putin, con la baza del hombre fuerte, la mano que no tiembla, y saca provecho para desarrollar el nuevo nacionalismo egipcio, canalizando el antiamericanismo generado por los méritos propios de la política nefasta norteamericana en la zona. No es difícil ver los paralelismos que se buscan, consciente e inconscientemente. Egipto ha vinculado a los Hermanos Musulmanes con los Estados Unidos y eso funciona en los niveles populares. Acercarse a Putin es distanciarse de los Estados Unidos. Mientras funcione...
Los camiones han salido desde Rusia. El primer paso será ver qué ocurre en la frontera. De lo que allí ocurra saldrá lo que pueda pasar luego. Esperemos que el agua bendita tenga algún efecto.



* "Una apuesta peligrosa" El País 10/082014 http://internacional.elpais.com/internacional/2014/08/08/actualidad/1407513223_767422.html







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