Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las
declaraciones de las autoproclamadas —si usted lo dice— autoridades rebeldes en
Ucrania no dejan dejar perplejos a quienes les escuchan. Ayer lo pude escuchar
en televisión, hoy lo leo en ABC:
El primer ministro de la autoproclamada
República Popular de Donetsk, Alexander Zajarchenko, ha admitido este jueves
que hay «soldados en activo» de Rusia combatiendo del lado de los separatistas
en el este de Ucrania.
Según Zajarchenko, son militares que han
abandonado temporalmente sus puestos en Rusia para sumarse a la ofensiva
rebelde en las regiones de Donetsk y Lugansk. «Estarían de vacaciones, no en la
playa sino con nosotros, entre hermanos que están combatiendo por su libertad»,
ha dicho a la cadena de televisión «Vesti.ru».*
La
concisión de ABC esconde el solaz que le producía al señor Zajarchenko
describir la normalidad de los militares rusos para elegir cómo ocupar sus
vacaciones, un repertorio que va de tostarse al sol de Crimea a freír a los de demás
bajo el fuego de las armas, de montar tiendas de camping a montar campamentos
militares. Los paracaidistas rusos detenidos por los soldados ucranianos en su
territorio eran un grupo de scouts haciendo senderismo con la brújula
estropeada, poco más o menos. Cuando se les preguntó si sabían que estaban en
Ucrania, se limitaron a responder que "se lo imaginaban". Y así
sucesivamente.
Al día
siguiente del encuentro de Vladimir Putin con el presidente Poroshenko y
afirmar que había que llegar a "soluciones políticas" y no "militares",
los soldados dejan de ser "prorrusos", para ser simplemente "rusos".
Y pasan a la acción.
En otro
ejercicio inaudito de cinismo, han advertido por boca de Serguéi Lavrov que "atacar
a los rusos es atacar a Rusia", pero el problema radica en "dónde"
están los rusos. Si los rusos se quedaran en Rusia, no creo que nadie les
atacara. Sin embargo, si se siguen perdiendo en la noche o en la niebla y
llegan, un suponer, hasta el estrecho de Calais, algo habrá que hacer con
ellos, aunque sea darles unos planos nuevos porque parecen que siguen con los
anteriores al año 89. La burocracia rusa siempre ha sido lenta, como sabemos de
Gogol a Bulgakov.
El
rifirrafe de ayer en el Consejo de Seguridad entre la embajadora de Estados
Unidos, llamado directamente "mentiroso" a los rusos y diciendo —lo
que es evidentemente cierto, según sus propias declaraciones— que por un lado
van sus palabras y por otros sus actos, que mientras dicen que quieren
soluciones políticas, sus convoyes están atravesando las fronteras. No creo que
Rusia "mienta", creo que se burla, que va a políticas de hechos
consumados y que no está dispuesta a que las soluciones de los demás sean las
definitivas. Putin no puede ceder;
tiene que seguir alimentando la peligrosa euforia nacionalista y de nostalgia
imperialista. Lo que puede leerse en RT o en la agencia RIA Novosti es
realmente sorprendente y supera cualquier fantasía megalómana propia y paranoico
conspiratoria hacia los demás. Es lo que vende, propaganda convenientemente
traducida a los mercados que le viene bien calentar, como es el caso de Latinoamérica
con el que está manteniendo una curiosa retroalimentación propagandística antiestadounidense. Basta
con acercarse a sus páginas en español para verlo.
Rusia
está demostrando que ha decidido mantener un pulso. Con los diversos frentes
mundiales abiertos en estos momentos, en especial el del Estado Islámico en
Irak y Siria, pero también Libia y Gaza, está tirando demasiado de la cuerda.
Confía en que sus contramedidas sirvan para minar la resistencia europea. En
ese sentido, su propaganda se extiende más allá de sus fronteras pues forma
parte de la operación.
Ya hay
alguna cadena europea que introduce la idea del "bumerán" de las
sanciones contra Rusia, haciéndose eco de las tesis de los medios rusos, que
están vendiendo que Europa no está dispuesta a sostener a Ucrania, que pesan
más las frutas de temporada o el gas que cualquier otra cuestión de
"principios". Unos no quieren perder fruta y otros que les cancelen
espacios publicitarios o patrocinio o cualquier otro beneficio de las
relaciones con Rusia. Pero, insistimos una vez más, Rusia ha dejado de ser un
socio posible y por más que mañana se vuelva a una situación menos conflictiva,
de la historia se aprende y se toma nota. O al menos así debería ser.
El
aparato mediático ruso vende que está saliendo triunfadora de este choque con
Occidente —imperialista, débil y mercantil— y que los efectos de las medidas contra ella no son nada ante su
resistencia y superioridad. Para ello la foto —como advertimos— de nuestros
agricultores quemando la bandera europea ha sido esencial; un detalle, pero muy
aprovechable. Somos demasiado rápidos con el mechero y luego ocurre lo que
ocurre. Habrá que tener cuidado, no sea que además del mercado ruso, perdamos
algún otro por poco solidarios y no
saber por dónde cae el frente. La bandera europea, ya lo dijimos, es la nuestra,
por más que algunos ya no sepan ni cuál es la propia.
La estrategia rusa es tratar de convencer a Europa de que está siendo manipulada por los Estados Unidos en Ucrania, que solo va a tener problemas, mientras que los Estados Unidos solo tratan de obtener ventajas con bajo riesgo. Ese es su mantra y habrá algunos que lo acepten por que les interese hacerlo o como prolongación natural de su antiamercanismo. Pero esto es importante para Europa, más allá de los efectos de las sanciones. Los medios rusos tratan de mostrar la insumisión económica de las empresas europeas que buscan cómo burlar el embargo exportando a terceros países. Eso lo venden como una gran victoria o más bien como una gran derrota europea. Pero hay gente que disfruta con ello y los que quieren escucharlo, lo escuchan. A efectos de consumo interno, tanto de Rusia como de Ucrania, la imagen es el fascismo y el imperialismo. Los ucranianos que no quieren ser rusos, son fascistas. Los rusos que quieren dejar de ser ucranianos, hijos perdidos en el camino tortuoso de la Historia que regresan a casa. Putin los ampara y defiende en la mejor tradición del "padrecito" ruso.
Para
que la imagen funcione, Rusia organiza números como el de los camiones de ayuda
humanitaria, con los que pretende presentarse como una especie de ONG que
alivia el sufrimiento de los pobres independentistas, convertidos en héroes
resistentes de la añorada patria rusa a los que se les quiere hacer perder
lengua e identidad.
La situación
ha dado un salto con el reconocimiento expreso —por si alguien tenía alguna
duda— de que los que han estado siempre detrás de todos los acontecimientos han
sido soldados rusos:
“Nunca escondimos el hecho de que hay muchos
ciudadanos rusos entre nosotros, sin cuya ayuda sería muy difícil luchar ahora.
Había entre 3.000 y 4.000 de ellos en nuestras filas. Muchos se han ido, pero
otros muchos siguen aquí. También, hay muchos militares que prefieren pasar sus
vacaciones entre nosotros, sus hermanos que luchan por su libertad, en lugar de
en una playa”, ha declarado el primer ministro de la autoproclamada República
Popular de Donetsk.**
Este
reconocimiento es grave porque hasta el momento ha sido posible vivir una
ficción diplomática en la que se hablaba de "injerencia",
"intromisión", "responsabilidad", etc., todos ellos
términos con los que se trataba de eludir el definitivo:
"intervención", que implicaría la invasión de un país soberano por
parte de otro, lo que implicaría de facto una declaración de guerra. Mientras
el conflicto se mantiene en niveles de "lucha contra el terrorismo",
antes de llegar al de "guerra civil" —escalón más— o el final de
"invasión", que implica la guerra, con sus propias reglas y formas de
negociar. En este último caso, obligaría a la acción de forma encadenada e
impredecible. Si Rusia juega este órdago, la barrera que se establecerá será ya
infranqueable y, por advertir a los preocupados, podemos ir buscando otro
destino a la fruta y nuevos turistas para las playas. Es lo que exigirán, y con
razón, todos los países europeos afectados por la amenaza de un vecino que de
nuevo se ha vuelto agresivo.
Las
acusaciones ayer del embajador ruso, responsabilizando a los Estados Unidos de
lo que ocurre en Ucrania, son un ejercicio de hipocresía más. Lo lamentable es
que sea Estados Unidos el que esté dando la cara en el Consejo, con una Europa
en proceso de sustitución de su Comisión y sin voz, como tal Unión, en el
Consejo. Eso permite revivir, para nostálgicos de estas cosas, los escenarios
dialécticos de la Guerra Fría y los enfrentamientos dialectos de las dos
superpotencias. A ambos mandatarios les viene bien; su imagen se refuerza.
Rusia asciende de su calificación de "potencia regional", dada
innecesariamente por Obama, convertido en agencia de rating; y el presidente norteamericano se reafirma en el mercado
interior mandando soldados a Polonia, como advertencia, frente a los que le
acusan de débil.
Ni las
detenciones de soldados rusos, ni las fotografías de su armamento por la calles
de las regiones ucranianas, ni el reconocimiento de los autoproclamados —quizá
habrá que empezar a decir "designados por Moscú"— líderes independentistas
fugaces modifica el discurso impresentable del gobierno ruso.
No son
tiempos para este tipo de acciones después de dos décadas de tender lazos para
superar la Guerra Fría. Pero esta elección la hizo Rusia en el momento en el
que ordenó a su títere Yanukovich que no firmara los acuerdos con la UE. Después,
la bola siguió rodando por la ladera nevada. Ucrania era una propiedad rusa y así debía seguir o quedar
reducida a la nada. La venganza rusa es implacable.
La descripción
turística de esos militares rusos que van a Ucrania a pasar sus vacaciones
aprovechando para tomar ciudades y puestos fronterizos es un insulto además de
a Ucrania a todo el mundo que considera de extrema gravedad lo que está
ocurriendo en Europa. Su intento de aparecer como una ONG repartiendo comida a
los necesitados, un insulto a la inteligencia.
El
problema es que Vladimir Putin solo se sienta a negociar cuando ya ha
conseguido lo que quería. Y eso es muy malo.
Mientras
escribo escucho el disco grabado a principio de los sesenta, en 1962, "Benny Goodman in Moscow",
un resultado de la distensión de la era Jrushev. La gira de conciertos fue
organizada por el legendario productor de la Columbia y de Warner Bros., George
Avakian, un ruso de padres armenios, que se empeñó en que su ex compatriotas
pudieran disfrutar del buen jazz. Cuando escucho a los moscovitas aplaudiendo a
rabiar con el endiablado swing de
Goodman me parece que hay más voluntad de encuentro en aquellos escenarios, que
en el empeño actual en mostrar supremacía. Si los soldados rusos estuvieran de
vacaciones disfrutando de descanso y divirtiéndose en vez de hacer horas bélicas
extras en el país de al lado, por decirlo eufemísticamente así, seguro que se
relajaban todos un poco. Hay que volver a la diplomacia "musical".
Esto es
un pulso que lleva ya muchos muertos y que tendrá, sea cual sea el resultado,
trascendencia durante décadas.
*
"Los rebeldes admiten que hay soldados rusos 'de permiso' combatiendo con
elos en eleste de Ucrania" ABC 28/08/2014
http://www.abc.es/internacional/20140828/abci-prorrusos-ucrania-soldados-rusos-201408281003.html
**
"“Injerencia directa”, Poroshenko acusa directamente a Moscú"
Euronews 28/08/2014
http://es.euronews.com/2014/08/28/injerencia-directa-poroshenko-acusa-directamente-a-moscu/
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