Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
presidente de Metroscopia, el sociólogo José Juan Toharia, firmaba ayer un artículo
en el diario El País analizando el sentimiento que se desprende de las encuestas
en su poder, las del "Pulso de España 2014", un pulso que suena un
tanto fúnebre en sus ritmos sociales. Saca de ellas algunas conclusiones bastante
razonables, siendo la principal de ellas la desconfianza de la gente hacia lo
que podríamos llamar la clase explicadora,
es decir, la que debe dar explicaciones por lo que hace o por lo que nos hace, que están ambas cosas muy
relacionadas. Concebir a las instituciones y personas que las encarnan, rigen y
usan como "explicadores" no está mal pensado. Podríamos describirlos
desde otros ángulos y perspectivas, claro, pero esta se echa en falta y, como
las manchas negras en los vestidos blancos, resalta demasiado.
La explicación es consustancial a la vida
democrática, pues afecta a la transparencia personal e institucional. "Explicar"
es explicar, no salir a decir cualquier tontería. De hecho, los que no dan
explicaciones —todos— se pasan el día exigiendo que los demás lo hagan, en un
ejercicio de cinismo repartido inacabable. Sí, todos piden "explicaciones",
pero en la gran mayoría de los casos estas no llegan o son risibles. Mientras
ellos se exigen explicaciones, nosotros casi las mendigamos.
Señala Toharia:
Los españoles están encarando el ya octavo
año de crisis económica con sostenida entereza y serenidad (lo cual,
comparativamente hablando, supone un fenómeno llamativo: basta con levantar
levemente la cabeza por encima de nuestras fronteras). Entre nosotros, ni ha
aumentado —como en su día se pronosticó— la delincuencia (de hecho, más bien ha
disminuido), ni se ha desplomado la solidaridad (en realidad, y a pesar del
empeoramiento generalizado de las condiciones de vida, ha aumentado), ni han
florecido movimientos antisistema, xenófobos o racistas, ni se ha mellado (más
bien se ha consolidado) la convicción de que el sistema democrático que tenemos
es el que mejor puede asegurar la convivencia en paz y libertad, por lo que
debe ser reajustado periódicamente a la realidad circundante para mejor
garantizar su pervivencia.
Pero la moneda tiene otra cara, amarga: la
ciudadanía tiende a mostrar un tono vital cada vez más marcado por el
cansancio, el abatimiento y la desesperanza. Lleva ya demasiado tiempo
sintiéndose desatendida en dos reclamaciones que considera básicas y urgentes:
una explicación clara (y, con ella, una salida justa) de la crisis económica y
una regeneración, a fondo, de nuestra vida pública.*
La
consecuencia clara es que se han desarrollado los mecanismos de filtro necesarios
para asegurarse de que las cosas funcionan como deben. Creamos los planos de la
casa —muy bonitos—, pero nos están fallando algunos materiales y hay demasiados
chapuceros contratados de albañiles. Cuando se ve el gráfico, es bastante
penoso ver la pobre imagen que tenemos de nuestro propio futuro.
Las dos
"reclamaciones" que surgen de la encuesta no son nuevas. La
explicación y una salida justa de la crisis, por un lado, y la regeneración
pública son palabras que caben en una línea y sobran espacios, pero ¡tan
difíciles de conseguir! La clase
explicadora ha desarrollado malas artes y sabe la mejor forma de
manejarnos. Son artistas en la refundación
de lo que haga falta para que todo siga igual y las dos demandas de explicación
sigan en el aire.
Podemos
contrastar las conclusiones de José Juan Toharia con las del historiador Santos
Juliá en el mismo diario respecto al estallido causado por el caso Pujol. Repasa
Juliá en el artículo titulado en su artículo, titulado "En los días del
gran engaño"**, los antecedentes del caso Pujol y cómo en todos los momentos en
que se le intentó culpar de algo, siempre sus "explicaciones" eran las
mismas: no me atacan a mí, atacan a
Cataluña. Eran explicaciones, claro, pero ahora estamos ante lo que estamos
y lo que queda. A Pujol se le pidieron explicaciones, incluso en el Parlament, y dio las que se querían
escuchar. Eso le bastó.
Los
políticos han sabido dar las explicaciones; todos la misma. Pujol y familia,
explicaciones a la catalana, pero otros
lo han hecho a la andaluza, gallega,
madrileña, cántabra, valenciana, balear, canaria, manchega, leonesa o lo
que hiciera falta. El político al frente del ayuntamiento más pequeño de la
provincia más pequeña podía esgrimir ataques o injusticias, conspiraciones
enrevesadas, y convocar en la plaza del pueblo o en la mismísima capital, a decenas
o cientos de miles de conciudadanos solidarios en el agravio, a su lado en la
persecución contra él emprendida por servirnos a todos, a nuestra historia,
folclore o gastronomía, daba igual.
Uno
entiende el recelo hacia una clase política que nos encela y enfada
simultáneamente. Pero debemos reconocer que saben tocarnos las fibras
sensibles, que conocen los mecanismos de nuestras cabezas. Rodeados de expertos
en comunicación psicólogos, sociólogos y estrategas, somos pan comido para sus
manipulaciones emocionales. Nos tienen cogida la medida. Y eso va del más
consolidado a los recién llegados, que se valen de los mismos mecanismos, pero
con distinta letra en la melodía de seducción. Nos sacan a bailar y bailamos.
¿Quiénes
somos: los que exigimos regeneración y transparencia o los que la cubrimos
envueltos en los velos emocionales con que nos danzan? Probablemente los dos.
Creemos demasiado en la congruencia para admitir que somos capaces de pedir una
cosa y la contraria. Nuestros políticos, esos de los que hablamos con censura y
desprecio —merecidamente en muchos casos—, están ahí con nuestros votos y
cánticos.
José
Juan Toharia concluye su artículo con estas ideas:
Y, por terminar un recuento de exigencias que
cada día se hace más amplio, lo que se demanda a partidos y políticos es mayor
cercanía y conexión con el sentir ciudadano: que abandonen su autista modo de
funcionar de estos últimos años; que sean capaces de formular, de cara al
inmediato futuro, un proyecto colectivo —“una cierta idea de España”, por
decirlo con frase famosa— que aclare el lugar al que aspiramos en el mundo
actual; que tengan el arrojo de dialogar abierta y sinceramente sobre los
problemas identitarios existentes (que son reales y no ocurrencias pasajeras de
unos cuantos), y que lo hagan desde el respeto, el pacto y la transacción,
valores —tan añorados— de la Transición.
Deprimidos como gradualmente se
van sintiendo, los españoles siguen sin embargo creyendo, y masivamente (75%),
que en conjunto y en líneas generales son gente seria y decente. Pero al mismo
tiempo, y mayoritariamente (58%), no creen que el país sea ahora serio,
responsable y de fiar. Inquietante doble dictamen: lo que diferencia a “la
gente” de “el país” es que este segundo concepto incluye tanto a los ciudadanos
como a las instituciones. Y esta es la pista decisiva, como veremos, para
entender el latido bifurcado del actual pulso de España: una sociedad ahora
desestabilizada por la sensación de que las personas pueden ser de fiar, pero
no muchas de las instituciones a las que corresponde vertebrar y dirigir su
convivencia.*
Ha
hallado Toharia la clave del asunto que, asistido por el lenguaje, permite
acoger ambos sentimientos, el de esperanza y el de la desconfianza, amor y
odio, fe y desprecio, que coexisten en nosotros. En ese "latido bifurcado"
reside el problema, en que somos capaces de racionalizar nuestras actitudes
encontradas. No pensemos que esto es extraño. Es un mecanismo natural para
poder vivir en la realidad que vivimos, en la que los que hemos aplaudido y
vitoreado nos defraudan. Un "sí pero no" explicable en la misma
ambigüedad que lo genera.
Sí me
parece social y políticamente necesaria encontrar una idea común en un país que
gusta, como las células, de dividirse constantemente, que disfruta más
discutiendo que acordando, porque todas estas cosas pasan factura. Pero nada
nos resulta más difícil que formular una idea común de España. En esto somos
únicos y es difícil encontrar un país con tales niveles de inadaptación a sí
mismo que el nuestro, sobre el que se discute todo. Pero mientras no lo
hagamos, otros aprovecharan las discordias. Los altos niveles de desacuerdo se acaban
pagando porque es imposible construir nada duradero y aquellos a los que les
interesa que el río esté revuelto sacan buena pesca de las aguas turbias.
¿Explicaciones?
Sí, claro. Pero no como excepcionalidad, sino como lo más normal del mundo,
como un ejercicio de cotidianeidad y transparencia deseable. Los problemas de
cualquier país comienzan a crecer en cadena cuando nadie se siente obligado a
darlas más que cuando se las reclaman los jueces. Entonces, políticamente, ya
es tarde para todos.
Los
políticos creen que la desafección que sentimos se recupera con aumento de la
tensión emocional, con más radicalismo, con más invocación empática. Al
contrario, yo —que otros hagan lo que quieran— me sentiría más tranquilo con
mayores ejercicios de transparencia y que esa radicalidad se la exigieran ellos
mismos para acabar con los males y vicios que se forman en sus filas y desde
allí se esparcen por las instituciones que ocupan. Mientras no haya esa
transparencia y la tendencia sea al silencio oscuro, no tendrán forma de
librarse —ni ellos ni nosotros— de la escoria que se ha infiltrado aprovechando
esa impunidad que la política ofrece al sinvergüenza en forma de aforamientos y
complicidades correligionarias de diverso estilo. Por lo que el pesimismo se enquistará en forma
de abandono o desinterés de la política, que es la forma de dar por hecho que
nada puede ser cambiado, algo a lo que hay que resistirse porque es dejarles a
algunos el terreno expedito.
Dice Toharia que las cosas van mejor, según muchos indicadores, pero que la falta de explicaciones lastra nuestra esperanza, nuestra visión de un futuro mejor. Puede ser. Urge solucionar esto, algo difícil de lograr sin voluntad de acuerdo, algo hoy lejano. Las crisis acaban en algún momento; lo malo son las secuelas que lastran el camino: la falta de fe en nosotros mismos y la desconfianza en quienes están al frente.
Aquí todos piden explicaciones, pero, cuando les toca, nadie las da o no convencen a nadie. Es más sencillo esperar al siguiente escándalo.
* José Juan Toharia "Una ciudadanía
abatida que reclama una explicación sobre la crisis" El País 16/08/2014
http://politica.elpais.com/politica/2014/08/16/actualidad/1408217637_378051.html
** Santos Juliá El País 16/08/2014
http://politica.elpais.com/politica/2014/08/16/actualidad/1408217637_378051.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.