Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me
sorprende, una vez más, un titular veraniego de la BBC: "La ecuación
matemática que predice la felicidad"*. Uno sabe del alto poder de las
matemáticas para describir el funcionamiento del mundo, pero no sabemos nunca
hasta dónde se puede llegar. El comienzo de la noticia es este:
Según los investigadores de una universidad
británica, su trabajo muestra que la felicidad no sólo depende de la
satisfacción sino de las expectativas: no se trata sólo de los logros, el gozo
aumenta si nos va mejor de lo que esperábamos.
Para su estudio, el equipo de la Universidad
del Colegio de Londres hizo varias pruebas con un grupo de 26 personas, a las
que además les realizó resonancias magnéticas cerebrales.
Luego, los científicos pusieron a prueba su
ecuación para predecir felicidad con 18.000 personas que respondieron a una
encuesta a través de una aplicación para teléfonos inteligentes llamada The
Great Brain Experiment (el gran experimento del cerebro).
"Podemos tomar en cuenta decisiones
pasadas y resultados y predecir exactamente qué tan feliz una persona dirá que
se siente en cualquier momento", dijo Robb Rutledge, autor principal del
estudio que publica la revista especializada PNAS.*
La
potencia conjunta de las matemáticas, la resonancia magnética, las encuestas y
los teléfonos móviles es grande. Hay un matiz interesante en la noticia que no
debe pasarse por alto. Es el "qué tan feliz dirá una persona que se
siente". "Decir" y "sentir" son dos aspectos que
introducen la relatividad del asunto. Una de los pasos necesarios para poder
afirmar algo de algo es definirlo, en este caso, la "felicidad". Si
se pregunta a las personas qué es para ellos la "felicidad", todos
acabarán teniendo respuestas más o menos distintas, pues es algo personal y circunstancial, determinado por experiencias, idealizaciones y creencias. La felicidad es un concepto de realidades
distintas porque describe un estado de ánimo o una aspiración a él conforme al modelo de cada uno. Es una palabra
baúl, en la que cabe de todo. No hace feliz lo mismo a un masoquista que a
un amante de los buenos vinos, pongamos por caso. Por eso lo que ha ce la fórmula no es entrar en estas cosas sino saber nuestro estado en una escala que vamos definiendo con nuestras informaciones.
Decir que
la felicidad proviene no solo de la satisfacción sino de las expectativas no es
decir demasiado. La inversa es la frustración, que es la insatisfacción por
incumplimiento de las expectativas. La idea de que su cerebro tiene reacciones
específicas cuando es usted feliz (logra más de lo que esperaba) o cuando es desgraciado (consigue menos) o cualquier otro
estado intermedio que definamos tiene su lógica, pero no ayuda a saber más que es
la "felicidad", sino por dónde cae en el mapa cerebral, es decir, localizar los indicadores de cuándo usted se siente satisfecho por los motivos que sea.
La BBC nos
adentra en el sistema seguido:
"El cerebro está tratando de averiguar
qué deberías estar haciendo para obtener satisfacciones, así que todas las
decisiones, expectativas y resultados son información que utiliza para
asegurarse de que tomes buenas decisiones en el futuro. Todas las expectativas
y satisfacciones recientes se combinan para determinar tu actual estado de
felicidad", explicó Rutledge a la BBC.
Pensemos, por ejemplo, en un
buen restaurante: tener bajas expectativas puede hacer que la experiencia sea
mejor si la comida es superior a lo que se esperaba.
Pero tener expectativas
positivas puede también aumentar la sensación de felicidad antes incluso de
comer, porque uno anticipa el evento.*
El
modelo desarrollado trata de combinar lo que he pasado, lo que espero y lo que
me encuentro finalmente. ¿Soy más feliz
en el restaurante porque la comida es mejor de lo que esperaba; porque, por
ejemplo, se han equivocado en la cuenta y me ha salido más barato o porque paga
un amigo? Creo que le hemos perdido un poco el respeto a las palabras. No sé si
a todo esto se le puede llamar "felicidad" o simplemente "satisfacción".
Que
podamos evaluar el estado de nuestro cerebro ante ciertas cosas y después
predecir con ello cómo se encontrará nuestro cerebro en una ocasión similar o
por encima o por debajo de esa situación no es un gran descubrimiento. Solo es
reducir la "felicidad" a algo manejable y luego aplicarle el lenguaje
de las matemáticas. Es esa "combinación" de expectativas y
satisfacciones recientes de la que nos hablan. Le dirán, por ejemplo, que usted
es feliz porque la película que esperaba que fuera una porquería no es tan mala
como esperaba. Como anteriormente usted marcó en la encuesta que cuando eso
ocurre se siente mejor que cuando es un bodrio, se espera que sea feliz en la
próxima. Su cerebro, un ávido coleccionista de experiencias placenteras,
liberará sustancias que le harán sentirse "feliz".
La
vieja idea de no desear nada para no sufrir se nos ha convertido en nuestra
actual cultura consumista y hedonista en buscar la maximización entre lo que
esperamos y lo que nos dan, es decir, una felicidad de mercado, de oferta y
demanda.
Usted
pensará que se invierte dinero en estas cosas porque hay gente que sufre porque usted no sea feliz. Es como
creer que la industria farmacéutica odia las enfermedades. No se equivoque,
aunque el pensar que la gente es buena por naturaleza le traiga más felicidad.
La noticia nos aclarara algo al respecto:
"El estudio también sugiere que la
sensación inmediata de felicidad depende de la distancia entre lo que puedes
conseguir y lo que esperas", le dijo Oswald a la BBC.
"También encaja con una gran cantidad de
trabajo estadístico de los economistas que muestra que felicidad y satisfacción
laboral está influenciada por el salario relativo de una persona".
"Si quieres saber qué tan feliz soy, no
me preguntes por mi salario. Pregúntame cómo se compara mi salario al de otros
profesores o al mío propio en el pasado", explicó Oswald.
"Es la diferencia, positiva o negativa,
la que realmente importa. Somos criaturas de comparaciones y somos por lo tanto
prisioneros de expectativas implícitas".*
De lo
que se trata en última instancia no es de mejorar su felicidad, sino de saber
qué considera aceptable y satisfactorio, hasta dónde hay que subirle el sueldo
o bajar los precios. Ya hemos reducido la idea de "felicidad" a la de
"sensación inmediata de felicidad", una bonita expresión que ajusta
más las cosas a lo que se pretende. Lo de cómo se debe usted sentir respecto a
su sueldo, tampoco es demasiado tranquilizador. Es la satisfacción relativa del
"no me puedo quejar". Y es especialmente egoísta o falto de
solidaridad. Pensar que para ser feliz debo mirar cuánto lo son los otros es
ignorar que también puedo sentirme infeliz porque los otros lo sean. Pero no sé
si la fórmula da para tanto.
Lo que
pueda ser "felicidad y satisfacción laboral" para los economistas es
algo muy diferente a lo que puedan ser para los demás. Los codiciosos
especuladores siempre querrán más y vivirán —justo castigo— infelices, aunque
no lo parezcan en sus yates y mansiones. En cambio —ironías de la vida— nosotros
somos infelices porque los envidiamos por aquello de que somos "criaturas
de comparaciones", aunque nos advirtieran que son odiosas.
Al ser consultado, Tom Stafford, otro
científico cognitivo de la Universidad de Sheffield, en Reino Unido, comentó
que es asombroso que la ecuación pueda predecir la felicidad con tal precisión,
"especialmente teniendo en cuenta lo impredecibles que son los
humanos".
"La importancia de este estudio está en
la forma en que combina la actividad cerebral, el recuento computacional de
satisfacción y la información a gran escala obtenida por crowdsourcing sobre cómo se siente la gente", añadió Stafford.
Sin embargo, el experto advirtió que no está
claro que la ecuación pueda ofrecer respuestas las grandes preguntas sobre la
felicidad en la vida real, como por ejemplo qué pareja elegir.*
Pero,
¿a quién le importan las grandes
preguntas? Las grandes preguntas, por ser "grandes" y ser
"preguntas", implican precisamente que no tienen solución fácil (o no
tienen ninguna) y eso genera infelicidad. Hoy la gente no quiere grandes preguntas, sino grandes respuestas, que provocan mucha
más felicidad. Asertividad ante todo.
Encuentro
en una publicación del sector la idea de "marketing de la felicidad":
Si nunca habías escuchado hablar sobre el marketing de la felicidad, debes saber
que es una estrategia que se usa hace mucho tiempo, y se basa en una serie de
estudios realizados a grupos de personas y sus sensaciones ante determinados
productos o servicios.
¿Qué es el marketing de la felicidad? Toda
persona busca ser feliz, es lo que necesita para vivir plenamente. Por ello,
los marketeros y cualquier persona que tenga un negocio o empresa deben
encontrar la forma de “producir felicidad” a través de sus productos o
servicios.**
Menos
mal que alguien habla claro.
La
palabra "felicidad" merece cierto respeto, tanto individual como
colectivamente. Es algo más que esa gente dando saltos en el campo con un puñado de globos (¿por qué tanto globo?). Quizá su fácil inclusión en los folletos publicitarios la haya
deteriorado un poco hasta reducirla al tamaño de caber en una fórmula, un
titular periodístico o de un libro de autoayuda. El paso de la filosofía al marketing
no es siempre fácil.
Al
final le dirán que la mejor manera de ser "feliz" es que rebaje sus expectativas, que es lo que
le dicen cuando le van contratar, en su caso. Así, por poco que tenga, siempre
estará contento. Y otros estarán peor. Compare.
*
"La ecuación matemática que predice la felicidad" BBC Mundo 5/08/2014
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/08/140805_ciencia_ecuacion_predice_felicidad_np.shtml
**
"El marketing de la felicidad" Plus Empresarial 28/04/2014 http://plusempresarial.com/Marketing-detail/el-marketing-de-la-felicidad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.