Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cada
vez es más frecuente ver la resistencia que ciertos dirigentes políticos
manifiestan para dejar libres los puestos de poder. Tenemos ejemplos en todos
los niveles, claro —de las alcaldía a las secretaría generales—, pero me
refiero especialmente a las presidencias y ejecutivos de algunos países. Cuando
llega el momento, tras haber agotado los mandatos que las constituciones suelen
prever para estos casos, limitando las posibilidades de permanencia, vemos cómo
muchos mandatarios se resisten a dejar su poder acumulado en manos de otros.
La
limitación de mandatos no es un impedimento
molesto, sino una garantía de que existe renovación en el poder, un aviso que
el tiempo excesivo en los cargos públicos no es bueno por muchos motivos. Es
importante en los sistemas democráticos que se comprenda que el poder tiene un tiempo. La tentación de perpetuarse
revela que no es la vocación de servicio la que es prioritaria en el ejercicio del
poder sino la satisfacción de otro tipo de intereses, desde psicológicos a
económicos entre otros. Dice mucho de un país y de su funcionamiento dos cosas:
la independencia de su administración y la renovación del poder en todos sus niveles.
Los que aspiran noblemente al servicio de sus sociedades saben que la
renovación forma parte de ese acto de servicio por pura higiene social
democrática. Hay un tiempo para todo y para cada uno. Ir más allá no es bueno.
Sin embargo,
cada vez es más frecuente que nos encontremos con lo contrario. No se trata
solo de las dictaduras camufladas con trucadas elecciones, como hemos podido
ver en los países árabes. Empieza a ser más habitual en aquellos lugares en los
que los matrimonios, por ejemplo, se
suceden en los puestos de gobierno, o los intentos de modificar las
constituciones para poder seguir en el poder.
El caso
de los relevos entre Vladimir Putin y Dimitri Medvedev es paradigmático de esta
forma de perpetuarse. Creo que nadie tiene dudas a estas alturas sobre lo que
da de sí el espíritu democrático de Vladimir Putin. En diciembre de 2007,
cuando se preparaba la maniobra del intercambio de puestos, The Economist señalaba:
As for Mr Putin, he seems still to be keeping
his options open. If he becomes prime minister it is hard to imagine him
answering to Mr Medvedev. Whatever the form, Mr Putin will be more popular and
more powerful than his protégé. Under the constitution, the president has
control over the army and the security services, but this could easily be
changed by a parliamentary vote. In any event Mr Putin is unlikely to part with
power. More surprises could be in store, even the revival of a once-touted plan
for a union with Belarus that might let Mr Putin stay president.
The Kremlin's machinations have revealed a
simple truth: that the authoritarian system created by Mr Putin in the past
eight years does not allow an orderly transition of power from one elite to
another. Kirill Rogov, a political analyst, points out that elections, which in
a democratic society act as a mechanism for rotating power, have in Russia
become a mechanism for preserving it.*
Creo que se apunta aquí el núcleo del problema, que no es
otro que el asalto al poder y las
instituciones de los estados que, lejos de ser más democráticas, se convierten
en herramientas para el beneficio y enriquecimiento de unas elites que crecen a
su sombra y que se van ramificando. Se convierten en "sistemas
autoritarios", como bien señala el articulista, y la democracia se va
convirtiendo en algo meramente formal. La reciente condena a Rusia en La Haya
por la desposesión de sus empresas del multimillonario opositor a Putin revela
la creación de un estado mafioso —con múltiples instituciones comprometidas
para conseguir ese fin— que se va gangrenado. La red se va extendiendo,
repartiendo prebendas entre los favorables y desposeyendo a rivales y
opositores. Pronto, el que quiere prosperar ha aprendido cuál es el mecanismo
para hacerlo: sumisión, disposición a hacer lo que se le pida. Y es necesario
que dure.
Los distintos sectores del estado se van adaptando a la
nueva situación y la corrupción social se acaba imponiendo. Es un mecanismo
selectivo: los opositores o los tibios son eliminados y van quedando los
acólitos y sicarios, que pueden rivalizar para ser los favoritos, el núcleo
duro del poder, la camarilla. Pronto las instituciones se vuelven inútiles
porque dejan de servir para sus funciones de control y vigilancia; se
transforman en parte de la maquinaria y el estado deja de funcionar, al menos
en favor de todos. El estado es un castillo que hay que asaltar primero y en el
que atrincherarse después. Con funcionar bien
Policía y Judicatura es suficiente. Las protestas se acallan, los enemigos
desaparecen o se exilian.
Cuando se ha llegado al interior del castillo y se dispone
de todos sus recursos, abandonarlo se convierte en una opción extrema, un
desastre para todos los que han confiado en que aquello duraría siempre. Se
inicia entonces el despliegue de los mecanismos, más o menos descarados, para
asegurarse el poder personal y el de la elite que se ha creado. Lo que en las
dictaduras se da por natural —la perpetuación en el poder— en las democracias
se tiene que revestir con demagogias y trucos legales, de propaganda populista,
para que los pueblos sientan el miedo de perder a esos líderes que les
transmiten sus fantasías de poder. Ellos son insustituibles; en ellos se han
concentrado las pasiones, los valores, todo aquello con lo que establecer la
empatía que ayude a superar las frustraciones, las promesas de recuperar el pasado perdido ya sea el esplendor de la
Unión Soviética, del imperio otomano o el de civilizaciones desaparecidas hace
milenios. Sorprende lo fácilmente que son manipulables los pueblos que creen en
la edades de oro y en su regreso de manos de estos líderes.
Se abre de nuevo en Turquía el caso de Recep Tayyip Erdogan,
otro dirigente autoritario con ganas de perpetuarse en el poder. En la
constitución turca la figura presidencial —cargo al que aspira en unos días
Erdogan—, como ocurre en muchos otros países, tiene un valor de representación y
algunos poderes limitados, frente a los poderes ejecutivos del presidente del
gobierno, cargo que hasta ahora ha ocupado Erdogan. Durante su mandato ya se
ocupó de modificar el sistema de elección presidencial, que será directo, en lo
que todos han visto una maniobra para justificar el abandono del rol
tradicional de la presidencia y convertirse en parte activa del poder. Erdogan
quiere seguir mandando. Mientras Erdogan ha sido primer ministro, en ese cargo
se centraba el poder; ahora, cuando pasará a la presidencia previsiblemente,
quiere ampliar los de su nuevo cargo para no perder su control del país y de todos
sus resortes. Es el poder hecho a medida.
Euronews preguntaba a los expertos turcos sobre la maniobra
de Recep Tayyip Erdogan y si tiene posibilidades de prosperar ese cambio de rol
de la presidencia:
“Podemos decir que sí o que no
dependiendo de quién gane las elecciones, porque uno de los candidatos ha dicho
que si gana irá más allá de los poderes presidenciales dados por la
Constitución ya que, en su opinión, el presidente tiene autoridad ejecutiva.
Para él, el presidente es el jefe
del Ejecutivo aunque la Constitución establezca que sólo es el jefe del Estado.
Erdogan quiere cruzar esa línea. Ha dicho que quiere seguir manteniendo las
funciones que tenía como primer ministro si es elegido presidente. Esto va en
contra de las funciones tradicionales y la tradición presidencial. Y en la
Constitución no hay lugar para ello”, explicó el profesor Ersin Kalaycioglu.
Turquía se rige por una
Constitución que entró en vigor en 1982, tras el golpe de Estado militar del 12
de septiembre de 1980.
Esta Constitución establece una
república parlamentaria basada en la división de poderes. El jefe del Estado
tiene sobre todo un papel de árbitro, un derecho a veto limitado y el poder
para nombrar algunos burócratas.**
Si gana Erdogan —que lo hará— la política turca habrá
iniciado un camino complicado que supone la consolidación de la persona frente
a las instituciones y el Estado. Es la base del autoritarismo y recurrirá, una
vez iniciado el camino, a todos los mecanismos necesarios para no perder el control.
Por si no fuera suficiente con su forma autoritaria de ejercer el `poder, el
hecho mismo de desbaratar el estado para acomodarlo a su permanencia supone un
paso más allá, una frontera que se cruza, la de la manipulación constitucional,
que abrirá nuevos conflictos.
En otra de sus noticias, Euronews señala que tras cerrarse
los colegios electorales en el extranjero, la población turca en Alemania —la
más grande en el exterior, compuesta por 2.800.000 turcos— ha tenido una
abstención del 92%. Solo votaron 114.000***. Es un síntoma claro del
distanciamiento de los que tienen una perspectiva exterior de lo que ocurre en
su país.
Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan son dos ejemplos
claros de personalidades autoritarias, de personas que necesitan personalizar
el poder antes que institucionalizarlo. La fascinación que ejercen —dentro y
fuera de sus países— es la del poder que no se detiene, que logra lo que desea.
Para ambos, la presidencia del país no es meramente decorativa, sino una salida
legal a su afán de continuidad, de perpetuarse. Cuando se agotan las
posibilidades de relevos o sencillamente se agotan los mandatos, las campañas
suelen ser para modificar la duración de las legislaturas o la ampliación de
dos a tres. Todo lo que haga falta para seguir.
En 2007 el presidente venezolano Hugo Chávez intentó también
su reforma constitucional para poder seguir. No consiguió lo que quería por un
pequeño margen de diferencia: 50'7% frente al 49'2%. El diario El País nos
contaba lo que ocurrió:
El presidente pretendía el cambio
de 69 artículos de la Constitución de 1999, una reforma que le habría dado un
poder casi sin límites. Para empezar, habría permitido reelecciones ilimitadas
para el presidente y ampliaba de seis a siete años el mandato presidencial.
Además, le daba el control de las reservas de divisas extranjeras, del banco
central, de la ordenación territorial del país y mayores poderes para expropiar
propiedades o censurar medios de comunicación en situaciones de emergencia.****
Chávez culpó a la abstención. Pasó de tener siete millones
de votantes a quedarse en cinco. Es la señal más evidente de que sus propios
votantes no acaban de ver claro aquel protagonismo más allá de la escenografía
populista. Chávez dijo que "por ahora" dejaba las reformas, que ya se
vería más adelante.
Desgraciadamente, cada vez vemos proliferar más líderes con
deseo de perpetuarse, de ampliar sus poderes o de ambas cosas; líderes con
misiones inacabadas, con visiones de
futuro más allá de los límites de mandatos. Pero este poder acaba siempre en
autoritarismo, en corrupción por falta de regeneración y en la necesaria
negación de la realidad para que todos sigan viviendo en el mismo sueño que
acaba convirtiéndose necesariamente en pesadilla social, en enfrentamientos, en
apatía.
No hay país o institución que esté libre si baja la guardia, si no ve —a su escala—, que estos vicios pueden atenazar su desarrollo, matar su ilusión, pervertir sus principios.
El sueño de una mítica fuente del poder
eterno está en la mente de muchos.
*
"Enter Putin two" The Economist 13/12/2007
http://www.economist.com/node/10286554
** "Turquía: ¿Hacia un sistema presidencial?" Euronews 5/08/2014
http://es.euronews.com/2014/08/04/turquia-hacia-un-sistema-presidencial/
*** "Los turcos en Alemania se borran de las
presidenciales" Euronews 4/08/2014
http://es.euronews.com/2014/08/04/los-turcos-en-alemania-se-borran-de-las-presidenciales/
*** "Venezuela dice 'no' a la Constitución de
Chávez" El País 3/12/2007
http://internacional.elpais.com/internacional/2007/12/03/actualidad/1196636401_850215.html
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