Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Después
de la lectura de la novela "Crónica de un vendedor de sangre", de Yu Hua,
tuve conocimiento de otra de sus obras, "China en diez palabras". Comencé
a leer sus primeras páginas de forma virtual y finalmente la encontré en libro
palpable y subrayable, que es el hábito que uno tiene desarrollado como el
perro de Paulov.
El
planteamiento de la obra surgió durante la preparación de una conferencia en
los Estados Unidos sobre su visión de China desde su perspectiva de escritor.
"Mi objetivo —dice Yu Hua— es condensar en diez simples palabras el
discurso torrencial de la China de hoy y conciliar el análisis racional, las
percepciones subjetivas y las anécdotas personales en un relato que salta a
través del tiempo y el espacio" (13)*. El resultado es un divertido e
interesante "ensayo concreto", es decir, la elevación de los hechos a
la categoría de ideas, tarea que debe hacer el lector, deduciendo de las
propias experiencias del autor. De la capacidad selectiva de Yu para encontrar
esas palabras "clave", las capaces de aglutinar a su vez las
historias representativas de la China que quiere mostrar, depende el resultado
final. Las palabras son
"pueblo", "líder", "lectura",
"escritura", "Lu Xun", "disparidad", "revolución",
"gente de a pie", "imitación" y "enredar". A través
de ellas, Yu Hua nos muestra su visión de China y de su evolución, de las
transformaciones que se sucedieron antes, durante y después de la Revolución
Cultural, que marcó —como la de tantos chinos— su vida.
Algunas
de las anécdotas o situaciones que nos muestra serán materiales de fondo de la
magnífica "Crónica de un vendedor de sangre" porque en esa obra se
nos mostraba también el antes, el durante y el después de la Revolución
Cultural. En ellas percibimos las semillas que tomarán forma en el texto
novelesco. La capacidad selectiva de la anécdota, su conversión en ejemplo para
mostrar una situación más amplia o general del país sigue funcionando a la
perfección en esta interesante obra. No es obra de cifras y fechas, sino del
proceso vivo de la transformación de una sociedad a través de esos conceptos.
Pero me
gustaría compartir aquí, en este caso, no una información sobre China sino una
observación más universal, comprendida dentro de la palabra
"lectura". Escribe Yu Hua:
Me han preguntado en alguna ocasión qué me han
aportado treinta años de lectura, una cuestión tan inabordable para mí como
señalar los límites de un inmenso mar.
Como cierre a un artículo que escribí hace
tiempo, describía de la siguiente manera mi experiencia como lector:
Cada vez que leo una gran obra, soy
arrastrado por ella hasta otro lugar. Igual que un niño asustadizo, sigo sus
pasos con mucha cautela agarrado a sus ropajes, imitando cada uno de sus pasos,
avanzando lentamente por el largo río del tiempo. Es un viaje grato, repleto de
emociones. Los libros me llevan con ellos y luego me dejan solo para que
regrese por mis propios medios. Y en el momento en que logro regresar me doy
cuenta de que siempre estarán a mi lado. (79)*
Es una
bella forma de expresar la experiencia de la lectura, lo que tiene de viaje
acompañado y de regreso solo, pero más experimentado. Esos "propios
medios" ya no son los mismos que con los que se inició el viaje.
En la
palabra "lectura", Yu Hua recoge la experiencia de la carencia
absoluta de libros, del desmembramiento de sus páginas por la censura o por los
usuarios que se los pasaban a escondidas. Tras la revolución, nos dice,
volvieron los libros de la literatura universal
a las librerías. La gente hacía largas colas para conseguirlos.
Una de
esas anécdotas que nos cuenta se refiere a su frustración una mañana de 1977,
tras la revolución, llegando a una cola de más de trescientas personas esperando
a que se abriera la librería y conseguir algún libro de los que habían soñado
poder leer. Dickens, Balzac, Tolstoi..., nos dice, esperaban al otro lado. Pero
solo había cincuenta vales y allí había mucha más gente, que tendrían que
intentarlo otro día.
Esa
expectativa para poder llegar al libro, para poder bajar por ese río o
remontarlo, son características de los escenarios de carencia, ya sea de
libertades o económicas. El libro es especialmente valioso y deseado cuando nos
transmite la sensación de libertad, ilusiones.
Pasa a
relatarnos después el contraste actual a través de su experiencia como autor en
una feria a la que fue invitado a una firma de libros:
—¡Auténtica ganga! ¡Diez yuanes por un lote
de clásicos!
—¿Seguro que vendes libros? —protestaba
otro—. Por esa mierda de precio tienen que ser papeles viejos.
Entonces la cantinela se convertía en:
—¡Rápido! ¡Vengan y compren! ¡Llévense su
lote de clásicos a precio de papel usado!*
Esta
situación no es única de China. Hemos pasado de los libros como algo valioso a
ofrecerlos como materiales con valor de mercado. Siempre es un peligro aplicar
la idea de mercado en la cultura porque evidentemente siempre habrá más demanda
de lo que tenga menor valor cultural que lo que sea más fácil. Los mercachifles
culturales nos han convencido de que el cambio estético muestra el relativismo
de los valores y los cánones y que por lo tanto es el gusto el que determina. Y
nada hay más manipulable que el gusto. El siglo XIX ya intuyó algo de esto y
dio salida a teorías que hablaban de la autonomía del arte y su necesidad de
distanciarse de modas del gusto. El arte debe moverse por sus propios criterios
y no por la necesidad de gustar para sobrevivir. Pero la historia es la que es
y tenemos lo que tenemos.
La
mejor manera de evitar la manipulación del gusto hacia la zafiedad y lo
trivial, hacia lo repetitivo y facilón, es una educación de calidad, en la que
se aprenda a apreciar las manifestaciones artísticas. Sin embargo, es la
nefasta enseñanza del Arte y de las Humanidades el principal obstáculo para la
apreciación del arte. No se enseña a acceder a la experiencia estética y sino a
su codificación rutinaria. Nada más negativo. Sinceramente, hace mucho tiempo
que no sé a qué llaman "educación de calidad" muchas personas.
La
escena de la feria en la que se vocean los libros como tomates en mercadillo no
es solo propia de China, como decíamos, sino de allí donde se pierde el sentido
del valor de la cultura. Estamos fabricando consumidores de "objetos
culturales" y nos personas educadas, cegados por un populismo grosero y un
pragmatismo obsceno.
Escribe
Yu Hua refiriéndose al contraste entre los dos momentos:
Comparar una escena como ésta con las vividas
en el pasado despierta en mí todo tipo de sentimientos. Parece que solo una
noche separa la cola que formamos más de trescientas personas en la puerta de
la librería para conseguir un vale hace más de treinta años de la venta de un
fardo de clásicos por diez yuanes. Volviendo la vista para rastrear los
momentos verdaderamente significativos en mi recorrido como lector de
literatura, me quedaría como punto de partida con aquella mañana de 1977 frente
a la librería de mi ciudad, y naturalmente mi trayectoria no terminaría con los
gritos de los vendedores de la feria del parque Ditan. (78)*
Antes
teníamos ganas, pero no teníamos libros; ahora hay libros, pero estamos
desganados, empachados de tanta oferta que compite por ofrecernos tentadores
momentos de placer y distracción, de eficiencia y utilidad.
Evidentemente
siempre será mejor tener libros, aunque sea a granel y en lotes, que no
tenerlos y hacer cola con un vale a ver si hay suerte y te llega. Pero no se
trata de eso, sino de la experiencia lectora y lo que la motiva. Lo que llevaba
a aquellas personas a hacer cola o a arriesgarse al leer libros, incluso a
copiarlos a mano —sensacional la historia de Hua sobre la lectura de La dama de las camelias— era su deseo lector, el de acceder a las joyas de la literatura que les habían estado vedadas durante la revolución. Aquellas lecturas
quedaron marcadas por el aura de la necesidad y la novedad. Llegaban a los libros y eso era un triunfo tras años de censura y adoctrinamiento cultural.
Entre obligaciones
y aburrimiento se mata la vocación lectora, que en el fondo es la curiosidad
por conocer y conocerse. Pero eso ya no es una prioridad. El resultado es la inmadurez galopante que nos rodea, la cultura que nos aísla incapaces de celebrar o compartir tanta chabacanería.
Nos
preocupa el "consumo interno", pero no qué se consume ni sus
consecuencias, es decir, la "interioridad", concepto obsoleto ante el predominio de la imagen y la apariencia.. Hemos perdido el ideal
ilustrado, sustituyéndolo por el ideal
formativo, cuyo resultado es la indiferencia por todo aquello que no nos aporte
un beneficio inmediato. Lo malo es que es lo que se nos transmite cada día como ideal y como práctica. No hay una crisis cultural; hay un cambio planificado de modelo.
Te dan
todo lo que hace falta para trabajar, nada de lo que hace falta para vivir. Y
vivir ¡son tantas cosas!
* Yu
Hua (2013). China en diez palabras. Alba,
Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.