Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El País
nos lanza a la cara un ambiguo, inquietante y provocativo título, como mandan los cánones
del periodismo veraniego (ahora extendido al resto del año): "¿El fin de
la comida?". Antes de enterarme de su contenido, no sé si me van a hablar
de hambrunas, de cómo conseguir una buena digestión o si, de una vez por todas,
se van a reducir las informaciones gastronómicas en televisión (concursos,
reportajes, entrevistas). Nada bueno para España, principal valedora del "Cook Power", podía salir de allí. ¿Qué era?
Una vez en el artículo, me entero de que un joven informático norteamericano,
llamado Rob Rhinehart, un emprendedor cuya empresa no funcionaba como
debía, decidió ver por dónde recortaba gastos para prolongar su vida
empresarial y allí, en Silicon Valley, empezó el lío. Así nos lo cuentan:
Rob Rhinehart es uno de los miles de jóvenes
que aspiraban a crear desde San Francisco una empresa con un grupo de amigos,
atraer rápidamente a clientes e inversores y lanzar el negocio.
Tras varios intentos fallidos, el dinero se
agotaba y Rhinehart tiró de una libreta para calcular dónde podía recortar
gastos. “Estaba invirtiendo tiempo y dinero en comida, así que pensé en una
solución barata y sencilla que cubriera mis necesidades nutricionales”, explica
por teléfono.
Rhinehart, ingeniero de software de 25 años,
comenzó entonces a indagar en estudios científicos hasta crear el alimento
artificial. Para consumirlo sólo hace falta mezclarlo con agua. “En polvo la
comida es más estable, se puede conservar más tiempo, no hace falta ir tantas
veces al supermercado ni cocinarla y no tenemos que preocuparnos de las
bacterias que la estropean”, asegura.*
Existe
un cierto tipo de personas que han llegado al universo de las máquinas
informacionales porque va en sus genes. Puede que todos los hagamos y que a eso
le llamemos "vocación", algo tan difícil de tener hoy por falta de
oportunidades de satisfacerla. Pero creo que Rob Rhinehart sí ha cumplido la
suya, logrando plena satisfacción en un mundo en el que se trata de plantear
problemas y resolverlos de la forma más eficiente,
es decir, con el mínimo gasto y la máxima rentabilidad.
Para Rhinehart
"alimentarse" y "comer" son dos cosas distintas. La primera
es necesaria; la segunda, un lujo que no todos se pueden permitir. Su misma
descripción de la alimentación como "necesidades nutricionales" explica
claramente cómo ve él el problema: es una cuestión entre un organismo —él— y
los nutrientes que su entorno le ofrece. Lo ha reducido a una cuestión binaria,
que es lo que hace un buen informático. Hay que reducir cualquier problema a
pequeños problemas que se puedan responder con un "sí" o un "no"
y luego se va subiendo.
Para
Rob Rhinehart, "comer" es una pérdida de tiempo, en sentido literal.
Tienes que perder tiempo pensando dónde irás, si a un tailandés o a un
italiano, si vas solo o acompañado, si vas acompañado, por quién, qué temas de
conversación, etc. Un número de decisiones que hay que tomar y que suponen
consumir un bien escaso y caro: el tiempo. El tiempo que cuenta de verdad es el
productivo. También es perder dinero el pagar en la comida por el tiempo de los
cocineros, camareros, contables, pinches, etc. que van cargados en tu cuenta
del restaurante donde comes. ¿Por qué no reducir todo esto y concentrarse exclusivamente en lo que tu cuerpo necesita y no en lo que la sociedad te
ofrece?
Rob Rhinehart
ha puesto a su polvo soluble, rico en nutrientes, pobre en cultura, el nombre
de Soylent, en una —para mí— mala
elección de nombre. Sin embargo, sabía que desde el punto de vista romocional —¿hay otro?— era el más rentable, con el que engancharía a la gente y atraería la atención mediática. El artículo menciona el origen: la película de Richard
Fleischer Soylent Green (en España,
"Cuando el destino nos alcance"), un clásico de la Ciencia-Ficción de
los setenta. La película nos mostraba un mundo sin recursos en el que la poderosa empresa Soylent fabrica un alimento rico en nutrientes para paliar el problema de
la superpoblación. Digo que el nombre no está bien elegido porque se descubre
al final que allí se aprovecha todo, hasta a los muertos, para que salga un
alimento barato y que cumpla su función meramente nutritiva. En el fondo quizá
a Rhinehart no le haya preocupado mucho esa cuestión puesto que, tomados como
nutrientes, ¿qué más da de dónde salgan? Ese es el quid del abaratamiento.
El
joven informático y su sobre de polvitos ricos en nutrientes dicen haber
solucionado un gran problema de la humanidad y, de paso, el suyo de cómo
hacerse rico, que es el segundo que más le preocupa después de cómo conseguir
alimentarse sin perder el tiempo. Lo que era una forma de ahorrar tiempo y
dinero para dedicarlo a su empresa en apuros, se ha convertido en el centro de
su actividad económica. Pura serendipia.
El País recoge las discusiones entre los expertos sobre
si esto es saludable y también sobre qué es, si alimento o complemento:
La falta de especificación sobre si Soylent
es un alimento o un sustitutivo despierta también las sospechas de Bruce
Bistrian, director de Nutrición en el Centro Médico Beth Israel Deaconess de
Boston. “La tecnología para combinar todos los nutrientes hace tiempo que
existe, pero algunos preparados han sido designados legalmente para uso médico
o como suplementos de una dieta”, dice Bistrian. “Mi preocupación es qué
podemos hacer con este producto”.*
Seguro
que para Rhinehart y su mentalidad binaria esta disquisición es puro código
basura, innecesario. La cuestión es si alimenta (1) o no alimenta (0). Lo demás
es accesorio, es decir, cultura. El
invento estaba inventado, como bien dice el señor del Centro Médico, pero eso
da lo mismo. A veces no se trata de inventar la rueda, sino de venderla como
nueva para los que no lo saben que se inventó o reciclarla como otra cosa.
El
invento entra dentro de esa categoría de los dedicados "a acabar con la
cultura de una vez por todas", por parafrasear a Woody Allen. Lo crudo, lo
cocido y ahora lo pulverizado, la
nueva categoría cultural, el plus ultra.
Es un retroceso hacia adelante, la superación de las pérdidas de tiempo para
dedicarse en cuerpo y alma a la producción, que es lo que todos reclaman.
Como
otra forma de retroceso, en el otro extremo, me enteré hace unos días de que
existe la llamada "dieta de los cromañones" o "paleodieta".
La paleodieta también reniega de la cultura pero de otra forma, la vuelta al
pasado. Allí donde la Soylent de Rhinehart usa la tecnología para pulverizar
los alimentos y quedarse con los nutrientes necesarios quitando el resto, los
de la dieta del cromañón, consideran que lo más sano es prescindir de todo lo
que la agricultura y su revolución trajo y centrarse en lo que la madre
Naturaleza nos ofrece sin pedirle nada. Parece que siempre que tocamos algo es
para peor.
El País
nos informa de esto de la "Paleodieta":
Los hombres del Paleolítico no comían nuggets de pollo, macarrones gratinados
o leche en brick y, sin embargo,
vivían muy sanos. Pocos años sí, pero eso dependía no solo de la alimentación,
sino también del entorno. La paleodieta propone recuperar esos hábitos
alimenticios de los hombres que habitaban el planeta antes de la era agrícola.
Habrá quien piense que recolectar raíces y
frutos silvestres o descarnar bisontes previamente cazados para prepararlos
asados al aire libre no parecen tareas fáciles de ejecutar para el hombre
moderno. En realidad, el planteamiento es más sencillo. Hay nutrientes que
llevan con el ser humano desde hace 76.000 generaciones, como son carne,
pescado, huevos, frutos del bosque, verduras o frutos secos. Otros, llevan
apenas 300 generaciones y son los alimentos procesados, azúcares refinados o
aceites vegetales, “y todos coinciden en que no son nutrientes de calidad”,
explica a S Moda Carlos Pérez,
especialista en medicina natural y máster en psiconeuroinmunología clínica,
autor del manual Paleodieta
(Ediciones B).
El creador de la corriente paleodietética es
el científico estadounidense Loren Cordain, quien sostiene que la dieta óptima
es aquella para la que estamos preparados genéticamente, y defiende la
necesidad de recuperar la sensibilidad a unas necesidades vitales que se han perdido
en la vida moderna: Hay que comer con hambre y beber con sed, hacer ejercicio y
recuperar la líbido.*
Como si
se tratara de una novela de H.G. Wells, las alternativas que se nos abren nos
llevan a los orígenes o al futuro, al menos psicológicamente, ya que en
realidad, diría rápidamente Rob Rhinehart como buen emprendedor, la dieta del
cromañón, también se puede pulverizar y meter en un sobrecito.
Lo que
parece cierto es que mucho de lo que comemos, además de innecesario, nos sienta
mal. Que hay mucho fraude —también lo había en Soylent Green— que llevarse a la boca. Pero pensar que la vida sana
solo depende de la comida es simplificar mucho las cosas, un materialismo de
escuela excesivo. Eso de que "somos lo que comemos" es propio de esos
reduccionistas del verbo ser que tanto abunda, que solo ven el mundo desde su perspectiva.
En realidad, culturalmente, "somos como
comemos". Una dieta u otra no solo alimentan nuestros cuerpos, sino
que los sitúan en el tiempo y en el espacio, como aceptación o rechazo del momento
en que vivimos. Ya comamos como los astronautas o como los de las cavernas,
somos lo que somos y en nuestro tiempo, que también forma parte de nuestra alimentación, de nuestra salud física o
mental.
Si es
cierto que tenemos un problema con nuestra forma de alimentarnos y que allí
donde se impone comienza problemas de salud específicos, también lo es que la
comida forma parte de un sistema de vida más amplio, que es cada vez menos
saludable en muchos aspectos. Hemos alargado nuestra vida, pero la disfrutamos
menos en muchos sentidos.
¿Habrá
polvitos con sabores? ¿Y salsas? ¿Y de colores?
* "¿El fin de la comida?" El País 3/08/2014
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/08/01/actualidad/1406889142_282851.html
** "Paleodieta: comer como el hombre de las
cavernas" El País 18/02/2014
http://smoda.elpais.com/articulos/paleodieta-comer-como-el-hombre-de-las-cavernas/4479
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