Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
entrevista que el diario El Mundo incluye con el portavoz del Ejército Libre de
Siria, Omar Abu Laila, en un café de Estambul, no aporta demasiada de luz sobre
un conflicto que tiene unas dimensiones ya enormes y cuyas consecuencias son
cada vez más difíciles de calcular. Son más las sombras que quedan después de las cuestiones planteadas en la entrevista. Me refiero a las siguientes afirmaciones:
"La situación está muy mal, y la culpa
es de la comunidad internacional por no apoyarnos. Eso ha fortalecido a los
islamistas", recita Abu Laila nada [más] sentarse. "Entes privados de
Qatar y Arabia Saudí pagan a extremistas, lo que provoca un trasvase de
combatientes del ELS a esos grupos".
"No están cambiando de filas por motivos
religiosos", insiste, "sino porque creen que así tendrán acceso a más
armas para derrocar a Bashar Asad. Si aumenta el respaldo a nuestras tropas,
los guerrilleros abandonarán el Frente Nusra y el Estado Islámico (IS) y
volverán", opina. "Nosotros no somos radicales", continúa,
"sino moderados que quieren conservar la revolución democrática siria. Por
eso luchamos contra ellos".*
El
conflicto sirio se enquistó respecto a lo que había ocurrido en otros países
árabes por dos cuestiones esencialmente: por el apoyo ruso a Bashar Al-Assad y
por la detección de que estaban luchando allí concentrados radicales islamistas. Lo que
había sido un levantamiento popular exigiendo "democracia", una vez
pasadas las fases de lo que se puede conseguir en las calles, como revueltas más
o menos espontáneas, da paso a una guerra en la que se trata de conquistar el
poder. Las voces de las calles son sustituidas por los opositores de diverso jaez que tienen
sus propias luchas internas. Es un efecto de todas las dictaduras árabes:
enemigos que comparte el odio al autócrata de turno pero inmediatamente que lo
consiguen comienza sus propias luchas. La salvedad siria es que al no caer
Al-Assad la lucha se desencadenó en el mismo frente de batalla. Aprovecharon
para ir eliminando a los futuros obstáculos.
El
argumento que se da en la respuesta señalada no es creíble. La gente no se
apunta a otro frente para que les den armas y después vuelven a seguir luchando
en otra guerra. Eso es absurdo e infantil. Es claramente una estrategia para
pedir armas y apoyos. Nadie puede creerse que sean "demócratas" desengañados los
que están cometiendo las monstruosidades en Iraq a cargo del Estado Islámico.
La interpretación es de tal ingenuidad que no admite más que la simpleza de
quien la hace o la intención de confundir a los demás. Más les vale a los
demócratas sirios, que indudablemente existen, que no regresen esos volubles guerrilleros
que aparcan sus convicciones para degollar gente, sepultar vivos o convertir al
islam a golpe de cimitarra, empujando a cientos de miles de personas al exilio.
Mejor que se queden donde están y, a ser
posible, que se "auto inmolen" en algún lugar apartado. Que tengan
por seguro que en el paraíso estarán mejor. Y el resto también.
Las
responsabilidades, como siempre, las tienen los que no dan las armas cuando no las dan y los que las dan cuando las dan. Nunca los
que no dan dinero para escuelas, libros y otras formas de relajar el espíritu
de tanta tensión purificadora y piadosa, que es la que aqueja a los que
compiten por la santidad de matar a los demás.
El gran
drama que estamos viviendo tras las revoluciones árabes es la caída en el caos
o el retorno de las formas autoritarias que se aprovechan para realizar las
nuevas purgas y los viejos negocios. Es el drama de la carencia absoluta de
modelos que compartir más allá de los que han regido siempre, los religiosos y
los aduladores de la personalidad, con líderes adorados por sus pueblos y por
los mecanismos de propaganda. En medio quedan elites que deben elegir entre
vivir bien mirando para otro lado o no vivir con el poder en contra. Las
opciones son el silencio, la cárcel o la puerta del exilio. Cada uno elige la
suya según su estómago.
Los
regímenes de Libia, Túnez, Egipto, Siria, surgieron de revoluciones muchas proclamadas
como socialistas que degeneraron todas en lo mismo, caudillismo. Ese liderazgo
narcisista que acaba en corrupción, repartiendo riqueza a los privilegiados y
manteniendo en la pobreza y la ignorancia a inmensas bolsas de población.
La
incapacidad de articular grupos políticos coherentes más allá de los que
produce el fanatismo religioso ha dado lugar a partidos oficialistas en los que
se canaliza el poder. No tenían más función que servir para identificarse a los
proclives a unos u otros para asentarse en los centros de decisión y tener
acceso a la riqueza. Han permitido el acceso de los islamistas al poder por ser
los únicos grupos autorizados.
El
argumento de que los yihadistas combaten en Iraq porque en Siria no tienen
armas es ridículo y esconde el mismo drama de casi todos los países árabes: la
ausencia de liderazgo intelectual más allá del islamismo. Más allá se
encuentran otro tipo de relaciones que no son capaces de pensar unas políticas
reales como solución a sus problemas. En ese contexto, el mundo se les puebla
de responsabilidades ajenas a lo que es una incapacidad constatada de entendimiento.
Muchos alimentan la fantasía conspiratoria de que son los demás los que les
hacen pelearse para que así no puedan estar unidos y conquistar el mundo. Pero
lo cierto es que son los antagonismos constantes e irreconciliables en un
laberinto de tendencias, grupos e intereses los que provocan esa incapacidad
para mantener una unidad no basada en la eliminación de los demás sino en la construcción
de un mundo acorde con los tiempos que satisfaga las necesidades de muchos y no
las ambiciones de unos pocos escudándose en aquello que convenga en cada
momento: el islamismo, el nacionalismo o el arabismo.
Esto lo
supo ver muy bien el historiador libanés Albert Houraní cuando describió la
trayectoria seguida por los regímenes árabes desde los años 70 y cuyos
coletazos de descomposición seguimos contemplando. Señala Houraní que la apariencia
de estabilidad de estos países era engañosa y que escondían una realidad
explosiva:
Los grupos gobernantes estaban sujetos no sólo
a las rivalidades personales que surgían inevitablemente de las ambiciones
antagónicas o de las discrepancias políticas, sino también a las divisiones
estructurales que se manifestaron cuando aumento la magnitud y la complejidad
de la estructura oficial. Las diferentes ramas del gobierno se convirtieron en
centros de poder autónomos —el partido, el ejército, los servicios de
inteligencia— y los miembros ambiciosos del grupo gobernante podían tratar de
controlar unos a otros. Este proceso tendió a darse en todos los sistemas
gubernamentales complejos, pero en algunos se vio enmarcado en una estructura
de instituciones estables y costumbres políticas profundamente arraigadas.
Cuando no se veía limitado de ese modo, podía conducir a la formación de
facciones políticas, y a una lucha por
el poder político en que el líder de una facción trataba de eliminar a sus
rivales y preparaba el camino para llegar él mismo al cargo más alto. Esta
lucha podía mantenerse con ciertos límites sólo mediante el ejercicio constante
de las artes de la manipulación política por parte del gobierno. (541-542)**
Esta
descripción de lo que ocurrió entonces encaja perfectamente, por ejemplo, para
explicar la situación actual del gobierno en Iraq, con un defenestrado por
partidista y haber llevado al país al caos que se resiste a abandonar su cargo
rodeado de sus fieles. Podría aplicarse a munchos otros lugares y muestra el grado
de descomposición interna que imposibilita el desarrollo de sociedades que
puedan prosperar más allá del poder autoritario que todos ejercen aunque lo
consigan en las urnas. No hay posibilidad de convivencia porque no existe
voluntad de diálogo, poseídos como están todos ellos por verdades
irrenunciables y luces internas. Lo pagan los pueblos en miseria, corrupción y violencia.
Unos salieron a las calles a pedir democracia, otros pan y algunos ambas cosas.
Pero finalmente es el poder lo que queda mientras que muchos caen en el
pesimismo histórico. De ese abatimiento es del que vive el yihadismo, puesto
que el fanático, por definición, es inmune al desaliento. Así crece su
influencia, no por falta de armas —que saben muy bien dónde conseguir—, sino por recuperar algo de una energía perdida
que les saque de los vaivenes y la confusión; no hay mente más clara que la del solo tiene una idea.
Bien pudiera ocurrir que esos demócratas que se han convertido a la fe de las armas, regresaran a Siria a recogerlas —demócratas por un día— y volvieran a seguir su lucha fanática y criminal en las tierras iraquíes donde se construirán un santuario a su medida criminal.
La idea
de unos combatientes demócratas que se vuelven fieros asesinos integristas y se
van a luchar a otra guerra porque no les dan armas es ridícula y ofende a la
inteligencia. Pero es también un ejemplo de la confusión que marca los tiempos.
No dudo de su buena fe al creerlo, pero sí dudo de las consecuencias de darlo
por bueno. Quizá no tengan una teoría mejor para explicar lo que ocurre allí.
*
"'El Estado Islámico es peor que Bashar Asad'" El Mundo
13/08/2014http://www.elmundo.es/internacional/2014/08/13/53eba485ca4741c7248b457f.html?a=d86055c98510cc5919cc1f79fa511c25&t=1408003461
** Albert
Houraní (2010). La historia de los árabes [1991]. Zeta - Ediciones B S.A., Barcelona.
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