Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Steven
Erlanger, el jefe de la corresponsalía en Londres de The New York Times, ha
dedicado un artículo —en el suplemento Sunday
Review— a la "crisis de identidad" por la que está pasando Gran
Bretaña. Erlanger ha titulado su "Britain’s Strange Identity Crisis".
Con una metáfora personal, el corresponsal representa la figura de Gran Bretaña
como una paciente aquejada de temores, filias y fobias, celos y ansiedades:
THE United Kingdom is lying on the
psychiatrist’s couch. Suddenly the country seems uncertain of its identity, its
place in the world, its relationships with its closest family members and its
neighbors.
It is a bizarre moment in the history of an
ancient realm, insufficiently grasped by its allies, especially across the
ocean. Britain is having a kind of nervous breakdown, and its friends aren’t
sure whether to say something or just look away.
Many Britons ask: Does Scotland still love us?
Will it stay or vote for divorce? Even if we don’t love the European Union, do
we really want to leave? And if we leave, will America still think we have a
“special relationship,” or is it more committed to others, like Beijing and
Berlin?*
No sé, sin embargo, si es conveniente este tipo de
personalizaciones de los países; no sé si se ajustan a la realidad y son la
manera más adecuada de comprender "sus" problemas. Desde hace mucho
tiempo se recurre a este tipo de personalizaciones representando su figura a
través de símbolos unitarios (incluso en la caricaturas: el gallo francés, el
león británico...), Y sin duda el lenguaje mismo nos condiciona en la
percepción de los fenómenos y situaciones. Las palabras son el pegamento de
muchas cosas, recomponiéndolas en unidades superiores por el hecho de
nombrarlas, de la misma manera que la palabra "bosque" nos une todos
los árboles quitándoles identidad y fijando sus límites diferenciales exteriores.
La imagen de Gran Bretaña tumbada en el diván del
psicoanalista no nos es extraña, por más que sea imposible. Es simplemente una
imagen literaria, una figura retórica que, sin embargo, tiene su trascendencia
en la medida en que se ha ido fraguando en la historia. No es arbitraria, por
más que sea una figura.
No es Gran Bretaña el único país que está tumbado el diván.
Al otro lado de la puerta del psicoanalista esperan turno —sigamos con la
retórica— un buen número de pacientes que padecen también ataques de ansiedad,
crisis identitarias, delirios de grandeza, doble personalidad, agresividad
incontrolada, mentiras patológicas y una larga lista de problemas crónicos o circunstanciales. Los hay que los llevan en silencio y estallan un
buen día, mientras que en otros casos se veían venir de lejos, con pacientes
aquejados de múltiples síntomas.
En estos días, la retórica de los titulares de la prensa
mundial ha coincidido en la idea de que los miembros de la Unión Europea habían
mandado a Reino Unido a un rincón, castigado hasta que se le pasaran los malos
modos.
Me imagino que no todos los problemas de Reino Unido tienen
que ver con David Cameron, alguien que parece disfrutar de enfrentarse al mundo
en solitario cada cierto tiempo. No sería justo con Cameron, aunque tampoco
sería del todo incierto. Cameron es un extraño animal político que disfruta
metiéndose en los mayores líos, dando la impresión en ocasiones de que Gran Bretaña
le viene un poco grande. El jefe de "La
Muy Leal Oposición de Su Majestad", el laborista
Ed Miliband, acaba de nombrar (más que calificar) a Cameron con "un
peligro claro y actual para el Reino Unido", acusándolo de llevar al país
hacia la nada, poniéndolo en las puertas de la Unión con estrategias absurdas
que solo le hacen perder batallas. Es triste que a Cameron solo le aplaudan ya
los euroescépticos de Nigel Farage, lo que debería hacerle recapacitar sobre lo
tonto de algunas de sus batallas. Que te aplauda los que abogan por el desastre
de Europa, tiene que ser triste. No sé si esto será suficiente para Cameron, el
rey del órdago, pero parece que los demás ya no le hacen demasiado caso en sus
pretensiones de exclusividad y de llamar la atención.
Aunque David Cameron tenga mucho que ver en las crisis que
le rodean, no es el único caso, por lo que las crisis identitarias no son
exclusivas de Gran Bretaña. Como decíamos, muchos países esperan a pasar por el
diván. Quizá una mirada desapasionada al globo terráqueo nos muestre que el
plato con las habas cocidas es mucho más grande de lo que pensábamos y que las
crisis identitarias son un estado mucho más frecuente de lo que pensamos. Si
vamos repasando los países europeos, comprobamos que el que no tiene una
"liga norte" tiene una "liga sur"; que el que no tiene un
separatismo tiene dos; que algunos están en ciernes y otros han acabado en
guerra civil; que los que no tienen un referéndum real, lo tienen virtual. Lo
que parece comprobado es que cada vez se discute más con los amigos y aliados y
menos con los enemigos. Quizá hemos puesto todo el énfasis en los enemigos y
nos hemos olvidado que con quien más se discute es con los amigos, algo que si
no se supera provoca crisis duraderas peligrosas.
De Hong Kong a Ucrania, de Gales a Montserrat, por todo el
mundo se extiende esta fiebre identitaria en la que no sabemos quiénes somos y
discutimos sobre quiénes queremos ser. En muchos casos es olvido de la Historia;
en otros, al contrario, no hay forma de olvidarla. Ya sea porque tienes a David
Cameron al frente o por cualquier otra circunstancia diferente, el único que parece
salir triunfante es el psiquiatra ante el que hacemos cola. Nadie está libre, de una u otra manera, de esta crisis identitaria que nos hace estar incómodos con nosotros mismos o con los que nos rodean y reclamar un ser incierto que entratá en crisis en el futuro una vez abierta la caja maquillaje de Pandora.
Que pase el siguiente.
*
"Britain’s Strange Identity Crisis" The New York Times 28/96/2014
http://www.nytimes.com/2014/06/29/sunday-review/britains-strange-identity-crisis.html?action=click&contentCollection=Europe&module=MostEmailed&version=Full®ion=Marginalia&src=me&pgtype=article
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