Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Yo creo
que nos han echado algo en el agua. La terrible sospecha de que alguien se dedique a echar polvitos o cualquier otra sustancia en
el agua para tenernos así de beligerantes, enervados y discutidores, proclives
a realizar el salto a la yugular a las "primarias" de cambio, que seamos víctimas de los desinhibidores neuronales que nos llevan al "taco" y al exabrupto
continuo, nos convierten en exhibicionistas de la mala educación como forma mal entendida de
libertad, etc., alientan la sospecha de que nos han echado algo, porque esto no es natural.
España
se ha vuelto tremendista. Bajo las
sonrisas gastronómicas y los oé-oé-oé
futboleros, tras las apacibles casas rurales y la exposición a los rayos UVA en
playas presididas por banderas azules, se esconde un universo emergente solanesco: "Yo, señor, no soy malo
pero no me faltan motivos para estar cabreado". ¡Tranqui, Pascual, deja la recortá!
¡Pascual, que ti'es madre!
Intento
encontrar alguna cuestión sobre la que no discutamos y pasado algún tiempo
desespero mientras escucho de fondo renovadas disputas sobre si se debe jugar
con un falso nueve o con un nueve a secas. ¿Qué
nos queda por discutir, Caín? No sé,
Abel.
Cada
mañana me levanto con un nuevo foco de discusión abierto como si de acné se
tratara y las manos inquietas corrieran a reventar el maldito grano, monte Fuji
del estrés, frente al espejo. Y, ya sabes, la piel de toro nacional se nos queda como el Polígono de Tiro de las
Bardenas después de un par de pasadas de los aviones de combate.
En ese
libro profético titulado La cultura de la
polémica (1999), la lingüista Deborah Tannen planteaba el efecto de los
medios sobre la comunidad cuando el pelearse continuamente favorece el aumento
de las audiencias. Tannen explicaba:
Esta práctica tan actual propia del espíritu
de contradicción va en aumento y se relaciona fundamentalmente con un fenómeno
también muy en boga y que en tiempos recientes se ha comentado con frecuencia.
Se trata de la fragmentación del sentido comunitario, como bien explica el
reputado periodista Orville Schell. Según este distinguido autor, en su época
todo periodista que se preciara tenía presente a la comunidad cada vez que
debía escribir un artículo, y es precisamente este sentido de conexión lo que
hoy en día brilla por su ausencia en la mayoría de colaboraciones
periodísticas. Por el contrario, el espíritu demonográfico prevalece, con lo
cual se consigue un efecto opuesto al que se practicaba en su época. En la
actualidad los artículos periodísticos nos instan a sentirnos superiores, a desarrollar
un sentimiento crítico en lugar de fomentar un nexo de unión colectivo. El
resultado de todo ello es un distanciamiento, una sensación de exclusión entre
el público lector y la sociedad a la que pertenece y sobre la que tratan los
artículos que leen.
La cultura de la polémica coincide hasta
cierto punto con esta desconexión general y con la desintegración del sentido
comunitario. (38)
Con "demonográfico",
"demonológico", Tannen se refiere a un universo poblado de "demonios",
un mundo de seres agresivos, de enemigos, en el que hay que estar siempre a la
defensiva. Un universo demonológico es un mundo de seres caídos que buscan
nuestra perdición y condena. La demonología se ocupaba de establecer el listado
de demonios existentes, de su jerarquía. En un sentido metafórico, es lo que
hacemos clasificando a los demás como demonios, ya sea el "eje del mal",
el "sindicato del crimen" o cualquier otra fórmula que se nos ocurra
para dividir un mundo en el que ángeles y demonios están en continua
confrontación.
Habría
que indagar mucho en la idea de Tannen para unir los puntos que van desde los
mecanismos retóricos del discurso hasta los efectos callejeros. Tiene que ver,
desde luego, con el papel que juegan los medios, el cambio del periodismo y —también
desde luego— con la fusión de los elementos mediáticos con los políticos,
conexión que se ha intensificado y reorganizado respecto a los tradicionales
por su alcance y dinámica propia. Evidentemente no estoy responsabilizando a
los medios (aunque su parte de responsabilidad tienen) porque esto es mucho más
complejo. Estamos en una sociedad mediática indudablemente, un espacio en el
que nos encontramos bajo presión, bombardeados por los estímulos informativos,
sobreexcitados por una información que necesita de nuestra atención.
Sería
aburrido enumerar los burdos mecanismos periodísticos con los que se titulan
los artículos para llamar la atención polémica, incitar a la discusión, que se
traduce en caldeados foros. Muy aburrido porque la mayoría recurre a ello.
Capítulo aparte merecen televisiones y radios en las que las voces incendiarias
que claman desde tertulias y mesas espiritistas sobre las que se invoca al
espíritu del mal café y se exorciza a los rivales. Y las audiencias se disparan
en proporción a la maldad ofrecida. Hablar moderadamente,
exponer aduciendo razones, escuchar, etc., convierten en
"muermo" al que lo intenta y es sustituido por el que usa el sarcasmo
y la insidia, que es celebrado por los tuits que los oyentes envían celebrando
las ocurrencias y maldades. Cara bonita, lengua viperina; fotogenia y
maledicencia.
Cita
Deborah Tannen, pocas líneas más allá, una frase del filósofo norteamericano
John Dewey: "La democracia empieza con la conversación" (39). Es
cierto; el problema es cómo acaba la
conversación y hasta dónde se puede usar ese término con validez semántica.
Hace mucho que no escucho conversar a nadie; en cambio, no dejo de oír
discutir. Y es difícil sustraerse a este flujo que te arrastra como una riada,
como un desbordamiento por lluvias torrenciales en terrenos mal cuidados. Te
encuentras, como un sonámbulo, discutiendo porque no queda más opción, como una
reacción defensiva.
Sí,
"la democracia empieza en la conversación" y hay que aprender su
arte, sus tonos, sus maneras, sus palabras... Seguir actuando así no es bueno.
Como sociedad estamos abriendo cada vez más frentes de intransigencia, abriendo
más heridas difíciles de cerrar. El valor supremo es la convivencia que nos
permita ser más libres y solidarios; libres para nuestras diferencias, solidarios
en nuestras dificultades. Por este camino solo se potencian los egoísmos y el
odio. No voy a recurrir a ninguna historia sufí para argumentar que los odios
son cárceles para quien los usa y es usado por ellos. No soy feliz en la
beligerancia; no siento especial satisfacción en bombardear a nadie. Me encuentro
cada día con personas que viven en un estado de euforia combativa (me abstengo de llamarlo felicidad), que se recargan con sus propios generadores alimentados
por ese sol del enfado y la irritación frente al que no hay protector que nos
salve.
Hay que
recuperar la "conversación" para poder vivir una democracia que pueda
ser llamada así sin sonrojo. Hay que exigir a políticos, periodistas,
opinadores profesionales que encuentre otras vías de llamar nuestra atención,
que se encierren a discutir, que nos lo ahorren porque un poquito puede estar bien, pero demasiado produce reacciones
alérgicas. Debería fundarse el Partido de las Buenas Maneras, cuyos discursos
comenzaran con el anglosajón "en mi opinión" y terminarán con un
"muchas gracias, su turno". Pero, no; se crean partidos que se pelean
para hacer frente a partidos que se matan.
Hay que
tratar de evitar que en los partidos la forma de ascender sea la estrategia de
radicalización de las posturas, como algunos buscan; que haya que radicalizarse
porque el otro lo hace y te quita votos y acabes en una escalada de patio de
colegio. No se sabe cómo puede acabar. O sí: mal. Hay que tratar de que
regresen los sensatos a la política, en
cualquier ideología, que ya hay bastantes demagogos sueltos y bien colocados. Hacen
falta más pensadores y menos carismáticos, más ideas y menos gritos, menos
personalismo y más personalidad. Por favor, que alguien dé ejemplo.
Tannen,
como lingüista, propone que para rebajar las tensiones contagiosas se huya de
las metáforas bélicas y deportivas en los discursos políticos o en los que nos
lo cuentan. Le parece que así se escapa un poco del exceso del combate que
ambos campos proponen. No sé si será suficiente, aunque puede que ayude. De
todas formas creo que son soluciones lingüísticas y que nosotros ya hemos
pasado esa fase.
Si está
en su mano, extienda la sensatez; se lo aseguro: también podemos. Resístase a dejarse llevar por los efectos de los malos
modos, los gritos, la grosería constante. Deje de sentirse espectador en un
circo romano; olvídese de sus pulgares. No jalee a los maleducados, violentos,
groseros, demagogos..., que se crecen ¡Resístase! Rompa el hechizo. Otro mundo
educado es posible. Exija su derecho a decidir ser pacífico. Y exíjalo pacíficamente;
sea firme, pero educadamente. No golpee a nadie con su pancarta pidiendo paz.
Sea educado cuando reclame educación. No llegue a las manos defendiendo la
salud de todos.
Recuerde:
la democracia comienza en la conversación, pero se acaba en el rifirrafe. El
aumento de lo que Deborah Tannen llamaba "espíritu demonográfico", el
virus discutidor, nos quiebra como comunidad y eso es algo que tiene sus
consecuencias profundas. La discusión solo tiene sentido si busca el acuerdo y
la mejora de todos; desconectarla de ese fin y convertirla en un espectáculo en
sí misma no es más que una perversión rentable para muchos. Como a otro tipo de
perversiones, las sociedades se pueden volver adictas a esta violencia
discutidora ambiental y necesitarla como el café con azúcar por la mañana, para
poder saltar de la cama con energía. La energía de algunos no solo les permite
levantarse sino alcanzar la velocidad de escape y salir del planeta perdiéndose
en el espacio profundo. Pásense al descafeinado, por favor. Más tila y menos
guindilla.
Curiosamente,
las estadísticas que nos reflejan dicen que somos muy felices y que estamos de acuerdo
con la vida que llevamos, que como aquí
en ningún sitio. Esto me preocupa más todavía. Quizá me he vuelto
susceptible, estoy alejado de la media o ya no entiendo nada. Puede que mi
sentido de la felicidad, normalidad, mi vocación pacífica difieran del general,
que el rechazo que me suscita ver y escuchar ciertas cosas me hayan excluido
del "main stream" nacional convirtiéndome en una nadería estadística.
Puede ser. Ya no sé si la llamada mayoría
silenciosa existe realmente o se ha convertido en una ridícula minoría
acogotada.
Quizá
deba pedir plaza de bedel en la Soyuz, como les suelo decir a mis amigos en
broma. Pero, por si acaso, miro, no sea que salgan las oposiciones.
Deborah
Tannen (1999). La cultura de la polémica. Del enfrentamiento al diálogo. Paidós,
Barcelona.
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