miércoles, 11 de junio de 2014

Nos llevan los demonios o qué nos han echado en el agua

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Yo creo que nos han echado algo en el agua. La terrible sospecha de que alguien se dedique a echar polvitos o cualquier otra sustancia en el agua para tenernos así de beligerantes, enervados y discutidores, proclives a realizar el salto a la yugular a las "primarias" de cambio, que seamos víctimas de los desinhibidores neuronales que nos llevan al "taco" y al exabrupto continuo, nos convierten en exhibicionistas de la mala educación como forma mal entendida de libertad, etc., alientan la sospecha de que nos han echado algo, porque esto no es natural.
España se ha vuelto tremendista. Bajo las sonrisas gastronómicas y los oé-oé-oé futboleros, tras las apacibles casas rurales y la exposición a los rayos UVA en playas presididas por banderas azules, se esconde un universo emergente solanesco: "Yo, señor, no soy malo pero no me faltan motivos para estar cabreado". ¡Tranqui, Pascual, deja la recortá! ¡Pascual, que ti'es madre!
Intento encontrar alguna cuestión sobre la que no discutamos y pasado algún tiempo desespero mientras escucho de fondo renovadas disputas sobre si se debe jugar con un falso nueve o con un nueve a secas. ¿Qué nos queda  por discutir, Caín? No sé, Abel.
Cada mañana me levanto con un nuevo foco de discusión abierto como si de acné se tratara y las manos inquietas corrieran a reventar el maldito grano, monte Fuji del estrés, frente al espejo. Y, ya sabes, la piel de toro nacional se nos queda como el Polígono de Tiro de las Bardenas después de un par de pasadas de los aviones de combate.


En ese libro profético titulado La cultura de la polémica (1999), la lingüista Deborah Tannen planteaba el efecto de los medios sobre la comunidad cuando el pelearse continuamente favorece el aumento de las audiencias. Tannen explicaba:

Esta práctica tan actual propia del espíritu de contradicción va en aumento y se relaciona fundamentalmente con un fenómeno también muy en boga y que en tiempos recientes se ha comentado con frecuencia. Se trata de la fragmentación del sentido comunitario, como bien explica el reputado periodista Orville Schell. Según este distinguido autor, en su época todo periodista que se preciara tenía presente a la comunidad cada vez que debía escribir un artículo, y es precisamente este sentido de conexión lo que hoy en día brilla por su ausencia en la mayoría de colaboraciones periodísticas. Por el contrario, el espíritu demonográfico prevalece, con lo cual se consigue un efecto opuesto al que se practicaba en su época. En la actualidad los artículos periodísticos nos instan a sentirnos superiores, a desarrollar un sentimiento crítico en lugar de fomentar un nexo de unión colectivo. El resultado de todo ello es un distanciamiento, una sensación de exclusión entre el público lector y la sociedad a la que pertenece y sobre la que tratan los artículos que leen.
La cultura de la polémica coincide hasta cierto punto con esta desconexión general y con la desintegración del sentido comunitario. (38)


Con "demonográfico", "demonológico", Tannen se refiere a un universo poblado de "demonios", un mundo de seres agresivos, de enemigos, en el que hay que estar siempre a la defensiva. Un universo demonológico es un mundo de seres caídos que buscan nuestra perdición y condena. La demonología se ocupaba de establecer el listado de demonios existentes, de su jerarquía. En un sentido metafórico, es lo que hacemos clasificando a los demás como demonios, ya sea el "eje del mal", el "sindicato del crimen" o cualquier otra fórmula que se nos ocurra para dividir un mundo en el que ángeles y demonios están en continua confrontación.
Habría que indagar mucho en la idea de Tannen para unir los puntos que van desde los mecanismos retóricos del discurso hasta los efectos callejeros. Tiene que ver, desde luego, con el papel que juegan los medios, el cambio del periodismo y —también desde luego— con la fusión de los elementos mediáticos con los políticos, conexión que se ha intensificado y reorganizado respecto a los tradicionales por su alcance y dinámica propia. Evidentemente no estoy responsabilizando a los medios (aunque su parte de responsabilidad tienen) porque esto es mucho más complejo. Estamos en una sociedad mediática indudablemente, un espacio en el que nos encontramos bajo presión, bombardeados por los estímulos informativos, sobreexcitados por una información que necesita de nuestra atención.

Sería aburrido enumerar los burdos mecanismos periodísticos con los que se titulan los artículos para llamar la atención polémica, incitar a la discusión, que se traduce en caldeados foros. Muy aburrido porque la mayoría recurre a ello. Capítulo aparte merecen televisiones y radios en las que las voces incendiarias que claman desde tertulias y mesas espiritistas sobre las que se invoca al espíritu del mal café y se exorciza a los rivales. Y las audiencias se disparan en proporción a la maldad ofrecida. Hablar moderadamente, exponer aduciendo razones, escuchar, etc., convierten en "muermo" al que lo intenta y es sustituido por el que usa el sarcasmo y la insidia, que es celebrado por los tuits que los oyentes envían celebrando las ocurrencias y maldades. Cara bonita, lengua viperina; fotogenia y maledicencia.
Cita Deborah Tannen, pocas líneas más allá, una frase del filósofo norteamericano John Dewey: "La democracia empieza con la conversación" (39). Es cierto; el problema es cómo acaba la conversación y hasta dónde se puede usar ese término con validez semántica. Hace mucho que no escucho conversar a nadie; en cambio, no dejo de oír discutir. Y es difícil sustraerse a este flujo que te arrastra como una riada, como un desbordamiento por lluvias torrenciales en terrenos mal cuidados. Te encuentras, como un sonámbulo, discutiendo porque no queda más opción, como una reacción defensiva.


Sí, "la democracia empieza en la conversación" y hay que aprender su arte, sus tonos, sus maneras, sus palabras... Seguir actuando así no es bueno. Como sociedad estamos abriendo cada vez más frentes de intransigencia, abriendo más heridas difíciles de cerrar. El valor supremo es la convivencia que nos permita ser más libres y solidarios; libres para nuestras diferencias, solidarios en nuestras dificultades. Por este camino solo se potencian los egoísmos y el odio. No voy a recurrir a ninguna historia sufí para argumentar que los odios son cárceles para quien los usa y es usado por ellos. No soy feliz en la beligerancia; no siento especial satisfacción en bombardear a nadie. Me encuentro cada día con personas que viven en un estado de euforia combativa (me abstengo de llamarlo felicidad), que se recargan con sus propios generadores alimentados por ese sol del enfado y la irritación frente al que no hay protector que nos salve.

Hay que recuperar la "conversación" para poder vivir una democracia que pueda ser llamada así sin sonrojo. Hay que exigir a políticos, periodistas, opinadores profesionales que encuentre otras vías de llamar nuestra atención, que se encierren a discutir, que nos lo ahorren porque un poquito puede estar bien, pero demasiado produce reacciones alérgicas. Debería fundarse el Partido de las Buenas Maneras, cuyos discursos comenzaran con el anglosajón "en mi opinión" y terminarán con un "muchas gracias, su turno". Pero, no; se crean partidos que se pelean para hacer frente a partidos que se matan.
Hay que tratar de evitar que en los partidos la forma de ascender sea la estrategia de radicalización de las posturas, como algunos buscan; que haya que radicalizarse porque el otro lo hace y te quita votos y acabes en una escalada de patio de colegio. No se sabe cómo puede acabar. O sí: mal. Hay que tratar de que regresen los sensatos a la política, en cualquier ideología, que ya hay bastantes demagogos sueltos y bien colocados. Hacen falta más pensadores y menos carismáticos, más ideas y menos gritos, menos personalismo y más personalidad. Por favor, que alguien dé ejemplo.
Tannen, como lingüista, propone que para rebajar las tensiones contagiosas se huya de las metáforas bélicas y deportivas en los discursos políticos o en los que nos lo cuentan. Le parece que así se escapa un poco del exceso del combate que ambos campos proponen. No sé si será suficiente, aunque puede que ayude. De todas formas creo que son soluciones lingüísticas y que nosotros ya hemos pasado esa fase.


Si está en su mano, extienda la sensatez; se lo aseguro: también podemos. Resístase a dejarse llevar por los efectos de los malos modos, los gritos, la grosería constante. Deje de sentirse espectador en un circo romano; olvídese de sus pulgares. No jalee a los maleducados, violentos, groseros, demagogos..., que se crecen ¡Resístase! Rompa el hechizo. Otro mundo educado es posible. Exija su derecho a decidir ser pacífico. Y exíjalo pacíficamente; sea firme, pero educadamente. No golpee a nadie con su pancarta pidiendo paz. Sea educado cuando reclame educación. No llegue a las manos defendiendo la salud de todos.
Recuerde: la democracia comienza en la conversación, pero se acaba en el rifirrafe. El aumento de lo que Deborah Tannen llamaba "espíritu demonográfico", el virus discutidor, nos quiebra como comunidad y eso es algo que tiene sus consecuencias profundas. La discusión solo tiene sentido si busca el acuerdo y la mejora de todos; desconectarla de ese fin y convertirla en un espectáculo en sí misma no es más que una perversión rentable para muchos. Como a otro tipo de perversiones, las sociedades se pueden volver adictas a esta violencia discutidora ambiental y necesitarla como el café con azúcar por la mañana, para poder saltar de la cama con energía. La energía de algunos no solo les permite levantarse sino alcanzar la velocidad de escape y salir del planeta perdiéndose en el espacio profundo. Pásense al descafeinado, por favor. Más tila y menos guindilla.


Curiosamente, las estadísticas que nos reflejan dicen que somos muy felices y que estamos de acuerdo con la vida que llevamos, que como aquí en ningún sitio. Esto me preocupa más todavía. Quizá me he vuelto susceptible, estoy alejado de la media o ya no entiendo nada. Puede que mi sentido de la felicidad, normalidad, mi vocación pacífica difieran del general, que el rechazo que me suscita ver y escuchar ciertas cosas me hayan excluido del "main stream" nacional convirtiéndome en una nadería estadística. Puede ser. Ya no sé si la llamada mayoría silenciosa existe realmente o se ha convertido en una ridícula minoría acogotada.
Quizá deba pedir plaza de bedel en la Soyuz, como les suelo decir a mis amigos en broma. Pero, por si acaso, miro, no sea que salgan las oposiciones.




Deborah Tannen (1999). La cultura de la polémica. Del enfrentamiento al diálogo. Paidós, Barcelona.




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