Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Recuerdo haber leído, cuando apareció en España —a finales
de los 90—, un libro del canadiense Michael Ignatieff, El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna (Taurus
1999)*, en el que abordaba la deriva de las guerras convertidas en espectáculos
de terror, espectáculos buscados por unos y usados por otros. Analizaba
entonces el profesor canadiense la realidad de unos conflictos cuya finalidad no
era la victoria, sino la masacre, la extinción de los otros, infames distintos a los que hay que
hacer desaparecer de la faz de la tierra.
Mis recuerdos de aquella obra son sentir en sus páginas la
barbarie de unos y la indiferencia o el negocio de otros en el uso del dolor
como espectáculo mundial. Ignatieff escribió refiriéndose al uso de las
imágenes de las atrocidades cometidas: "Existe un mercado del horror, como
hay uno del trigo o de las tripas de cerdo, y existen unos especialistas en
producir estas imágenes y distribuirlas"*. Sus críticas a las ideologías
basadas en los nacionalismos o en las diferencias étnicas causantes de las
masacres trataban de mostrar las ficciones
que fundamos para el horror, estigmatizando a los otros por sus diferencias.
Europa se está llenando de "diferentes", de "otros" de dentro y fuera.
Ha pasado el tiempo y el catedrático es entrevistado por el
diario El País con motivo de una nueva obra — Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política — sobre el sentido de
la participación política, en su caso desde la experiencia que le ha dado haber
sido elegido miembro del parlamento canadiense en 2006 y hacerse en 2008 con el
liderato del Partido Liberal —y, por tanto, pasó a ser líder de la Oposición— hasta
2011, cuando en que el partido sufrió un serio revés electoral, quedando
relegado al tercer. Parece que el paso del profesor universitario por la
política práctica no fue exactamente un éxito, pero sí un aprendizaje, parte
del cual sirve de reflexión en la obra.
Señala en la entrevista Michael Ignatieff:
Los outsiders permanentemente
soñamos con que podemos irrumpir en el juego político, pero la política
requiere una serie de habilidades específicas, no todo el mundo puede hacerlo.
Hay una serie de trucos que hay que aprender. Por ejemplo, no puedes responder
a lo que te preguntan, sino a lo que te gustaría que te hubieran preguntado. No
puedes repetir algo en negativo, hay que darle la vuelta y expresarlo en
positivo. Es naif pensar que vienes de fuera, y simplemente puedes hacerlo. Yo
no lo hice mal, me convertí en el líder de mi partido [LIBERAL], pero no era el
momento adecuado. La política es el arte de lo posible, pero ahora. Ni más
tarde, ni mañana. Ahora. No es suficiente con tener ideas, hay que actuar en el
momento adecuado. Y esto lo digo desde la admiración por la política. Los
outsiders, los catedráticos, en el fondo, no respetan la política ni entienden
las habilidades específicas que son necesarias para defenderse en la arena
política.**
La cuestión planteada por Ignatieff es interesante al menos
en dos líneas, la que supone la incorporación de la sociedad civil a la
política activa y su fracaso al intentar cambiar las formas de hacer la
política misma. La primera es una cuestión candente ante los recelos que la
clase política suscita en las últimas décadas. Las constitución de una
"clase" política profesionalizada y que tiende a perpetuarse dentro
de los partidos y las administraciones creando sus propios espacios, con sus
propias maneras y estilos de manejarse tanto dentro fuera como dentro ha
empezado a plantear problemas serios y tiene que ver directamente con los
ascensos de los populismos alternativos, tan profesionalizados como los
partidos predominantes, pero capaces de hacer pensar que no lo son, activando
los mecanismos de identificación propios y desactivando los ajenos. ¿No es
Marine Le Pen tanto o más profesional de la política que Hollande o Sarkozy? Sin embargo, ha conseguido que no se perciba así; ella es el pueblo, los demás no.
Eso que Ignatieff llama las "habilidades
específicas" cubren un amplio espectro de cualidades para la navegación política que no les son fáciles
de asimilar a los "outsiders", que acaban tirando la toalla en su
intento de modificar las política y sus prioridades. Sencillamente: no son
capaces de ir más allá de ciertas líneas.
Para alguien que, como Michael Ignatieff, se ha acostumbrado
a la reflexión sobre la política, no es fácil el día a día de lo que se suele
llamar "el juego político", algo que implica unos comportamientos que
han quedado aparcados ante una forma de ejercerla que llega a ser brutal y
destructiva. Creo que mucho de lo que Ignatieff estudió en las guerras
interétnicas, la ausencia de "honor" en los guerreros, lo ha visto
reflejado en la propia política:
Parece que a veces olvidamos que
en política también hay reglas. La democracia es el antagonismo estructurado,
no es la guerra. La batalla entre enemigos es la guerra. La democracia es la
batalla entre adversarios. Porque además, el que es tu adversario hoy puede ser
tu aliado mañana, como sucede en las coaliciones del norte de Europa.**
Hace unos días comentábamos aquí a raíz de algo similar el texto
de la lingüista Deborah Tannen, La
cultura de la polémica, precisamente por convertir la "arena política"
en escenario de confrontación permanente. El uso mismo del término
"arena" nos lleva a lo que entonces Tannen señalaba, la rentabilidad
de expresar la política como un conflicto basado en guerras y deportes, un
mundo de enemigos a los que hay que aplastar
y con los que siempre hay que estar en contra y nunca de acuerdo. El mismo
Ignatieff define la democracia como "batalla entre adversarios",
aunque sea para decir que no es una "guerra". No acaba de salir de la
metáfora bélica, de la que es difícil escapar pues absorbe al que se integra en
la política especialmente porque es la forma más eficaz de garantizarse la
fidelidad de los arengados ante las urnas. Para el intelectual no es fácil
instalarse en ese espacio agresivo y emocional.
Se hace necesaria una reflexión multidisciplinar sobre esta
deriva política y sobre sus causas y consecuencias, es decir, ¿por qué las
sociedades evolucionan hacia esta agresividad primaria? Los mecanismos de tribalización de la política llevan a un
aumento de la violencia social, un desgaste emocional por la intensidad que
requieren y una erosión de las instituciones. No hace falta ir muy lejos para
poder ver esto, pues España es un ejemplo claro de esta forma de entender la
política y sus consecuencias las pagamos todos y gustosamente muchos.
Los populistas, de derechas o de
izquierdas —dice Ignatieff en la
entrevista—, ofrecen soluciones falsas a problemas reales. En Europa hay
grandes problemas. Crisis económica, desempleo, enfado con los inmigrantes…,
pero la gente siente que los partidos tradicionales no les ofrecen soluciones
reales. La democracia no sobrevive sin soluciones a los problemas reales.
Quizá la acumulación de personas con características para
ese tipo de lucha actúe como un filtro selectivo negativo para otros aspectos. Es
más fácil señalar "culpables" que ofrecer soluciones. Para funcionar en política basta con tener un
buen dedo acusador; eso asegura la popularidad. Por eso a algunos suele irles
mejor en la oposición que en el gobierno, que es el destino trágico del
político, el momento de la verdad, irónico sacrificio que debe hacer hasta que
regrese a la saludable oposición, en la que no necesita demostrar nada, tan
solo ser azote de los que estén en poder. La queja en los partidos en la
oposición suele ser siempre la misma: sus líderes son demasiado "blandos",
hay que ser "más duros", lo que lleva a la imposibilidad del
cualquier tipo de diálogo y que este, si se da, se considere como una "traición"
en la lucha interna. Tenemos ejemplos sobrados.
El populismo europeo —no es el único— crece con los
problemas sin resolver, efectivamente. Lleguen o lleguen al poder, introducen
el antagonismo dentro del sistema y arrastran a los demás a sus lenguajes y propuestas para no ser
desbordados por ambos lados, desplazados por aquellos que agitan las aguas del
río. Eso lleva a un aumento de la demagogia y no de la eficacia política. Los
populismos es lo que han hecho. Pero no hay que olvidar que lo hacen porque les
resulta rentable, sí, pero sobre todo porque se les pone en bandeja la falta de
solución de los problemas reales. Y muchos de ellos se podrían solucionar con
un mayor consenso, algo que queda fuera de lugar en este juego de improperios constante.
En vez de dirigirse hacia puntos de convergencia, tratando de encontrar el
mayor acuerdo social, se buscan las mayores divergencias dentro de la
polarización social. La política se vuelve inter étnica, tribal.
Cuando es preguntado por lo que fue el eje de su campaña
fallida de 2011, las desigualdades sociales, Ignatieff responde:
El problema fundamental es la
falta de reformas fiscales. No puede ser que en las democracias liberales sean
las clases medias las que soporten el peso del Estado, porque eso es lo que
está fomentando que la gente apoye a los populistas. Que las grandes empresas
no paguen su parte de impuestos es un escándalo global. El problema es que solo
la extrema izquierda propone una mayor carga fiscal para los ricos. Yo defiendo
el capitalismo y no creo que sea el Estado el que deba redistribuir, pero
también creo que todo el mundo, y repito, todo el mundo, tiene que pagar la
parte que justamente le corresponde. Para mí, es un programa centrista, no de
izquierda radical. Si no resolvemos la crisis fiscal, nos enfrentaremos a un
problema global muy serio. Si no hay justicia social, el sistema simplemente no
va a funcionar.**
El hecho de que hoy los gobiernos de diferentes países están
intentando echar el lazo fiscal a unas empresas que se mueven de un lugar a
otro buscando las menores cargas fiscales, chantajeando a los países con la
deslocalización o cualquier otra forma de presión, parece darle la razón a Michael
Ignatieff en esto. Efectivamente, son todas estas injusticias sociales las que
están produciendo el aumento de los extremismos populistas de aquellos que se
ven cada vez más vapuleados por las crisis que sus gobiernos o instituciones
son incapaces de controlar. Tras la crisis fiscal lo que se esconde es un déficit
moral que renuncia a la justicia.
Para solucionar los problemas reales es importante la
existencia de un sentido de la comunidad, de que las discrepancias deben
encontrar un acuerdo suficiente para evitar que se conviertan en aquello que él
estudió muy bien: guerras interétnicas, conflictos de guerreros sin honor, en las
que se busca acabar con el otro, estigmatizado, convertido en el origen de los
males. ¿Pudo sustraerse Michael Ignatieff a esa atracción del conflicto?
A Ignatieff se le pregunta sobre la cuestión de los
nacionalismos en España:
P. ¿Cómo trasladaría la
distinción entre enemigos y adversarios al caso español?
R. En España, ustedes tienen un
Estado multinacional y la única manera de mantener la unidad nacional es si los
catalanes y el resto de españoles se tratan como adversarios y no como
enemigos. La gente se olvida de que en el Parlamento de Canadá yo me sentaba al
lado de gente que cobraba el mismo sueldo, la misma pensión y que, sin embargo,
están comprometidos con la idea de romper mi país. Pero no son mis enemigos,
son mis hermanos. Jugamos con las mismas reglas, simplemente no estamos de
acuerdo sobre el modelo de país en el que queremos vivir, pero es normal y la
democracia tiene que ser capaz de dar cabida a desacuerdos de este tipo. Lo
importante es mantenerlo al nivel de una disputa democrática y no una guerra
civil. Por eso, no puede haber enemigos en el Parlamento español, ni en el
canadiense y tampoco en el ucranio.**
El paso de Michael Ignatieff por el mundo de la política
activa habrá merecido la pena, aunque no haya conseguido sus objetivos
prácticos, si le sirven para afinar su reflexión sobre el poder en nuestras
sociedades. En su nueva obra escribe: "La política pone a prueba tu
capacidad de conocerte más que cualquier otra profesión que yo conozca" (p
20)***. Puede que sea así. Hay que reivindicar de nuevo la política como
servicio a la comunidad, una comunidad en la que se intentan reducir las
diferencias para que se encuentre cada vez más integrada, con un sentido de sí
misma más profundo; reivindicar la política con honor, que deje de ser el arte de la división y dé paso a otra
forma de hacer política. Mantener una sociedad en una tensión constante, en un conflicto
permanente no es bueno en ningún sentido, aunque pueda ser rentable para
conseguir el poder. Entre el compadreo y la bronca permanente existen muchas posibilidades de actuar.
La entrevista se cierra con una invocación de los principios
en la política, con un elemento que sirva de vertebración social y de guía de
acción, los Derechos Humanos.
Las democracias liberales tenemos
que ser autocríticas. Los derechos humanos deben ser el eje de la política. Si
no, no estaremos gobernando. Estaremos simplemente gestionando el poder. Los
derechos humanos son la redención del poder.**
Creo que efectivamente hacen falta más políticos con
capacidad de liderazgo positivo, que
no es solo conseguir que le sigan, sino que le sigan hacia mejores territorios,
hacia espacios éticos y morales en los que sea la solidaridad y el sentido de la
justicia la motivación que nos guíe. Sobran enervadores de pueblos y faltan
personas que busquen el acuerdo que nos haga avanzar a todos.
Como político, sabemos qué piensa Michael Ignatieff porque ha pensado antes. Es algo que no podemos decir de la gran mayoría, cuyo pensamiento es respuesta acomodaticia a lo que ocurre y a lo que se quiere escuchar en cada momento. Ignatieff llevó al Partido Liberal a uno de los peores resultados de su historia desde su puesto de líder de la oposición. Quizá cometió muchos de los errores que hoy critica al dejarse llevar por esa vida política tan distinta a la del estudioso. Hoy está en su Universidad de Harvard, alejado de la política activa. Renunció a la dirección del partido Liberal y se quedó fuera del Parlamento. Creo que esto no quita sentido a sus palabras, sino que las refuerza con su propia experiencia, por lo vivido en sus propias carnes.
¿Ha sido Ignatieff, como reclama a las democracias liberales, autocrítico? Leeremos su explicación con interés. ¿Es un ejemplo del fracaso de los intelectuales en la vida política o es una muestra de la dinámica anti intelectual de la política, condenada a la tecnocracia gestora, al pragmatismo y al enfrentamiento tribal primario?
* Michael Ignatieff (1999). El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna Taurus.
** Entrevista Michael
Ignatieff. “Los populistas ofrecen soluciones falsas a problemas reales” El País 15/06/2014
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/06/10/actualidad/1402412024_548929.html
*** Michael Ignatieff (2014). Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política. Taurus.
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