Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me ha
parecido bien el énfasis puesto durante el discurso del Rey Felipe VI en el
aspecto "generacional". En distintos momentos se ha insistido a
través de la idea de una generación que espera respuestas y para la que hay que buscar soluciones.
Es
importante porque creo que ahora mismo están conviviendo en España dos
generaciones entre las que se ha abierto una brecha amplia. Los jóvenes que
vivieron la transición —libertad sin ira,
libertad, cantaba Jarcha— pudieron poner su empeño en proyectos
importantes: la salida democrática de una dictadura y la entrada en una Europa
de la que estábamos fuera de muchas formas y desde hacía demasiado tiempo. Con
ambos logros, España consiguió dar un salto muy importante en su desarrollo
económico y en su estabilidad social, consiguiendo un amplio consenso para su
Constitución, que era la forma en que se plasmaba el compromiso de cambio real que
siguió a la dictadura surgida tras la Guerra Civil. Eso está ahí y el mundo lo
reconoció, sirviendo de ejemplo y modelo para superar conflictos y situaciones
difíciles.
Sin
embargo, la misma generación que realizó esos logros se paró en ellos. Y hace
más de una década que los problemas que se le plantean a España se acumulan por
la falta de ideas de una sociedad conformista que ha creado un colapso
generacional. Desde ese tiempo los problemas que padecemos se nos pudren entre las manos ante la sordera de una clase política
acomodaticia que mantiene cargos en una administración multiplicada para
acogerlos distanciándose de la realidad social que ha ido creciendo
desigualmente. De todos los ejemplos que podrían ponerse basta con dos problemas
reales y dramáticos: el paro y la "cuestión soberanista" o "el
derecho a decidir", eufemismos de avestruz de unos y otros para evitar
llamar a las cosas por su nombre.
Con la
misma persistencia con que España se precipitaba en una crisis económica sin
precedentes, esta se negaba durante años, ignorando sus orígenes y agravando
sus efectos. Las burbujas se
acumulaban ante la indiferencia de los que estaban advertidos desde todos los
foros internacionales. De forma similar, hoy se niega la importancia del
segundo caso, el secesionista, que puede llevarnos a una crisis sin precedentes
en muy poco tiempo. Ambos son problemas que nuestros dirigentes no han sabido
abordar y que han creado un doble estado de apatía e indignación. Ambos
sentimientos son compatibles convirtiéndonos en una sociedad bipolar.
Es
importante la insistencia en el concepto de "generación" porque la que
nos dirige no es consciente —más allá de la retórica— del sacrificio en masa
que supone la pérdida de ilusiones de una generación entera que ha dejado de
ver a su propio país como un escenario de oportunidades y lo percibe como un gueto
del que no hay más salida que la emigración o la explotación. En esta larga
crisis, son los más perjudicados ante la ineficacia de una gran parte de la
clase política y la indecencia de otros. Y los que quieran salvarse de la quema
que pongan sus hechos sobre la mesa.
La
nueva generación se ha distanciado de los "gobernantes" porque
entiende, con razón, no se han ocupado de ellos como debía. Esos mensajes
insultantes incitando a la "movilidad" —eufemismo para la emigración—
por parte de los que defienden con uñas y dientes, desde el más absoluto inmovilismo,
sus puestos durante décadas, no han sido los más adecuados. La España del "paro
juvenil" —con una juventud estirada casi a los cuarenta años— por encima
del 50% es difícil que suscite entusiasmo más allá del deporte y de la venta de
camisetas.
La
generación destinada a acabar con la "España de pandereta" ha usado
de ella cuando se le acabaron las ideas. Esta vez han sido "panderetas"
modernizadas pero que no ocultaban su dependencia del turismo como motor del
país mientras se iban perdiendo las aspiraciones a la industrialización del
país, dejando languidecer la Ciencia y la Industria, con quejas y denuncias constantes
e ignoradas. La España de los "eventos" antes que la de los
"inventos"; "que invente ellos", de nuevo.
No se
puede pedir mucha alegría a una generación que ha sido parasitada por la
anterior que ha hecho valer sus galones para instalarse en un poder que los
ciudadanos han dejado de sentir como propio. El desafecto del que tanto se habla no es más que eso, la falta de identificación
con los grupos políticos y con la política en sí, que se ve como una
herramienta oportunista de enriquecimiento. Por más que la clase política se
defienda de estas acusaciones, estas llegan porque se ha sido incapaz de
resolver los problemas principales en esta crisis mal repartida.
Las
mismas instituciones se han dejado languidecer aquejadas del mismo mal: el
abandono. Un país son sus instituciones y si estas funcionan —y los ciudadanos lo
perciben así— es posible la identificación y los sacrificios cuando son
necesarios. Pero si los ciudadanos no lo perciben de esta forma, se convierten
en elementos decorativos o, incluso, negativos ante sus ojos.
Nos
tienen debatiendo asuntos partidistas menores cuando deberían estar dando
ejemplo institucional, manteniendo limpias las instituciones que se manchan con
la indignidad de algunos. El resultado es la pérdida de apoyos de unos y el
crecimiento de los dinamiteros sociales o nacionales. Cuando no somos capaces
de ofrecer respuestas, se buscan en otra parte. Y no son siempre los mejores
caminos.
Creo
que la generación actual tiene derecho a recibir algo más que las palabras que
se le dedican. Tiene derecho a recibir una propuesta de país con esperanza, con un futuro más allá de la
pandereta modernizada; un futuro de país grande, culto y de referencia
internacional, algo más que un destino
turístico con muchas estrellas Michelin. Tiene derecho a un país con una
justicia más rápida e independiente que mande a donde debe a los que abusan,
corrompen o roban. Tiene derecho a una educación que sea un compromiso con un
futuro sin tener que abandonar los más brillantes el país por la falta de
oportunidades. Tienen derecho a no ser embrutecidos por avalanchas de concursos
y chabacanerías y a recibir una cultura real que produzca más cultura y no solo
dinero. Tiene derecho a que la administración eficaz esté a su servicio y no que
crezca para colocar a afiliados y simpatizantes. Tiene derecho a que la política
no se convierta en un espectáculo bochornoso que reclama su atención permanente,
que le mantiene en estado de irritación, en constante apelación a la beligerancia
y le da muy poco ejemplo de convivencia o de preocupación por el interés
general. Tiene derecho, en fin, a poder tener un país con el que pueda
identificarse sin rubores, racional, histórica y emocionalmente, en el que
sienta obligado moralmente a
participar porque este le da oportunidades de hacerlo y deseos de contribuir al
conjunto.
Todas
estas cosas se han ido olvidando estos años, tapándolas con cegueras y con
discursos de humo. No sé si el nuevo reinado será capaz de impulsar estos
cambios a través de la vía ejemplar e inspiradora. Me gustaría que así fuera
por el beneficio de todos, que sirviera como un revulsivo. No se trata solo de
que quepamos todos, sino de hacerlo sin apreturas y minimizando los conflictos
porque convivir nos sea grato. Eso es la base de la política con mayúsculas en
los estados modernos y estables que debemos aspirar a ser: mejores ciudadanos
en un país mejor. Puede que no exista un estado ideal sin conflictos, pero el
progreso es encontrar las formas civilizadas de solucionarlos: las mejores
soluciones por las vías más tranquilas.
Como
muchos españoles, me gustaría que los cambios fueran más allá de las palabras y
se trasladaran a la realidad para que esta generación olvidada y vapuleada sea
integrada en las condiciones que merece y las que tiene derecho, que solo se
producirán con un cambio de mayor calado en las actitudes de muchos, con un
compromiso general. Nuestros problemas no son sencillos, pero es esencial
abordarlos de forma firme y clara, salir del impasse en el que nos encontramos demasiado tiempo ya, que nos
desgasta, angustia e irrita.
Nuestra
crisis no es solo económica, sino de modelo de crecimiento; es decir, involucra
nuestro futuro y nuestras posibilidades de hacerlo real. La nueva generación
requiere otro modelo, una modernidad mayor que abra nuevas oportunidades
haciendo avanzar el país hacia posiciones que hemos ido perdiendo. A ellos
corresponde hacernos avanzar porque son el futuro, algo que ha quedado truncado
por una cifras infames de paro y unos empleos precarios y mal pagados, una
generación de "becarios".
Durante
años se utilizó la expresión "la generación del rey" para representar
esa unión que existió entonces para salir adelante entre los políticos de todo
tipo y la Corona. Se representaba en ella el diálogo y la voluntad de cambio y
concordia que nos sacó del pasado para seguir adelante. Hoy hay un nuevo Rey y
una nueva generación que reclama un protagonismo que debería haber tenido antes. Se inicia un reinado complicado por la situación que se hereda y por el estado anímico de esa generación. En la batalla por el "cabemos todos", que ha sido resaltado por los comentaristas, la Corona deberá participar también para lograr una compleja unión con su propia generación, encontrar también su sitio. Si logra encarnar esa voz y conciencia, habrá dado un gran paso, que será de todos.
Me
parece bien, repito, que se haya puesto énfasis en la idea generacional. Algunos han
puesto el límite histórico de la Transición en el relevo que ahora se produce
en el Jefatura del Estado. La cuestión está ahora en saber si seguimos adelante,
resolviendo nuestros problemas, o si volvemos hacia atrás.
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