Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
entrevista que nos trae hoy el diario El
Mundo con el escritor y periodista norteamericano Gay Talese nos deja
algunas verdades sencillas. Las verdades complicadas tienden ser circunstanciales;
a las sencillas hay que agarrase fuerte y amamantarse en ellas. En estos
tiempos en que se reduce todo saber a listas de diez puntos, las verdades
sencillas demuestran que suelen sobrar siete u ocho en cada profesión. Por
ejemplo, "Los periodistas están ahí para ayudar a sus lectores a
comprender mejor la realidad y no para tragarse la propaganda del Gobierno",
puede ser considerada una verdad sencilla, fácil de entender. Uno puede
agarrarse a ella tranquilamente sabiendo que, si la hace suya, será indeleble y
resistirá muchos lavados de la vida.
Cualquier
profesión es una mezcla de esas verdades sencillas, duraderas, y de otras
mudables, amoldables a los cambios del mundo y a los propios. La idea de que
los periodistas están ahí para ayudar a los que confían en ellos a comprender
mejor lo que les ocurre a su alrededor, sean conscientes de ello o no, debe ser
duradera y dirigir los actos profesionales. Como verdad entra frecuentemente en
contradicción con los hechos, pero es de ese tipo de afirmación tozuda que no
se preocupa demasiado por eso. Es una verdad del deber ser que, aunque se borrara del mundo de los actos, siempre
resistiría en el lenguaje como afirmación del deseo. Hay, por tanto, que
repetirla una y otra vez.
La
entrevista a Talese se cierra con la pregunta que se le hace a un experimentado
profesional en estos casos y que no debe dejar de hacerse por manida que esté:
P— ¿Qué consejo le daría a un joven reportero?
Le diría que debe aspirar a ofrecer una
perspectiva distinta de la realidad. Hoy todos los periodistas hacen lo mismo.
Cubren el Senado o la Casa Blanca y corren detrás de los poderosos. Están
demasiado cerca del poder económico, político o militar. No son suficientemente
radicales, escépticos o independientes. A menudo se creen la basura que les
cuentan. Necesitamos más periodistas que desconfíen del poder.
La idea
de "originalidad" periodística —esa "perspectiva distinta"—
no consiste en encontrar rebuscados temas, exóticos ambientes, etc., sino por
el contrario ofrecer el dislocamiento
de la normalidad oficial para dejar al descubierto aquello que los hábitos y
discursos ocultan. No hay barrera más alta, muro más resistente que el de la
normalidad, el que nos hace ver con la memoria y no percibir lo que tenemos delante.
En
esto, el periodista coincide con el artista en la necesidad de la lucidez de la
mirada como paso previo a la brillantez expositiva. Como el propio Gay Talese
señala, la complicación de la mirada sobre lo real es mayor a la imaginativa de
la ficción, que puede tomarse libertades allí donde se trabaja sin limitaciones
ni responsabilidades más allá de la estética. El artista se debe a su arte; el
periodista se debe a su público, al
que no debe dar lo que espera sino
ayudarle a salir de su falsa apariencia de conocimiento. "Perspectiva
distinta" también significa retirar el micrófono a los que nos muestran
siempre su visión, resistirse a un mundo unilateral en el que los discursos oficiales
se convierten en silbatos de perro pauloviano.
Vivimos
en un mundo cada vez más complejo, más necesitado de explicaciones que conecten
los hechos. La atomización tiende a desdibujar las formas que se perciben en el
plano cuando se remonta un poco el vuelo. Es el ascenso que permite establecer
las pautas, las conexiones que configuran el entramado de la vida social. Vivimos
en una sociedad de la que desconocemos gran parte de sus mecanismos, en la que
nos movemos como sonámbulos, ignorando sus resortes. La información
periodística debería hacernos conscientes de nuestros movimientos, alertarnos
de sus consecuencias, explicarnos su origen.
Eso
entra en conflicto necesariamente con las tendencias a la conversión de la
Historia en destino, en sucesos que
pueden ser descritos pero cuya interpretación se nos escapa. El buen periodista
nos ofrece versiones alternativas, esos enfoques
distintos, y nos desvela los trucos de los que nos muestran el mundo como
inescrutable. El periodista es el escrutador nato, el naturalista de la vida
social.
Dice
Talese que se negaba a firmar las noticias políticas que le obligaban a ir a
cubrir:
P— Le enviaron a Albany como corresponsal
político y la cosa no terminó bien. ¿Cuál fue el problema?
Era un trabajo muy tedioso. Los políticos
elaboraban decenas de leyes y yo no tenía tiempo para explicar bien por qué
esas leyes eran importantes para mis lectores. Eran noticias breves y
burocráticas y hacía lo posible por no firmarlas. No quería ver mi nombre en
artículos tan malos. A mis jefes mi actitud no les gustó y me enviaron a la
sección de obituarios. Se suponía que aquello era un castigo pero yo me lo pasé
muy bien. Me encantaba escribir sobre personas interesantes y el horario me
dejaba tiempo libre que aproveché para elaborar artículos más largos para
'Esquire' y para el dominical del 'New York Times'.*
Esa "brevedad
que no explica" forma parte de los mantras repetidos en esta mal llamada
Sociedad de la Información, en la que cantidad y velocidad son antepuestas a la
explicación y comprensión. Con la excusa de que el lector "no tiene
tiempo" y de que el medio "no tiene espacio" las noticias caen
como las gotas de lluvia contra la ventana, como datos inconexos que la
conciencia no retiene. ¿De qué sirven entonces?
La
tendencia actual a convertir la información en una cuestión meramente técnica o
formal, en cuestión de retórica, es el suicidio del periodismo. Es una muerte
rodeada de fuegos artificiales y palmaditas en la espalda; una muerte en vida
que esconde la miseria interior de esa sencilla verdad olvidada. Hacer comprender
mejor la realidad es una exigencia profesional, un horizonte hacia el que
caminar durante largas jornadas. La servidumbre del día a día hace que sea una
aventura inciertas. Eso convierte el informar en una
profesión arriesgada cuyo valor radica precisamente en el desafío que
supone.
La independencia es cada vez un valor más escaso en el mundo de la información. Los retos y tentaciones son demasiadas y no fáciles de sortear o resistir. En un mundo lleno informaciones, los periodistas están en el centro y eso les hace débiles y fuertes a la vez. Los demás tienden a verlos como instrumentos a su servicio, como herramientas para conseguir sus fines. Eso mecaniza la información que es preparada para ser difundida, dejando al periodista en un mundo de servidumbres que comienza en su propia empresa, sujeta a los vaivenes y circunstancias del poder o de la supervivencia. La tentación a convertirse en apéndice es demasiado grande.
El periodista debe ser desconfiado, no paranoico. Desconfiar es una virtud cuando se trata de comprender el mundo para explicarlo; es lo que hace también el científico, no dar por seguro nada, revisar una y otra vez para ir afinando. Por eso el periodista debe empezar desconfiando de sí mismo para no bajar la guardia y convertirse en una voz que se escucha a sí misma con la pretensión de secuestrar los oídos.
Para
explicar, sí, primero hay que entender. Y "entender" es sobre todo un deseo que lucha inútilmente por hacerse realidad, un avanzar constante sin cierre final. Por eso la exigencia principal del
informador, su mayor reto es ampliar su capacidad de ver y comprender,
sacudirse la rutina informativa, el oficialismo de los discursos, las respuestas sabidas y la tentación
de la placidez. Como bien señala Talese en el consejo que le solicitan para un joven
reportero, se trata ayudar a retirar la basura, no de tragársela.
* "Gay Talese (entrevista) 'Necesitamos
más periodistas que desconfíen del poder'" El Mundo 14/06/2014
http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/14/539b4816268e3e9e528b456e.html
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