Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una vez más, se afrontan los relevos en Televisión Española
con un debate complicado porque siguen la inercia envenenada de los relevos
anteriores. El diario El Mundo nos
informa de los resultados del “referéndum” realizado en la casa para explicar
numéricamente qué les parece el nuevo director propuesto para los informativos:
El censo para esta consulta,
realizada durante las jornadas del jueves y el viernes, abarca un total de
1.607 personas. En ella ha predominado la abstención, que ha ascendido a 1.135
periodistas (un 70%). Sólo se han registrado 472 votos (29% del censo).
De estos 472 votos, sólo 38
personas (el 8%) se han mostrado favorables a la designación, mientras que 335
(el 70%) se han posicionado en contra y 99 (20%) han votado en blanco.*
No sé si son resultados sorprendentes o no. Depende de lo que
cada uno esperara y se han hecho interpretaciones muy diversas, casi extremas, radicales y perversas de los mismos datos. Televisión
Española y Radio Nacional tienen muy buenos profesionales; eso lo saben y lo dice todo el mundo, empezando por los espectadores y oyentes. Ser buenos profesionales no significa
ser del gusto de todos. Es casi imposible que los periodistas tengan aceptación
política unánime. Pero tampoco los periodistas deportivos, los críticos de cine, los gastronómicos o cualquier otro que complete una frase y la publique. Los problemas vienen por otro lado.
El sentido de la propiedad de los políticos sobre Televisión
Española y los canales autonómicos es absoluto y mientras esto sea así —y es
difícil que deje de serlo—, se seguirán produciendo conflictos y recelos. La profesión periodística tiene además una larga memoria de
agravios y cuentas ajustadas en los caminos que dificulta el trabajo de los
profesionales. No creo que exista profesión más dividida que la periodística. Y
lo es contra sus propios intereses, porque si estuviera más unida podrían
defenderse mejor y hacer causa común de la independencia —que no es lo mismo que la
neutralidad ante lo que ocurre— con la que afrontar el día a día.
Titulares de El Mundo |
Titulares de El País |
La connivencia entre periodistas y políticos es un mal casi
irremediable que no gusta a la mayor parte de la profesión, que lo que suele
buscar y preferir es que se respete su voluntad de equivocarse honestamente y
no tener que escribir al dictado de nadie. Pero hay otros que disfrutan de ello
y entienden el periodismo como parte de una causa general que es el poder. Esto
es un gran error del que muchos se benefician y, por tanto, difícil de
erradicar. Erradicar significa “arrancar de raíz”, algo casi imposible en este
campo que tiende más a recortar todo lo que pueda el bonsái de la independencia
periodística.
Y es que nos equivocamos cuando pensamos que todos los periodistas quieren ser independientes. Es nuestra deformación racionalista, como la que nos induce a pensar que la gente normalmente constituida ama el bien. Pero la independencia siempre es un camino peligroso, desagradecido, y cuya luz al final de túnel suele provocar dolores de cabeza. Por el contrario, al igual que ocurre en otros sectores, el medrar, el servilismo, los silencios cómplices, se suelen cotizar al alza y provocan pingües beneficios a aquellos que los practican. Si, además de servil, eres déspota con los subordinados, a los que obligas a seguirte la corriente ideológica, tienes casi asegurado un puesto y un (buen) sueldo para el resto de tu vida. El puesto puede ser itinerante, pero siempre lo tendrás si realizas tus tareas propagandísticas con eficacia allí donde vayas. Siempre hace falta gente así para que funcione la cadena de mando.
Tiene razón la periodista Ana Pastor —una buena profesional, que también aguanta lo suyo—, al señalar en el mismo
diario “que la televisión pública debe gustar a los ciudadanos y no a los
políticos”**. Lo malo es llegar a saber si también a los ciudadanos les gusta
la independencia o si son tan sectarios como los políticos a los que eligen, y
gustan de la sangre y el degüello mediático. A los políticos, sectarios por
naturaleza, les gustan los países a su imagen porque así cada uno tiene su propio cubo en el que pescar. No basta con gustar al público; hay que hacer que le
guste y valore la independencia informativa. Los premios repetidos a los informativos de RTVE, por parte de profesionales y público, así lo acreditan.
Cuando le preguntan sobre si recibe llamadas de los políticos, Ana Pastor contesta:
—Recados políticos llegan. La
cuestión es si se aceptan o no. Yo creo que lo que ha distinguido esta etapa es
que, si llegan (los recados) nuestro trabajo es el mismo. Nuestros aciertos y
nuestros errores son nuestros, no son de los políticos. Ésa es una de las
grandes ventajas que tenemos ahora los que trabajamos aquí en TVE.**
Y es que al político lo primero que le enseñan, hasta en
esos campamentos de verano para los alevines, es a cómo entrarle a la prensa, cómo camelarla, cómo detectar quién es de los tuyos y quiénes de ellos. Los periodistas están en las agendas políticas con
crucecitas y asteriscos, marcando por dónde respira cada uno, a quién se puede
llamar para contarle o que te cuente en cada caso. Es un mal que algunos les
viene muy bien.
Lo más sorprendente es el aumento del sectarismo en las
empresas periodísticas privadas a la par que crece su exigencia de un
equilibrio en las públicas. El argumento de que se financian con los impuestos
de todos puede ser importante, pero eso no justifica el sectarismo propio. Si
las empresas informativas no tratan de mantener su independencia es porque no
les suele interesar; sacan más provecho apostando por caballos ganadores.
El ejemplo de Murdoch en el Reino Unido es elocuente. Lo que
los medios venden a los políticos es miedo,
el temor a ser atacados desde distintos flancos y encontrarse sin defensores en
la arena pública, en el ruedo. De ahí su terror a dejar las empresas públicas
de comunicación en manos de personas que no sean controlables, que necesiten
más de una llamada al orden. El miedo a no ser defendidos se complementa, como
es lógico, con el miedo a ser atacados. Son las dos mitades de ese vaso
mediático medio lleno de críticas, medio vacío de apoyos.
La obsesión política con la imagen, las encuestas, etc., se convierte
en histeria, pactos y aumento del deseo de control. Las críticas son “ataque
frontales” y las alabanzas “normalidad”; una entrevista a un político de la
oposición es ya “una conspiración” y dos un “atentado”. Esos recuentos de
minutos dedicados a cada político o partido causan sonrojo por la extraña concepción
salomónica de la realidad informativa que transmiten.
Una conciencia cínica, a la que algunos gustan de llamar “realista”, de la política y de la información se ha adueñado de una parte importante —más en peso que en tamaño— de ambos sectores. Es la idea maquiavélica de que lo importante es el poder y las formas de conservarlo. La información es una herramienta necesaria para mantenerlo. La versión maquiavélica no es democrática por más que se realice en una sociedad que vota. Y no lo es porque parte de una concepción negativa de poder y sociedad. La versión positiva de la democracia, por el contario, ve en la información un instrumento para la mejora del conocimiento de los problemas sociales, de la apertura de debates para encontrar las mejores soluciones, etc. ¿Idealismo? Sí, pero hace falta.
* "El 70% de
informativos de TVE se abstiene en la consulta sobre Somoano" El Mundo 6/07/2012
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/07/06/comunicacion/1341602232.html
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