Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
artículo más leído hoy en la edición digital de The New York Times, por encima del de Paul Krugman (en segundo
lugar), es del de David Brooks, con el expresivo título "Why Our Elites
Stink". Plantea Brooks un tema candente cuando se despierta, el problema
del liderazgo social, su origen y su responsabilidad, algo que lleva coleando de la Revolución francesa en adelante, con explicaciones sociológicas o filosóficas, según los casos y momentos.
La
tesis de Brooks, que ha merecido hasta estos momentos 537 comentarios, muchos
de gran interés, se centra en que las antiguas oligarquías, al convertirse en hereditarias,
conllevaban un fuerte sentido de la responsabilidad, puesto que las actuaciones
negativas afectaban a las líneas enteras de las familias. Uno era hijo y nieto de
quién era y estaba obligado a actuar respetando la memoria de sus antepasados,
por la que era medido y juzgado. Señala Brooks que la meritocracia, que se planteaba como un sistema más democrático, ha
fallado estrepitosamente. Liberados de las tradiciones —nobleza obliga—, los nuevos advenedizos
que controlan hoy los mecanismos del poder al que han llegado por sus méritos, seleccionados por sus
resultados exitosos, han fracasado como "dirigentes" y se ha mostrado sobre todo
como una clase "inmoral", sin principio alguno, ni heredado ni adquirido.
Escribe Brooks:
Today’s elite is more talented and open but lacks a self-conscious
leadership code. The language of meritocracy (how to succeed) has eclipsed the
language of morality (how to be virtuous). Wall Street firms, for example, now
hire on the basis of youth and brains, not experience and character. Most of
their problems can be traced to this.
If you read the e-mails from the Libor scandal
you get the same sensation you get from reading the e-mails in so many recent
scandals: these people are brats; they have no sense that they are guardians
for an institution the world depends on; they have no consciousness of their
larger social role.*
Como no podía ser de otra manera, el debate es encendido y
los lectores le señalan, creo que con razón, que esto no es una verdadera
"meritocracia", sino más bien una plutocracia,
que esos jóvenes exitosos, esos "mocosos" (brats),
"niñatos", no han sido seleccionados solo por sus méritos, sino que sus méritos son el resultado de una
selección previa: la fortuna de sus familias que les ha permitido obtener una
educación mejor para llegar a sus puestos.
La cuestión es importante y puede llevarnos en diferentes
direcciones: la desigualdad social en las oportunidades de ascender, el
reparto, la moralidad, la responsabilidad social, la eficacia, etc.. Aunque
sean direcciones distintas, no son fenómenos separados en la realidad, en la
que se dan entremezcladas.
El denominado Principio
de Pareto establecía una distribución 20-80 del poder. Wilfredo Pareto
señaló que en la sociedad hay una división entre un veinte por ciento de
personas que constituyen la elite y concentran el poder, y el ochenta restante,
la "masa", que es quien produce para que esa elite permanezca donde
está. Cuando se habla hoy del 1 y el 99% para significar las desigualdades de
recursos, poder, etc., se está invocando una especie de "Principio de
Pareto": el poder reside en unos
pocos que se benefician del esfuerzo del resto.
El artículo de David Brooks es un comentario al libro del
periodista Christopher Hayes, “Twilight of the Elites”. La idea de Hayes se
centra en la corrupción de esas elites que se hacen con el poder y no lo sueltan,
pervirtiendo la fluidez del sistema para impedir el paso de los mejores a los
puestos de dirección social. Tratarían de bloquear los ascensos de otros más
competentes, asegurándose su permanencia en el poder. Cada vez habría menos
circulación social y estaría más restringida a ciertos grupos minoritarios que
crearían sus propias elites.
La cuestión clave de la "meritocracia" es qué es un "mérito", algo que
solo es posible establecer dentro ya de un sistema de valores. Un "sistema
de valores" no significa un "sistema de buenos valores"; solo que existen unos criterios definidos
como beneficiosos para la persona o la institución. Lo que se ha ido devaluando
es la creencia en los aspectos globales de la sociedad (lo que sea bueno para
muchos) y el afianzamiento, por el contrario, de la creencia individualista,
personal o corporativa. La idea cínica de que la moral es solo para los
débiles, fruto de las malas lecturas nietzscheanas, genera una sociedad en la
que "triunfar" significa prescindir de cualquier lastre moral. El infierno económico (no hay más) son los otros. El
interés propio o el de los que me pueden beneficiar es el norte de la conducta.
Solo, o en compañía de otros, busco
lo mejor para mí.
Los "méritos" en la meritocracia son el baremo del ascenso
social, lo que se privilegia en cada caso para entrar a formar parte de esas
elites interconectadas. La meritocracia establece conexiones entre el sistema
político y el empresarial y financiero, sin excluir otros, como el académico. El enlace se establece desde una definición de los méritos de la persona
en función de los intereses de la institución que lo selecciona. El hecho de
que los políticos acaben en los consejos de administración de bancos y empresas
u otro tipo de instituciones significa que esas instituciones los consideran
"valiosos", por los motivos que sean, para su propio beneficio. Y el
político lo sabe y se autolimita.
En junio se ha producido una interesante sentencia del Tribunal
Supremo sobre el problema de los entramados políticos y empresariales. Los límites
del Derecho no dan de sí todo lo que debieran en ocasiones y la capacidad de
enfrentarse a situaciones nuevas con leyes viejas o desde perspectivas
inadecuadas suele producir agujeros con consecuencias. La sentencia se refería
a un político contratado por una empresa directamente para influir sobre la
administración pública. La sentencia y la explicación sobre la cuestión de la
reglamentación española sobre los lobbies tiene interés porque lo que se inicia
como una disputa sobre la validez de un contrato, acaba siendo una muestra de
estas connivencias de las que hablamos. La lectura merece la pena:
CUARTO.- Motivo primero. Infracción
de lo dispuesto en los arts. 1261, 1274, 1276 y 1306 del Código Civil, pues la
circunstancia de haber contratado la recurrente al Sr. Leandro en atención a
las influencias que este pudiera tener en el ICS [Institut Català de la Salut]
justifica la ilicitud de la causa del contrato de 22 de noviembre de 2002, lo
que debe llevar consigo, en contra de lo que dispone la sentencia recurrida, la
nulidad del mismo.
Se desestima el motivo.
Entiende el recurrente que el
contrato es nulo por ilicitud de la causa, pues el Sr. Leandro (demandante)
ofrecía sus servicios por la supuesta ascendencia política que tenía sobre los
responsables del Servei, tratándose de un contrato de lobby o de influencias.
En el diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua se recoge el término "lobby"
mencionando que se trata de voz inglesa, de Grupo de personas influyentes,
organizado para presionar en favor de determinados intereses.
El lobby o el lobbying (actividad de
lobby) se intentó recoger, durante la elaboración de la ponencia
constitucional, dentro del art. 77 de la Constitución (1978), sin éxito, siendo
posteriormente objeto de varias proposiciones no de ley, sin resultado
positivo. La última propuesta sobre la creación de un registro de
"lobbies" o "grupos de interés" data del 10 de abril de
2008 a petición de Esquerra Republicana-Izquierda Unida-Iniciativa per
Catalunya Verds, que fue rechazada.
Dentro de las instituciones
comunitarias está regulada la presencia de lobby, tanto ante la Comisión como
ante el Parlamento europeo bajo los principios de honestidad, transparencia e
integridad.
El resto de los Estados de la UE
fluctúan entre la regulación y la tolerancia, pasando por el Reino Unido que
apuesta por la autorregulación del sector, con estrictas normas deontológicas,
ante la imposibilidad de someter a normas jurídicas a una actividad en
constante proceso de transformación y adaptación a las necesidades de los clientes.**
El hecho de que alguien pueda ser contratado específicamente por sus conexiones
políticas y su capacidad de "influir" sobre la administración, ya nos
dice algo sobre el funcionamiento conjunto del sistema y del concepto de
"mérito". Entiendo que la sentencia trata de recriminar a la clase
política no haber sido capaz de resolver el problema
de los lobbies desde la redacción de la Constitución hasta el momento. Lo
enfocan desde donde pueden, con las armas legales disponibles.
La sentencia se articula sobre un concepto de "influencia"
en la que se da por supuesta la autoridad
de uno sobre otro, forma absurda de entender lo que es un lobby. Según esto, el
delito solo estaría en políticos en activo, no en personas que, desde fuera,
trataran de influir sobre las instituciones basándose en sus contactos y cargos
anteriores. El lobby queda a salvo, puesto que no es el influyente si está fuera de las instituciones quien peca, sino
el que pudiera ser influido. Lo demás se deja bajo otro tipo de figuras, como el
"soborno", la "prevaricación", etc., ya tradicionales. Pero
queda fuera el lobby y su esencia, la conexión abierta, pues no está definido por aquellos que
serán sus máximos beneficiarios en el futuro, los políticos que hoy legislan.
Hay un lobby "anti regulación de los lobbies", por decirlo así. La
sentencia nos lo recuerda al hacer historia.
Dejándolo en el aire, los políticos se aseguran sus retiros
en las empresas, en las que son contratados por sus contactos con los que toman
las decisiones políticas; la cadena no se rompe. Se constituye así una "clase puente" entre
el mundo de las decisiones económicas, empresariales y financieras, y la clase
política.
La cuestión que planteaban Brooks y Hayes —que el columnista
de The New York Times zanja simbólicamente
diciendo que él es partidario de la Revolución Americana, mientras que Hayes lo
sería de la Francesa— es crucial para los próximos tiempos, pues las reformas
que el sistema requiere para la supervivencia de todos están en manos de los
propios y principales beneficiarios del sistema y los que lo han llevado al límite. Los "mocosos", los "niñatos" que han llegado como nueva hornada a las finanzas americanas no son más que la nueva generación surgida de la anterior, la que sembró la semilla; son los hijos de ese maridaje de elites, los que además de asistir a las mejores escuelas de negocios, tienen los negocios en casa.
La clase se ha convertido en casta. La elites, como dice
Brooks, "stink", apestan, y lo hacen sobre todo por falta de
ventilación, porque se han convertido en sistemas endogámicos, sin apenas renovación.
Nuestra actual crisis es, en gran parte, el resultado del fracaso conjunto de
las elites económica y política, que se han ido fundiendo en sus intereses cada
vez más desde los años ochenta en adelante. El sistema de lobbies a la
americana e inglesa, se ha ido extendiendo más allá de sus fronteras y hoy tiene
sus efectos ya globales.
La política y la economía acaban siendo problemas de
fontanería: las cañerías sociales están obstruidas. Por eso huelen.
* David
Brooks: "Why Our Elites Stink" The New York Times 12/07/2012
http://www.nytimes.com/2012/07/13/opinion/brooks-why-our-elites-stink.html?src=me&ref=general
** "Sentencia del Tribunal Supremo de 11 de junio de
2012 (D. FRANCISCO JAVIER ARROYO FIESTAS)" - Civil – Contratos. Contrato
de lobby o de influencias. Notas de Jurisprudencia y Doctrina Civil, Mercantil,
Penal y Procesal 9/07/2012 http://notasdejurisprudencia.blogspot.com.es/2012/07/civil-contratos-contrato-de-lobby-o-de.html
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