Joaquín Mª Aguirre (UCM)
“Creo que este es el equipo del siglo”, dice Jürgen
Klinsmann, el seleccionador alemán de los Estados Unidos, en The New York Times, apenas unos minutos
después de terminar el partido. Klinsmann sabe lo que dice, como jugador fue
campeón del mundo y de Europa con Alemania, y ha sido entrenador del Bayern. Considera
que son superiores en sus logros y juego al histórico Brasil de Pelé. Lo mismo
opina la BBC: “España reinventó el fútbol y se reinventa así misma para
conquistar un lugar en el olimpo del fútbol como uno de los mejores equipos,
sino el mejor, de la historia.” Lo leo mientras resuenan los cláxones de los
coches que van hacia Madrid a celebrar en sus calles la victoria de España
sobre Italia en la final de la Eurocopa. Una alegría, que hacía mucha falta,
tal como están las cosas. Es la necesidad de celebración tras vivir en un permanente
sobresalto. Al menos, mañana no abrirán los periódicos con bolsas y primas de
riesgo, sino con unos cuantos españoles levantando por tercera vez consecutiva una
copa importante.
Cada vez que España gana algo, individual o colectivamente,
pienso en de dónde sale ese furor, esas ganas por ganar y cumplir, esa
sencillez absoluta y caballerosidad de sus jugadores, su saber estar. No se les
ha visto un mal gesto en toda la Eurocopa y eso es un mérito tan importante
como ganar. Son tan importantes los cuatro goles como haberles hecho el pasillo
de homenaje a los italianos consolándoles en su camino.
El mérito es de ellos, desde luego, y también de un
entrenador que se ha ganado el respeto y la simpatía de todo el mundo, algo
casi imposible en el mundo del fútbol. Ni las polémicas histéricas sobre los falsos 9 y cosas por el estilo le
descolocan. Recuerdo, cuando España ganó el campeonato del mundo, que un amigo argentino
me mandó un correo: “¿Qué le pasa a ese entrenador de ustedes, es que no tiene
sangre en las venas?” Claro que tiene sangre, pero es sangre educada, algo que
no es fácil tener ni entender en el mundo del deporte. Probablemente sea el entrenador
que dedica más tiempo a resaltar las virtudes del contrario que las de su
propio equipo.
Se pondera mucho a una generación de jugadores de fútbol,
tenistas, baloncestistas, gimnastas, corredores de fórmula 1, balonmanistas, motoristas,
ciclistas y una larga lista de deportes en los que los españoles hemos
sobresalido en los últimos años. Y con razón. Se ha producido una conjunción
entre talento e inversiones que no ha sido posible realizar en otros campos muy
necesarios para que las alegrías fueran también de otra naturaleza.
Los frutos deportivos son la consecuencia de la inversión
económica hecha en el deporte español. Todo comenzó con los programas de
patrocinio de las grandes empresas para dar un gran salto en los resultandos
—pobres hasta el momento— con motivo de las olimpiadas de Barcelona 92. Había
que rendir en aquellas Olimpiadas. Los programas de becas y las políticas fiscales
de apoyo a la inversión en deporte y deportistas dieron buenos resultados y con
los resultados llegó más patrocinio, que encontraba en los éxitos de los
deportistas una buena promoción y publicidad. Con la conversión de los deportes
en grandes acontecimientos mediáticos, la inversión era muy rentable.
Hoy podemos ver a todos estos deportistas —no solo a los
futbolistas, sino a tenistas, corredores, baloncestistas…— saludándonos desde
las pantallas de los televisores, las marquesinas de los autobuses, las vallas de
las carreteras o los escaparates de los comercios. Son la mejor inversión
publicitaria porque responden bien en su trabajo y han conseguido ser admirados
por sus éxitos y también por su forma de ser muchos de ellos. Pienso en Casillas,
Nadal, Gasol, o tantos otros que han mantenido siempre un comportamiento
ejemplar.
Son el reverso positivo de un destrozo generacional, la
parte emergente de los que se mueven en el desierto del desempleo o el
subempleo juvenil. Las elites siempre están bien pagadas; es lógico. No
hay ningún país del nivel de España que haya cosechado tantos éxitos en estos
años. Por eso, los comentarios de los guiñoles
franceses sobre el dopaje tenían tanto de injusto, de hacer pagar a justos por
pecadores, con una generación que ha llegado lejos, cumpliendo con creces, en
el único camino que se le ha dejado abierto: el deporte.
La gran pena es que, sometidos a privaciones y falta de
oportunidades, lo único que le queda al resto, a la mayoría de la generación, es
la celebración entusiasta de sus éxitos. Por eso las euforias con las que se
viven los triunfos tienen mucha alegría y un toque de melancolía pensando en
tantas cosas que podrían celebrarse, pero que no llegaremos a ellas.
Tenemos muchos jóvenes valiosos deseando poder demostrar sus
cualidades y aportar algo a la sociedad española. Jóvenes investigadores,
científicos, artistas… ocultos para un empresariado que los explota desde hace
treinta años sin valorarlos o sin crear las condiciones para que puedan dar lo
mejor de ellos mismos. Se ha invertido mucho en becas, pero no hay una respuesta en el mundo laboral, que ve en el becario no al mejor estudiante sino la mano de obra barata. Los más valiosos se tienen que ir allí donde se reconoce
su formación ante la alternativa pobre que se les ofrece en una sociedad que ha
renunciado a sus ambiciones, aunque se les llene la boca de decir lo contrario.
Las sociedades piensan siempre en términos de la siguiente
generación para poder desarrollarse. El presente es el momento en que se recoge
lo sembrado mucho tiempo antes. No hay improvisaciones. Lo que se está
recogiendo estos años es lo que se plantó cuatro años o cinco años antes de la
olimpiada de Barcelona, a finales de los ochenta. Esta generación ha podido
aprovechar aquel esfuerzo de entonces y estallar con toda su gloria deportiva.
Ha habido continuidad y esfuerzos a largo plazo. Los clubes e instituciones aprendieron que
tenían que apostar por los niños, que hoy son realidades.
Si se hubiera hecho lo mismo en otros sectores, apostar por
la juventud creando nuevos escenarios en la industria, en el arte, etc., la
situación española hoy no sería la misma. Sin embargo no se escogió ese camino
del esfuerzo continuado, de apostar por lo valioso, del estímulo constante. El resultado está a la
vista.
Debajo de mi ventana un grupo de chicos y chicas cantan alegres
el “yo soy español, español, español”.
me ha gustado mucho especialmente dos partes:
ResponderEliminar"Tenemos muchos jóvenes valiosos deseando poder demostrar sus cualidades y aportar algo a la sociedad española. Jóvenes investigadores, científicos, artistas… ocultos para un empresariado que los explota desde hace treinta años sin valorarlos o sin crear las condiciones para que puedan dar lo mejor de ellos mismos." y "Enhorabuena a una generación irrepetible que dio lo mejor cuando se les dejó darlo."...
siento q tiene q ver mucho con nosotros en Egipto:)
Sí... Es el drama de una sociedad que prepara a sus jóvenes, que invierte en ellos y luego los convierte en mano de obra barata en su mayoría y los margina en guetos urbanos mientras les adula. También en Egipto (y otros países) hay esa sensación de bloqueo y de temor a los jóvenes en una sociedad que cambia muy rápidamente, con conocimientos que los jóvenes poseen y muchos adultos no. Gracias por el comentario.
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