Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En un
desafortunado —a mí juicio— artículo de opinión en The New York Times, titulado "Don’t Blame the Movie, but Don’t
Ignore It Either", el crítico Stephen Marche, liberando de
responsabilidades a Christopher Nolan (¡faltaría más!), establece una serie de confusas
comparaciones en las que parte de una bonita frase: "The theater, the
place where we are supposed to purge our pity and horror, has been converted
into a wellspring of horror itself."* Realiza una inversión de la función de la purga, en donde la gente ya no se libera en el teatro (o cualquier forma escénica, como el cine), sino que, por el contrario, se carga de violencia. El debate es viejo pero, por lo visto, no está superado.
No es lo mismo hablar del arte violento que de la violencia
del arte. El arte es "violento" doblemente: en el sentido de que
rompe con la tradición buscando nuevas formas y en el de buscar romper nuestra
percepción del mundo. Eso ocurre, al menos, en el arte moderno, desde el siglo
XVIII, en el que el modelo neoclásico de la "bella naturaleza"
pretendió un arte que no molestara a nadie, que transcurriera como "un
riachuelo en un prado". Una parte del arte dejó de querer entretener y se
dedicó a ahondar en la naturaleza humana dando forma a sus demonios. Se convirtió en una forma de indagación en nosotros mismos, en lo bueno y en lo malo. La aspiración a estar en paz con los dioses deja paso a la revelación moderna de lo humano, demasiado humano.
The Joker no es un
modelo de actuación; es la destilación estética de un mal vivo, que existe repartido
por el mundo, y que el artista que le dio forma
consiguió sintetizar. A las personas normales les resulta repulsivo y
desasosegante; que exista gente que se pueda identificar con él, solo significa
que partía de una verdad viva. El arte siempre imita a la vida. Y cuando la vida
imita al arte, es porque el arte acertó previamente.
Se
abren tres frentes en los que cada uno, según sus preferencias, puede descargar
(purgarse, ya que estamos) su
análisis: el de la crítica al arte
violento; el de la crítica a las armas y a la violencia social que implica;
y el de la psiquiatría, que se centraría en el asesino como conjunto de motivos
e intenciones.
Vayamos
primero el segundo punto —el de las armas—, que fue el primero que se planteó
como petición a los candidatos a la presidencia, la reacción social ha sido el
aumento espectacular de la venta de armas. Ya sea porque unos se sientan con
miedo o porque otros teman el recrudecimiento de las condiciones de compra, lo
cierto es que la sociedad norteamericana se ha rearmado tras el incidente de
Aurora. No sé quiénes han sido, si eran personas dudosas sobre la posesión de
armas y que se han decidido por miedo, o personas que han aprovechado para
renovar su armario con armamento a la última moda. Las cifras son las cifras y
no entran en la mente de la gente.
En el
tercer punto, sí se trata de entrar en la mente de James Holmes. Las
informaciones que han salido a la luz son confusas, pero parece que algunos
psicólogos albergan ciertas dudas sobre su "locura" y creen que puede
estar fingiendo. Es pronto para decidirlo, aunque llama la atención que alguien
que comete una matanza de este tipo acumule tantos detalles para manifestar su locura. Contrasta en esto con el
asesino Breivik, el criminal de Utoya y Oslo, cuya obsesión es que su causa
política y racista no sea contaminada con la locura. Allí donde Anders Breivik
desea ser considerado cuerdo, parece que James Holmes quisiera ser evaluado como loco. La sonrisa firme y desafiante de Breivik contrasta con la mirada perdida
de Holmes; la pulcritud del primero, con el desaliño y descuido personal del
segundo. También hay un importante contraste entre la locuacidad del noruego y
el silencio verbal —no corporal— del criminal de Aurora. Ambos son asesinos,
sin duda; está por ver si ambos están locos, de qué tipo
y en qué grado.
El
debate sobre la locura tiene también su camino sobre la prevención o detección
de los casos. La sociedad pregunta a familia y vecinos sobre si no notaron nada
extraño y la respuesta suele ser la misma: personas normales, atentas,
cuidadosas, etc. En el caso de Holmes, ya se nos ha mostrado un vídeo de hace
tres años en el que se ve a un joven estudiante presentando ante la clase unas
dispositivas, exponiendo un trabajo. Todo normal. El envío a un profesor de su
universidad, un psiquiatra, de un cuaderno con anotaciones y descripción del
crimen que pensaba cometer —tal como ha informado toda la prensa—, es otro dato
más que hay que tener en cuenta. Sin embargo, el sobre con el cuaderno no fue
entregado durante una semana al profesor y, solo después de la matanza, la
Universidad llamó al FBI al ver el nombre del remitente. Parece que Holmes
tenía mucho interés en que su domicilio saltara por los aires con las bombas
incendiarias, pero que tenía un interés especial en que ese cuaderno estuviera
a buen recaudo.
Vayamos
ahora con el primer punto. Decíamos que el artículo de Stephen Marche en The New York Times nos parecía
desafortunado por dos aspectos. El primero de ellos es la comparación del caso
de Aurora con el asesinato de Abraham Lincoln, el 14 de abril de 1865, cometido
en un teatro.
Durante la representación de la comedia Our American Cousin, aprovechando unas frases especialmente
divertidas en las que el público, que conocía bien la obra, soltaba grandes
carcajadas ("Don't know the manners of good society, eh? Well, I guess I know enough to turn
you inside out, old gal — you sockdologizing old man-trap."), el actor
John Wilkes Booth aprovechando el ruido, disparó al presidente Lincoln en la
cabeza. Lo hizo al grito de "Sic semper tyrannis!", frase
atribuida a Bruto durante el asesinato de Julio César. La frase está incluida
desde 1776 en el escudo del estado de Virginia y se consideraba una advertencia
a los tiranos.
Establecer la conexión entre el asesinato de Lincoln porque
se produce en un teatro, con los asesinatos de Aurora, porque se producen en un
cine, no aclara nada y sí trae más confusión, demasiada.
El asesinato de
Lincoln es un crimen político, parte
de una conspiración de la que John Wilkes Booth fue el brazo ejecutor. Booth no
era un loco y, por supuesto, el momento y lugar no tenían ninguna influencia
sobre él, sino que fue el momento en que al asesino le vino mejor y en un
espacio que como actor conocía bien. Booth no entró en la sala a matar a
cualquiera, sino a su odiado presidente,
a un tirano. Por eso la conexión es
oscurecedora.
Señala en su artículo Stephen Marche:
Christopher Nolan — the director of the Batman
trilogy — is no more to blame for the Aurora rampage than Shakespeare was to
blame for the assassination of Lincoln. But just because there’s no
responsibility doesn’t mean there’s no connection. The drama was both at the
forefront of Booth’s crime and deeply in the background. He chose the location
to give his violence a spectacular quality and he was motivated, at least in
part, by its power. James E. Holmes’s madness, or whatever name we eventually
come up with for what motivated him to kill 12 people and wound dozens more,
also ran on the power of drama. He allegedly said “I am the Joker” before
opening fire, and an employee at the jail where he was arraigned told a
reporter, “He thinks he’s acting in a movie.” Real life had become drama. His
rampage was theatrical in every sense.*
El meter a Shakespeare por medio es para establecer la asociación
con la obra Julio César y por
entender el crítico que Booth estaba representando fuera de la escena el papel
de Bruto. Al no resultar rentable establecer conexiones con la farsa que se
representaba en el escenario, Marche tiene que recurrir a una supuesta obra
mental en la que Booth se vería como Bruto y Lincoln sería forzado a
representar el papel de César. Muy interesante, pero ¿qué tiene esto que ver
con el crimen de Aurora? Además, Bruto y César —se olvida de ello Marche— eran
personas reales como lo fue su asesinato. Shakespeare
no mató a César, no fue fruto de su imaginación.
Si es cierto que James Holmes gritó "I am the Joker"
su elección fue una forma más de aterrorizar a sus víctimas en plena
sesión de la película de Batman, en la que el recuerdo de The Joker estaría obviamente presente en los asistentes. No forma
parte de su locura sino de su plan de acción en un entorno específico.
Una inteligente y medida forma de
paralizar a sus presas. Holmes iba disfrazado; Booth, no.
Lo peligroso de los razonamientos de Stephen Marche es que,
por eliminación, lo único que queda coherente es la elección del espacio simbólico,
el teatro mismo, el espacio de la representación: "just because there’s no
responsibility doesn’t mean there’s no connection". Aristóteles indagó, además de en la idea de purga, también en el silogismo y la causalidad. "Conexión" es demasiado confuso.
Pero Marche va más allá:
A new cliché has taken hold, though, one that insists on an absolute
separation between violent art and real violence. Only a few hours after the
shooting, Indiewire proclaimed:
“Don’t blame the movie.” As if an army of cultural warriors was poised over the
hill, ready to charge Warner Brothers.
The truth is that real violence and violent art
have always been connected.*
La teoría de Marche se cierra con esa afirmación sostenida
en un equívoco importante, como hemos visto. La violencia del arte y la
violencia de la vida están conectados no por las causas que señala Marche, sino
porque ambas forman parte de la experiencia humana. Es de una gran hipocresía pensar
que en una sociedad rodeada de violencia, que hace de ella un gran negocio y
una fuente de poder, la gente carga sus
pilas en el arte. Pero lo más visible —el arte— siempre es mejor candidato
que lo semienterrado —la violencia social—. No tenemos explicación para cuando
el arte representa lo violento; sí
tenemos, en cambio, toda clase de excusas para la violencia real —económica, religiosa, bélica, familiar...—.
Marche soslaya que John Wilkes Booth asesinara a Lincoln
durante una comedia y en mitad de un chiste. Su crimen no tuvo nada que ver con
el arte, ni con Shakespeare, ni con César. O tuvo que ver en la misma medida en
que todo lo que experimentamos o conocemos nos moldea de mayor o menor forma. Pero no todo el mundo reacciona de la misma manera a los mismos estímulos.
Todas las personas que fueron a ver la película lo hicieron para divertirse. Todos menos uno, al que no le interesaba la película. Elaborar una teoría sobre la excepción es complicado. Hay personas que usan los objetos artísticos como los que utilizan la gasolina para prender fuego a edificios. La mayoría de la gente la usa para mover sus coches. Podemos establecer una teoría entre asesinos y gasolineras, si nos place.
Habrá que esperar para conocer las verdaderas motivaciones
que le llevaron a elegir el disfraz. El largo camino que le lleva a teñirse el
pelo de naranja es el interesante; no la media hora de peluquería.
Pues sí que me parece interesante la diferenciación entre arte violento y violencia del arte, ya que estoy de acuerdo en una de las conclusiones que es la de que lo que tienen en común es la experiencia humana, pero no una conexión directa. En fin, volviendo a lo importante (porque preguntarnos si Batman 3 vuelve a la gente asesina a mi me parece pueril porque es complacer una excepción contra la mayoría de cinevidentes, lo digo por lo que plantean los medios) es realmente cuál es el camino que lleva a un tipo aparentemente normal a asesinar en este escenario. Igual que sucede con Breivik. Comparto son un terror de la sociedad porque son elementos que no están controlados. ¿Por qué? Debido a que no se cree que se les tenga que controlar. Esta reflexión ya se planteaba en Minority Report (la bola caerá/no caerá) y en filosofías clásicas, y está claro que es lo que nos duele y remueve como seres humanos: que compartimos la misma naturaleza, a priori sin diferenciarnos, de estos asesinos y el sistema no sabe cómo combatirlo antes de que la bola caiga.
ResponderEliminarSí, la violencia del arte es la que sacude las conciencias y es epifánica; el arte violento no es más que su utilización para dar salida a la violencia social. La distinción es esencial porque es lo que va de una tragedia shakespeareana a una película meramente sádica. Los asesinos no son el reflejo del arte sino de la violencia social, de su fracaso en lograr la armonía entre sus miembros que sería el ideal inalcanzable de toda sociedad, la utopía. Un saludo y gracias, Isaac
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