Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Peter
Edelman, profesor de la Universidad de George Town y autor del reciente libro “So
Rich, So Poor: Why It’s So Hard to End Poverty in America”, comienza su artículo
en The New York Times citando una famosa
frase de Ronald Reagan: “We fought a war on poverty and poverty won.” La
política se contenta muchas veces con una buena frase.
La retórica de la frase, con su metáfora bélica, esconde demasiadas cosas. La primera y principal
es la de los "dos bandos" en la que el uso del "nosotros"
implica una distinción. La guerra contra la pobreza es una guerra contra nosotros
mismos. No hay enemigo distinto en las otras trincheras; allí solo están nuestros
egoísmos e intereses.
Su segunda faceta retórica se traslada al ámbito de la enfermedad,
adquiriendo en sentido de la operación quirúrgica fracasada o de la enfermedad
incurable. Se ha hecho todo lo que se podía, pero finalmente la enfermedad se llevó al paciente. Igualmente, la pobreza
no es una enfermedad ajena a nosotros, sino el resultado de las prácticas
sociales.
En sus análisis en el artículo, que presuponemos que son las
tesis de su libro, Edelman escribe señalando los principales puntos por los que
"no se pudo" ganar:
Four reasons: An astonishing number of people
work at low-wage jobs. Plus, many more households are headed now by a single
parent, making it difficult for them to earn a living income from the jobs that
are typically available. The near disappearance of cash assistance for
low-income mothers and children — i.e., welfare — in much of the country plays
a contributing role, too. And persistent issues of race and gender mean higher
poverty among minorities and families headed by single mothers.*
La política de salarios bajos, de empleos mal pagados, está
en la base de la crisis en la que vivimos. El salario bajo lleva al
endeudamiento y, por ende, a la pérdida del ahorro, de reservas, en su caso,
con las que enfrentarse a las situaciones complicadas. Va recortando, además,
su capacidad de consumo, que solo se adquiere por endeudamiento. Los salarios
bajos son, además, precarios. En la medida en que ha ido creciendo el número de
personas mal pagadas se ha generado no solo pobreza, sino las bases de una
crisis general que acaba en los agujeros bancarios y morosidad creciente. Hace
mucho tiempo llamé a esto la "economía de la casa del primer cerdito":
se vuela todo a la primera crisis. Y lo peor, no se levanta.
The first thing needed if we’re to get people
out of poverty is more jobs that pay decent wages. There aren’t enough of these
in our current economy. The need for good jobs extends far beyond the current
crisis; we’ll need a full-employment policy and a bigger investment in
21st-century education and skill development strategies if we’re to have any
hope of breaking out of the current economic malaise.*
Toda recuperación de la economía y crecimiento pasa por la
mejora del salario, que es el auténtico termómetro de la salud económica. Los
subempleos no han sido nunca una solución, sino un parche a corto plazo que
creaba las condiciones del desastre a largo plazo. Hemos carecido de políticos
y economistas capaces de enfrentarse a esa teoría económica y política que se
contentaba con cifras macroeconómicas frente al deterioro evidente de los
salarios, es decir, de las condiciones de vida reales de las personas.
La doctrina económica reinante, centrada en el beneficio, olvidó
hablar del reparto de esos beneficios socialmente y de cómo el salario es
esencial en una economía de consumo. Muchos empresarios se quedaron en la idea
de que uno monta una empresa para ganar
dinero. Lo importante es la dimensión social que se le da a
"ganar". Si ese beneficio no se reparte por la sociedad en forma de
empleos y posibilita el consumo, lo que se produce es un colapso, una parálisis
de crecimiento. Llegados a un punto, el crecimiento se viene abajo porque no
hay base social para sostenerlo. Llegado a un punto crítico, se hunde.
Es entonces cuando ese "beneficio", capital, emigra a lugares
en los que seguir creciendo. Nos dicen que nuestros capitales buscan lugares
"emergentes" en los que seguir manteniendo su propio crecimiento;
pero ese crecimiento se ha desligado ya de la realidad social. Mientras
nuestros inversores se van a buscar tierras fértiles, nosotros debemos mendigar
que vengan inversores extranjeros a comprar a precio de ganga lo que los
nuestros abandonan. Lo que unos abandonan, otros lo recogen y lo exprimen.
Ese es el sentido del llamamiento hace unos días del magnate
norteamericano Donald Trump: en España se
encuentran muchas gangas, echen un vistazo. Su definición de España como
"un gran país con fiebre" del que hay que aprovecharse es la vuelta a la jungla internacional y la peor demostración del uso de la globalización como
campo de juego de las fuerzas anónimas y apátridas del capitalismo más salvaje. España es un país atractivo: gangas empresariales y bajos salarios. Lo peor de todo es que, según la doctrina oficial, hay que agradecérselo. La globalización crea problemas globales, pero no permite soluciones globales. Esta es una gran paradoja.
Treinta años de teoría sobre los bajos salarios no solo no
ha reducido ninguno de nuestros problemas, sino que los ha agravado casi todos,
tanto los económicos como los sociales, los demográficos, por ejemplo. Se ha
señalado hasta el aburrimiento el envejecimiento de nuestra población provocado
entre otras cosas también por los bajos salarios y el aumento de los precios de
las viviendas, un desastroso efecto combinado.
Es aquí cuando entran los otros factores señalados por
Edelman en su artículo: los problemas de sociales de las familias, que giran
también alrededor del sueldo como forma de subsistencia o existencia. Todos
estos efectos conjuntamente constituyen la "enfermedad", ya que se
van produciendo menos ingresos para los estados, que se ven obligados a
endeudarse para poder sostener una economía que ya no puede recaudar de sus
contribuyentes, sino por el contrario sostener con el trabajo de un número
decreciente de personas. Nuestros avisos sobre la crisis a medio y largo plazo
se están cumpliendo. ¿Cómo se puede sostener un estado de bienestar, una
calidad de los servicios, sin una política de empleo que busque lo mejor para
el conjunto de la sociedad? Es algo que deben responder los políticos que han
sido incapaces, año tras año, legislatura tras legislatura, de enfrentarse a
los problemas que sus acciones y omisiones posibilitaban.
Edelman
escribe: "This isn’t a problem specific to the current moment. We’ve been
drowning in a flood of low-wage jobs for the last 40 years. Most of the income
of people in poverty comes from work."* Por más que cambiara los gobiernos,
el mismo pensamiento ha seguido vigente. Palabrería social, más que acciones
sociales.
La época de Reagan marcó una forma de enfrentarse a la
economía y a sus problemas que pasó primero por la "recalificación"
de los problemas. La mejor forma de acabar con un problema es dejar de llamarlo
problema. Las crisis se llaman "oportunidades"; la emigración,
"movilidad"...
Por eso, entre tanta retórica, debemos dar las gracias a Donald
Trump por esa definición de España como "un gran país con fiebre". Al
menos es sincero y llama a las cosas por su nombre.
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