Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Comí ayer con mi amiga Maica y, como buena periodista, me
preguntó directamente: “¿Por qué no
vuelves a Twitter?”. Dejé de utilizar la cuenta de Twitter hace meses. Y dije
aquí por qué. Ya estaba sobre la mesa la decisión de censurar conforme a las
directrices de cada país los contenidos de las comunicaciones de forma
automática, es decir, a través de filtros. Se planteaba, en toda su crudeza y
cinismo, la cuestión de los intereses comerciales sobre las libertades y drechos.
La naturaleza especial del sistema Twitter, que oscila entre
el medio privado —como puedan ser la carta o el teléfono— y el medio masivo,
hacen que los gobiernos dictatoriales del mundo teman sus efectos en los
férreos controles que mantienen sobre sus poblaciones. Y no solo es Twitter,
sino todas las variantes de redes sociales.
"Rosa de Tokio" interrogada tras su detención |
La información compartida genera una sincronización de las
voluntades que se contrapone al estado de incertidumbre que produce el silencio
y a la desmoralización que produce la propaganda. Mediante el silencio, las
dictaduras condenan a la soledad, al aislamiento a aquellos cuya fuerza
surgiría de la unión; mediante el control de la propaganda, siembran la duda
sobre la consistencia de sus ideas. Son viejas armas; es la guerra de la
información, la que va de la antigua épica a la Rosa de Tokio y hoy trata de anegar los nuevos medios.
La famosa horizontalidad
de los nuevos medios hace que se rompa el aislamiento mediante la constitución
de las redes sociales que comparten su información reforzándose, y acaban con el
quebranto que suponen la propaganda, información única y maniquea, monolítica,
que pretende crear la realidad desde la manipulación de los textos ofrecidos,
desde una fotografía a un artículo de periódico, de una visita oficial a la
inauguración de cualquier edificio o servicio.
Contra el efecto de las redes sociales, las dictaduras han
aprendido que es el cinturón de silencio el más efectivo. El ejemplo más claro
está en China, en donde el estado se ha hecho con unos servicios de
comunicaciones oficiales, que no tiene más que desconectar en caso de peligro y
registrar quiénes son sus usuarios, a los que tiene identificados en todo
momento. El sistema de pérdida de puntos por manifestar ciertos tipos de
contenidos, arbitrariamente interpretados por las autoridades, lleva a la baja
de las redes y a penas de más allá de esta sanción en función del “delito”
contra la seguridad o el prestigio de China.
Se aplica así la censura de los medios a los micromedios, de
las comunicaciones públicas a las privadas. El efecto es como intervenir las
conversaciones telefónicas o las cartas personales, pero amplificado por los
miles de destinatarios que un twitt puede tener.
Lo que fue saludado como un gran avance para las libertades
de expresión y que aceleró —no produjo— los
cambios en muchos países, se ha convertido y se convertirá en una herramienta
al servicio de las dictaduras, como se temía, al aceptar las empresas las
condiciones impuestas por los gobiernos para permitirles ofrecer el servicio en
sus espacios nacionales. Es un caso insólito de cómo unas empresas nacidas en
países libres, sucumben a las imposiciones de las dictaduras para poder seguir
controlando a sus poblaciones, contra la política de los derechos humanos. La
libertad de empresa propia puede traer dictaduras a otros.
Habrá que empezar a
considerar analogías como las de la explotación infantil o la producción
forzada, etc., para empezar a sancionar las actividades de las empresas en
terceros países. Igual que se hizo con las empresas que fabricaba ropa
deportiva explotando a los niños, habrá que plantearse algo así, más allá del único
delito que parece existir sobre la faz de la tierra: la competencia desleal.
¿No sería también competencia desleal aceptar las condiciones de las dictaduras
para obtener beneficios? Habrá que darle vueltas si es el camino.
Los usuarios de todo el mundo están aprendiendo que estas
empresas “jóvenes” no son portadoras más que de un espíritu, el del lucro, como
las más viejas y rancias; comprobamos que son ahora ellas las que estrechan las
manos de los dictadores, fundiéndose con ellos en fraternales abrazos, los del
beneficio mutuo, el político y el económico.
La web de Aljazeera
recogió en enero las declaraciones de Peter Corbett, CEO de la empresa iStrategyLab,
sobre este asunto:
Corbett has no doubt that the push for the now controversial censorship
scheme is for commercial reasons.
"We like to think of Twitter as this great democratic medium for
journalists but it’s a profit-driven company first," Corbett said,
pointing to the fears the company itself may have had about being kicked out of
countries with tremendous growth.
Countries like India, Russia, and Indonesia,
are seeing growing numbers of active mobile device users, Howard said.*
El argumento de la “empresa” no tiene sentido cuando se
trata de vulnerar derechos fundamentales, como es el de expresión. ¿Aceptaría, The New York Times, por ejemplo, lanzar
una edición china o saudí que fuera revisada y censurada cada día? Podrían
evidentemente hacerlo, pero habrían hundido el prestigio acumulado y sufrirían
el rechazo de sus lectores de todo el mundo, que valoran lo contrario. También
los medios de comunicación son empresas que buscan el beneficio; el problema es
el camino. Pensemos en el caso de los diarios de Murdoch, que se ha estado
debatiendo estos días, y las escuchas “ilegales”. Nos parecen deleznables como vulneración
por parte de los medios, en connivencia con la Policía, de los derechos de los
ciudadanos.
El caso Twitter es distinto, sí, en muchas formas, ya que las acciones
de censura se realizan contra los usuarios que se verán perjudicados y
probablemente denunciados (será el siguiente paso) ante las autoridades. Una
vez que se determina que es un “delito” hablar de algo, lo “lógico” es que se
dé cuenta de quién es el delincuente, ya que podrías ser acusado de complicidad
si no lo haces y multarte o cancelarte la licencia y expulsarte del país.
Twitter no es un "medio" de comunicación, sino un espacio y
una herramienta de comunicación. Sin embargo, esta diferencia importante no
quita para que se apliquen los criterios de los gobiernos autoritarios, denunciados y
condenados por múltiples organismos, como propios para ejecutarlos sobre los usuarios. Ese espacio de la red social pasa a ser controlado como cualquier otro espacio, de forma represiva. No se puede uno manifestar en las calles y no se puede manifestar en Twitter. Un twitt seguido por mil personas se hace equivaler a una manifestación de mil personas protestando. Extraña equivalencia, al hilo de la lógica dictatorial..
Twitter (y Facebook o cualquier otra empresa) tienen que comprender que siguiendo las instrucciones de
las dictaduras se convierten en parte de ellas, en su brazo ejecutor, una fuerza represiva más. Les pedirán que hagan lo mismo que ahora hacen con sus propios micromedios: censurarlos.
El argumento de las dictaduras es siempre la seguridad del
Estado, como ocurre en China. El argumento de las empresas, por otro lado, es
su beneficio. De la misma manera que no admitimos que una empresa alimentaria
manipule los alimentos contra la salud de sus clientes, no es admisible que una
empresa, del tipo que sea, centre sus beneficios en la vulneración directa de los
derechos humanos, sea donde sea. Que se haga no quiere decir que se excuse y, mucho menos, que se defienda y anime. Que los países occidentales puedan vulnerar derechos no es excusa para no denunciar a quien los incumple, allí o aquí. La diferencia es, precisamente, no silenciar su vulneración mediante el silencio de las herramientas de denuncia.
No basta la ley; la ley ha de ser justa. Los parámetros serán
muy diferentes, pero sabemos diferenciar una dictadura, aunque sea por contraste
por el grado de libertad, mayor o menor, que nosotros mismos podamos disfrutar. No puede alegarse,
cínicamente, el relativismo de la justicia. Cortar una mano no es justicia;
lapidar no es justicia; azotar no es justicia; la silla eléctrica no es
justicia; encarcelar disidentes en una dictadura no es justicia. Todas las
dictaduras tienen sus leyes; eso no las convierte en justas. Siguen siendo leyes dictatoriales, impuestas e injustas, cuyo objetivo principal es perpetuarse. Y no puede alegarse el argumento de la legalidad, de forma
especial, cuando esa injusticia nos hace ganar dinero, como sería el caso de
Twitter.
[…] en tiempos de apreturas
económicas, líderes extranjeros no quieren arruinar un jugoso contrato con el
gigante asiático por unas incómodas charlas que ha demostrado ser estériles, ya
que Beijing no permite imposiciones. Es frecuente que, en vísperas de reuniones
económicas con funcionarios o empresarios chinos, dirigentes extranjeros hagan
promesas solemnes de que aleccionaran a China en materia de derechos humanos.
En realidad esas declaraciones son para consumo interno de sus países.
La economía es el mantra de la
política en Occidente y todo el mundo baila alrededor del becerro de oro. Los
derechos humanos no son ya un valor importante, o decaen rápidamente. Así
ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial”, advierte Mark Shan, de la
organización China Aid, con base en Estados Unidos, durante una entrevista vía
correo electrónico.**
La misma falta de ética que nos lleva a las crisis por las
manipulaciones desvergonzadas de índices hipotecarios, por citar un caso
presente, o de cualquier otro elemento, lo que queda al descubierto es la falta
absoluta de ética, la carencia de principios más allá del beneficio. Es lo que
hay que tratar de exigir, principios y compromiso.
La otra opción es comprar acciones de estas compañías. Eso
es lo que hicieron los saudíes. Si los chinos crearon sus propias versiones de
todas las herramientas de comunicación, los saudíes trataron de controlar las
compañías invirtiendo en ellas: “Suddenly questions of Saudi Prince Walid bin
Talal's $300m December investment in the six-year old company started to
re-emerge, along with mention of Twitter founder Jack Dorsey's trip to Shanghai
earlier this month”*, nos recuerdan en Aljazeera. Son los dos caminos: el príncipe
saudí que invierte en la compañía y el ejecutivo que visita Shanghai para
cerrar acuerdos. Los que salen perdiendo son siempre los mismos.
La pantalla de entrada a Twitter me dice: “Descubre ahora lo
que está pasando, con las personas y grupos que te interesan” y me muestra un
país lejano en el que se juega al críquet con los minaretes de un templo de fondo. Es toda una ironía porque será Twitter quien evite que pueda informe
de los grupos y personas que “me
interesan”: disidentes, desaparecidos, opositores de diferentes regímenes,
marginados, discriminados, explotados, detenidos…, todos los parias un poco más invisibles y mudos ahora gracias a la política comercial elegida.
Los derechos humanos, parece claro, no caben en un twitt.
Ocupan más de esos 140 caracteres limitados. Y es que simplificar tanto tiene un coste.
*
"Making sense of Twitter's censorship". Aljazeera 20/01/2012
http://www.aljazeera.com/news/americas/2012/01/201212835211882918.html
** Adrián Foncillas "China: los límites de la
disidencia" Proceso 31/05/2012
http://www.proceso.com.mx/?p=309280
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.