Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En esta
ocasión, al menos, se reconoce que los méritos en el estudio son indicadores de
"algo", aunque no sean garantía del éxito. Las leyendas sobre
personas que fracasaron estrepitosamente en sus estudios pero después llegaron
a realizar grandes descubrimientos o logros culturales forman parte, igualmente,
de los tópicos. Esta vez le toca al escritor Murakami servir de ejemplo de cómo
ser mal estudiante no debe considerarse algo definitivo, y que siempre puede
llegar el éxito —insospechado por los zoquetes profesores— en algún momento de
la vida. En ocasiones parece que algunos tuvieran éxito solo para vengarse, como revancha, de aquellos profesores
crueles que se dedicaron a hacerles la vida imposible en guarderías, colegios e
institutos. Hay malos alumnos como hay malos profesores. Pero también existen
malas condiciones para la enseñanza y malas condiciones para el aprendizaje.
Dos genios: Charles Chaplin y Albert Einstein |
La perspectiva mediática de las mentes brillantes oculta el problema social de la educación porque lo brillante es siempre escaso y relativo por definición. Centrarse en las personas brillantes —que son importantes, claro— es solo una parte del problema o, si se prefiere, un problema específico dentro de los problemas generales.
El escritor Haruki Murakami |
Los
intereses por encontrar personas brillantes adecuadas a sus campos son lógicos;
que los estudios no sean determinantes en lo que necesiten, también. Pero lo
importante es no confundir la finalidad de la educación en el plano individual
y el social. La búsqueda de la "brillantez" puede suponer ignorar los
demás aspectos de la persona que no sean pertinentes para lo que se pretenda
aprovechar de ella en su puesto, ya que es allí donde brillará. Educar no es
seleccionar personal.
El
sentido de la "educación" es otro muy diferente. La educación de las
personas tiene que ver con el contexto general de la sociedad, con un avance
conjunto en un sentido plural de cualidades que no buscan la
"brillantez", sino el fondo común de la convivencia. Una sociedad verdaderamente educada no es una
sociedad de mentes brillantes, sino una sociedad mejor en muchos y diferentes aspectos. Las personas brillantes se
especializan para adecuarse a un mejor aprovechamiento de sus cualidades; las
sociedades no.
Se insiste mucho en que las mentes brillantes son capaces de dar nuevos enfoques a los problemas que se les presentan, que son capaces de reformularlos. Una sociedad educada es también la que tiene una mayor conciencia de los problemas comunes y es capaz de buscar soluciones para resolverlos. Una sociedad educada es una sociedad sensible a los problemas conjuntos; una sociedad educada es solidaria. En una sociedad mejor educada es más fácil que se creen las condiciones favorables para que los individuos brillantes puedan destacar y se aproveche su potencial en beneficio de todos.
Entre
los entrevistados, académicos y empresarios, se le pregunta al científico y
divulgador Jorge Wagensberg que señala, para mí, lo más relevante del artículo:
"Estas mentes creativas y especiales se desarrollan en ambientes que
favorecen la conversación."* Creo que es aquí donde está realmente lo que
define a una sociedad educada.
Jorge Wagensberg |
El diálogo es la forma que tradicionalmente se excluye de la educación o, peor, se interpreta en términos populistas. El diálogo no es el hablar por hablar; es un proceso en el que recibe la información lo hace desde sus propias preguntas. Paso a paso, va percibiendo las carencias para eliminarlas. El diálogo no es el fin; es una herramienta para la comprensión. Una mente brillante es dialogante porque es incompleta. Solo los necios no tienen preguntas. Por eso un sistema que evita las preguntas es un sistema asfixiante que mata la inteligencia al impedir que se dirijan las inquietudes a las fuentes capaces de resolverlas. La función de la educación es plantar preguntas y cosechar nuevas respuestas.
La
fuente de la educación debe ser la insatisfacción,
que es la forma de plantearse el mundo como problemático, como un desafío
personal y social. Contemplando el mundo como un conjunto de problemas
admitimos que en nuestras manos está el intentar resolverlos o el ayudar a
descubrir a las personas capaces de hacerlo.
Debemos
dejar de plantear la riqueza, el éxito, como los estímulos de la brillantez.
Todos esos jóvenes brokers, traders y banqueros desaprensivos,
políticos corruptos, etc. que nos saludan desde las portadas de la prensa
cotidiana, etc., son personas de éxito,
brillantes, han llegado alto... hasta que caen. Y todos ellos se definen por su
profundo egoísmo, su insolidaridad
con los demás, de los que se han aprovechado. Su estímulo no era el mundo como un
problema que resolver; sino el mundo
como un obstáculo en su camino, algo
que debían burlar, esquivar, someter... para conseguir el éxito.
No
basta con definir la brillantez. Hay
que dotarla de sentido, dirección y de responsabilidad. Algunas personas
brillantes, geniales, han sabido comprenderlo y han considerado que debían
mejorar el mundo en el que vivían. Para otras, se trataba solo de aprovecharse
de él.
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