Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Estamos preparados para enfrentarnos a una locura como la de Anders Breivik? Lo dudo. El término “locura” es demasiado ambiguo y oscila entre lo que repele y lo patológico. La enfermedad suele mover a la compasión y no es este el caso, desde luego. Su felicidad desbordante, sus deseos de repetirlo, sus lamentos por no haber podido matar a más personas, lo evita.
La aparición de Breivik ante las cámaras el otro día en la
sala en la que está siendo juzgado no mostraba los ojos de la preocupación, del
arrepentimiento o de cualquier otro sentimiento que pudiéramos asociar con una persona
en ese trance. Con una persona normal, por supuesto. Pero la anormalidad no es
la enfermedad, que es la distinción que tendrán que establecer los jueces y
expertos.
La dificultad de asumir lo monstruoso en nuestra cultura es
grande. Preferimos la patología, que nos tranquiliza. La racionalidad que presuponemos como guía de todas nuestras acciones,
que han de estar justificadas, elude el peso de la justificación emocional. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino señalaba
que hay una estructura objetiva de la
realidad, pero que existe también una estructura
subjetiva que regula nuestra propia experiencia y relación sentimental con lo que nos
rodea. Podemos compartir todos la primera, pero diferimos en la segunda, en la
valorativa. Dice Castilla:
Nuestra manera de estar en el
mundo se basa sobre todo en la valoración estética, pática y ética que hacemos
de las cosas que lo componen. Que alguien estime más importante una poesía que
un partido de fútbol, ¿a qué remite? A su esquema de valores, a sus
preferencias (positivas) y contrapreferencias (negativas). Con esta
organización subjetiva de la realidad no solo nos adaptamos al mundo sino que
tratamos de que el mundo se adapte a nosotros, porque el conjunto de nuestras
preferencias (del latín praeferre, «llevar adelante», «anteponer»),
constituye la prototeoría con la que
cada uno se acerca de antemano a la realidad. A la realidad no la «esperamos»,
sino que nos anticipamos a ella (prolepsis) dotados de nuestra preferencia o
contrapreferencia. En este sentido, no hay ingenuidad. Nuestro mundo subjetivo,
estrictamente sentimental, está construido como un conjunto de preferencias y contrapreferencias que naturalmente no están ahí por azar sino de
acuerdo con nuestra precedente biografía. (244-245)*
Esa anticipación
(prolepsis) de la realidad a la que se refiere Castilla son los “prejuicios”,
palabra que recoge precisamente nuestra configuración de filtros por los que
pasamos la experiencia. La estructura emocional es el conjunto de respuestas
posibles ante lo que nos llega en función de nuestras experiencias previas.
Reaccionamos emocionalmente ante lo que nos viene del mundo porque hemos
desarrollado unas reacciones ante ello, ya sea directa o indirectamente. Esto es
importante porque incluye la experiencia indirecta, es decir, las que se pueden generar en nosotros desde la educación, el arte, etc. Los prejuicios no surgen
siempre de las experiencias directas, como bien sabemos; también se heredan y
transmiten. Considerar que las personas pueden vivir sin prejuicios es un error; forman parte de nuestra estructura psíquica. Por eso lo esencial es su contenido.
Las palabras de Breivik sorprenden porque nos muestran a una
persona que ha tratado de anular su propia estructura subjetiva, las emociones
que sentía, por otras acordes con su finalidad deseada, para poder acabar con los que consideraba sus enemigos,
los responsables del multiculturalismos y la “islamización” de su sociedad. Nos
cuenta el diario El País:
[…] aseguró haber sido una
persona sensible hasta 2006. Entonces se sometió a sí mismo a un entrenamiento
para “deshumanizar” a sus víctimas, parecido al que se aplica a los soldados
para que puedan matar al enemigo en el frente de guerra. Decidió para ello aislarse
social y emocionalmente. Para rebatir a los que lo consideran un narcisista,
Breivik aseguró que quiere más a su país que a sí mismo.**
Lo que Breivik ha realizado —siguiendo sus propias palabras
a la que concedemos validez y credibilidad— es modificar su estructura subjetiva para evitar
que surjan sentimientos también humanos, como la piedad («Lástima,
misericordia, conmiseración»,
según la tercera acepción del DRAE) o la compasión
(«Sentimiento de
conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o
desgracias» DRAE).
Pero lo que Breivik buscaba iba más allá: no solo se trataba de anular las
reacciones compasivas, sino de activar la capacidad de poder lleva a cabo las
acciones criminales. Debía matar y no parar ante lo que pudiera sentir al hacerlo. Su comparación con el
entrenamiento militar no es casual.
La ya larga serie de fotografías y acontecimientos humillantes
para con sus víctimas que llevamos vistos por parte de soldados —norteamericanos,
en este caso, pero no son los únicos—, nos muestran la distancia existente
entre nuestra estructura sentimental de la realidad y la de esas personas a las
que se entrena para que la controlen y, como señalaba Breivik, “puedan matar al
enemigo”. Se trata de reprogramar.
La alternativa a esto es reclutar psicópatas. Pero serían ejércitos absolutamente incontrolables. Ayer mismo, Euronews nos mostraba un reportaje sobre los cincuenta años de la independencia de Argelia****, uno de los procesos de descolonización más sangrientos. Entre las muchas atrocidades relatadas, una de ellas me llamó la atención: el reclutamiento como verdugo del asesino de una familia. Uno de los participantes en el reportaje relata cómo vio subir a treinta y ocho personas al cadalso. El verdugo era un antiguo preso común condenado por haber matado a una familia entera porque le habían rechazado a una hija. El director de la prisión, nos cuenta el entrevistado, lo utilizaba para torturar y matar. No tuvo que entrenar a nadie.
Las fotografías humillantes con cadáveres o prisioneros no son divertimentos; son el resultado lógico de una reducción del otro a la nada para poder evitar cualquier sentimiento de compasión, son refuerzos psicológicos, lo mismo que hizo Breivik. Las cifras de suicidios entre los veteranos del ejército de los Estados Unidos son escalofriantes: 18 suicidios diarios y 1.868 intentos en 2009.*** Las muertes por suicidio han superado las bajas en acción militar. Es el resultado de las guerras de Afganistán e Irak. Las asociaciones de veteranos protestan ante el drama, el de las personas programadas para anular sus sentimientos compasivos previos y abandonadas muchas de ellas a su suerte después, y reclaman ayudas, como informó no hace mucho el New York Times. A diferencia de ellos, a los que el regreso les va mostrando la distancia insoportable entre lo que vivieron y lo que viven, Breivik es feliz. Su autoprogramación incluye el intento previsible, por parte de los demás, de convertir sus acciones en locura. Por decirlo así, ha incluido un doble programa interno de defensa: frente a lo que iba a hacer y frente a las reacciones que suscitaría.
[…] declaró ser “una persona
simpática”. Añadió que está mentalmente sano “desde el punto de vista penal” y
que la sangre fría demostrada en la cacería humana que perpetró en Utoya es
fruto de años de trabajo psicológico que le permitieron cometer los actos “crueles
y bárbaros” de Utoya. Es necesario, añadió, distinguir “entre el extremismo
político y la locura en sentido clínico”.**
Breivik dijo haberse inspirado en
la red terrorista Al Qaeda, de la que ha “aprendido mucho” y recuerda que su
intención era fundar una “Al Qaeda para cristianos”. Se refirió también a otras
organizaciones terroristas y destacó sus debilidades. Así, “la debilidad de ETA
es que le temen a la muerte porque no creen en una vida después de la muerte”.
Esta es, señaló, la debilidad de los marxistas. La ventaja de Al Qaeda se
refiere a que “glorifican el martirio”.**
Terrible paradoja, la del asesino que mata aprendiendo de sus enemigos. Breivik pasa a ser el reverso de Osama Bin Laden, el mártir de una causa en la que espera enganchar a los nuevos cruzados. Queda por dilucidar las causas profundas —no sus explicaciones— de por qué eligió a jóvenes como él, inocentes, a los que fue rematando con la más profunda indiferencia. Si Bin Laden hubiera estrellado los aviones secuestrados contra una mezquita de La Meca alegando que buscaba demostrar los efectos perversos de Occidente, nos hubiera parecido un despropósito absoluto además de una monstruosidad criminal.
Nada repugna y preocupa más que esa frialdad que transmite
su mirada, esa felicidad por lo que ha hecho. Nada suscita tanta repulsa como
su felicidad. Como dijimos en su momento,
el crecimiento de este tipo de conductas no solo debe ser explicado (y
prevenido) en términos individuales sino también sociales. La programación
psicológica no es exclusiva de los ejércitos en guerra, solo su manifestación
extrema. Los soldados que se suicidan lo hacen porque se siente asesinos infelices. Breivik no.
* Carlos Castilla del
Pino (2009): Conductas y actitudes.
Tusquets, Barcelona.
** "Vais a morir
hoy, marxistas". El País
20(04/2012
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/04/20/actualidad/1334947451_631398.html
*** “One U.S. veteran attempts suicide every 80
minutes: Hidden tragedy of Afghanistan and Iraq
Wars”. Daily Mail 3/11/2011
http://www.dailymail.co.uk/news/article-2057061/One-U-S-veteran-attempts-suicide-80-minutes-Hidden-tragedy-Afghanistan-Iraq-wars.html
**** “Argelia: 50 años de
independencia”. Euronews 20/04/2012 http://es.euronews.com/2012/04/20/argelia-50-anos-de-independencia/
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