Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las viejas cuestiones se repiten una y otra vez en la
historia y la lectura del pasado nos suena a presente en más de una ocasión. En
una reciente edición de la polémica entre Inmanuel Kant y el político y
escritor francés Benjamin Constant —que han titulado “¿Hay derecho a mentir?, con introducción extensa de Gabriel
Albiac—, se reproduce una parte de la Fundamentación
de la Metafísica de las costumbres en la que Kant planteaba sus problemas
al respecto. Entre los ejemplos que allí se exponen, podemos leer el siguiente:
[…] [Un individuo] se ve
apremiado por la necesidad a pedir dinero en préstamo. Bien sabe que no podrá
pagar, pero sabe también que nadie le prestará dinero como no prometa
formalmente devolverlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal
promesa, pero aún le queda conciencia bastante para preguntarse: ¿no está
prohibido, no es contrario al deber salir de apuros de esta manera? Supongamos
que decida, sin embargo hacerlo. Su máxima de acción sería ésta: cuando me crea
apurado de dinero, tomaré a préstamo y prometeré el pago, aun cuando sé que no
lo voy a verificar nunca. Este principio del egoísmo o de la propia utilidad es
quizá muy compatible con mi futuro bienestar. Pero la cuestión ahora es ésta
¿es lícito? Transformo, pues, la exigencia del egoísmo en una ley universal y
dispongo así la pregunta: ¿qué sucedería si mi máxima se tornase ley universal?
En seguida veo que nunca puede valer como ley natural universal, no convenir consigo
misma, sino que siempre ha de ser contradictoria, pues la universalidad de una
ley que diga que quien crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra
proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la promesa misma y el fin que con
ella pueda obtenerse, pues nadie creería que recibe una promesa y todos se
reirían de tales manifestaciones como de un vano engaño. (8)
Tenemos aquí resumida gran parte de la problemática con la
que se encuentran algunos gobiernos, entre ellos el nuestro, sobre los
problemas que la deuda plantea. El método que Kant utiliza —elevar a regla
universal lo que es mi deseo particular— deja en evidencia que la deuda no es
un elemento que se pueda estirar hasta el infinito si no existe la posibilidad,
no ya la credibilidad, para devolver lo que se solicita. El fundamento moral de la
deuda es la voluntad de devolverlo y no solo la credibilidad, que podría
extenderse hasta el infinito.
Es sobre estos dos ejes —voluntad y credibilidad— sobre lo
que gira el problema de la deuda. Por supuesto, hay un tercero, pero que no se
plantea Kant en esta instancia porque no es un problema moral: la capacidad, algo que son los otros quienes lo juzgan a la hora de concedernos o no el préstamo.
Podemos tener la capacidad de
devolver la deuda, pero no tener la voluntad de hacerlo. Es el caso del que se
gasta su dinero en otras cosas incumpliendo sus pagos comprometidos. Podemos
también tener “credibilidad” pero no tener a voluntad de hacerlo y seguir pidiendo y arruinando la confianza en nosotros poco a poco. Por último, podríamos tener la
“capacidad” de devolverlo, pero que nadie nos prestara por falta de
credibilidad, o que percibieran falta de voluntad.
El problema que Kant plantea lo es desde la perspectiva del
compromiso, del que ha solicitado de los demás un préstamo. Desde la
perspectiva del que ha de prestar, la cuestión básica es la credibilidad, en
principio, pero también la capacidad.
Cuando escuchamos eso de que “España es un país serio” se
está queriendo decir que exigimos credibilidad (que nos crean) porque tenemos la voluntad de
devolverlo. Pero un país no es serio porque repita continuamente que “es serio”.
Es serio porque lo demuestra, que es
lo que exigen los prestamistas.Son ellos quienes deben decidir si somos serios o no puesto que son quienes nos prestan.
Nuestro problema de la deuda no es devolver los préstamos.
Nuestro problema es que seguimos pidiendo que confíen en nosotros semana tras
semana, cada vez que se sale al mercado a conseguir dinero. Por eso se rieron
del señor Berlusconi los presidentes de Alemania y Francia, porque no les
parecían creíbles sus promesas para cumplir con su deuda. Aquí la mujer del
César podía aparentar todo lo que quisiera, pero dejó de resultar creíble
porque no se veía su voluntad por ningún lado. Hay que ser serios y parecerlo. Y mantenerlo.
Cuando los países piden sin plantearse que tiene que haber
dinero suficiente para lo que hacen más para lo que tienen que devolver, se
aplica el problema señalado por Kant. La promesa se diluye en el vacío si pedimos sin la intención de devolver o si seguimos
refinanciando deudas, que no es más
que acumular promesas incumplidas y más deudas.
Nadie debería dudar de la capacidad de España o Italia. Sin embargo, lo hacen. Y no lo hacen
del país, lo hacen de su clase política que es la que se endeuda. Porque las
promesas son para satisfacer otras
promesas.
Mi perplejidad y mi pregunta es: ¿en qué se ha ido el dinero
solicitado a los mercados si tenemos España llena de deudas? No solo debemos
en el mercado exterior de deuda, sino que adeudamos cantidades millonarias internamente a los proveedores. Si
pedíamos para pagarlas, ¿por qué siguen ahí? La respuesta es kantiana: no había una voluntad real, porque si no se hubiera controlado el gasto para que nadie dude.
No basta con pedir dinero prestado. Hay que gastarlo bien. Y
con cuidado. Pero ese es el debate que los políticos —ellos sabrán— no quieren
plantear. En cualquier caso, habrá que hacerlo. Parte del problema es que
cuando Kant elevaba la utilidad propia (o egoísmo) a ley universal y veía que no funcionaba porque se cargaba el sistema de confianza, a algunos la pregunta de si es lícito les parece superflua.
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