martes, 10 de abril de 2012

La felicidad: tú di que sí

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé qué titulación tiene que tener uno para poder hablar sobre la felicidad. No sé dónde se estudia. Una vez me llamaron para participar en una mesa redonda sobre “los jóvenes y la felicidad” y —desde luego— no fue por joven ni por feliz. Me sentí muy raro porque era el único que no llevaba cifras ni datos.
Nos dice el diario El Mundo que se ha celebrado en Madrid el II Congreso Internacional de la Felicidad. Lo ha organizado, claro, Punset y lo ha financiado Coca-Cola, que es una bebida muy rica que te hace cosquillas en la nariz, pero no creo que eso sea ser feliz, aunque ellos lo digan en sus campañas publicitarias. En libros anteriores, Punset viajó a las emociones, al optimismo y al amor, ahora lo ha hecho a la felicidad. Y, ya puestos, se hace un congreso para que la gente feliz se conozca.
Cuando lees a los antiguos (me refiero a los muy antiguos), llamaban felicidad a otra cosa. Lo deduzco porque con las conclusiones a que han llegado, hay serias dudas sobre lo que han estado hablando:

"Las sociedades con un mayor nivel de bienestar son aquellas en las que hay un mayor nivel de igualdad social. La felicidad no es un asunto solamente individual, sino que depende de un entorno más justo, en el que se respeten los derechos humanos, se cuide el medio ambiente y exista el apoyo social".*


Lo que yo decía. Aquí ya están confundiendo la felicidad con el “bienestar” y el bienestar con la “justicia”, como otros la confunden con el “entretenimiento” y te dan las cifras del tiempo libre y en qué se emplea. Lo de la “felicidad” y los “derechos humanos” tira por tierra las posibilidades de ser feliz en el 99’99% del tiempo y el espacio, históricamente hablando. Eso parece más bien una definición oficial de libro de texto nórdico. No sé si Margaret Thatcher, por ejemplo, sería muy feliz siendo muy igual a los demás.

Punset, feliz
Los antiguos decían que solo puede ser feliz el que nada desea, pero, claro, ahora que hay que activar el consumo interno, pues no está bien decirlo. Aunque, bien pensado, quizá por eso llaman “infeliz” al que pide aumento de sueldo y se lo rechazan por hacerle un favor. Quizá los asistentes eran felices porque veían a Punset, un ídolo mediático, en el que se combinan ciencia, felicidad y publicidad. Quizá ya son felices después de leer su libro Viaje a la felicidad.
Pero lo que más me ha sorprendido es esto del psiquíatra Luis Rojas Marcos:

Tras preguntar a la audiencia si se sentía feliz y ante un abrumador 90% afirmativo, el psiquiatra ha apuntado que "es un sentimiento que está en los genes porque lo ha favorecido la selección natural".


Realmente, no tenemos perdón. Me sorprende que haya tanta gente feliz en tan pocos metros cuadrados. Me sorprende y me alegra, claro. Uno podría pensar que muchas de esas personas podían estar entre los cinco millones de parados, entre el cincuenta por ciento de jóvenes sin empleo, entre el treinta y ocho por ciento de los que abandonan los estudios, etc., etc. Me alegra que esta anomalía estadística sea para bien. Sinceramente.
También me sorprende —pero me deja más tranquilo— que lo de la felicidad esté en los genes, porque así no hay que invertir tanto en arreglar la vida de los desgraciados, que no es lo mismo que los infelices. También la “pena” está en los genes, porque ha sido favorecida por la selección natural. ¡Qué cosas dicen los psiquiatras! Todos los sentimientos naturales son naturales, algo obvio. Cuando tocamos lo de los genes, ya todo pasa a ser automáticamente científico, y lo que está escrito ahí —la naturaleza es muy sabia— es por algo.
Luego dicen que la felicidad defiende de las infecciones y que las personas felices se ponen menos enfermas. Los que son más felices con esto son las compañías de seguros, si es que pudieran serlo. Los médicos acabarán extendiendo recetas en las que ponga “sea un poco feliz antes de cada comida”. Aquí tenemos el problema de donde ponemos los bueyes, si delante o detrás del carro. Si preguntamos a alguien con gripe si no es feliz puede que decida estornudarnos, y con razón. Tampoco se nos ocurriría decirle que la culpa de su gripe proviene de no ser feliz. Decir que la gente tiene más enfermedades porque no es feliz casi es justificar el copago o el recorte farmacéutico. No es lo mismo decir que la felicidad te alarga la vida que la desgracia te la acorta. ¡Claro que la felicidad tiene que ver con las ganas de vivir!, pero la gente con ganas de vivir también se enferma. La felicidad no es la salud, que es muy importante. Puedes estar sano y ser un desgraciado. Tampoco estar enfermo significa necesariamente dejar de ser feliz, aunque evidentemente es un problema.



Conozco casos de personas que mantienen su felicidad, incluso en la enfermedad, a pesar de ella. No son felices porque estén enfermos —¡hay que ser idiota!—, sino que son tan conscientes de su felicidad, le tienen tanto apego, que no permiten que el cuerpo se la estropee. Pero eso es un tipo de felicidad que no está al alcance de ese 90% que dice que es feliz y va a congresos a demostrarlo.
Los congresos sobre la felicidad no tienen la intención de descubrir nada nuevo sobre la felicidad y sí, en cambio, olvidar casi todo lo viejo sobre ella. Y son muy eficaces, vean si no a ese 90% a ojo de asistentes que ya se siente feliz solo con que se lo pregunten.



Cuando invitas a psiquiatras, antropólogos, sociólogos, etc., a que te hablen de la felicidad, te hablan de lo suyo. Y lo camuflan como la “felicidad”, que es algo sobre lo que solo se puede hablar en un congreso espectáculo, aunque el periódico lo ponga en la sección de “Ciencia”. Lo digo porque la noticia recoge la asistencia del hombre “más feliz del mundo”, un monje budista francés, que  —el pobre— debió padecer en la vidas anteriores de forma horrible y está actual le parece muy feliz por comparación. Me alegro por él.

Karl Popper, con buen sentido, creía que los poderes públicos debían tratar de evitar el sufrimiento, más que ocuparse de la “felicidad”, que era una cuestión mucho más personal y subjetiva. La felicidad no es algo de psiquiatras, antropólogos, sociólogos, juristas, etc. De la felicidad hablaron los filósofos, pero con el paso del tiempo se volvieron cínicos, melancólicos y nihilistas y no pasaron de algunas recetas sobre cómo había que combatir su ausencia. De ahí, la consolación de Boecio. Además, los filósofos nunca han resuelto ningún problema y se dedican todo el día a refutarse unos a otros, como todo el mundo sabe. Mejor la autoayuda.
Las recetas de la felicidad son sencillas para la gente que la tiene; para otros, es algo que está entre la medicina y la gastronomía, viene en forma de pastilla o en forma de pastel. Hay felices pasivos, los que creen que la felicidad no se trabaja, que es la sopa boba. También están los felices hiperactivos, que no paran de hacer cosas para poder sentirse felices. Hay también muchas personas desgraciadas porque no son felices; estos suman a la falta de felicidad un plus de angustia por no serlo.
No cometeré el error de dar recetas sobre la felicidad. Lo que sí tengo claro es que muchas personas nunca la encontrarán porque buscan en lugares poco apropiados, como en los congresos que organiza Punset.
Pero si algún día quiere experimentar algo distinto, ayude a los demás, salga de sí mismo durante unos minutos. Cuando regrese a su ego, puede elegir entre sentirse como un idiota o simplemente un poco feliz. Desde fuera puede que no se vean bien las diferencias, pero usted lo notará. Las personas más felices que conozco son las que necesitan poco y dan mucho. Son pocas y felices a su manera.

 * "A mayor igualdad social, más felicidad". El Mundo 9/04/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/04/09/ciencia/1333997408.html



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