Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cartel Terrorismo y kebab (1992) |
En la misma edición digital de Al-Masry Al-Youm (Egipto Independiente) que consulto hoy tenemos
dos muestras evidentes de la deriva política de Egipto. Son dos casos llevados
ante los tribunales, militares y civiles, que marcan el sesgo que va tomando la
situación. Del primero de ellos nos ocupamos no hace mucho cuando dimos cuenta
del juicio al conocido actor cómico Adel Imam* en el que un abogado próximo a
los grupos islamistas, controladores hoy del parlamento egipcio en un setenta y
cinco por ciento, le había denunciado por “insultos al islam” y sus símbolos,
es decir, barbas y ropajes con los
que algunas personas piensan que serán recibidas mejor que otras en la otra vida. Las películas fueron “Al-Irhab Wal-Kabab” (Terrorismo y Kebab 1992), “Al -Irhabi” (El
Terrorista 1994) y “Teyour al-Zalam” (Pájaros
de oscuridad 1995), según nos cuenta el diario egipcio.
Terrorismo y kebab,
una de las películas por las que ha sido sancionado, es una de las más
populares del cine egipcio. La crítica la ha incluido en el puesto decimoquinto
de las mejores películas nacionales. Se considera un clásico de la comedia
satírica.
El edificio Mogamma, en Tahrir |
Transcurre en el Mogamma, el monumental y faraónico edificio
administrativo existente en la Plaza de Tahrir. El edificio es un río humano,
un auténtico torrente de reclamantes en un escenario digno de una obra
kafkiana. Ahmed (Adel Imam) trata de realizar un trámite administrativo
relacionado con la escuela de sus hijos. La locura del edificio le sirve al
cómico para mostrar la ineficacia del sistema y los vicios nacionales. En una
de las oficinas en las que tiene que resolver su problema se encuentra a dos
administrativos, un piadoso funcionario que no para de rezar y no trabaja, y
una mujer colgada al teléfono o realizando tareas al margen de su función, que
frustran cualquier posibilidad de resolución. Nadie trabaja. Ahmed tendrá que
localizar funcionarios incluso en los servicios, salir a buscarlos por los
alrededores, etc. Finalmente, harto del espectáculo dantesco de tantas “almas”
vagando por ese purgatorio administrativo, de tanta ineficacia, estallará. Acabará
tomando rehenes y el edificio se verá rodeado por la policía militar.
Finalmente, a petición de los rehenes, saldrá camuflado entre ellos para evitar
ser matado en la toma del edificio por la policía. Una fábula. Un crítico,
Wahid Hamed, escribió sobre ella: “People don't know what they want ... They
are crushed, their dreams are impossible, they can't believe their demands can
be fulfilled, so they ask for kebab”. Al final, ante tanta ineptitud, solo
pides pan.
El hecho de que hayan pasado exactamente veinte años desde
que se realizó la película, 1992, nos muestra el actual talante de reescritura
de la sociedad y la historia egipcia. Adel Imam es una huella incómoda, como lo
serán otros a este paso. Puede que esto no haya hecho más que empezar.
Sancionar a Adel, además, significa sancionar la
película y, por supuesto a los que la vean, algo para lo que no quedará espacio
futuro. No es una manía de un abogado
fundamentalista; es un mensaje a la sociedad en su conjunto. Da igual que Imam
no vaya a la cárcel y se pueda pagar una multa compensatoria por los tres meses
de condena. Lo importante es que la teoría que señalaba que Imam había sido
condenado en primera instancia por no haberse presentado y que sería absuelto
en la apelación, no se ha visto confirmada. Sí lo ha sido, en cambio, la
sentencia que lo condenaba. Si en la época de Mubarak —se ven sus retratos de
fondo en los despachos del edificio Mogamma— se podía criticar al funcionario
que reza en vez de trabajar, ahora, veinte años después, la censura viene del
otro lado. El que reza es el héroe
humillado que necesita ser reivindicado públicamente. La pregunta es la del
viejo chiste: ¿rezaba para no trabajar o no trabajaba porque rezaba? El futuro
de Egipto lo verá.
La oficina en el Mogamma |
El otro juicio del que se nos habla hoy el diario incide en
la otra vertiente más preocupante junto a la censura, el caso de la activista
por la paz británica que fue violada por el oficial encargado de un control militar
mientras se dirigía a Palestina.
Si el edificio Mogamma y lo que ocurre dentro es
absolutamente kafkiano, lo que ocurre en los tribunales militares es todavía
peor. Cualquier caso que involucre a un militar queda bajo la jurisdicción
militar. Vimos, no hace muchos días, como se absolvió al médico militar que
realizó las ofensivas y humillantes pruebas de virginidad a las manifestantes
en Tahrir. El parlamento mismo se encuentra enfrentado en estas fechas con la
cúpula de la SCAF por si se puede juzgar a militares ya jubilados por delitos
al frente de las empresas, uno de los nidos de corrupción más importantes en
Egipto. Al ponerse a los militares de alta graduación retirados como directores
de las empresas, lo que hayan hecho allí queda bajo la jurisdicción de los mismos
que les nombraron y de donde proceden, del estamento militar. Como vemos, un
pulso en la lucha entre unos y otros, islamistas y militares.
Los pasillos, un río de reclamantes |
En el caso de la activista, el militar que llevo a cabo la
violación fue acusado y condenado a tres años de prisión por “asalto indecente”,
no por violación, ya que se negaron a realizar a la víctima las pruebas pertinentes en
estos casos para atestiguar la violencia contra ella. Por ser un juicio con
militares, se lleva en secreto, por lo que la acusación apenas puede hacer
nada, ni tan siquiera intervenir en el proceso. Lo absurdo es que la pena del
juicio no fue ratificada por las autoridades militares. Se abrió un segundo
juicio en el que como gran avance, se permitió participar a la acusación y recibir información sobre el proceso. El
resultado, el mismo. Fue condenado exactamente a la misma pena menor, pero el
régimen justificaba que había hecho mejor las cosas.
La activista, cuando pudo tener acceso a la información del
proceso y a las declaraciones de los testigos en la segunda ocasión,
manifestaba una inquietud:
In the statements of the witnesses — the other soldiers who were outside
the room — they testified that they heard her screaming, saw the bruises and
blood on her face and that she was shaking and in a state of severe collapse
when walking out.
“It seems surprising to me that no one did
anything to help me,” Tanya said. “None of them did anything.”**
Es la misma “escuela militar” que pateaba mujeres en Tahrir.
No sé qué es lo que juran defender cuando entran en la milicia, pero debe ser
algo muy importante para anteponerlo a la violación de una mujer, escuchar sus
gritos y saber que su oficial está realizando un delito con total impunidad al otro lado de una puerta. Esa es una buena
manera de defender al país. Quizá siguiendo la argumentación el otro día por la diputada del Partido de los Hermanos Musulmanes, fue ella la que provocó al militar. La recompensa que la activista británica tuvo por ir a defender a los palestinos fue ser violada en un control por un oficial egipcio. Buena muestra de solidaridad con los hermanos palestinos.
Entre la creciente censura islamista y la censura militar,
Egipto se debate a la busca de un porvenir que permita a la gente vivir y dejar
vivir. Solo unos pocos trabajan en esa línea. Los frentes se multiplican
ahora. Intransigencia y sufrimiento tapan las luces de una revolución que
quería un futuro mejor para todos. Los ideales van quedando atrapados entre los
escombros de la revolución del 25 de enero dinamitada. Las voces de los que quieren un
Egipto más libre van quedando tapadas por el estridente coro que unos y otros
han creado para hacerse con el poder.
*
"Court upholds sentence against comedian for offending Islam". Al-Masry Al-Youm 24/04/2012 http://www.egyptindependent.com/news/court-upholds-sentence-against-%E2%80%8Ecomedian-offending-islam
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