Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
Unión Europea se ve expuesta a un nuevo peligro, el del las corrientes
ultranacionalistas, el peligro del ultraderechismo. Históricamente los
nacionalismos son una creación del movimiento contrario, una reacción. En este
sentido, el internacionalismo y el nacionalismo son movimientos de sentido
contrario que se refuerzan mutuamente, algo frecuente en el ámbito de la
política.
El
internacionalismo era una reacción precisamente a la agresividad del
nacionalismo que se planteaba la fuerza de la alianza de la sangre y la tierra,
amalgamadas por la lengua como expresión del destino. En tiempos convulsos y
belicistas, el internacionalismo tendía a ser "pacifista",
oponiéndose a las guerras desde una perspectiva superadora de diferencias en
favor de lo que nos hace comunes. Los "internacionalistas" anteponían
las fuerzas de la "clase" y proclamaban estar al servicio de los que
nada tenían, los proletarios. Las
guerras eran cuestiones de los ricos, de los terratenientes, de los que tenían
intereses, frente a los que solo tenían necesidades.
La
Unión Europea surgió como un intento de superar los nacionalismos en favor de
un concepto rico de "ciudadanía" y en favor de un escalón superior,
el europeísmo. Se quería alcanzar una forma de nivelación de las diferencias a
través de un concepto rico en significados, de una formulación de lo común aún
por construir, que se cimentara en la plenitud de derechos políticos y
económicos creando ciudadanía y mercado simultáneamente.
Su
éxito inicial llevó a Europa a una unión diversa construida sobre una riqueza
en derechos y en bienestar nunca vistos, lo que la hizo crecer y convertirse en
una referencia. Pero, como todo crecimiento, conlleva el aumento de la
complejidad a través de la integración de mentalidades distintas y,
especialmente, con grados diversos de cohesión respecto a las unidades básicas,
los estados.
Con el
titular "Salvini y Le Pen preparan el asalto a Europa", el periodista
del diario El País, Daniel Verdú, manifiesta la preocupación desde Roma por el
intento de crear una "internacional nacionalista", una especie de
"punto gordo" en el que se sintetizan ultranacionalismos populistas
que conectan directamente con una especie de obrerismo de derechas que ve en la
idea de nación la forma de protegerse ante el miedo a la globalización, en la
que se representan esos intereses del capital anónimo frente a la
personalización de ese último refugio.
No deja
de ser interesante el juego retórico que se pone en marcha para conseguir que
sean los menos favorecidos los que apoyen las reivindicaciones de aquellas
fuerzas que tradicionalmente seducían a los propietarios. Eso es lo que
caracteriza a la seducción populista, una mezcla extraña entre lo que era los
valores nacionalistas y la unión con otros nacionalismos con los que se verán
abocados a competir.
Esto se
ha manifestado claramente en el populismo de Trump, agresivo y contra otros
países a los que pretende anular como competencia del capitalismo
norteamericano. "America First" es un grito que no necesita de mucha
aclaración y que convierte la política norteamericana directamente en xenófoba
e imperialista, cerrando el país a la inmigración y creando una guerra
arancelaria. Por contra, el nacionalismo europeo trata de establecer alianzas
coyunturales escondiendo los futuros e inevitables gritos de un "Francia
First" o un "Italia First", etc.
Describe
Daniel Verdú en el diario El País con gran claridad la enorme confusión:
El ataque, sin embargo, es el de siempre. El
enemigo es la globalización, el búnker de Bruselas, las élites. También tienen
nombres y apellidos: el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker;
y el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici.
Todos ellos, han defendido ambos, han traicionado al pueblo en pos de unos
intereses ocultos entre los que siempre acaba citado el magnate multimillonario
George Soros. Le Pen lo resumió así. “La UE no se construyó para los pueblos,
para su prosperidad, sino para reforzar el poder de una pequeña clase mundial
que genera muchísimo dinero. La UE se opone al poder de los pueblos y lo hace a
través de amenazas, extorsiones y unos resultados que no lo justifican:
inmigración masiva, disminución de los salarios. Todo esto se llama
globalización. Y la globalización salvaje es como los restaurantes, el último
que sale paga la cuenta. Yo no quiero que sea Europa quien la pague”.
La idea, han dado a entender ambos líderes,
es ocupar desde la derecha el espacio que, supuestamente, ha abandonado la
izquierda. Un experimento que ya llevó a cabo con éxito el Front National
(Frente Nacional) en Francia. Salvini lo ha recordado. “Estamos recogiendo unos
valores de una izquierda que ha traicionado a los trabajadores. Ayudamos a
tantos precarios y parados que la izquierda ha abandonado. Creo que en las
sedes del PD [Partido Demócrata] y socialistas entran más banqueros que
obreros”. Una idea que también se extiende a una modulación ideológica del
acercamiento a la cuestión migratoria. “La izquierda tiene un gran interés en
una inmigración ilimitada porque necesita nuevos esclavos para las industrias
europeas”. Le Pen, cautivada por la seguridad y coincidencia programática de su
interlocutor, asentía todo el tiempo.*
¿Derechas,
izquierdas? Todo vale en el asalto a lo que tienen enfrente, Europa, descrita
con unos tonos grotescos en los que se opone la "carne nacional" a la
"máquina burocrática internacionalista". La "nación" y el
discurso nacionalista que genera se humanizan deshumanizando a su rival. Las
naciones existen, como se quería en
el romanticismo del que salen. Son la fusión de tierra y espíritu, de historia
y lengua. Tienen realidad doliente.
Por el contrario, ideas como Europa no son más que construcciones burocráticas,
artificiales. De nuevo la oposición de lo orgánico a lo mecánico, de lo vivo a
la frialdad sin alma.
Los dos
párrafos citados anteriormente revelan la ideología real, pero también la
alianza estratégica que busca liberarse del cuerpo actual para volver a la encarnación de lo nacional. Los
discursos, las poses, la escenografía populista de LePen o el sincorbatismo de Salvini son las formas
en las que se representa ese elemento cotidiano, real, esa comunión patriótica
de la vuelta a las naciones, que arrastra emociones frente a la abstracciones
internacionalistas que buscan conceptos como "derechos" o
"ciudadanía", sobre los que se construye la idea europea.
La
proliferación de los discursos populistas y su absorción de derechas e
izquierdas lo vemos en España en la creación de nacionalismos opuestos de
enorme agresividad. La prensa ha resaltado el estallido preocupante de Vox y
cómo se alimenta de la parte contraria, el nacionalismo separatista catalán, el
secesionismo. Ambas fuerzas son resultado de una realimentación que crece
gracias a los discursos del otro. Cuanto más agresivo sea el nacionalismo
catalán más crecerá el enganche del un ultraderechismo nacionalista español.
Por
desgracia, el ultranacionalismo se alimenta del odio a las instituciones que
perciben como artificiales. "Europa", y también de la xenofobia que
se usa como forma de rechazo de la diversidad. La idea de nación y pueblo
heridos se ve reforzada por un rechazo del otro al que se ve igualmente como
enemigo. No es casual que en todos ellos haya un enemigo que viene a destruir,
parasitar, etc. lo que se es por
naturaleza. El populismo de Trump ha tenido que ir de mano del racismo, de
la xenofobia, del machismo antifeminista, etc. pues necesita convertirse en el
eje de cualquier posición. Los llamados valores "tradicionales" son "antimodernos";
van en contra de cualquier forma igualitaria (económica, social, de género...) y
perciben todo como amenaza. Esto es necesario para implantar el discurso del
miedo —todo es amenaza— y de la identidad —lo diferente es destructivo—.
La idea de una "Europa de las Naciones" es peligros cuando la idea de "nación" que la fundamenta es de carácter populista y de ultraderecha. Las sonrisas que hoy cruzan sus halcones, los abrazos de sus líderes, no esconden lo que sería un escenario en el que pasaran a considerarse enemigos debido a la intransigencia de sus planteamientos nacionalistas. De la misma forma que Trump se ha revuelto contra aquellos que son "competencia", una Europa de este tipo dejaría de ser un proyecto común para convertirse en campo de batalla, como lo ha sido tantas veces en la Historia. La misma insolidaridad que guía a Donald Trump y sus políticas exclusivistas se multiplicaría no asumiendo nadie aquello que "no le conviene" expresamente, negándose a hacer políticas de conjunto pues solo se haría lo propio. Los ejemplos están ahí.
El artículo de Verdú termina con un canto antiamericano, el rechazo expreso de quien está más interesado en que esto prospere, Steve Bannon, estratega repudiado por Trump que sabe que la división debilitaría a Europa y volvería a "hacer grande a América". Tomamos sus ideas pero no afrontamos sus consecuencias.
Se pregunta Verdú:
Y, todo esto, ¿quién lo patrocina? El jarro
de agua fría fue para Steve Bannon, con quien Le Pen marcó un distanciamiento
estratégico. El exasesor del presidente de EEUU, Donald Trump, lleva meses
visitando Europa y ha constituido una suerte de fundación en Bruselas que busca
agrupar a todos las corrientes soberanistas para participar en las elecciones
europeas. Se llama The Movement y debía ser paraguas que aglutinase partidos
tan dispares. Pero, según Le Pen, no tendrá ninguna capacidad decisión
política: “Bannon no es europeo, es estadounidense. Él ha sugerido a los
nacionalistas crear una fundación de estudios, sondeos y análisis aquí. Pero la
fuerza política somos nosotros y nosotros solos la estructuraremos. Nos debemos
a nuestra soberanía y a nuestra libertad. Quiero que este tema este
extremadamente claro”.*
Sin embargo, no lo está. Bannon es más listo que todo esto. Sabe que tras esta fragmentación solo quedará la debilidad de las alianzas con otros. Y nadie querrá enfrentarse con el rival más fuerte, los Estados Unidos. Ni con Rusia, el otro gran interesado en que la Unión se rompa.
Son
horas decisivas en muchos países que ven enfrentados a estas corrientes que
dirigen las frustraciones y la violencia generada hacia el rechazo de las
propuestas modernas, las de elaboración de identidades hacia las que nos
movemos para superar la violencia de los nacionalismo, un hecho histórico que
no puede ser ignorado. Los abrazos que hoy se dan los líderes ultranacionalistas,
mañana serán ataques, una vez que se hayan cubierto los objetivos de desmontar
Europa desde dentro.
No existe la Europa de las Naciones, porque el nacionalismo es egocéntrico y paranoide. Son naciones que, además, se siguen fraccionando, como Italia, Francia... o España, en unidades más pequeñas y débiles, en micronacionalismos, presas más fáciles.
*
"Salvini y Le Pen preparan el asalto a Europa" El País 8/10/2018
https://elpais.com/internacional/2018/10/08/actualidad/1538999603_406901.html
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