Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cuando
dentro de unas décadas se analice este periodo de la historia norteamericana,
los historiadores profesionales tendrán muchas dificultades. Tratarán de
comprender en qué momento de la Historia la gente se abona al mito antes que a
la realidad, al sueño que acaba en pesadilla. Descubrirán que una época eligió
la pendiente vertiginosa de la estupidez antes que el equilibrio ponderado.
Tendrán dificultades para entender cómo una democracia consolidada eligió a un
fullero narcisista como presidente.
Me
gusta recordar el momento en el que The New York Times mostraba sus escrúpulos
ante sus lectores preguntándose cómo iba a ser capaz de tratar con el respeto
debido al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sus dudas surgían de la comprensión
profunda de lo que suponía hablar con respeto de la presidencia de los Estados
Unidos y de la falta de consideración que les provocaba un personaje como
Donald Trump. El periódico suponía que el primero en comprender la importancia
del cargo que ocupaba sería Donald Trump, pero nadie estaba preparado para lo
que habría de llegar. Nadie estaba preparado para ver pisotear la dignidad de
un cargo; nadie estaba preparado para ver cómo la Asamblea de Naciones Unidas
en pleno se carcajeaba hace apenas unas horas de las palabras del presidente de
los Estados Unidos, un momento convertido en una sitcom en directo, con chistes que no tenían intención de serlo
pero funcionaban.
El
diario El Mundo recogía este incidente cómico alternativo en un artículo sobre
su popularidad. Señala el diario:
Donald Trump suele decir que, desde que él es
presidente de Estados Unidos, "nuestro país es respetado de nuevo".
La última vez que lo dijo fue el 21 de septiembre, en un mitin en el estado de
Missouri. Exactamente cuatro días después, la Asamblea General de Naciones
Unidas pareció cuestionar esa afirmación al recibir con carcajadas las
afirmaciones del jefe del Estado y del Gobierno de EEUU en su intervención ante
el pleno de la organización.*
Puede
que hayan intentado mantener la seriedad, son personas entrenadas para ello.
Pero es difícil resistirse a alguien cuyo sentido de la realidad es nulo, su
conocimiento escaso y tiene una visión
de sí mismo que se aleja en demasía de lo que los demás ven en él.
Los
periódicos del mundo, siguiendo a The New York Times, titulan es sus páginas
principales, en sus lugares destacados, la salida a la luz de la verdadera
historia económica de Donald Trump, el hombre que se hizo a sí mismo con una
ayudita familiar.
El País
titula "Trump amasó parte de su fortuna a base de fraude fiscal, según
asegura ‘The New York Times’"; El Mundo "Trump, millonario tras
desviar cientos de millones de dólares de sus padres"; el ABC "Trump
evadió impuestos por 413 millones heredados"; La Vanguardia "Una
investigación atribuye parte de la fortuna de Trump a fraude fiscal"... Es
un bonito repertorio para alguien que quiere pasar a la Historia como el mejor
presidente de los Estados Unidos y le gustaría verse esculpido en el Monte
Rushmore y, ¿por qué no? en los billetes y monedas. In Trump we trust.
Hace
tiempo dijimos aquí que los dos peores enemigos de Donald Trump eran él mismo y
sus negocios. Era cuestión de tiempo que estos salieran a la luz. Él lo hizo
hace tiempo, Y ahora la investigación sobre sus finanzas, realizada por The New
York Times, le ha conseguido otra buena ración de titulares. Puede que no sean
los que más le gustan, pero son titulares.
El
editorial de The New York Times es tan insólito como lo es todo lo que procede
del presidente. Y no puede ser de otra manera cuando se trata de una persona
que se considera tangencial con la realidad, que trata de convencer al universo
y atraerlo hacia su lado alternativo. Esta "alternatividad" es la que
los historiadores tendrán más dificultades en explicar para encajar el texto
con el contexto. Con Trump no decae solo en realismo, se hunde la realidad en
favor de un mito. De ese mito habla The New York Times en uno de sus párrafos
editoriales:
Veterans of New York news media still laugh to
recall how Mr. Trump would call them up, pretending to be a publicist named
John Barron, or sometimes John Miller, in order to regale them with tales of
Mr. Trump’s glamorous personal life — how many models he was dating, which
actresses were pursuing him, which celebrities he was hanging out with. As
gross and tacky and bizarre as this all seemed, it was aimed squarely at
fostering the image of Donald Trump as a master of the universe who, as the
cliché goes, women wanted and men wanted to be.
This mythos was burnished and expanded by Mr.
Trump’s years on “The Apprentice,” where he played the role of an all-powerful,
all-knowing business god who could make or break the fortunes of those who
clamored for his favor. Occasionally he could be harsh or even insulting, but
it was always in the context of delivering the tough love that the contestants
so needed to hear. And who was more qualified to deliver those lessons than
Donald Trump? As with all reality TV, it was total bunk. But it promoted
precisely the golden image that Mr. Trump — with a multimillion-dollar assist
from his father — had carefully cultivated for his entire life.**
Nada de lo dicho en esos dos párrafos es nuevo. El problema es querer escucharlo primero y aceptarlo después. Probablemente se puedan contar anécdotas así de mucha gente, pero poco llegan tan alto y pocos se distancian tanto de la pobre realidad.
Hace unos días, un compañero de la Facultad me contaba que
había visto la estupenda película de Elia Kazan, "Un rostro en la
multitud" (A face in the crowd,
1957) e inmediatamente me decía "¡Es Trump!". Sí, es una de sus
formas alternativas, una de las múltiples variables del guión de una
presidencia anunciada, anticipada por una parte de la sociedad, que la ha hecho
suya. Los orígenes humildes del demagogo manipulador del film de Kazan, el
maestro televisivo, hace que nuestra memoria cultural haga saltar los ecos. Es
el proceso de reconocimiento de patrones en el que comprendemos sus raíces. El
arte explica la vida y, en ocasiones, le da forma. A Trump no lo explica la política, que no le importa. Lo explica ese narcisismo que hace desaparecer la realidad hasta convertirla es un espejo. "Power! He love it!", dice el cartel de la película de Kazan.
Trump queda expuesto a la desmitificación del hombre de
éxito, del triunfador que se hizo rico con su inteligencia para los negocios.
Pero el gran éxito de Trump ha sido convencer al mundo de que era un
"hombre de éxito". Esa era su gran victoria y lo que señala The New
York Times por encima de los datos sobre el dinero que ha estado recibiendo de
su padre no por sus méritos, sino para evadir impuestos. El secreto mejor
guardado, aquello de lo que Trump nunca habla, son sus impuestos, su
declaración fiscal que sigue eludiendo las miradas.
La personalidad de Trump es como su declaración, la verdad
se esconde esquiva en beneficio de lo "alternativo". La fake new era él, de principio a fin. Les
ha costado algún tiempo entender a este ser, mutante informacional, hombre de
papel y rayos catódicos, sombra platónica cavernícola producida por neones y
autobombo.
Se dice que la sociedad norteamericana ha vivido décadas traumáticas a causa de la guerra de Vietnam o del escándalo Watergate. Cuando, al contar tres, despierte de su sueño
hipnótico, el trauma al que se va a enfrentar va a ser centenario.
* "Donald Trump tiene el mismo respaldo popular en
España que en Estados Unidos" El Mundo 2/10/2018
http://www.elmundo.es/internacional/2018/10/02/5bb3a9a446163f80978b4672.html
** The
Editorial Board "Donald Trump and the Self-Made Sham" The New York
Times 2/10/2018 https://www.nytimes.com/2018/10/02/opinion/donald-trump-tax-fraud-fred.html
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