Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
presencia de un llamativo titular en el diario El País, "La democracia, en
peligro", podría hacernos pensar que se trata de algún mensaje exagerado,
apocalíptico o forma de reclamo para quedarse después, como es frecuente, en
poca cosa o en casi nada. Sin embargo, no es este el caso. Otra cosa es que
seamos capaces de evaluar las situaciones existentes para llegar a esa
conclusión.
La
falta de visión de conjunto, el desinterés por comprender los orígenes y causas
de las cosas y, especialmente, el sentido confiado en que nada cambiará ocurra
lo que ocurra, hará parecer a muchos un mensaje alarmista. No creo que lo sea.
Aquí hemos tratado desde hace tiempo muchos de los síntomas que muestran que
algo está pasando en la forma de percibir la política y las formas en que nos
manifestamos.
Hace
tiempo que se trata de la crisis política interpretándola como una crisis de
legitimación, como crisis de la representación, como crisis de las
instituciones, etc. Son un sinnúmero de crisis ya que la realidad no es tan
clara como el papel en que se describe.
No
explica el editorialista del diario El País:
El avance electoral de la ultraderecha en
Brasil, que el próximo día 28 podría traducirse en la elección de Jair
Bolsonaro como presidente de la República, ha venido a confirmar la extensión y
la profundidad de los riesgos que se ciernen sobre la democracia parlamentaria
en todo el mundo. Las amenazas no proceden de un extremo ideológico o de otro,
sino que ambos parecen de acuerdo en deslegitimar el sistema político en su
camino hacia el poder, al tiempo que se sirven de los derechos y libertades que
el propio sistema les reconoce. América Latina no es la única región donde el
fenómeno está alcanzando estaciones de difícil retorno, en países como
Venezuela, Bolivia o Nicaragua; también en Europa las opciones extremistas de
todo signo están pasando de condicionar la agenda política desde los márgenes
del sistema, según había venido sucediendo hasta ahora, a instalarse
sólidamente en su interior, gracias a un apoyo electoral cada vez más amplio.
Entretanto, Donald Trump aspira a ganarse la lealtad de las fuerzas que cuestionan
los regímenes de libertades, Vladímir Putin maniobra cada vez más abiertamente
a través de ellas para destruirlos y China persevera en un modelo propio.*
Como
mero recuento de las situaciones ya es bastante inquietante. Pero las noticias
circunstanciales que acompañan estos avances hacia el autoritarismo se
complican cuando se da cuenta de lo ocurrido en Alemania, los inicios de Vox
aquí o la noticia de que en Hungría se ha aprobado una ley que permitirá multar
y encarcelar a los sin techo por vivir en la calle que es uno de esos síntomas que no fallan pues revelan una forma de entender la vida un tanto autoritaria: no se solucionan problemas, solo se ocultan.
Este barrer la pobreza como se barre la basura es un indicador de que la
sensibilidad social hacia los problemas ha descarrilado y que los gobiernos acogen
este tipo de situaciones como normalidad inquietante. En Egipto, por el ejemplo, un ministro se ha enfadado porque los pobres van a la capital cuando deberían quedarse en sus localidades. Es un mismo síntoma.
Sorprendentemente
esta pérdida de la sensibilidad social es un resultado de la perversión de la
propia forma de malentender la democracia, interpretada como la forma en que lo
mío se impone a lo tuyo. Desgraciadamente, la larga crisis económica y sus
antecedentes nos han dejado una forma de ver la política, la
democracia especialmente, como una mera herramienta para conseguir lo que se
quiere o lo que se ofrece.
La
democracia es algo más que ganar. Es sobre todo un ejercicio de responsabilidad
y solidaridad con el conjunto. La democracia puede ser partidista, pero no
puede ser sectaria, es decir, de unos contra otros porque se acaba perdiendo el
rumbo y perdemos todos con ello. En España estamos bastante aquejado de este problema,
quizá porque nuestra democracia es joven, aunque lo mismo ocurre en otras más
viejas, que se han disparado hacia el egoísmo, como ha ocurrido en los Estados
Unidos con Trump. Su triunfo se ha entendido como una liberación de instintos reprimidos, pues solo así se explica la explosión del racismo y la insolidaridad, la caza fronteriza de inmigrantes, etc. formas claramente anti democráticas.
Sí, la
democracia no se encuentra en buen estado. Más bien se encuentra en un
lamentable estado de abandono por parte de los propios políticos y del su
público, convirtiéndola en lo que no debe ser, un circo romano. Los Estados
Unidos son un ejemplo de este mal, pero también lo son en aquellos países que
han perdido las referencias y usan los poderes para recortar las libertades.
Las
libertades son importantes, pero tan importante como ellas es su uso. Y es ahí
donde fallamos estrepitosamente. Una democracia que usa de forma insolidaria su
libertades no sobrevive a sí misma. Por eso el que ejerce mal el poder, abre
brechas y no hace que los ciudadanos tengan un mayor sentido de la comunidad
solidaria, está causando un grave deterioro.
La
democracia es ejemplar o no lo es. Es el viejo problema de la libertad y el
mal. Si elegimos el mal, seremos malvados
libres, que es mucho con lo que nos encontramos hoy en día cuando
parlamentos de todo el mundo suman sus votos para alcanzar mezquindades,
maldades o irracionalidades entre aplausos y abrazos, que no se entiende muy
bien a qué vienen, pues cada victoria de este tipo en una derrota del conjunto.
No les importa mucho, es cierto, pues esto es solo encubrimiento del
autoritarismo.
Hay que
preocuparse por las libertades propias y ajenas y hay que ser solidarios con
todos; hay que hacer el bien lo que se pueda. Un estado que vende bombas porque
son precisas o que dice que entre la
paz y el pan, se queda con el pan, no tiene un futuro brillante, sino solo un
ejercicio constante de cinismo.
No solo
está en peligro la democracia allí donde no se practica, sino también allí
donde no se la respeta en su fondo. Esa falta de respeto va calando y se llega
así a la segunda y más peligrosa falta, el abandono, el desinterés, que es lo
que ha acabado ocurriendo allí donde las viejas promesas remozadas llegan a
captar la atención de las gentes. La vuelta de los fascismos disfrazados una
vez más de patriotismo es un grave síntoma de perversión política, pero sobre
todo de la falta de ilusión por los valores democráticos.
El
desencanto de muchos se produce porque habían creído que la democracia era como
una carta a los Reyes Magos. No es el caso. No hay nada en ella que no surja y
se alimente de otra cosa que de nuestro esfuerzo. Es una concepción muy pobre
la de una democracia solo de resultados y no de valores.
Por eso
crecen los que prometen mundos nuevos que saben a rancio. El desconocimiento de
la Historia y la falta de sentido de futuro alienta movimientos y tendencias,
enfoques desviados, que prenden en situaciones críticas.
Son
demasiados casos y ejemplos del deterioro de la democracia y sus valores. Y es
cada vez mayor el descaro de aquellos países que no solo no la respetan sino
que se burlan de ella como una debilidad.
Son demasiado líderes presumiendo de su fuerza, de su ausencia de respeto por
los valores democráticos que son los del diálogo, el respeto y un sentido
solidario de la comunidad, no solo nacional sino internacional.
Un
comentarista de la CNN recordaba ayer algo que aquí hemos resaltado varias
veces: el viaje de Donald Trump a Arabia Saudí proclamando que no iba allí a
impartir lecciones de moralidad ni conferencias diciéndole a la gente cómo
debía actuar. Los resultados los tenemos hoy en los titulares. Solo Canadá se
ha atrevido a decirle a los saudíes que ellos valoran más los principios que el
dinero que invierten en los países para acallarlos, incluido el nuestro.
El
ejemplo dado por los Estados Unidos, el mal ejemplo, ha prendido allí donde se
copian las formas y maneras de su presidente, la prepotencia y el egoísmo del
nuevo proteccionismo. Aquella manifestación de que no importan los principios
democráticos ha sido asumida por otros países que siente que ya no deben fingir
que viven conforme a las normas y valores democráticos, sino exterminar a sus
opositores dentro y fuera. La alarma por las muertes de periodistas en todo el
mundo, especialmente en países en los que no se habían dado, se debe apuntar
también en el haber de quien desprecia a la prensa y la llama la "enemiga
del pueblo".
¿Alarmismo?
No lo creo. Más bien debería llevarnos a una serie reflexión sobre cómo se
aprovechan de nuestros errores e indiferencia aquellos que quieren acabar con
la democracia. El editorial termina hablando de grandes palabras que han
servido como identidad de la democracia. Creo que sería más eficaz pedir
pequeños actos y grandes gestos que representen que anteponemos los valores
comunes a los egoísmos particulares.
Mecanizando la democracia se le hace un flaco favor. Pasar de vez en cuando por las urnas no es democracia, tan solo una parte de ella. Partidos, instituciones, ciudadanos, medios, etc. deben reflexionar sobre lo que es y representa la democracia. Las alarmas están muy bien, pero es mejor no llegar a ellas y que mantenerla viva con ejemplaridad, ilusión y compromiso.
*
Editorial "La democracia, en peligro" El País 15/10/2018
https://elpais.com/elpais/2018/10/14/opinion/1539530782_976260.html
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