Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El caso
de Jamal Khashoggi ha tocado fibras sensibles en el mundo árabe. Dentro de las
grandes luchas que se dan en Oriente Medio entre Arabia Saudí e Irán, con sus
apoyos correspondientes, hay otra increíblemente olvidada, la de los que
quieren democracia, la postura de los demócratas. Esta es una lucha perdida
entre los grandes bloques y entre las grandes tendencias islámicas, wahabitas,
salafistas, Hermanos Musulmanes, Estado Islámico, etc. Perdidos, desasistidos
entre ellos, se encuentran aquellos que tratan de encontrar un futuro para el
mundo árabe entre tendencias dogmáticas, entre odios centenarios, entre
rivalidades de potencias reaccionarias, autoritarias, despóticas.
La
pregunta vuelve una y otra vez: ¿es posible una democracia en los países
árabes? ¿Es posible una democracia que respete a las personas, que nos las
considere propiedades de sus amos, dictadores y reyes, crueles generales de
opereta como un Gadafi, aburridos como un Mubarak o reyes que siguen invocando a
la voluntad de Dios como su fuente de poder, que usan para eliminar cualquier
tipo de crítica, resistencia u oposición.
El
movimiento conocido como Primavera Árabe, con el que se identificaron millones
de jóvenes árabes de todo el mapa, fue destruido por las fuerzas que veían en
ella un desafío, y por el abandono de Occidente cuando vio que se provocaba una
inestabilidad enorme. Como hemos señalado, unos acabaron con las dictaduras,
sacrificándose en las calles, y otros trataron de llevarse el crédito.
Finalmente, los únicos organizados, los islamistas en sus diversas formas
pudieron recoger los frutos de aquellos que pedían algo más que un cambio de
caras, que pedían libertades y desarrollo económico, salir de la pobreza en la
que grandes bolsas de la población se encuentran.
El día
23 de octubre, el escritor egipcio Alaa Al-Aswani publicó un artículo en la
Deutsche Welle árabe, con el título “Do Arabs Need Freedom of Expression?” ("علاء
الأسواني: هل يحتاج العرب إلى حرية التعبير..؟!")*. Al-Aswani comienza
hablando de lo que el asesinato de Jamal Khashoggi nos recuerda de los
regímenes árabes actuales:
1º.- "...el gobernante árabe, a pesar de
las manifestaciones de la modernidad, todavía se comporta con la mentalidad del
sultán en la Edad Media."
2º.- "...el ciudadano árabe carece de
fuerza, por lo que es fácil arrestarlo, torturarlo y matarlo".
3º.- "...el asesinato de Khashoggi, con
esta brutalidad, refleja un método de represión practicado por todos los
regímenes árabes sin excepción".*
Desde
estos tres puntos, es fácil comprender el interés en que el caso se cierre
cuanto antes como una forma de "justicia" del régimen involucrado y
no como un efecto precisamente de lo contrario, que es lo que representan los
tres puntos señalados por el escritor egipcio.
Los
tres puntos reflejan a los gobernantes (1), gobernados (2) y las prácticas
habituales (3). Con ellos se realiza una descripción en escuetos trazos de la
situación que se vive en estos países en los que, como hemos señalado con
frecuencia, se intenta hacer pasar represión por estabilidad. La paz no es más
que el imperio del miedo.
La
función de la represión continua y del silencio es doble, perpetuarse en el
poder junto a los sectores dominantes de la vida política y económica, y evitar
que surjan escándalos que dificulten sus relaciones internacionales,
especialmente con aquellos países en los que la opinión pública es sensible a
la situación de los Derechos Humanos.
Tras la
descripción de la situación general, Al-Aswani dirige en primer lugar su vista
a Egipto, donde —dice— miles de jóvenes participantes en la Revolución padecen
en las cárceles encierro y tortura para que no olviden lo que ocurre cuando se
desafía al régimen.
Pasa
Al-Aswani a realizar una afirmación sobre los dirigentes árabes. Ya sea, presidente
o rey, "considera que la eliminación de sus oponentes es una herramienta
esencial del gobierno". Cree, además, que "la libertad de expresión
es una tradición occidental que no se adapta a nuestra cultura árabe".
Lo
primero se camufla muchas veces tras el concepto de "terrorismo", que
se extiende a todo aquel que osa desafiar las instrucciones del régimen. El
contexto actual de violencia generalizada está sirviendo para la eliminación
cuidadosa, para el silenciamientos, de todos aquellos que no son favorables al
régimen. La etiqueta es siempre la misma y va de personas demócratas, ateos,
feministas, activistas de derechos o personas de la comunidad LGTB, a los que
se considera como "peligrosos" y destructores de una
"normalidad" arabo-musulmana que se ha construido como única
"identidad" posible. En el caso de Egipto es enormemente visible a
través de la doble acción conjunta del Ejército (y demás fuerzas de seguridad)
y las instituciones como Al-Azhar, que velan por una ortodoxia musulmana en
contra de lo que definen como extremismo religioso o ateísmo.
El
desprecio manifestado por los derechos humanos por el propio Al-Sisi, como algo
propio de Occidente, no practicable en el espacio árabe, es un demostración de
la poca fe en la democracia y en la mejora del pueblo, al que se le condena a
vivir en un régimen en el que por ser imposibles las críticas, tiende a
formarse una creciente corrupción que acaba afectando a todos los niveles
sociales y de la propia administración.
Los
efectos vistos en la sociedad egipcia son de un regreso a un
"conservadurismo moral", con el que trata de mantener contentos a
aquellos sectores que simpatizan con los islamistas, eso les permite
simultáneamente deshacerse de todos aquellos reformistas en lo religioso o demócratas
en lo político, líneas que tienden a confundirse cuando interesa manipular la
una con la otra. De esta forma, se impide la llegada de una modernidad
necesaria en un mundo global en el que la información fluye. Para frenar esto,
se impone la censura, el cierre de medios y una furibunda propaganda que hace
que los rincones de las calles no sean más el que gigantesco marco para los
retratos del líder, al que se le transfieren los valores con los que identificarse.
Ala
Al-Aswani hace un recorrido por los problemas que causa la falta de libertad de
expresión en los países árabes.
1º. Una
sola fuente de decisión. Reyes y presidentes mandan y los gobiernos están a su
servicio.
2º. La
distorsión general de la mentes, el lavado de cerebro permanente. Los medios
solo tienen una función propagandística. Al-Aswani pone el ejemplo —muchas
veces citado aquí— de la campaña del gobierno egipcio contra la Revolución de 2011, convirtiéndola en la fuente de todos
los males, en obra de islamistas y occidentales, de conspiradores, para
destruir el estado.
3º. La
distorsión de los derechos humanos. Los valores que acaba haciendo suyos la
sociedad son negativos, la mentira y la hipocresía como fundamentos de la vida
social.
Cuando
puedan elegir a sus gobernantes, cuando estos respondan a los interese
verdaderos del pueblo y no a sus clases
dirigentes y privilegiadas, interesadas en mantener el statu quo, dice Al-Aswani, "los árabes se unirán a las naciones
del mundo civilizado". Como es tradicional en sus escritos, la última
línea es "la democracia es la solución" (الديمقراطية هي الحل). Es su
versión del islamista "el islam es la solución".*
Jamal
Khashoggi, como vimos aquí, había enviado una columna a The Washington Post con unas tesis parecidas: la ausencia de libertad
de expresión en el mundo árabe es una barrera que impide que se genere un
consenso que sea una alternativa a los gobiernos autoritarios que se han
confabulado para no amparar a los disidentes ajenos para evitar que se dé
espacio a los propios.
La
soledad de los demócratas árabes es grande. También es enorme su propia
división y la ausencia de figuras aglutinadoras, que se quedan por el camino
ante la represión o la falta de apoyo. Lo ocurrido con Khashoggi es una muestra
de lo que le ocurre al que discrepa y no se aviene a pactos o silencios. El
propio Alaa Al-Aswani es un conocido escritor y periodista que ha tenido que
buscar como tantos otros alojamiento foráneo para poder hablar, en este caso en
la Deutsche Welle, al igual que Khashoggi lo encontró en las páginas del diario
The Washington Post. No hay espacio en Egipto para él; no ha espacio para el
que pide "democracia".
Las generaciones
de políticos árabes van fracasando una tras otras. La actual generación tuvo el
valor de levantarse frente a los gobiernos dictatoriales. Desgraciadamente, la
ausencia de una tradición política dialogante que permita la acción conjunta ha
hecho que cualquier intento se convierta en una intensas luchas de egos e
intereses. Esto beneficia enormemente a los dictadores y autócratas coronados
que tiene mano de hierro y solo admiten morir en sus tronos y palacios.
Los
autócratas les prometen seguridad y prosperidad, dos conceptos que tienen una
doble lectura. "Seguridad" es represión, dependencia, vigilancia;
"prosperidad" es la promesa de que cuando todo esté "tranquilo",
el dinero, los turistas, los inversores, etc. llegarán como el maná, llovido
del cielo. Los medios se llenan de promesas en forma de conferencias, de
fotografías, de encuentros, de mucha actividad diplomática, etc. con la que
intentan convencer a los pueblos que son ampliamente aceptados, felicitados por
su "buen trabajo", como ha ido haciendo Donald Trump con los
dictadores con los que se encuentra. Son los "fantastic guy", los que
hacen el "good work", etc. por el que son felicitados y de quien
reciben la promesa de mirar para otro lado en sus represiones o intervenciones,
como ocurre con Arabia Saudí.
Ha sido
el debilitamiento de una política estricta de defensa de los derechos humanos
junto con el ascenso de políticos populistas lo que ha hecho que los dictadores
sean recibidos por determinados gobiernos, como la Hungría de Viktor Urban, en
donde son alabados, como Gadafi era alabado por la Venezuela de Chaves, entregándole
el "Sable de Bolívar", como premio.
El caso
de Jamal Khashoggi tiene una gran importancia y no debe pararse, no debe
detenerse su efecto. Pero las sanciones que se le puedan poner a Arabia Saudí
son una pequeña parte. El régimen del futuro rey saudí, el actual príncipe
Mohamed Bin Salman nacerá tocado porque las maniobras de maquillaje del Reino
no sirven más que para encubrir que el poder nunca dejará ni un átomo de su
capacidad.
Las
tres características señaladas por Al-Aswani son y seguirán como fundamento de
Oriente Medio. Cualquier tipo de acción de algún estado recibirá inmediatamente
la respuesta del fortalecimiento de su propia disidencia. De ahí que el pacto
entre gobernantes tienda a asegurarse que nadie intervenga en los
"asuntos" de otros. Esto es lo que explica la alianza de Arabia
Saudí, Egipto, Emiratos contra Qatar, a la que consideran que está sirviendo a
los intereses de Irán, por un lado, pero sobre todo que está interfiriendo
alentando la disidencia a través de la cadena Al-Jazeera.
Jamal
Khashoggi reclamaba unos medios libres de las presiones o la financiación de
los estados. Reclamaba, al igual que Alaa Al-Aswani libertad de expresión.
Esto
no es posible en las actuales circunstancias, como muestra el crimen cometido. Al-Aswani fue una voz que reclamó democracia durante el régimen de Mubarak. Apoyó la revolución de 2011 y creyó inicialmente que se podía confiar en una democratización tras el derrocamiento del régimen de los Hermanos, un año nefasto. Pronto se dio cuenta de que no se iba hacia una democracia y empezó por el silencio para después hablar con contundencia. Ha vuelto a su "la democracia es la solución", de nuevo necesario.
La
artillería mediática egipcia se ha desencadenado contra los países que han criticado
al "patrón saudí". Más allá de las visitas y llamadas oficiales del
gobierno, se resalta esta vez que ni turcos ni qatarís tiene derecho a exigir
nada porque tienen su propia "culpa" acumulada.
Tampoco
Egipto, con periodistas encerrados y más de quinientos medios cerrados en estos
últimos tiempos, con intelectuales como Alaa Al-Aswani o Bassem Yusef en el
exilio forzado por su propia seguridad, tiene derecho alguno a considerar que
el caso de Khashoggi como solo un "incidente" o una cuestión de rivalidad.
El artículo titulado "Erdogan's media game", publicado en el estatal Ahram Online es una muestra del intento de diluir el hecho en sí tomándolo como parte una guerra mediática, como un asunto entre estados en liza, en donde Erdogan aprovecha la situación, lo que no deja de ser cierto, pero esto no anula lo ocurrido:
However, it is unclear how far the Turks will
be able to use this incident for these ends, and Erdogan might attempt another
adventure in the form of a new Turkish military incursion abroad, perhaps in
Iraq or Syria or even Cyprus, in order to shift the pressure from the domestic
opposition to his rule.
Unfortunately, the Saudis have given the Turks
and the Qataris an unexpected gift that may help them whitewash the crimes they
have committed over the past decade.
These two terrorist-supporting regimes will now
push for regime change in Saudi Arabia, hoping to see a new government in
Riyadh that will mend relations with them over their support for the Muslim
Brotherhood and other terrorist outfits.
However, it is unlikely that King Salman will
yield to such pressure, given these countries’ hostile stance towards the
kingdom.
The Qataris have now deepened the rift between
them and the Saudis to such an extent that negotiations between the two
countries seem nearly impossible as long as the current regimes in Riyadh and
Doha stay in place.
The Turkish and Qatari regimes should not be
allowed to boast of a diplomatic victory over Saudi Arabia because of the
killing of Khashoggi.
Instead, they should be exposed to the world as
prime supporters of terrorism and assassinations in the region. It should be
remembered that when the Turkish, Qatari and Iranian regimes preach about human
rights it is because they are planning dubious actions of their own.
Regimes that have been involved in mass
murders, assassinations, bombings, and the training and harbouring of
terrorists can never be seen as the defenders of human rights.**
Es un ejemplo claro de cómo funciona el aparato informativo del régimen. Convertir
el crimen en solo una cuestión de rivalidades
o de ataques a Arabia Saudí es una forma de distorsión informativa, ya que
según este razonamiento, nadie estaría cualificado para exigir
responsabilidades a los saudís por el crimen. Por otro lado, la calificación de Turquía como estado terrorista es una acusación constante desde los medio estatales. En este sentido, Egipto ha fracasado en su intento de que Estados Unidos considere a los Hermanos Musulmanes como un "grupo terrorista", su máxima aspiración diplomática. Lo mismo que ocurre con Turquía —que defendió al gobierno derrocado de Morsi— sucede con Qatar, acusados de ser "estados terroristas", que se da como una verdad incontestable.
El autor del artículo —Hany Ghoraba—
se olvida que al igual que se le exigen explicaciones a Arabia Saudí, también
Turquía ha recibido todo tipo de condenas por su comportamiento. Es ese
razonamiento perverso el que hace que todos estén obligados al silencio para
evitar que se aireen sus trapos sucios. Los de Egipto son superiores, por
ejemplo, a los de Turquía en el plano de la libertad de expresión y tratamiento
a la prensa. ¿Anula eso las críticas a Turquía? En absoluto. Pese a ello, el autor señala: "This Saudi intelligence blunder and the international scandal that has resulted from it have been turned into a victory for the Turkish and Qatari regimes."** ¿Victoria de Erdogan? Hay que estar muy ciego para pensar en estos términos. Pero es ese pragmatismo político lo que se ha desarrollado en la zona. A nadie le importan los derechos, solo que el enemigo no gane o avance.
Por eso las condenas de la Unión Europea (que ya ha
condenado a Egipto por la represión y la libertad de expresión o a Turquía por
lo mismo, a través del parlamento Europeo), de las instituciones internacionales
(la ONU) o de las organizaciones (Amnistía Internacional, Reporteros sin
Fronteras, etc.) son importantes. No deben enterrase por el hecho de que el
crimen se haya cometido en tierra turca. Erdogan no mejora porque Khashoggi haya sido asesinado en Turquía.
La necesidad de plantearse sanciones eficaces contra
aquellos que violan los derechos humanos o que, sencillamente, los niegan como
principio de convivencia es más urgente que nunca ante estos planteamientos
perversos.
Lo primero que hizo la prensa egipcia fue decir que
Khashoggi estaba "próximo" a la Hermandad Musulmana, lo que le
convertía ya en un "terrorista", según la doctrina oficial. Los
siguientes pasos han sido dar la razón a las versiones saudís, que ellos mismos
se han encargado de modificar, dejando a sus defensores en evidencia. La
tercera fase consiste en desacreditar a los que exigen el conocimiento de la
verdad, que no son solo turcos y qatarís, sino la mayoría de los países.
Está en juego el modelo de relaciones internacionales y las
líneas rojas que no se pueden pasar. Lamentar, una vez más, la tibieza
española, que demuestra el poco sentido político generoso que se ha
desarrollado en este país para con los derechos humanos, envueltos en un infame
pragmatismo económico, que envuelve a la izquierda, la derecha y los que dicen
ser el centro. Unos defiende a la Venezuela de Chaves y Maduro, otros a la
Arabia Saudí, reino retrógrado en el que la disidencia se paga cara.
El artículo de Alaa Al-Aswani merece ser leído para entender
la soledad de los demócratas en los países árabes. Muchas veces es la falta de
entendimiento de lo que ocurre, otras su propia falta de comunicación y temor a
ser considerado "pro occidentales", terrible acusación, que solo es
positiva cuando media dinero de los inversores.
Los que hablan de doble
rasero deberían mirarse en el espejo que refleja cómo agitan una mano
contra occidente mientras que con la otra reciben cuantiosas subvenciones, como
ocurre con Egipto, para sus propios ejércitos o políticos. Por abajo siguen
políticas anti occidentales, mientras que en la cima se arreglan con Israel, Estados
Unidos o con quien sea necesario.
Eso crea un continuo ambiente explosivo en el que los
pueblos se sienten amenazados, donde siempre hay enemigos exteriores que amenazan
con la destrucción. Los disidentes demócratas, en este contexto, son acusados
de traidores, de conspiradores para acabar con el "islam" (la vía
religiosa), el estado (la vía nacionalista) o ambas.
En un ambiente sin libertades de expresión e información,
entre la propaganda y la censura o el silencio, la petición de Al-Aswani —como
la de Khashoggi— se convierte en esencial para poder denunciar la situación que
se vive, las mentiras acumuladas para el control de la población haciéndoles vivir
en una burbuja. Se tardará mucho en vivir una situación parecida a la Primavera
Árabe. Los gobiernos se han vacunado contra las disidencias expulsando o
encerrado a cualquier discrepante que pueda despertar conciencias.
Los controles de los medios y de las redes sociales,
atentamente vigiladas, hacen que sea cada vez más difícil decir la verdad de lo
que ocurre. Tampoco es ya fácil verla en esta espiral de silencio. Hay que
agradecer a gente con Jamal Khashoggi o Alaa Al-Aswani el compromiso para decir
la verdad.
Este es el fragmento que el propio Al-Aswani ha traducido al
inglés para su página en Facebook:
“Do Arabs Need Freedom of Expression?” by Alaa
Al Aswany
“The Arab ruler—whether a king or a
general—considers the elimination of his opponents an essential tool in
governance...
“The absence of freedom of expression leads to
a state of tyranny that causes citizens to withdraw from the public sphere,
busying themselves with their daily bread and unconcerned with what happens
outside their family. These conditions invariably lead to a distortion of human
values: cowardliness turns into wisdom, courage into foolishness, hypocrisy
into eloquence, and deceit into a talent. From the first essay topics in grade
school glorifying the leader, to the phony words uttered by members of parliament
who won in forged elections, and editorials that intelligence officers dictate
to journalists, citizens are conditioned not to speak what they believe but
what is seen as appropriate. And so arises generations of hypocrites, for whom
lying is normal, socially acceptable behavior.”
La reducción de los medios occidentales a información de
atentados o crisis económicas hace que las conciencias queden alejadas del
drama que allí se vive, especialmente por aquellos que han sido iluminados por
el ángel de la Historia, mirando al pasado para entender su presente, y
conservan la lucidez que les lleva a pensar y reclamar una sociedad más justa,
una convivencia en paz por encima de las luchas de poder practicadas durante
décadas o siglos.
Sin esa libertad de expresión, solo queda el silencio y la
propaganda. Del silencio nunca sale nada; solo se va tragando las voces que le
rodean. De la propaganda solo surge el distanciamiento entre la realidad y su
descripción fantasiosa, lo que lleva a la escisión de la mente, al doble
pensar, como forma de supervivencia.
Hay que escapar del juego absurdo de la rivalidad entre las potencias o países. Hay que centrarse en el problema real, el del pueblo, el de la falta de democracia y la consiguiente falta de armas para combatir la corrupción. Todo lo demás es hacer el juego a los dictadores. Por eso el centro es la libertad de expresión, romper las barreras dentro y fuera para que se pueda conocer de forma transparente la oscura realidad actual. No hay que estar del lado de nadie, como un mal menor, como un socio estratégico o económico. Son ellos los que crean los enemigos, los que establecen las condiciones para perpetuarse en el poder.
Es lo que dice Alaa Al-Aswani y lo que decía Jamal Khashoggi.
* Alaa
Al-Aswani "علاء الأسواني: هل يحتاج العرب إلى حرية التعبير..؟!" DW
(Deutsche Welle) 23/10/2018 https://p.dw.com/p/36zVM
** "Erdogan’s media game" Ahram Online 26/10/2018 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/315051/Opinion/Erdogan%E2%80%99s-media-game-.aspx
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