domingo, 28 de octubre de 2018

Alaa Al Aswani o la necesidad de la libertad de expresión en el mundo árabe

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El caso de Jamal Khashoggi ha tocado fibras sensibles en el mundo árabe. Dentro de las grandes luchas que se dan en Oriente Medio entre Arabia Saudí e Irán, con sus apoyos correspondientes, hay otra increíblemente olvidada, la de los que quieren democracia, la postura de los demócratas. Esta es una lucha perdida entre los grandes bloques y entre las grandes tendencias islámicas, wahabitas, salafistas, Hermanos Musulmanes, Estado Islámico, etc. Perdidos, desasistidos entre ellos, se encuentran aquellos que tratan de encontrar un futuro para el mundo árabe entre tendencias dogmáticas, entre odios centenarios, entre rivalidades de potencias reaccionarias, autoritarias, despóticas.


La pregunta vuelve una y otra vez: ¿es posible una democracia en los países árabes? ¿Es posible una democracia que respete a las personas, que nos las considere propiedades de sus amos, dictadores y reyes, crueles generales de opereta como un Gadafi, aburridos como un Mubarak o reyes que siguen invocando a la voluntad de Dios como su fuente de poder, que usan para eliminar cualquier tipo de crítica, resistencia u oposición.
El movimiento conocido como Primavera Árabe, con el que se identificaron millones de jóvenes árabes de todo el mapa, fue destruido por las fuerzas que veían en ella un desafío, y por el abandono de Occidente cuando vio que se provocaba una inestabilidad enorme. Como hemos señalado, unos acabaron con las dictaduras, sacrificándose en las calles, y otros trataron de llevarse el crédito. Finalmente, los únicos organizados, los islamistas en sus diversas formas pudieron recoger los frutos de aquellos que pedían algo más que un cambio de caras, que pedían libertades y desarrollo económico, salir de la pobreza en la que grandes bolsas de la población se encuentran.


El día 23 de octubre, el escritor egipcio Alaa Al-Aswani publicó un artículo en la Deutsche Welle árabe, con el título “Do Arabs Need Freedom of Expression?” ("علاء الأسواني: هل يحتاج العرب إلى حرية التعبير..؟!")*. Al-Aswani comienza hablando de lo que el asesinato de Jamal Khashoggi nos recuerda de los regímenes árabes actuales:

1º.- "...el gobernante árabe, a pesar de las manifestaciones de la modernidad, todavía se comporta con la mentalidad del sultán en la Edad Media."
2º.- "...el ciudadano árabe carece de fuerza, por lo que es fácil arrestarlo, torturarlo y matarlo".
3º.- "...el asesinato de Khashoggi, con esta brutalidad, refleja un método de represión practicado por todos los regímenes árabes sin excepción".*

Desde estos tres puntos, es fácil comprender el interés en que el caso se cierre cuanto antes como una forma de "justicia" del régimen involucrado y no como un efecto precisamente de lo contrario, que es lo que representan los tres puntos señalados por el escritor egipcio.
Los tres puntos reflejan a los gobernantes (1), gobernados (2) y las prácticas habituales (3). Con ellos se realiza una descripción en escuetos trazos de la situación que se vive en estos países en los que, como hemos señalado con frecuencia, se intenta hacer pasar represión por estabilidad. La paz no es más que el imperio del miedo.
La función de la represión continua y del silencio es doble, perpetuarse en el poder junto a los sectores dominantes de la vida política y económica, y evitar que surjan escándalos que dificulten sus relaciones internacionales, especialmente con aquellos países en los que la opinión pública es sensible a la situación de los Derechos Humanos.


Tras la descripción de la situación general, Al-Aswani dirige en primer lugar su vista a Egipto, donde —dice— miles de jóvenes participantes en la Revolución padecen en las cárceles encierro y tortura para que no olviden lo que ocurre cuando se desafía al régimen.
Pasa Al-Aswani a realizar una afirmación sobre los dirigentes árabes. Ya sea, presidente o rey, "considera que la eliminación de sus oponentes es una herramienta esencial del gobierno". Cree, además, que "la libertad de expresión es una tradición occidental que no se adapta a nuestra cultura árabe".
Lo primero se camufla muchas veces tras el concepto de "terrorismo", que se extiende a todo aquel que osa desafiar las instrucciones del régimen. El contexto actual de violencia generalizada está sirviendo para la eliminación cuidadosa, para el silenciamientos, de todos aquellos que no son favorables al régimen. La etiqueta es siempre la misma y va de personas demócratas, ateos, feministas, activistas de derechos o personas de la comunidad LGTB, a los que se considera como "peligrosos" y destructores de una "normalidad" arabo-musulmana que se ha construido como única "identidad" posible. En el caso de Egipto es enormemente visible a través de la doble acción conjunta del Ejército (y demás fuerzas de seguridad) y las instituciones como Al-Azhar, que velan por una ortodoxia musulmana en contra de lo que definen como extremismo religioso o ateísmo.
El desprecio manifestado por los derechos humanos por el propio Al-Sisi, como algo propio de Occidente, no practicable en el espacio árabe, es un demostración de la poca fe en la democracia y en la mejora del pueblo, al que se le condena a vivir en un régimen en el que por ser imposibles las críticas, tiende a formarse una creciente corrupción que acaba afectando a todos los niveles sociales y de la propia administración.


Los efectos vistos en la sociedad egipcia son de un regreso a un "conservadurismo moral", con el que trata de mantener contentos a aquellos sectores que simpatizan con los islamistas, eso les permite simultáneamente deshacerse de todos aquellos reformistas en lo religioso o demócratas en lo político, líneas que tienden a confundirse cuando interesa manipular la una con la otra. De esta forma, se impide la llegada de una modernidad necesaria en un mundo global en el que la información fluye. Para frenar esto, se impone la censura, el cierre de medios y una furibunda propaganda que hace que los rincones de las calles no sean más el que gigantesco marco para los retratos del líder, al que se le transfieren los valores con los que identificarse.
Ala Al-Aswani hace un recorrido por los problemas que causa la falta de libertad de expresión en los países árabes.
1º. Una sola fuente de decisión. Reyes y presidentes mandan y los gobiernos están a su servicio.
2º. La distorsión general de la mentes, el lavado de cerebro permanente. Los medios solo tienen una función propagandística. Al-Aswani pone el ejemplo —muchas veces citado aquí— de la campaña del gobierno egipcio contra la Revolución  de 2011, convirtiéndola en la fuente de todos los males, en obra de islamistas y occidentales, de conspiradores, para destruir el estado.
3º. La distorsión de los derechos humanos. Los valores que acaba haciendo suyos la sociedad son negativos, la mentira y la hipocresía como fundamentos de la vida social.
Cuando puedan elegir a sus gobernantes, cuando estos respondan a los interese verdaderos del  pueblo y no a sus clases dirigentes y privilegiadas, interesadas en mantener el statu quo, dice Al-Aswani, "los árabes se unirán a las naciones del mundo civilizado". Como es tradicional en sus escritos, la última línea es "la democracia es la solución" (الديمقراطية هي الحل). Es su versión del islamista "el islam es la solución".*


Jamal Khashoggi, como vimos aquí, había enviado una columna a The Washington Post con unas tesis parecidas: la ausencia de libertad de expresión en el mundo árabe es una barrera que impide que se genere un consenso que sea una alternativa a los gobiernos autoritarios que se han confabulado para no amparar a los disidentes ajenos para evitar que se dé espacio a los propios.
La soledad de los demócratas árabes es grande. También es enorme su propia división y la ausencia de figuras aglutinadoras, que se quedan por el camino ante la represión o la falta de apoyo. Lo ocurrido con Khashoggi es una muestra de lo que le ocurre al que discrepa y no se aviene a pactos o silencios. El propio Alaa Al-Aswani es un conocido escritor y periodista que ha tenido que buscar como tantos otros alojamiento foráneo para poder hablar, en este caso en la Deutsche Welle, al igual que Khashoggi lo encontró en las páginas del diario The Washington Post. No hay espacio en Egipto para él; no ha espacio para el que pide "democracia".

Las generaciones de políticos árabes van fracasando una tras otras. La actual generación tuvo el valor de levantarse frente a los gobiernos dictatoriales. Desgraciadamente, la ausencia de una tradición política dialogante que permita la acción conjunta ha hecho que cualquier intento se convierta en una intensas luchas de egos e intereses. Esto beneficia enormemente a los dictadores y autócratas coronados que tiene mano de hierro y solo admiten morir en sus tronos y palacios.
Los autócratas les prometen seguridad y prosperidad, dos conceptos que tienen una doble lectura. "Seguridad" es represión, dependencia, vigilancia; "prosperidad" es la promesa de que cuando todo esté "tranquilo", el dinero, los turistas, los inversores, etc. llegarán como el maná, llovido del cielo. Los medios se llenan de promesas en forma de conferencias, de fotografías, de encuentros, de mucha actividad diplomática, etc. con la que intentan convencer a los pueblos que son ampliamente aceptados, felicitados por su "buen trabajo", como ha ido haciendo Donald Trump con los dictadores con los que se encuentra. Son los "fantastic guy", los que hacen el "good work", etc. por el que son felicitados y de quien reciben la promesa de mirar para otro lado en sus represiones o intervenciones, como ocurre con Arabia Saudí.
Ha sido el debilitamiento de una política estricta de defensa de los derechos humanos junto con el ascenso de políticos populistas lo que ha hecho que los dictadores sean recibidos por determinados gobiernos, como la Hungría de Viktor Urban, en donde son alabados, como Gadafi era alabado por la Venezuela de Chaves, entregándole el "Sable de Bolívar", como premio.


El caso de Jamal Khashoggi tiene una gran importancia y no debe pararse, no debe detenerse su efecto. Pero las sanciones que se le puedan poner a Arabia Saudí son una pequeña parte. El régimen del futuro rey saudí, el actual príncipe Mohamed Bin Salman nacerá tocado porque las maniobras de maquillaje del Reino no sirven más que para encubrir que el poder nunca dejará ni un átomo de su capacidad.
Las tres características señaladas por Al-Aswani son y seguirán como fundamento de Oriente Medio. Cualquier tipo de acción de algún estado recibirá inmediatamente la respuesta del fortalecimiento de su propia disidencia. De ahí que el pacto entre gobernantes tienda a asegurarse que nadie intervenga en los "asuntos" de otros. Esto es lo que explica la alianza de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos contra Qatar, a la que consideran que está sirviendo a los intereses de Irán, por un lado, pero sobre todo que está interfiriendo alentando la disidencia a través de la cadena Al-Jazeera.
Jamal Khashoggi reclamaba unos medios libres de las presiones o la financiación de los estados. Reclamaba, al igual que Alaa Al-Aswani libertad de expresión.
Esto no es posible en las actuales circunstancias, como muestra el crimen cometido. Al-Aswani fue una voz que reclamó democracia durante el régimen de Mubarak. Apoyó la revolución de 2011 y creyó inicialmente que se podía confiar en una democratización tras el derrocamiento del régimen de los Hermanos, un año nefasto. Pronto se dio cuenta de que no se iba hacia una democracia y empezó por el silencio para después hablar con contundencia. Ha vuelto a su "la democracia es la solución", de nuevo necesario.


La artillería mediática egipcia se ha desencadenado contra los países que han criticado al "patrón saudí". Más allá de las visitas y llamadas oficiales del gobierno, se resalta esta vez que ni turcos ni qatarís tiene derecho a exigir nada porque tienen su propia "culpa" acumulada.
Tampoco Egipto, con periodistas encerrados y más de quinientos medios cerrados en estos últimos tiempos, con intelectuales como Alaa Al-Aswani o Bassem Yusef en el exilio forzado por su propia seguridad, tiene derecho alguno a considerar que el caso de Khashoggi como solo un "incidente" o una cuestión de rivalidad.
El artículo titulado "Erdogan's media game", publicado en el estatal Ahram Online es una muestra del intento de diluir el hecho en sí tomándolo como parte una guerra mediática, como un asunto entre estados en liza, en donde Erdogan aprovecha la situación, lo que no deja de ser cierto, pero esto no anula lo ocurrido:

However, it is unclear how far the Turks will be able to use this incident for these ends, and Erdogan might attempt another adventure in the form of a new Turkish military incursion abroad, perhaps in Iraq or Syria or even Cyprus, in order to shift the pressure from the domestic opposition to his rule.
Unfortunately, the Saudis have given the Turks and the Qataris an unexpected gift that may help them whitewash the crimes they have committed over the past decade.
These two terrorist-supporting regimes will now push for regime change in Saudi Arabia, hoping to see a new government in Riyadh that will mend relations with them over their support for the Muslim Brotherhood and other terrorist outfits.
However, it is unlikely that King Salman will yield to such pressure, given these countries’ hostile stance towards the kingdom.
The Qataris have now deepened the rift between them and the Saudis to such an extent that negotiations between the two countries seem nearly impossible as long as the current regimes in Riyadh and Doha stay in place.
The Turkish and Qatari regimes should not be allowed to boast of a diplomatic victory over Saudi Arabia because of the killing of Khashoggi.
Instead, they should be exposed to the world as prime supporters of terrorism and assassinations in the region. It should be remembered that when the Turkish, Qatari and Iranian regimes preach about human rights it is because they are planning dubious actions of their own.
Regimes that have been involved in mass murders, assassinations, bombings, and the training and harbouring of terrorists can never be seen as the defenders of human rights.**


Es un ejemplo claro de cómo funciona el aparato informativo del régimen. Convertir el crimen en solo una cuestión de rivalidades o de ataques a Arabia Saudí es una forma de distorsión informativa, ya que según este razonamiento, nadie estaría cualificado para exigir responsabilidades a los saudís por el crimen. Por otro lado, la calificación de Turquía como estado terrorista es una acusación constante desde los medio estatales. En este sentido, Egipto ha fracasado en su intento de que Estados Unidos considere a los Hermanos Musulmanes como un "grupo terrorista", su máxima aspiración diplomática. Lo mismo que ocurre con Turquía —que defendió al gobierno derrocado de Morsi— sucede con Qatar, acusados de ser "estados terroristas", que se da como una verdad incontestable.
El autor del artículo —Hany Ghoraba— se olvida que al igual que se le exigen explicaciones a Arabia Saudí, también Turquía ha recibido todo tipo de condenas por su comportamiento. Es ese razonamiento perverso el que hace que todos estén obligados al silencio para evitar que se aireen sus trapos sucios. Los de Egipto son superiores, por ejemplo, a los de Turquía en el plano de la libertad de expresión y tratamiento a la prensa. ¿Anula eso las críticas a Turquía? En absoluto. Pese a ello, el autor señala: "This Saudi intelligence blunder and the international scandal that has resulted from it have been turned into a victory for the Turkish and Qatari regimes."** ¿Victoria de Erdogan? Hay que estar muy ciego para pensar en estos términos. Pero es ese pragmatismo político lo que se ha desarrollado en la zona. A nadie le importan los derechos, solo que el enemigo no gane o avance.
Por eso las condenas de la Unión Europea (que ya ha condenado a Egipto por la represión y la libertad de expresión o a Turquía por lo mismo, a través del parlamento Europeo), de las instituciones internacionales (la ONU) o de las organizaciones (Amnistía Internacional, Reporteros sin Fronteras, etc.) son importantes. No deben enterrase por el hecho de que el crimen se haya cometido en tierra turca. Erdogan no mejora porque Khashoggi haya sido asesinado en Turquía.


La necesidad de plantearse sanciones eficaces contra aquellos que violan los derechos humanos o que, sencillamente, los niegan como principio de convivencia es más urgente que nunca ante estos planteamientos perversos.
Lo primero que hizo la prensa egipcia fue decir que Khashoggi estaba "próximo" a la Hermandad Musulmana, lo que le convertía ya en un "terrorista", según la doctrina oficial. Los siguientes pasos han sido dar la razón a las versiones saudís, que ellos mismos se han encargado de modificar, dejando a sus defensores en evidencia. La tercera fase consiste en desacreditar a los que exigen el conocimiento de la verdad, que no son solo turcos y qatarís, sino la mayoría de los países.
Está en juego el modelo de relaciones internacionales y las líneas rojas que no se pueden pasar. Lamentar, una vez más, la tibieza española, que demuestra el poco sentido político generoso que se ha desarrollado en este país para con los derechos humanos, envueltos en un infame pragmatismo económico, que envuelve a la izquierda, la derecha y los que dicen ser el centro. Unos defiende a la Venezuela de Chaves y Maduro, otros a la Arabia Saudí, reino retrógrado en el que la disidencia se paga cara.


El artículo de Alaa Al-Aswani merece ser leído para entender la soledad de los demócratas en los países árabes. Muchas veces es la falta de entendimiento de lo que ocurre, otras su propia falta de comunicación y temor a ser considerado "pro occidentales", terrible acusación, que solo es positiva cuando media dinero de los inversores.
Los que hablan de doble rasero deberían mirarse en el espejo que refleja cómo agitan una mano contra occidente mientras que con la otra reciben cuantiosas subvenciones, como ocurre con Egipto, para sus propios ejércitos o políticos. Por abajo siguen políticas anti occidentales, mientras que en la cima se arreglan con Israel, Estados Unidos o con quien sea necesario.

Eso crea un continuo ambiente explosivo en el que los pueblos se sienten amenazados, donde siempre hay enemigos exteriores que amenazan con la destrucción. Los disidentes demócratas, en este contexto, son acusados de traidores, de conspiradores para acabar con el "islam" (la vía religiosa), el estado (la vía nacionalista) o ambas.
En un ambiente sin libertades de expresión e información, entre la propaganda y la censura o el silencio, la petición de Al-Aswani —como la de Khashoggi— se convierte en esencial para poder denunciar la situación que se vive, las mentiras acumuladas para el control de la población haciéndoles vivir en una burbuja. Se tardará mucho en vivir una situación parecida a la Primavera Árabe. Los gobiernos se han vacunado contra las disidencias expulsando o encerrado a cualquier discrepante que pueda despertar conciencias.
Los controles de los medios y de las redes sociales, atentamente vigiladas, hacen que sea cada vez más difícil decir la verdad de lo que ocurre. Tampoco es ya fácil verla en esta espiral de silencio. Hay que agradecer a gente con Jamal Khashoggi o Alaa Al-Aswani el compromiso para decir la verdad.
Este es el fragmento que el propio Al-Aswani ha traducido al inglés para su página en Facebook:

“Do Arabs Need Freedom of Expression?” by Alaa Al Aswany

“The Arab ruler—whether a king or a general—considers the elimination of his opponents an essential tool in governance...

“The absence of freedom of expression leads to a state of tyranny that causes citizens to withdraw from the public sphere, busying themselves with their daily bread and unconcerned with what happens outside their family. These conditions invariably lead to a distortion of human values: cowardliness turns into wisdom, courage into foolishness, hypocrisy into eloquence, and deceit into a talent. From the first essay topics in grade school glorifying the leader, to the phony words uttered by members of parliament who won in forged elections, and editorials that intelligence officers dictate to journalists, citizens are conditioned not to speak what they believe but what is seen as appropriate. And so arises generations of hypocrites, for whom lying is normal, socially acceptable behavior.”


La reducción de los medios occidentales a información de atentados o crisis económicas hace que las conciencias queden alejadas del drama que allí se vive, especialmente por aquellos que han sido iluminados por el ángel de la Historia, mirando al pasado para entender su presente, y conservan la lucidez que les lleva a pensar y reclamar una sociedad más justa, una convivencia en paz por encima de las luchas de poder practicadas durante décadas o siglos.
Sin esa libertad de expresión, solo queda el silencio y la propaganda. Del silencio nunca sale nada; solo se va tragando las voces que le rodean. De la propaganda solo surge el distanciamiento entre la realidad y su descripción fantasiosa, lo que lleva a la escisión de la mente, al doble pensar, como forma de supervivencia.
Hay que escapar del juego absurdo de la rivalidad entre las potencias o países. Hay que centrarse en el problema real, el del pueblo, el de la falta de democracia y la consiguiente falta de armas para combatir la corrupción. Todo lo demás es hacer el juego a los dictadores. Por eso el centro es la libertad de expresión, romper las barreras dentro y fuera para que se pueda conocer de forma transparente la oscura realidad actual. No hay que estar del lado de nadie, como un mal menor, como un socio estratégico o económico. Son ellos los que crean los enemigos, los que establecen las condiciones para perpetuarse en el poder.
Es lo que dice Alaa Al-Aswani y lo que decía Jamal Khashoggi.


* Alaa Al-Aswani "علاء الأسواني: هل يحتاج العرب إلى حرية التعبير..؟!" DW (Deutsche Welle) 23/10/2018 https://p.dw.com/p/36zVM
** "Erdogan’s media game" Ahram Online 26/10/2018 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/315051/Opinion/Erdogan%E2%80%99s-media-game-.aspx




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