Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Es
difícil comprender más allá de en sus propios términos a Donald Trump. Es
imposible comprenderle en términos de presidencia de los Estados Unidos, en
donde sus acciones resultan coherentes con su figura pero completamente
alejadas de lo que debe ser un presidente norteamericano para los propios
norteamericanos. No hablo ya del resto del planeta, que hace tiempo que le ha
dado la espalda por incongruente, temerario y tóxico. En resumen, los Estados
Unidos están completamente divididos sobre su presidencia mientras que en el
resto del planeta, la unanimidad es casi completa.
Lo
ocurrido con el envío de diez paquetes explosivos enviados por correo a los matrimonios
Clinton y Obama, a George Soros (el millonario donante de la campaña demócrata),
al actor Robert DeNiro, a la congresista Maxine Waters, al vicepresidente con
Obama, Joe Biden, al ex director de la CIA John O. Brennan (que fue enviado a
su nombre a la CNN, en Nueva York, al edificio Time Warner)..., todos ellos con
un mismo remite, "Debbie Wasserman Shultz” (sic), el nombre de una
congresista demócrata de Florida, el lugar hacia el que se vuelven las miradas
en busca de sospechosos.
La
reacción de Trump es un discurso contradictorio en el que las primeras palabras
llaman a la unión de todos mientras que el resto del discurso llama a la
división apuntando a lo que él considera responsables, los medios.
Es
exactamente lo mismo que hizo cuando las manifestaciones de supremacistas blancos
que acabaron con un muerto. Trump condena la violencia y después acusa amabas
partes, cuando una es la víctima y otra el asesino. Entonces, el responsable de
esto pasa a ser la prensa. Es su argumentación que repite una y otra vez en tres
etapas.
1) condena
2) después matiza
y 3) echa la culpa a sus críticos
Es en
la tercera parte cuando estalla la indignación contra él. Según esta argumentación,
no es él quien fomenta la división con sus medidas, sino quienes le critican.
Es una obviedad que quienes han sido atacados han sido prominentes demócratas
(dos ex presidentes y una Secretaria de Estado), una congresista demócrata, el
ex jefe de la CIA en la etapa demócrata, un actor crítico con Trump y un
donante del Partido Demócrata. Según la estrategia anterior, Trump condena y
llama a la unidad, después matiza que la unidad es él, para condenar finalmente
a los que le critican, en especial los medios de comunicación. Es decir, si
nadie le criticara nada de esto pasaría, algo en lo que no le falta razón. Pero
da la casualidad que las críticas a Trump son casi un deber patriótico ante la
situación que ha creado en y desde la Casa Blanca en su país y en el resto del
mundo.
Poseído
de ese extraño narcisismo, Trump se considera el mejor presidente de los
Estados Unidos y si se le presionara un poco, llegaría a decir que es el único
que merece llamarse por ese nombre. El cuadro que le representan junto a los
presidentes republicanos, jovial y dicharachero, que ha sido motivo de muchos
comentarios, solo es posible en alguien absolutamente carente de sentido del
ridículo. Hace que la ironía que dijimos en un texto anterior, sobre su
inclusión en el Monte Rushmore se acerque peligrosamente a lo posible o que lo
vea con naturalidad.
Stephen
Collinson, en la CNN, escribe sobre estas estrategias de Trump:
When a natural disaster, a political
controversy or a mass shooting takes place, the media and political
establishment set expectations for Trump to invoke a poetic vision of common
purpose and unity, craving a spectacle in line with the traditional conventions
of the presidency at great historical moments.
Trump then produces a scripted response that is
adequate, but in the moment or in subsequent days undercuts that message with
radioactive comments or tweets that spark fierce criticism and mobilize the conservative
media machine in his defense while he often deflects blame back onto the media.
It suggests the President has little desire to
play the role of national counselor being forced upon him -- one that is a poor
fit given his deliberately divisive style. The drama usually ends with another
layer of bile added to the nation's politics.
That a President who has based his political
career on crushing conventions and norms should so constantly be tripped up by
the behavioral and ceremonial codes that define the role of head of state is
deeply ironic.
But his situation also helps explain why the
political divides and mutual mistrust cleaving America -- between Trump
loyalists and critics -- are unbridgeable and will produce a bitter 2020
election campaign.*
Lo peor, en efecto, está por llegar cuando Trump se ponga en
campaña, si es que alguna vez ha dejado de estarlo, algo que es parte de su
mentalidad ansiosa de conflictos con los que crecer.
Basta ver las imágenes de sus encuentros con sus seguidores
incondicionales para comprender el fenómeno de retroalimentación con las
palabras del presidente. Lo que sale de su boca, las explicaciones más insólitas,
son aceptadas por ese público que quiere un América única, blanca, dogmática y
excluyentemente religiosa, y empeñada en dominar sobre las naciones con su
fuerza.
Las fuerzas mediáticas a las que alude Collinson son un
ejército de revolucionarios "predicadores" políticos, capaces de
establecer las teorías más peregrinas para hacer ver que la realidad es una ilusión y que las fantasías son realidades escondidas que ellos sacan a
la luz para evitar ser engañados. Sin embargo, lo que están creando es esa
"realidad alternativa" en la que un número incalculable de
norteamericanos viven en estos momentos, bombardeados por esas fuentes
absolutamente delirantes que Trump usa para crear su universo, aquel que gira a
su alrededor.
En días anteriores, Trump empezó a decir que los demócratas
estaban conspirando con los rusos para hacerle perder las próximas elecciones.
Da la vuelta a lo que está encima del tablero y lo redirige contra los demás.
Ocurra lo que ocurra, serán conspiraciones con él, Donald Trump, el mejor
presidente de la Historia de los Estados Unidos.
Y los culpables son siempre los que conspiran contra él y el
pueblo americano, al que él ha llegado a salvar. El infantilismo de todo esto
mueve a la risa hasta que se comprende que ha calado dentro de la mentalidad de
un país capaz de creer cualquier cosa y de recelar de sus propios gobiernos, a
los que percibe como invasores. Las paranoias que vemos muchas veces no son
fantasías, sino creencias conspiratorias profundamente caladas en la mentalidad
de esa parte de los Estados Unidos en la que Trump ha ahondado para conseguir
sus metas con la ayuda de aquellos que han estado y siguen trabajando esas
áreas y mentalidades mediante las falsas noticias y las realidades alternativas.
El fenómeno va más allá de la cuestión política y debería
profundizarse más allá de la superficie de la acción. Debería llegarse a cómo
es posible que se produzcan tales divergencias en la valoración de la realidad
en una sociedad mediática, en la que la información fluye en todas direcciones.
Debería analizarse con cierta profundidad nuestros niveles
de creencias y el origen de esta credulidad infinita que ha surgido en un
sistema tecnológico, de formaciones avanzadas, en un entorno altamente
manipulable y con la mejor prensa y medios de comunicaciones profesionales en
el escenario. Necesitamos enfocar esto más allá de la anécdota de Trump y
comprenderlo desde el análisis de la cultura que se está produciendo en el
mundo, la capacidad infinita de manipulación y de esconderse tras ella para
hacer ignorar la verdad de lo que acontece, con valoraciones ajustadas a esa
realidad.
No es sencillo y quizá, como ocurre con las enfermedades
degenerativas, que se manifiestan gracias al fenómeno de la ampliación de la
vida, la credulidad general que hoy estamos viendo sea el resultado de una
sociedad híper informada como nunca la había habido antes. Tendríamos así la
desoladora idea de que la manipulación no se combate con mejor información sino
que a lo más que se puede aspirar es a un equilibrio al que se pueda llegar
intentando convencer a los que no quieren ser convencidos de que viven en un
mundo ficticio por coherente con sus propios planteamientos, a los que basta
con ser reforzados para que se mantengan en pie.
Esta idea la planteamos en su momento, al analizar los
resultados electorales norteamericanos, cuando planteamos que Trump no había
creado nada sino que lo había aprovechado. Había roto los límites de la
decencia política para transitar los espacios en los que las ideas no se habían
movilizado anteriormente por el extremismo que conllevaban. Trump es
responsable de mover la cuchara en el guiso, de las especias usadas.
Es algo parecido a la esperanza que muchos manifestaron, que
Trump cambiaría el eje de su comunicación con la gente cuando consiguiera el
poder y que después "necesariamente" debería moderarse, algo que
evidentemente no ha hecho.
Pensar que el fenómeno es exclusivo de los Estados Unidos es
un enorme error. Se reproducirá allí donde se den las mismas condiciones y se
usen los mismos recursos retóricos para la manipulación. Eso es una
preocupación para todos los que piensan que un mundo de clones de Trump es un
peligro mundial y que ya hay demasiados.
El problema principal es que una vez que se ve que funciona,
la maquinaria tras Trump (o quien le suceda) no dejará que se promueva una forma
moderada o de aproximación a una verdad aceptable y acorde a los hechos, sino
que se producirá un fenómeno ampliación ahondando en este tipo de procesos de
agitación social recurriendo a formas populistas, que se manifiestan anti
políticas, anti sistema, ultra nacionalistas, xenófobas y racistas, de una
religiosidad intransigente, etc.
Es, en suma, la llegada de una forma de hacer política que
supera las formas de lo que es el político tradicional, persona de ideas, capaz
de diálogo y con sentido de lo común, en favor de personas que se presentan (lo
sean o no) como outsiders del sistema, que reniegan de lo anterior descalificándolo,
con una capacidad infinita de asumir contradicciones sin pudor siempre que
puedan ganar posiciones, que polarizan a la sociedad para cegarla y que huyen
de la estabilidad; serán políticos que necesitan de los conflictos y cuando no
los hay, los crean, pues es la energía de la lucha y la fuerza del miedo lo que
les hace apoderarse de las (de nuevo) masas que se ven sacudidas por la
presencia de líderes electrizantes y sus versiones informacionales que llegan a
todos los rincones para decirle a la gente lo que quiere escuchar, convencerles
de quiénes son sus enemigos y que se arman con espadas flamígeras para
arrastrar tras de sí a la gente y dirigir sus actos o su odio contra aquellos
que les denuncian o señalan.
Es lo que ha hecho, esta y otras veces, Donald Trump.
Primero divide, después dirige a unos contra otros, en un ciclo sin final. La
sociedad mediática permite un tipo de sistema emocional —la aldea de Marshall McLuhan, la segunda oralidad de Walter Ong, esta vez
digital— que crean un tipo de respuesta muy diferente a la dada en la sociedad
de la imprenta. De la idea de opinión pública informada, típica de las
democracias tradicionales, hemos pasado a un nuevo estado, una
"aldea" híper conectada, excitada en tiempo real, alimentada a golpe
de tuit nocturno desde la Casa Blanca o de los miles de rincones en los que se
refuerzan esas ideas con sus versiones redundantes. Es una sociedad de la redundancia, no de la información, que implica "novedad", "cambio".
Es más bien el triunfo del refuerzo pauloviano a través de unas tecnologías que
nos sitúan cerca, impresionados, irritados en un movimiento envolvente que nos
aísla de todo otro estímulo que nos dirija en otra dirección. Por eso los
mensajes de miedo y odio son los más eficaces. Una vez fijado su objeto, todo
lo que se maneja es contra ellos, va en su dirección.
Las bombas enviadas son la traducción a acción de las
palabras de Trump. Con sus últimas palabras, les ha dado estatus de normalidad.
La prensa, ya lo dijo hace tiempo, es el
enemigo del pueblo; los demócratas han traicionado sistemáticamente a
América. Solo él merece estar ante la vista de los norteamericanos. Los demás
deben ser exterminados. En Arabia Saudí siguieron sus consejos. A su manera.
El mensaje más claro se lo ha dado John Brennan, ex jefe de
la CIA, y uno de los receptores de los paquetes bombas, en su tuit:
Stop blaming others. Look in the mirror. Your
inflammatory rhetoric, insults, lies, & encouragement of physical violence
are disgraceful. Clean up your act....try to act Presidential. The American
people deserve much better. BTW, your critics will not be intimidated
into silence.
No ha necesitado mucho espacio para decir la verdad de esta
situación. Es el resultado de jugar con fuego constantemente. Pero hay que empezar
a mirar más allá de Trump y tratar de poner freno a los pirómanos que se
ofrecen en cada sociedad a encender los fuegos pasionales del enfrentamiento en
vez de construir puentes.
El futuro que se nos muestra por delante es muy preocupante. Deberíamos empezar a analizar este fenómeno porque no va mucho en ello. Trump es la anécdota.
* Stephen
Collinson "Pipe bomb scare reveals Trump's uneasy embrace of the
presidency" CNN 26/10/2018
https://edition.cnn.com/2018/10/26/politics/donald-trump-bombs-investigation-barack-obama-bill-clinton-cnn/index.html
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