viernes, 26 de octubre de 2018

La sociedad de la redundancia o un mundo alternativo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es difícil comprender más allá de en sus propios términos a Donald Trump. Es imposible comprenderle en términos de presidencia de los Estados Unidos, en donde sus acciones resultan coherentes con su figura pero completamente alejadas de lo que debe ser un presidente norteamericano para los propios norteamericanos. No hablo ya del resto del planeta, que hace tiempo que le ha dado la espalda por incongruente, temerario y tóxico. En resumen, los Estados Unidos están completamente divididos sobre su presidencia mientras que en el resto del planeta, la unanimidad es casi completa.
Lo ocurrido con el envío de diez paquetes explosivos enviados por correo a los matrimonios Clinton y Obama, a George Soros (el millonario donante de la campaña demócrata), al actor Robert DeNiro, a la congresista Maxine Waters, al vicepresidente con Obama, Joe Biden, al ex director de la CIA John O. Brennan (que fue enviado a su nombre a la CNN, en Nueva York, al edificio Time Warner)..., todos ellos con un mismo remite, "Debbie Wasserman Shultz” (sic), el nombre de una congresista demócrata de Florida, el lugar hacia el que se vuelven las miradas en busca de sospechosos.
La reacción de Trump es un discurso contradictorio en el que las primeras palabras llaman a la unión de todos mientras que el resto del discurso llama a la división apuntando a lo que él considera responsables, los medios.


Es exactamente lo mismo que hizo cuando las manifestaciones de supremacistas blancos que acabaron con un muerto. Trump condena la violencia y después acusa amabas partes, cuando una es la víctima y otra el asesino. Entonces, el responsable de esto pasa a ser la prensa. Es su argumentación que repite una y otra vez en tres etapas.

1) condena
2) después matiza
y 3) echa la culpa a sus críticos

Es en la tercera parte cuando estalla la indignación contra él. Según esta argumentación, no es él quien fomenta la división con sus medidas, sino quienes le critican. Es una obviedad que quienes han sido atacados han sido prominentes demócratas (dos ex presidentes y una Secretaria de Estado), una congresista demócrata, el ex jefe de la CIA en la etapa demócrata, un actor crítico con Trump y un donante del Partido Demócrata. Según la estrategia anterior, Trump condena y llama a la unidad, después matiza que la unidad es él, para condenar finalmente a los que le critican, en especial los medios de comunicación. Es decir, si nadie le criticara nada de esto pasaría, algo en lo que no le falta razón. Pero da la casualidad que las críticas a Trump son casi un deber patriótico ante la situación que ha creado en y desde la Casa Blanca en su país y en el resto del mundo.


Poseído de ese extraño narcisismo, Trump se considera el mejor presidente de los Estados Unidos y si se le presionara un poco, llegaría a decir que es el único que merece llamarse por ese nombre. El cuadro que le representan junto a los presidentes republicanos, jovial y dicharachero, que ha sido motivo de muchos comentarios, solo es posible en alguien absolutamente carente de sentido del ridículo. Hace que la ironía que dijimos en un texto anterior, sobre su inclusión en el Monte Rushmore se acerque peligrosamente a lo posible o que lo vea con naturalidad.
Stephen Collinson, en la CNN, escribe sobre estas estrategias de Trump:

When a natural disaster, a political controversy or a mass shooting takes place, the media and political establishment set expectations for Trump to invoke a poetic vision of common purpose and unity, craving a spectacle in line with the traditional conventions of the presidency at great historical moments.
Trump then produces a scripted response that is adequate, but in the moment or in subsequent days undercuts that message with radioactive comments or tweets that spark fierce criticism and mobilize the conservative media machine in his defense while he often deflects blame back onto the media.
It suggests the President has little desire to play the role of national counselor being forced upon him -- one that is a poor fit given his deliberately divisive style. The drama usually ends with another layer of bile added to the nation's politics.
That a President who has based his political career on crushing conventions and norms should so constantly be tripped up by the behavioral and ceremonial codes that define the role of head of state is deeply ironic.
But his situation also helps explain why the political divides and mutual mistrust cleaving America -- between Trump loyalists and critics -- are unbridgeable and will produce a bitter 2020 election campaign.*


Lo peor, en efecto, está por llegar cuando Trump se ponga en campaña, si es que alguna vez ha dejado de estarlo, algo que es parte de su mentalidad ansiosa de conflictos con los que crecer.
Basta ver las imágenes de sus encuentros con sus seguidores incondicionales para comprender el fenómeno de retroalimentación con las palabras del presidente. Lo que sale de su boca, las explicaciones más insólitas, son aceptadas por ese público que quiere un América única, blanca, dogmática y excluyentemente religiosa, y empeñada en dominar sobre las naciones con su fuerza.
Las fuerzas mediáticas a las que alude Collinson son un ejército de revolucionarios "predicadores" políticos, capaces de establecer las teorías más peregrinas para hacer ver que la realidad es una ilusión y que las fantasías son realidades escondidas que ellos sacan a la luz para evitar ser engañados. Sin embargo, lo que están creando es esa "realidad alternativa" en la que un número incalculable de norteamericanos viven en estos momentos, bombardeados por esas fuentes absolutamente delirantes que Trump usa para crear su universo, aquel que gira a su alrededor.
En días anteriores, Trump empezó a decir que los demócratas estaban conspirando con los rusos para hacerle perder las próximas elecciones. Da la vuelta a lo que está encima del tablero y lo redirige contra los demás. Ocurra lo que ocurra, serán conspiraciones con él, Donald Trump, el mejor presidente de la Historia de los Estados Unidos.


Y los culpables son siempre los que conspiran contra él y el pueblo americano, al que él ha llegado a salvar. El infantilismo de todo esto mueve a la risa hasta que se comprende que ha calado dentro de la mentalidad de un país capaz de creer cualquier cosa y de recelar de sus propios gobiernos, a los que percibe como invasores. Las paranoias que vemos muchas veces no son fantasías, sino creencias conspiratorias profundamente caladas en la mentalidad de esa parte de los Estados Unidos en la que Trump ha ahondado para conseguir sus metas con la ayuda de aquellos que han estado y siguen trabajando esas áreas y mentalidades mediante las falsas noticias y las realidades alternativas.
El fenómeno va más allá de la cuestión política y debería profundizarse más allá de la superficie de la acción. Debería llegarse a cómo es posible que se produzcan tales divergencias en la valoración de la realidad en una sociedad mediática, en la que la información fluye en todas direcciones.
Debería analizarse con cierta profundidad nuestros niveles de creencias y el origen de esta credulidad infinita que ha surgido en un sistema tecnológico, de formaciones avanzadas, en un entorno altamente manipulable y con la mejor prensa y medios de comunicaciones profesionales en el escenario. Necesitamos enfocar esto más allá de la anécdota de Trump y comprenderlo desde el análisis de la cultura que se está produciendo en el mundo, la capacidad infinita de manipulación y de esconderse tras ella para hacer ignorar la verdad de lo que acontece, con valoraciones ajustadas a esa realidad.
No es sencillo y quizá, como ocurre con las enfermedades degenerativas, que se manifiestan gracias al fenómeno de la ampliación de la vida, la credulidad general que hoy estamos viendo sea el resultado de una sociedad híper informada como nunca la había habido antes. Tendríamos así la desoladora idea de que la manipulación no se combate con mejor información sino que a lo más que se puede aspirar es a un equilibrio al que se pueda llegar intentando convencer a los que no quieren ser convencidos de que viven en un mundo ficticio por coherente con sus propios planteamientos, a los que basta con ser reforzados para que se mantengan en pie.


Esta idea la planteamos en su momento, al analizar los resultados electorales norteamericanos, cuando planteamos que Trump no había creado nada sino que lo había aprovechado. Había roto los límites de la decencia política para transitar los espacios en los que las ideas no se habían movilizado anteriormente por el extremismo que conllevaban. Trump es responsable de mover la cuchara en el guiso, de las especias usadas.
Es algo parecido a la esperanza que muchos manifestaron, que Trump cambiaría el eje de su comunicación con la gente cuando consiguiera el poder y que después "necesariamente" debería moderarse, algo que evidentemente no ha hecho.
Pensar que el fenómeno es exclusivo de los Estados Unidos es un enorme error. Se reproducirá allí donde se den las mismas condiciones y se usen los mismos recursos retóricos para la manipulación. Eso es una preocupación para todos los que piensan que un mundo de clones de Trump es un peligro mundial y que ya hay demasiados.


El problema principal es que una vez que se ve que funciona, la maquinaria tras Trump (o quien le suceda) no dejará que se promueva una forma moderada o de aproximación a una verdad aceptable y acorde a los hechos, sino que se producirá un fenómeno ampliación ahondando en este tipo de procesos de agitación social recurriendo a formas populistas, que se manifiestan anti políticas, anti sistema, ultra nacionalistas, xenófobas y racistas, de una religiosidad intransigente, etc.
Es, en suma, la llegada de una forma de hacer política que supera las formas de lo que es el político tradicional, persona de ideas, capaz de diálogo y con sentido de lo común, en favor de personas que se presentan (lo sean o no) como outsiders del sistema, que reniegan de lo anterior descalificándolo, con una capacidad infinita de asumir contradicciones sin pudor siempre que puedan ganar posiciones, que polarizan a la sociedad para cegarla y que huyen de la estabilidad; serán políticos que necesitan de los conflictos y cuando no los hay, los crean, pues es la energía de la lucha y la fuerza del miedo lo que les hace apoderarse de las (de nuevo) masas que se ven sacudidas por la presencia de líderes electrizantes y sus versiones informacionales que llegan a todos los rincones para decirle a la gente lo que quiere escuchar, convencerles de quiénes son sus enemigos y que se arman con espadas flamígeras para arrastrar tras de sí a la gente y dirigir sus actos o su odio contra aquellos que les denuncian o señalan.


Es lo que ha hecho, esta y otras veces, Donald Trump. Primero divide, después dirige a unos contra otros, en un ciclo sin final. La sociedad mediática permite un tipo de sistema emocional —la aldea de Marshall McLuhan, la segunda oralidad de Walter Ong, esta vez digital— que crean un tipo de respuesta muy diferente a la dada en la sociedad de la imprenta. De la idea de opinión pública informada, típica de las democracias tradicionales, hemos pasado a un nuevo estado, una "aldea" híper conectada, excitada en tiempo real, alimentada a golpe de tuit nocturno desde la Casa Blanca o de los miles de rincones en los que se refuerzan esas ideas con sus versiones redundantes. Es una sociedad de la redundancia, no de la información, que implica "novedad", "cambio". Es más bien el triunfo del refuerzo pauloviano a través de unas tecnologías que nos sitúan cerca, impresionados, irritados en un movimiento envolvente que nos aísla de todo otro estímulo que nos dirija en otra dirección. Por eso los mensajes de miedo y odio son los más eficaces. Una vez fijado su objeto, todo lo que se maneja es contra ellos, va en su dirección.
Las bombas enviadas son la traducción a acción de las palabras de Trump. Con sus últimas palabras, les ha dado estatus de normalidad. La prensa, ya lo dijo hace tiempo, es el enemigo del pueblo; los demócratas han traicionado sistemáticamente a América. Solo él merece estar ante la vista de los norteamericanos. Los demás deben ser exterminados. En Arabia Saudí siguieron sus consejos. A su manera.
El mensaje más claro se lo ha dado John Brennan, ex jefe de la CIA, y uno de los receptores de los paquetes bombas, en su tuit:

Stop blaming others. Look in the mirror. Your inflammatory rhetoric, insults, lies, & encouragement of physical violence are disgraceful. Clean up your act....try to act Presidential. The American people deserve much better. BTW, your critics will not be intimidated into silence.

No ha necesitado mucho espacio para decir la verdad de esta situación. Es el resultado de jugar con fuego constantemente. Pero hay que empezar a mirar más allá de Trump y tratar de poner freno a los pirómanos que se ofrecen en cada sociedad a encender los fuegos pasionales del enfrentamiento en vez de construir puentes.
El futuro que se nos muestra por delante es muy preocupante. Deberíamos empezar a analizar este fenómeno porque no va mucho en ello. Trump es la anécdota.


* Stephen Collinson "Pipe bomb scare reveals Trump's uneasy embrace of the presidency" CNN 26/10/2018 https://edition.cnn.com/2018/10/26/politics/donald-trump-bombs-investigation-barack-obama-bill-clinton-cnn/index.html




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