Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El gobierno
egipcio, dentro de su estrategia de refuerzo nacionalista con el Ejército como
puntal y ejemplo de los ideales que deben configurar al país, ha estado dando
gran importancia a la victoria sobre Israel, que sirve para compensar las
buenas relaciones que se mantienen en la sombra para evitar que sean utilizadas
con al-Sisi y el régimen. Se celebran las victorias y se olvidan la derrotas, o
al menos se intenta.
Esta
vez toca recordar la victoria del 6 de octubre. El presidente lo ha hecho en un
discurso ante los militares, en la 29 edición del Simposio Educativo de las
Fuerzas Armadas. La parte patriótico militar del discurso no tiene mucha
importancia; todas se parecen. Sin embargo, ha habido esta vez unas frases que
creo que tienen un gran alcance y que reflejan aquello que no se reconoce, al
episodio decisivo de la historia más reciente de Egipto, la Revolución de 2011,
a la que se trata de enterrar controlando su significado y alcances, además de
retorcer sus consecuencia.
El
discurso nos lo trae Egypt Independent y las frases significativas, dichas
entre el recuerdo de la victoria de 1973 y la noticia de la detención en Libia
de un ex militar pasado al terrorismo, son estas:
Sisi then addressed the 25th of January
revolution against Hosni Mubarak in 2011, describing the entire process as
off-logic.
“2011 was the wrong cure to the wrong
diagnosis. People had the wrong vision that if we remove this [president] and
bring this [president], the magic wand will solve their problems. Now I am
being very honest when I say: now, the enemy is not visible. He lives among us.”*
Son de
agradecer estos momentos de sinceridad histórica por parte del presidente
al-Sisi. Aclaran mucho su auto percepción de cirujano en jefe del cuerpo social
egipcio. Como médico social, al-Sisi comete un enorme error en su diagnóstico:
la gente no quería la caída de Mubarak, sino del "régimen", algo muy
diferente y que encubre una enorme falacia, como se puede percibir rápidamente.
Es
evidente que la caída de Hosni Mubarak no soluciono muchos problemas de la vida
práctica. Muchos eran males del régimen, como la situación de la economía o la represión. La llegada del nuevo régimen tampoco los ha solucionado porque en realidad son los mismos.
El gran
engaño construido desde los años 50, desde la revolución e independencia, es
que el Ejército es el eje de cualquier cambio. No se dan cambios en el país; se dan cambios en el Ejército. Son solo los cambios que
se produzcan dentro del Ejército los que tienen repercusión en el país.
Por eso
mismo, el pueblo egipcio no pedía la salida
de Mubarak, sino el cambio del "régimen", es decir, la caída de
Mubarak y de los que lo sostenían o eran sostenidos por él, ya que el poder
egipcio se asienta en la alianza de las Fuerzas Armadas y Policía con las
instituciones que controlan el país: jueces y administración.
La
astucia de los militares egipcios (puede que muchos lo crean honestamente) es
creer que cuando sostienen su propio régimen están cumpliendo el destino de la
Historia. De ahí que los mitos egipcios necesiten siempre de las
conspiraciones. Es la forma de justificar el estado defensivo constante, la
vigilancia extrema.
Al-Sisi
dice en 1973 teníamos un enemigo visible (Israel); ahora el enemigo está entre
nosotros, explica. ¿Quién es el enemigo? Es un ente variable que incluye según
el momento o circunstancias a Occidente, Turquía, Irán, Qatar, los Hermanos
Musulmanes, Israel, Sudán y Etiopía (por la presa, una amenaza al Nilo)...
Según
el presidente al-Sisi, en 2011 se aplicó la
cura equivocada para el diagnóstico erróneo. Mubarak no era responsable y
su caída fue un error. ¿Cuál era el mal y cuál la cura, según el presidente?
Aquí la
realidad y sus tiempos chirrían. El Ejército salvó su propia cabeza cortando la
de Hosni Mubarak. Si hubiera intervenido, las masacres habrían sido enormes con
toda probabilidad, pues la gente se concentró para aguantar lo que hiciera
falta, tras 30 años de dictadura camuflada en la que Mubarak y su familia
creaban su tejido de poder y negocios reprimiendo a quien lo criticara. Eso
incluye a los negocios militares, permanentemente denunciados como foco de
corrupción y de competencia desleal, en la medida en que las empresas militares
no pagan impuestos (IVA) y cuentan con mano de obra gratuita, los soldados, que
tienen acceso al suelo o a otras materias en condiciones muy diferentes y,
sobre todo, a que nadie estaría tan loco como para meterse en un negocio en el que tuvieran que competir con
ellas.
Los
militares se presentaron en 2011 como los salvadores del pueblo, como su brazo.
Tras días de muerte y represión, salieron a la calle a que les abrazaran,
haciendo ver como que estaban del lado del pueblo. Esa es la gran mentira.
Retiraron a Mubarak para poder seguir controlando al país, saludados como
libertadores. Una enorme hipocresía política y una enorme falsedad histórica.
Desde
el momento mismo de salir, la SCAF comenzó a trabajar para hacerse con el
control del poder o, si se prefiere, para no perderlo. Jugaron tan mal sus
bazas que creyeron que con un candidato del régimen, Shafiq, un militar, iban a
demostrar al mundo que el pueblo estaba con ellos. Los resultados fueron otros:
perdieron estrepitosamente. Entre islamista y salafistas consiguieron hacerse con
el 70% de los escaños. Mucha gente que les votó no eran extremistas religiosos,
pero no querían hacer una revolución y luego votar en favor de aquellos contra
quienes se habían levantado. Recuerdo el dolor de muchos amigos egipcios por no
poder votar como su conciencia les pedía.
Pero
los islamistas resultaron tan tramposos como los militares. Crecidos por la
victoria en las urnas, se dedicaron a hacerse con el poder
"hermanizando" al país e instaurando uno poder religioso y
absolutista, en contra de todas las promesas hechas en la campaña. Los jueces
habían puesto todo tipo de obstáculos a los candidatos para favorecer a Shafiq,
pero no fue suficiente, sino que solo lograron enfurecer más a la gente.
Después,
los excesos de unos (los islamistas), las zancadillas de otros (los militares y
jueces) y la mala comprensión del resto (Estados Unidos, principalmente) acabaron
en un golpe de Estado, el "no-coup", que al presidente al-Sisi le
gusta considerar como un mandato del pueblo (otra falsedad) y una rectificación
de la "revolución" para llevarla por el buen camino (es decir,
destruirla y enterrarla).
Lo que
hay ahora es una gigantesca farsa, condenada desde todos los rincones como
dictadura, que intenta convencer al mundo que su movimiento represivo y retrógrado
es un signo de modernidad. No lo es y el síntoma más claro es el rechazo de la
juventud y el avance de la abstención en las presidenciales. Se trata ahora de
camuflar con signos como la "nueva capital", mientras se dejan hundir
los edificios de El Cairo y Alejandría, o el nuevo e innecesario nuevo tramo
del canal, signos de la actividad y de la falta de sentido del régimen.
La
represión ha aumentado respecto a la época de Mubarak, lo que no deja de ser un
enorme fracaso histórico. El parlamento es una farsa, como lo fueron las
elecciones en la que le buscaron un opositor amigo, devoto, a al-Sisi después
de detener y encarcelar a aquellos que querían competir por la presidencia. Lo
peor de todo: el régimen es una nueva mezcla de represión política y represión
religiosa, al interpretar que Mubarak era demasiado despreocupado de la
religión. Al-Sisi representa así las virtudes religiosas y civiles del egipcio,
encarnadas en lo militar. Las denuncias contra la propaganda militar como modelo social son constantes. El régimen aumenta la presión en medios informativos, series, ferias culturales, etc.
La represión se ha dirigido con fuerza inusitada
contra ateos, LGTB, feministas, etc. tratando de dar una imagen que contente al
mejor amigo egipcio, los saudíes. El mundo intelectual observa cómo desaparecen
sus viejas glorias y son reemplazadas por la corte de comunicadores comprados
por el dinero empresarial o el de las agencias de información.
El
futuro de Egipto, según el gobierno de al-Sisi, está en la obediencia a las
instituciones, tomando a los militares como ejemplo. Quieren, aunque no lo han
logrado, poner a Al-Azhar a su servicio para hacer ver que se encarna la figura
del perfecto dirigente musulmán. Es la forma de ofrecerse como modelo al pueblo.
La
economía con el hundimiento de la libra, el aumento espectacular de la
inflación, etc. no ayuda a que la situación prospere. La propaganda es continua
y los resultados no acaban de ir más allá de las promesas y las campañas de
marketing y relaciones públicas.
Son tan
altos los intereses que les piden los inversores, que se han ido cerrando las
subastas ante la imposibilidad de aceptarlo. Sin embargo, el régimen sigue
haciendo sus cuentas y, sobre todo, viviendo del miedo a que la zona se
desestabilice más de lo que ya está. Veremos qué ocurre cuando esto,
finalmente, se produzca. Cabe la posibilidad de que esto tarde mucho habida
cuenta del buen aprovechamiento que algunos está sacando de la situación de
violencia y extremismo de la zona.
Ahora,
al-Sisi sale con la historia macartista de que el enemigo es invisible y está
entre nosotros. Se lo ha dicho a los militares, él sabrá por qué.
No, el
diagnóstico era claro después de treinta años: el régimen de Mubarak era lo que
había que cambiar, pero no se hizo. La "cura" fue limitada y con
muchas contraindicaciones y efectos secundario.
*
"2011 revolution ‘was the wrong cure to the wrong diagnosis’: Sisi"
Egypt Independent 11/10/2018
https://www.egyptindependent.com/2011-revolution-was-the-wrong-cure-to-the-wrong-diagnosis-sisi/
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