Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una de
las cuestiones más complicadas en nuestro mundo actual es poder calcular los
efectos de algo. Nuestra limitada conciencia de la causalidad se ve perdida en
un universo que tiende al desequilibrio por acciones en apariencia pequeñas,
pero cuyas repercusiones pasan a ser enormes. El asesinato de Jamal Khashoggi
en el consulado saudí será uno de esos casos que pueden servir para trazar eso
que se llama erróneamente un "efecto dominó" y que se parece más bien
a una piedra lanzada al centro de un lago ya que se expande hacia todas partes.
De vez
en cuando nos sorprenden con esas medidas demostraciones realizadas con miles
de fichas que vemos cómo van cayendo en prefecta conexión, una tras otra. El
caso Khashoggi carece de esa previsión del contacto ficha a ficha y puede tener
consecuencias que, evidentemente, sobrepasan los cálculos de aquellos que
cometieron el crimen que todo el mundo da ya por hecho y del que cada vez
trascienden más detalles escabrosos.
Hasta
el momento, a Arabia Saudí se le ha permitido todo por tres factores; 1) sus
supuestas acciones frente al terrorismo; 2) su capacidad de provocar una crisis
económica mundial por manipular los precios del petróleo mediante el control de
la producción; y 3) sus inversiones multimillonarias por todo el mundo, una
especie de salvoconducto.
En
cuanto al primer factor, hay que definir qué es "saudí" y qué no lo
"es", ya que el Reino es una de las fuentes principales de integrismo
religioso. No es casual que Bin Laden fuera saudí, al igual que la mayoría de
los integrantes del comando del 11 de septiembre. El wahabismo saudí ha sido
durante décadas el principal promotor del radicalismo religioso a golpe de
millones de los petrodólares, el dinero conseguido por el regalo del subsuelo,
y repartido generosamente para financiar grupos que surgían en su seno. Otros
grupos se formaron en distintos países por la radicalización de los que habían
ido a trabajar allí desde otros lugares, especialmente en los años 70, que fue
cuando se gestaron estos grupos, alimentados por las crisis con Israel y
después redirigidas hacia quien les apoyaba, los países occidentales. Si todos
los caminos lleva a Roma, la mayoría de los caminos llevan al origen de un
conflicto que no se ha resuelto y cuya intensidad alimenta el radicalismo que
se transforma en ideologías terroristas alimentadas por frustraciones y
versículos incendiarios que muchos interpretan de forma radical cuando les
interesa.
este
primer factor es el que hay que medir a la luz de la historia, de los
conflictos acumulados desde las cruzadas en adelante, de la formación de las
ideologías fundamentalistas dando lugar a los grupos que surgieron al hilo del
colonialismo, como ocurrió con los Hermanos Musulmanes, creados en Egipto, como
respuesta de base religiosa al colonialismo británico. Los Hermanos y sus
franquicias internacionales tomaron nueva fuerza cuando erróneamente se les
consideró una alternativa más civilizada a lo que representaban las
organizaciones wahabitas o salafistas, más cercanas al Reino. Nasser y demás
militares manejaron a los Hermanos y los utilizaron como base social de apoyo,
hasta que emprendieron un camino socializante que entraba en conflicto con
ellos, pasando a una compleja historia de encarcelamientos y atentados. Hoy los
islamistas políticos son perseguidos por los saudíes y por el gobierno egipcio.
Su llegada al poder en Egipto por las urnas sembró las alarmas en un mundo de
poderes fácticos y de poco espacio para la voluntad popular, algo que es
manifiestamente incompatible con la ideología teocrática que practican. No hay
voluntad democrática en ninguno de ellos, porque todos se consideran portadores
de la voluntad de Dios, que es más rentable.
El gran
conflicto sigue siendo las relaciones con un Israel que echa gasolina al fuego,
apostando cada vez más por el radicalismo expansionista y justiciero de
carretera que practica, desplazando del poder a muchas personas que han
intentado alcanzar acuerdo justos que permitan para un estado de guerra
continuo.
El caso
Khashoggi es un punto con conexiones históricas en todas direcciones: Turquía,
Estados Unidos, Arabia Saudí, como primer nivel, pero después con otros niveles
en los que se manifiestan los efectos, Rusia, Irán, Qatar, Egipto, Siria, Yemen;
y hasta terceros niveles que tejen un cada vez más complicado escenario.
Todo lo
que se manifiesta en esos niveles, causa nuevos temblores en el resto, haciendo
que los hilos que los entrelazan se tensen hasta el límite. La propia figura de
Jamal Khashoggi es un centro de atracción de muchos otros. En él convergen no
solo sus acciones propias, sino que es centro de los hilos de su propia
familia, que les unen y separan de los distintos grupos dentro de la inmensa
familia real saudí, un campo de batalla continuo, un equilibrio brutal que evita
el caos en determinados momentos.
Algunos
medios han resaltado los intentos de atraer al periodista mediante ofertas a la
órbita real, pero se resistió, pues sus empeños iban más allá de las campañas
promocionales puestas en marcha por el poder saudí.
El
diario El País reproduce el último artículo que dejó escrito Khashoggi para su
medio, The Washington Post, que le había ofrecido un puesto para difundir algo
que hoy sabemos que prácticamente no existe:; una voz libre para los árabes. Y
es ese precisamente el contenido de su columna.
En ella
comienza constatando que según los informes internacionales, el único país del
que se puede decir que tiene libertad de prensa es Túnez. Parcialmente, otros
tres, y el resto no tienen más que la posibilidad de convertirse en ecos de sus
gobiernos o ser cerrados, censurados o bloqueados. Conocemos bien esta
situación a través del caso egipcio que tratamos con frecuencia.
A
continuación, Khashoggi realiza un contundente análisis de la situación
informativa y libertades en los países árabes:
El mundo árabe se llenó de esperanza durante
la primavera de 2011. Periodistas, académicos y la población estaban llenos de
ilusión por una sociedad árabe libre en sus respectivos países. Esperaban
emanciparse de la hegemonía de sus Gobiernos y de la constante censura e
intervención en la información. Las expectativas se rompieron pronto; esas
sociedades volvieron a su antiguo statu quo o se enfrentaron a condiciones
incluso más duras que antes.
Mi querido amigo el prominente escritor saudí
Saleh al-Shehi escribió una de las columnas más famosas jamás publicadas por la
prensa saudí. Desafortunadamente, hoy en día cumple una condena de cinco años
de prisión por supuestos comentarios contra el establishment saudí. El Gobierno
egipcio se incautó de toda la tirada del periódico Al-Masry Al-Youm, sin provocar ninguna protesta ni reacción de sus
colegas. Estas acciones ya no conllevan el rechazo de la comunidad
internacional. Como mucho, desencadenan una condena rápidamente seguida del
silencio.
Como consecuencia de ello, a los Gobiernos
árabes se les ha dado carta blanca para seguir silenciando a los medios de
comunicación a un ritmo cada vez más rápido. Hubo una época en la que los
periodistas pensaban que Internet liberaría la información de la censura y el control
que se ejercía sobre los medios impresos. Pero estos Gobiernos, cuya propia
existencia depende del control de la información, han bloqueado agresivamente
Internet, y también han detenido a periodistas locales y presionado a los
anunciantes para reducir los ingresos de determinadas publicaciones.
Todavía quedan algunos oasis que siguen
encarnando el espíritu de la Primavera árabe. El Gobierno de Qatar sigue
apoyando la cobertura de noticias internacionales, al contrario que sus
vecinos, que se esfuerzan por mantener el control de la información para
defender el “antiguo orden árabe”. Incluso en Túnez y en Kuwait, donde se
considera que la prensa es al menos "parcialmente libre", los medios
de comunicación se centran en temas locales, pero no en temas que afectan al
conjunto del mundo árabe, y son reacios a proporcionar una plataforma para los
periodistas de Arabia Saudí, Egipto y Yemen. Incluso Líbano, la joya de la
corona del mundo árabe en lo que se refiere a la libertad de prensa, ha caído
víctima de la polarización y de la influencia del proiraní Hezbolá.
El mundo árabe se enfrenta a su propia
versión del telón de acero, impuesta no por actores externos, sino por fuerzas
internas que luchan por el poder. Durante la Guerra Fría, Radio Free Europe,
que se convirtió con el paso de los años en una institución fundamental,
desempeñó un importante papel a la hora de alentar y mantener las esperanzas de
libertad. Los árabes necesitan algo parecido. En 1967, The New York Times y The
Post adquirieron conjuntamente el periódico The
International Herald Tribune, que se convirtió en una plataforma para voces
de todo el mundo.
Mi periódico, The Washington Post, ha tomado la iniciativa de traducir muchos de
mis artículos y publicarlos en árabe. Le estoy agradecido por ello. Los árabes
tienen que leer en su propio idioma para poder entender y hablar de los
distintos aspectos y complicaciones de la democracia en EE UU y en Occidente.
Si un egipcio lee un artículo que revela el coste real de un proyecto de
construcción en Washington, podría entender mejor las consecuencias de
proyectos parecidos en su comunidad.
El mundo árabe necesita una versión moderna
de los antiguos medios de comunicación transnacionales para que los ciudadanos
se puedan informar sobre acontecimientos mundiales. Y lo que es más importante,
tenemos que proporcionar una plataforma a las voces árabes. Sufrimos pobreza,
una mala gestión y una educación deficiente. Mediante la creación de un foro
internacional independiente, protegido de la influencia de Gobiernos
nacionalistas que difunden el odio a través de la propaganda, la gente normal y
corriente del mundo árabe podría abordar los problemas estructurales a los que
se enfrentan sus sociedades.*
El
análisis es acertado y revela con claridad la causa de su propio asesinato. Él
mismo se hizo el diagnóstico y el crimen, en la práctica. validó la teoría.
Está claro que no se iba a permitir una voz que denunciara y animara a crear un
frente informativo para contrarrestar el efecto paralizante del poder y los
medios gubernamentales. ¿Tenía Jamal Khashoggi en mente la posible creación de
un periódico árabe internacional que se dedicara a dar voz a los silenciados,
encerrados o desaparecidos? Las ideas expuestas en su última columna
periodísticas muestran que al menos era un carencia de la que era consciente.
El principio del último párrafo así lo indica.
Como
figura prominente, Jamal Khashoggi estaría bajo vigilancia y no es difícil pensar
que quienes ordenaron su muerte supieran de sus planes perfectamente. Puede que
en fechas próximas se aclare si este pudo ser el detonante de su asesinato. Las
columnas en The Washington Post eran denuncias, pero proponer la creación de un
nuevo medio internacional en árabe para ofrecer amparo a las voces disidentes es algo más que una columna. Y puede que alguien decidiera que sus efectos no
podían ser admitidos.
El canto a la oportunidad malograda de la Primavera Árabe es también una llamada a un nuevo intento de cambiar lo que no cambió. Y eso es percibido también como un peligro, como una incitación a hacerlo de nuevo. No se lo iban a tolerar.
El
segundo y el tercer factor son de carácter económico. El segundo, la capacidad
de frenar críticas y sanciones a golpe de aumento del precio del petróleo, lo
hemos visto ya, lo que añade una complejidad mayor al caso en términos de
interacciones entre los agentes, que pasan a ser todos los países, sus industrias, etc. ya que la energía es un elemento cuyas pequeñas variaciones
tienen unos enormes efectos en el conjunto. Recortar la producción ya es una amenaza que ha
tenido sus efectos en la subida del petróleo. Es un sector clave con
consecuencias en todos los demás sectores.
El
tercero es el que vimos practicar hace unos días contra Canadá cuando osó
interesarse por el destino de las activistas saudís y canadiense. La retirada
de empresas, de estudiantes y hasta de los enfermos en los hospitales, entre
otras medidas, fue inmediata. La amenaza se dejó clara: nadie se mete en lo que
se hace en el Reino.
Las
respuestas al caso Khashoggi no se han dejado de producir con las anulaciones
de la participación en el llamado "Davos saudí", una reunión en la
que se tejen los negocios internacionales. El espectro de Khashoggi está
demasiado presente como para ir a intercambiar sonrisas y abrazos con los que
han ordenado su muerte según se va concretando el círculo sobre el príncipe que
maneja el poder en el Reino.
La
complejidad de las interacciones producidas por las conexiones tiene un factor
que ya señalamos como importante: el efecto sobre la política norteamericana.
Hasta Vladimir Putin ha aprovechado para decir que los Estados Unidos de Trump
tienen responsabilidad en lo ocurrido. Trump va a pagar caro su danza del sable
en Arabia Saudí y la foto sonriente sobre la esfera del mundo con el rey Salman
y el presidente egipcio, Abdel-Fattah al-Sisi, otro buen amigo tanto de Trump como
del monarca saudí, a quien le regalo dos islas, creando su propio conflicto.
Egipto es un país sobre el que también habrá consecuencia, siendo la mayor
evidencia de ello la práctica desaparición de las noticias sobre Khashoggi, al
que se le consideraba próximo a las tesis del islam político. El artículo de
Khashoggi cita varias veces a Egipto y a los secuestros de periódicos. La consideración
de Qatar como un espacio de información "libre" le convierte automáticamente
en un "peligroso terrorista" a los ojos del gobierno egipcio quien,
junto al saudí y dos países más —como ya contamos aquí—, convirtieron a ese
país en pro iraní y un estado enemigo al romperse el pacto de no injerencia.
A este
pacto alude el propio Khashoggi cuando señala que nadie se atreve a ofrecer
espacio a los periodistas o intelectuales disidentes en sus países porque los
gobiernos y monarquía autoritarias lo consideran como una agresión y actúan en
consecuencia. Casos de estos se han producido con frecuencia. De ahí la
necesidad, señalaba el periodista asesinado, de crear un medio internacional en
árabe para romper el bloqueo del miedo o del pacto, que impide informar sobre
lo que realmente ocurre en los países controlados por estos gobiernos y
familias.
La
amenaza de las inversiones contra los países que interfieran, ya se vio con
Canadá, pero el caso no admite indiferencia porque son pocos los gobiernos que
quieren verse mezclados con un régimen de estas características. Aquí ya no se
puede hablar, como Trump, de no decirle a la gente cómo se tiene que gobernar,
sino de recordarles que secuestrar, torturar, asesinar y descuartizar está muy
feo. Egipto consiguió acallar a medias el caso del estudiante italiano Giulio
Regeni, secuestrado, torturado y asesinado, pero la notoriedad de Khashoggi es
mucho mayor. Las esperanzas de la familia Regeni se desvanecieron con Salvini
(y ese otro señor que dicen que es el presidente) en el gobierno italiano.
Lo
ocurrido con Khashoggi es una muestra de cómo funcionan habitualmente la
mayoría de estos regímenes. Lo nuevo del caso es la osadía de hacerlo en un
consulado y a una persona muy conocida, con poder de comunicación y
comprometiendo a diversos países. Si Khashoggi hubiera desaparecido dentro del
Reino tendríamos explicaciones sencillas como atracos, atropellos, malas
compañías, etc., como se intentó con Giulio Regeni. Pero se ha hecho en
Turquía, con un gobierno en conflicto con los Estados Unidos, y por un firme
aliado de Donald Trump.
Los
hechos son solo una parte frente a sus efectos, que son también hechos. Nada
está aislado, nada ocurre en el vacío. Todo pasa en un extraño espacio de
ideas, recuerdos de lo ocurrido en ocasiones anteriores, y miedo a lo que pueda
ocurrir. Todo ello forma parte de un presente sensible, no mecánico. El crimen
ha sido brutal, según lo que sabemos. Ha sido el resultado de una decisión en
la que han confluido muchas otras situaciones, donde se ha sopesado el pasado,
presente y futuro. Demasiado para cualquier humano. La ilusión del control
absoluto sobre lo que ocurre es eso, una ilusión.
Si el
otro día decíamos que se trataba de establecer un discurso tranquilizante para
evitar los daños Hoy nadie puede frenar con discursos o silencios lo que se va
sabiendo. Y eso tiene unos efectos dentro y fuera del Reino. Difícilmente va a
recibir nadie al príncipe sucesor en el momento en que el Reino ha ido buscando
campañas de relaciones públicas sobre su modernización. Nadie se acordará del
carnet de conducir de las mujeres o de las salas de cine en el Reino. Solo del
crimen de estado.
La última columna de Jamal Khashoggi es importante si sirve para que se lea en todo el mundo la triste realizad de la situación de los países árabes, atrapados por las dictaduras que le controlan ante la indiferencia o la complicidad de muchos países que se centran en las relaciones económicas. Los saudíes compran cada día su presencia en el mundo a golpe de talonario y de amenazas sobre el petróleo. Su grado de desafío a cualquiera que les moleste va creciendo gracias a la protección de países o políticos irresponsables, como ha ocurrido con un Donald Trump que prácticamente les dejó las manos libres y que ahora se encuentra acorralado por las consecuencias domésticas del caso.
Esa columna debe ser leída ciudadosamente. Y no se debe olvidar la idea de un proyecto informativo real para el mundo árabe, lejos de la propaganda, la censura y el silencio. Hoy, como señaló, viven en una burbuja. El caso Khashoggi, por ejemplo, ha desaparecido de la prensa egipcia mientras que es portada en todo el mundo. Es solo un ejemplo de porqué necesitan la libertad de prensa y expresión que Khashoggi reclamaba.
* Jamal Khashoggi "Lo que más necesita el mundo árabe es libertad de expresión" El País (trad. The Washington Post) 19/10/2018 https://elpais.com/internacional/2018/10/18/actualidad/1539898831_395109.html
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