Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La retirada
de la nacionalidad francesa a los condenados por terrorismo, que ha llevado a
la dimisión de la ministra de Justicia Christiane Taubira, en desacuerdo con la
iniciativa del presidente Hollande, pone sobre la mesa varias cuestiones. La
retirada de la nacionalidad solo tiene algún efecto disuasorio si se le concede
alguna importancia a la "nacionalidad", algo que está por verse en
aquellos a los que se les retiraría. ¿Qué sentido tiene?
El día
27, el diario El Mundo recogía esta información:
Christiane Taubira ya había mostrado su
desacuerdo con esta reforma a principios de mes, cuando comentó públicamente que
el proyecto de ley que pretende quitar la nacionalidad francesa a aquellas
personas nacidas en Francia condenadas por terrorismo y posean dos
nacionalidades, "no es deseable".
El debate sobre dicha reforma comienza
precisamente hoy en la Asamblea. Hasta ahora, la retirada de nacionalidad se
permitía únicamente con aquellas personas nacidas fuera del territorio nacional
pero de aprobarse esta ley los nacidos en Francia también se verían afectados.
Esta medida, es defendida a día de hoy por
Manuel Valls y, especialmente, François Hollande, quien ya habló de su deseo de
reformar la Constitución en este sentido en su discurso en Versalles, tres días
después de los atentados del 13 de noviembre. Sin embargo, el Partido
Socialista no se muestra unido en torno a la reforma.*
No es
solo el Partido Socialista. Esta misma mañana, Euronews nos daba cuenta de las manifestaciones en contra de la
extensión de las medidas tomadas después de los atentados de Paris y en la que
los franceses empiezan a ver demasiadas sombras. Es indudable que Hollande no
quiere que se le vaya de las manos el discurso de la seguridad ante la presión
de la extrema derecha nacionalista de Marine Le Pen, peo puede incurrir en
errores que no todos los franceses están dispuestos a admitir. Ya es bastante
la amenaza del terrorismo para además ceder en libertades, que es siempre un
objetivo de las organizaciones terroristas. Señalan en Euronews:
Numerosos sindicatos, colectivos y
organizaciones de izquierdas se oponen a la normalización de las medidas de
excepción así como al proyecto de ley de retirar la nacionalidad a los
binacionales condenados por terrorismo, medida que ha propiciado la salida de
la exministra de Justicia, Christiane Taubira, considerada el último gran
símbolo de la izquierda del Gobierno del primer ministro, Manuel Valls. Antes
lo hicieron Arnaud Montebourg, Aurélie Filippetti, Benoît Hamon, Cécile Duflot
y Delphine Batho.
El Movimiento contra el racismo y por la
amistad entre los pueblos (MRAP), toda una institución en Francia desde 1949,
forma parte del grupo de asociaciones que han firmado un comunicado unitario
bajo el eslogan “no cederemos”.**
Más
allá de la cuestión política doméstica francesa, la cuestión de la nacionalidad
debe ponerse sobre la mesa para analizar el sentido que tiene en el contexto
del que hablamos. Dado que las personas a las que se les retira la nacionalidad
están ya condenadas, la eficacia de la medida solo puede ser simbólica. Pero,
¿lo es positivamente?
Para
que la medida tenga algún valor la "nacionalidad" debe significar
algo para quien la va a perder. Y es aquí precisamente donde se da el absurdo
de la medida: se aplica a aquel que desprecia la nacionalidad.
Hollande
debería ver la magnífica película de Renoir, La marsellesa para entender que el nacionalismo y el sentido de la
"patria" nacen precisamente con la necesidad de establecer algún lazo
emocional con algo que no existía anteriormente. La obediencia en los sistemas
feudales no se basaba en el amor a la patria, porque esa patria, sencillamente, no existía. Es una construcción muy
posterior en la que se necesita crear un vínculo entre los nuevos estados-naciones
y sus ciudadanos, una forma de amor a la
patria, para lo que se desarrolla desde el romanticismo una retórica y un corpus que es creado por poetas,
pintores, historiadores, filólogos y demás constructores de eso que se ha dado
en llamar la "identidad nacionalidad" y el "nacionalismo".
No es casual que las formas nacionalistas del romanticismo surjan en los países
que se alejan del control "romano", simbolizado por el catolicismo.
La religión es un factor determinante no tanto en cuestiones teológicas, sino
como fuerza fundante de esa identidad
nacional que llevará, como en el caso de Inglaterra, a la constitución de su
propia iglesia, la anglicana. Se producirá con el protestantismo esa diversificación
de la idea y espacio común de la "cristiandad", que todavía Novalis
reivindicará.
Antes de
la nación o el estado, antes de la ciudadanía y el amor a la patria, está,
pues, la religión, la identidad más poderosa allí donde se mantiene. Desde esta
perspectiva, los movimientos islamistas tienen dos características que pueden
parecer contrapuestas, pero creo que no lo están: 1) reivindican un retorno a
las formas anteriores a las naciones, un salafismo (es lo que quiere decir) a
la forma de vida de los antepasados. Y en ese mundo no existen las naciones o las nacionalidades, mucho menos los estados, que solo son vistas como
formas mundanas y en muchos casos despreciables. 2) los movimientos islamistas
deben mucho a las reacciones anticolonialistas, tanto en el siglo XIX —que es
cuando surgen algunos— como en el XX —los Hermanos Musulmanes—.
Pero el
anticolonialismo que mantienen es más contra la "occidentalización",
que pervierte la identidad islámica o la lleva a un sentimiento de
inferioridad, que por la creación de un nacionalismo que desemboque en un
sentimiento fuerte de acercamiento a la nación o país. Por ello los movimientos
nacionalistas han sido muchos de ellos de carácter no religioso o incluso
laicos y socialistas. Eso sí: han usado la religión cuando les ha interesado
(como hizo Nasser) para entrar por la brecha de la lucha interreligiones.
El caso
de Egipto es muy interesante porque sí posee una identidad nacional diferenciada, lo que hace que en su espacio
retórico discursivo entren en conflicto tres principios: nacionalismo egipcio,
panarabismo e islamismo. Los Hermanos Musulmanes nacen con un ojo puesto en el
colonialismo, pero su afán es extenderse por todo el mundo islámico, por encima
de las nacionalidades. Esto explica la fuerza del nacionalismo actual egipcio
que usa toda su retórica discursiva para hacer ver a los miembros del grupo
fundado por Hassan El-Banna como extranjeros
al servicio de intereses anti egipcios. Explica también el interés de los
islamistas en el carácter "islámico" (trasnacional) antes que en las
fronteras. Nasser, por ejemplo, jugó con la unidad, pero desde el lado del
panarabismo (la RAU, la unión de Egipto y Siria acabó en fracaso); se vio al
frente de un Egipto líder de los países árabes sin apelar a la cuestión
islámica. Su república era "árabe" (La "A" de RAU), no "islámica"
como ahora pretenden los islamistas (Estado Islámico y demás repúblicas que
incluyen el islámico como seña de identidad en su denominación: Irán, Pakistán,
Mauritania, y ahora Gambia).
Es el
gobierno actual Egipto el que está constantemente amenazando con la retirada de
la "nacionalidad" a todos aquellos a los que por discrepantes
considera vendidos a los poderes exteriores, ya sea Turquía, los Estados
Unidos, Qatar o el que les venga en gana.
Solo
allí donde la "nacionalidad" importa algo, puede ser eficaz su
retirada como amenaza. Egipto va más allá y lo hace como "castigo",
dentro de las consideraciones que en una sociedad muy consciente de su
diferencia identitaria respecto al
resto de los países musulmanes, rebosante de orgullo. En este sentido, lo peor, el ostracismo social para la
persona y sus familiares es la expulsión y la retirada de la nacionalidad. Al
periodista de Al-Jazeera que poseía doble nacionalidad, se le ofreció que
renunciara a a la egipcia para salir de la cárcel y del país. Hace unos días se ha desestimado la
demanda para que se le retirara la nacionalidad egipcia a Wael Ghoneim, una de
las figuras emblemáticas de la revolución del 25 de enero, al que la paranoia
nacionalista acusa de ser una agente norteamericano pagado para destruir Egipto.
La
medida de Hollande y Valls no sirve para nada. ¿Qué le importa la nacionalidad
a alguien que va a acabar con sus despreciados compatriotas? Para ellos solo
cuenta la dimensión religiosa, abandonando todas las otras formas de identidad,
como la nación o incluso la familia. El joven soldad del Estado islámico que
decapitó a su madre en Iraq, hecho del que dimos cuenta aquí, demostró
públicamente que su compromiso era ya
únicamente con Dios.
Francia
tiene un elemento distorsionador de fondo, la Guerra de Argelia. Los procesos
de descolonización fueron violentos, con múltiples atentados terroristas, pero
eran nacionalistas, por más que la cuestión religiosa también tuviera su peso
en la identidad. El fenómeno actual es de otro orden.
Estoy
con la ex ministra Christiane Taubira sobre la inutilidad de la medida. No
tiene sentido enfrentar un nacionalismo a otro movimiento que no lo es. Si la
respuesta a un movimiento como los grupos islámicos es el recrudecimiento del
nacionalismo, Europa será la primera que lo sufra. Lo hará como espacio común,
pero —todavía peor— comenzará a establecerse una forma identitaria basada en la
diferenciación. Es el camino al desastre.
Los
ejemplos de crecimiento de los partidos nacionalistas, amparados en un
populismo, por toda Europa es algo que debemos observar con detalle. Lo que
estamos viviendo en estos momentos es más dañino que el propio Estado Islámico
en sí, ya que está desbaratando la idea de comunidad europea y está volviendo a
fortalecer los lazos internos que se definen negativamente como antieuropeos y
recuperan la dimensión religiosa nacionalista. Un ejemplo extracomunitario es
lo ocurrido, por ejemplo, en Rusia, con una fusión de religión y nacionalismo
manejada por Vladimir Putin, con el amparo de la Iglesia Ortodoxa. Es lo mismo
que hace El-Sisi en Egipto con la Universidad de Al-Azhar. Es el juego con el
nacionalismo y la religión. Desde Enrique VIII ha funcionado.
Los
peligros que ven los manifestantes en Francia es que la forma de enfrentarse al
islamismo y al Estado Islámico, tanto militarmente como con políticas
antiterroristas, se vayan manipulando y creando un caldo de cultivo para formas
identitarias poco deseables.
El
problema de la violencia islamista se agravará mientras se sigan estableciendo
mecanismos de exclusión que meta a todo el mundo en el mismo saco. Así se
conseguirá aumentar el caldo de cultivo del terrorismo y se dejará desasistidos
a todos aquellos que quedan desplazados en sus intentos de establecer políticas
de diálogo social. Ya lo repiten todos los días los expertos: los islamistas
son los mayores interesados en la islamofobia; les pone en bandeja el apoyo
social allí donde les interesa y hace salir de la influencia occidental a los que se les hace la vida imposible.
Combatir
con nacionalismo (un nacionalismo que acabará apoyándose en la religión) al islamismo, al que
no le importan las naciones, no tiene sentido. Hay que combatirlo desmontando sus
argumentos y no entonando himnos. Tampoco tiene mucho sentido proponer la pena
de muerte para aquellos que buscan el paraíso a través del suicidio. Es más
adecuada la cadena perpetua para el que tiene prisa por llegar a la otra vida.
Hacen falta armas ideológicas, filosóficas y religiosas para extinguirlos de las
mentes a las que quieren llegar. Hacen falta libros, profesores, editoriales,
becas. Pero nuestro mayor problemas es que no conseguimos contactar en el nivel
adecuado con aquellos que llevan muchos años en estas batallas, desprovistos de
apoyos y comprensión porque no han estado en el poder. Sí, en cambio, nos hemos
esforzado por relacionarnos amigablemente con los principales focos de terrorismo, tanto en
ideas como en financiación. Pero tienen petróleo.
Si el nacionalismo es peligroso para Europa, lo es más todavía si se acaba reforzando por contraste con un cristianismo que pase de ser un elemento civilizador a un elemento de barbarie y confrontación. Hemos conseguido que las creencias pasen a la vida privada. Sacarlas como bandera de combate es volver a los fanatismos y al "con Dios de nuestro lado" que tantos millones de muertos ha costado en la Historia en Europa y fuera de ella. Hay que buscar la dimensión en la que el combate se realice; hay que evitar lo que muchos desea: presentarlo como una guerra entre cristianos y musulmanes. De otra forma, estaremos perdiendo nuestra identidad, aunque nos parezca que por chillona y grandilocuente es más real.
Un
enemigo gana cuando cumple sus objetivos y su enemigo pierde en la misma
medida. Si nuestras acciones ayudan a nuestros enemigos es que somos poco
inteligentes.
*
"Dimite la ministra francesa de Justicia por la política antiterrorista de
Hollande" El Mundo
27/01/2016http://www.elmundo.es/internacional/2016/01/27/56a88f10ca474104308b4603.html
**
"Privación de las libertades públicas, miles de franceses salen a las
calles para decir no" Euronews 31/01/2016
http://es.euronews.com/2016/01/31/normalizacion-de-la-privacion-de-las-libertades-miles-de-franceses-salen-a-las/
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