Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
nuevo asalto —otro más— a una universidad en Pakistán, con sus decenas de muertos
entre profesores, alumnos, etc., no hace preguntarnos —de nuevo— contra qué
lucha esta gente, cuál es la monstruosidad de su fijación con la ignorancia
tratando de acabar con lo que en todo el mundo es el lugar del conocimiento y de la educación.
Escuelas,
institutos, universidades... todos los niveles del conocimiento son objeto de
esa fijación morbosa y destructiva que tienen para intentar acabar con la
inteligencia. Con su acción constante son la negación de lo humano que es la
necesidad de conocer el mundo en el que estamos, llegar a conocernos a nosotros
mismos. En el centro de su doctrina perversa esta la negación de la
inteligencia humana como una carga para unos y un desafío para otros. Su mundo
ideal sería aquel en el que el ser humano no se preguntara nunca nada porque
todas las respuestas las tiene ya dada, memorizadas —que es la base de su
pedagogía—; solo una pequeña parte de la comunidad debe dedicar su tiempo y
energía al estudio del único texto posible, de la única voz que se debe
escuchar y seguir. No hacerlo acarrea la condena y la muerte.
Es
sorprendente que cuando la ciencia moderna ha conseguido tantos logros se pueda
manifestar con tanta intensidad un sentimiento tan fuerte de negación de las
evidencias. Quizá la explicación en parte sea esa: la contemplación de los
logros de la inteligencia humana se vea como la fuente de la duda, la negación
por demostración de lo que se ha sostenido hasta el momento. Las legiones de
los ignorantes matan porque es la única forma de evitar que su mundo se desmorone;
matan para no tener que pensar.
Hasta
no hace muchos años era posible mantener aislados los mundos, mantener la
incomunicación. Con este aislamiento se conseguía que muchos vivieran en la
creencia de que su universo cerrado era el mejor, el que tenía todas las
respuestas. Al otro lado estaban otros mundos que saldrían del error algún día
o serían destruidos dada la superioridad moral —la militar ya se había perdido—
del mundo en el que se vivía: Nosotros tenemos a Dios, en Él confiamos. Big Father is watching You.
En la
clarividente y confirmada por cada ola de oscurantismo novela de Orwell, 1984, podemos leer:
Lo único eficaz en Oceanía es la Policía del
Pensamiento. Dado que los tres superestados son inconquistables, cada uno de
ellos, cada uno de ellos es en realidad un universo separado, en el que puede
llevarse a la práctica con seguridad casi cualquier perversión del pensamiento.
El
texto pertenece al capítulo III —La guerra es la paz— que Winston, el
protagonista de la novela de Orwell, lee. ¿Vamos hacia un mundo de este tipo,
constituido por espacios cerrados en los que rigen esas Policías del
Pensamiento al modo orwelliano?
La
relación entre el oscurantismo y las luces, por usar la metáfora habitual que
dio lugar a la Ilustración, es de mayor intensidad proporcional. Las luces del
conocimiento hacen surgir sombras más densas, más oscuras. Vamos hacia un mayor
contrate, no a una escala de grises. Hay una parte del mundo que se resiste a
ser iluminada. Luz y oscuridad, conocimiento e ignorancia discurren en paralelo.
Creo
que es precisamente el debilitamiento de las fronteras que el espacio
garantizaba lo que ha provocado esta situación actual, con el intento de
establecimiento de un "superestado" en el sentido orwelliano, pues no
otra cosa es el intento de creación del "Estado Islámico", una zona
hermética en la que sea esa Policía del Pensamiento impone la doctrina oficial
de la que dudar supone la muerte. Los talibanes o los Boko Haram, todos los
grupos islamistas, tienen el mismo odio hacia el conocimiento dinámico y
crítico y esa necesidad de imponer por la fuerza la Palabra inamovible.
La
intensidad de la respuesta comienza precisamente con la expansión de las
comunicaciones al internacionalizarse, al llegar los satélites, las redes de
comunicación, etc. que van sembrando las nuevas ideas —científicas, morales,
política...— creando un mundo globalizado. Ante esta expansión, se refuerzan
los mecanismos violentos contra los disidentes, contra aquellos que ahora
tienen a su disposición nuevas tribunas para llegar más lejos.
Lo que
se produce entonces es una contraofensiva que usa esos mismos medios para expandirse
hacia el exterior de sus esferas anteriores y, junto a ello, el cierre de los
espacios que controla. Nos sorprenden las manifestaciones mediáticas del Estado
islámico, sus estrategias de comunicación usando todos los recursos; pero a la
vez prohíben la circulación de información en sus propios espacios, que quedan
reducidos al silencio o a la propaganda.
El
oscurantismo rechaza la Ciencia y sus consecuencias. Estos ignorantes tienen
como enemigos a Charles Darwin o a Albert Einstein, en quienes ven a aquellos
capaces de destruir sus fundamentos. Usan un término estratégicamente, como
refleja el propio nombre de Boko Haram: la ciencia "occidental".
Necesitan negar la universalidad del pensamiento para convertirlo a los ojos de
sus seguidores en maniobras para destruir el orden sagrado del mundo, la
palabra revelada y definitiva. Han conseguido convencer a una parte del mundo
que la ignorancia forma parte de la identidad. Esto se consigue mediante el
fatalismo, con el que se convence de que todo lo que ocurre es inevitable, que
está escrito y contra lo que es imposible
e irreverente luchar. Así los mantienen en la pobreza absoluta,
aceptándola como un designio contra el que no haber rebelión. Así se mantiene
la injusticia porque quien manda es porque Dios lo quiere y quien obedece debe
hacerlo porque así esta ordenado. Así se vuelven contra todo el que señala lo
absurdo e injusto de ese orden, quien debe esconder sus dudas en lo más
profundo para evitar que todas las instituciones, de la familia al estado se
vuelvan contra él considerándolo un apestado, esconderlo para evitar que su
padre, hermano o hijo le denuncie. El bárbaro que denunció a su madre y la
ejecutó públicamente hace unos días (dimos cuenta aquí) demuestra que no es
retórica el mandato de abandonarlo todo, de aceptar solo la promesa de la
perfección en el paraíso prometido a los fieles, a los que se arrancan razón y sentimientos para no dudar, para no temblar.
Lo
terrible, más allá de los acontecimientos bárbaros de cada día, es que esto va
a más, que no se abre el mundo, sino que se avanza hacia estos superestados
estancos, herméticos, regidos por dogmas incompatibles, con leyes que aseguran
la destrucción de cualquiera que quiera sembrar la duda.
El
ataque a la universidad en Pakistán es otro aviso, otra muestra de que solo hay
una palabra, solo hay una forma de vida. Y el aviso llega como muerte y
destrucción, la única forma mediante la que pueden mantener en orden ese mundo
que se desmorona en cuanto se deja de encerrar las mentes en las cárceles de la
costumbre, la tradición, formas eufemísticas de llamar al inmovilismo de la
oscuridad.
Con la
violencia niegan la posibilidad del cambio, la apertura de sus espacios a la
Historia, concepto perverso en la medida en que anima a la superación de lo
anterior e incorpora la palabra incomprensible, "progreso".
Las
barreras que hoy comienzan a levantar los estados suponen la inmovilidad
física; pero las que los bárbaros levantan son más altas y peligrosas: las del
oscurantismo, la parálisis de la inteligencia, la deshumanización de lo humano. Muchos empiezan a caer en la tentación de la separación, de la cuarentena para evitar la contaminación. ¡Terrible error!
El Winston
de Orwell siguió leyendo el capítulo III de su libro:
Aislado de cualquier contacto con el mundo exterior,
y con el pasado, el ciudadano de Oceanía es como un hombre en el espacio
interestelar, que ignora cómo ir arriba o abajo. Los gobernantes de un Estado
semejante ejercen un poder absoluto como no conocieron los faraones ni los
césares.
No
levantemos más barreras, ni físicas ni intelectuales. Solo benefician a los que
quieren aislar a sus pueblos para poder dominarles. Levantando nuevas barreras dejaremos crecer libremente el totalitarismo como en un invernadero. El viento no tardará en arrastrar las semillas.
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