Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Aquello
de la "fiesta de la democracia" quedó atrás hace mucho tiempo. Los neoagresivos, los formados en un entorno
competitivo, adiestrados por maestros de la empatía y la retórica, del neuromárketing
y demás zarandajas, poco saben de fiestas.
Si hay fiesta, lo toman en el sentido trivial, con confeti y encargando la
celebración a algún amigo que se lleva tajada. La democracia ha dejado de ser
"fiesta" común y se ha convertido en pelea de gallos, lucha en el
barro y técnicas de imagen. La fiesta de la democracia es la celebración de la idea
de que se puede vivir encontrando soluciones conjunta a nuestros problemas para
mejorar como sociedad. Debe haber un trasfondo alegre en lo que es la democracia misma, una alegría del sistema y no solo de las partes. El hecho de que esto no se
perciba ya, ni siquiera se mencione, implica que percibimos la democracia sin
hacernos con la idea de comunidad, que no nos vemos como parte de algo conjunto
sino como grupos aislados que luchan por hacerse con el pastel.
Me deja
preocupado lo que nos cuenta El Diario
Montañés del mal ambiente vivido en la sesiones de debate en el Parlamento
andaluz y que queda resaltado en el titular explícito: "«Cállate, bonita»
y «no tienes ni puta idea»: así insultaron los diputados a la portavoz de
Podemos". Nada de fiesta, por lo
que se ve. Hemos perdido el sentido festivo
de la democracia y nos adentramos más bien en el botellón electoral, en una
especie de caricatura grotesca de lo que debería ser la política y a la que
algunos no dejamos de aspirar. Contundencia y debates, sí; hasta el fondo de la
críticas, sí. Exhibición de mala educación, grosería y violencia —física o
verbal—, no.
La
impresión que la periodista Lalia González nos transmite sobre las sesiones no
puede ser más deprimente. Tras darnos la información sobre los recién llegados
y los veteranos, señala:
Se escenificaba la nueva política y el relevo
generacional y lo que ustedes quieran, pero todo parecía cansino, repetido y
hasta antiguo, superado, cuando no peor que lo conocido. Ni entusiasmo en los
aplausos, ni apenas pasión. Eso sí, mucho cuchicheo.*
Creo
que no es sencillo transmitir esa sensación de hartazgo ante el espectáculo
dado. Pese al relevo, a pesar de la novedad, todo sigue igual. La
escenificación de la "nueva política" resulta un fiasco y las viejas
maneras vuelven. Nada cambia.
Las
formas de la política son importantes. Creo que nos merecemos una política distinta
o, quién sabe, quizá sea esto lo que merecemos. Sería muy triste que hayamos
llegado a un punto en el que no hay posibilidad de un cambio real y estuviéramos
bajo la maldición de la repetición de las malas artes y las malas formas.
La
llegada de nuevos partidos no parece haber supuesto esa renovación de
actitudes. Por mucho que se insista en las capacidades políticas, no dejo de
considerar que las maneras y las formas de actuar son esenciales y forman parte
de esa ideología del comportamiento que
echo en falta. ¿Por qué no depositar esperanzas de cambio en las maneras?
Hay
cierta confusión española (me da igual la de otros lugares) en ver en la mala
educación un signo de "autenticidad". Parece que lo verdadero es lo mal hablado, que la forma genuina de actuar empezara por la rudeza.
Vemos en las maneras una especie de hipocresía que se desplaza a base de mala
educación.
La
política es debate, sí, pero el debate no tiene porqué ser un mal ejemplo, sino
más bien al contrario. Lo que parece que está ocurriendo es que la agresividad
ha empezado a formar parte del guión como un rasgo de esa autenticidad de la que hablábamos.
Nos
cuenta El Diario Montañés:
Tras salir de su discurso, Juan Marín se
encontró con que en Barcelona su jefe de filas, Albert Rivera, daba marcha
atrás y volvía a enumerar condiciones superadas, la entrega del acta de Chaves,
al menos en titulares, porque los socialistas creían que era un gesto de cara a
la galería. Chalaneo, pues, mando a distancia desde Barcelona. Al pobre de Juan
Marín le ponen las cosas difíciles los suyos y crecen las presiones para torcer
un tono que asombró porque, por primera vez, parecía superar 'las peleítas' sin
perder el tono crítico hacia la gestión y el programa socialistas.
Pero en Podemos las cosas no son mejores.
Pascual dice una cosa, Teresa Rodríguez otra, y así. El partido morado optó
para su estreno por una puesta en escena 'dramatizada' con la presencia de dos
mujeres afectadas por los desahucios que se levantaban cuando se hablaba de
ellas en la tribuna. No fueron los únicos invitados de este grupo: también
facilitaron el acceso a trabajadores de Delphi, que persiguieron e increparon a
la presidenta en funciones cuando se dirigía a su despacho tras salir del salón
de plenos. Una situación desagradable que se compadece poco con las formas de
una regeneración. Como tampoco lo hizo la actitud de las bancadas socialista y
popular con el discurso de Rodríguez, que en algunas ocasiones se vio obligada
a parar y a comentar que "esto es peor que el instituto". "No
tienes ni puta idea" le dijeron desde el PP, "cállate bonita",
desde el PSOE. Una diputada popular le instó a no quejarse, porque le parecía
que "esto no es nada, prepárate". Y así.
No había feeling
en el aire. Ninguno de los ideales de buen rollo, de política colaborativa, de
prevalencia del interés general se hicieron carne. Las ofertas de diálogo
parecían regalos envenenados, trampas, cansinas palabras vacías.*
Que a
la periodista le haya parecido insólita la actitud de alguien que se quiere mantener
al margen de las "peleítas" en sus críticas, que no confunde la
contundencia del análisis con el insulto o las subidas de tono, no deja de ser elocuente. Parece como si fuera la gresca el estado natural.
El
numerito escenificado en las gradas, las persecuciones de los invitados a la presidenta
Susana Díaz, tampoco son formas políticas, aunque estén de moda. Se ha debatido
mucho sobre este tipo de escenificaciones y escraches, como parte de la normalidad
política. Lo niego. Pueden formar parte de la "política", pero desde
luego no de la "normalidad" deseable. Estas actividades son
una mera llamada permanente a cámaras y fotógrafos. No se "traslada la
calle" al Parlamento, sino que se convierte el Parlamento en plató de lucha
callejera, con coreografías de artes marciales y sus señorías por los aires dando gritos.
Los
insultos y comentarios de sus señorías, los veteranos, a Teresa Rodríguez no
son admisibles porque implican un desprecio a la persona, primero, pero después
a lo que representa. Insultándola, los diputados insultan a la institución y a lo
que hay tras ellas, el mismo pueblo que les votó a ellos y por el que están
allí.
Algunos argumentarán que está bien que los miembros electos de Podemos
reciban el trato que habitualmente dan a los demás, a través de
descalificaciones y escenificaciones de desprecio. No me parece de recibo. Se descalifica el
que insulta, no el que lo recibe. Por más razón que se tenga, el insulto o la
afrenta, la violencia, no añade un solo gramo más de verdad o justicia.
El que
insulta se define dentro y fuera de las instituciones. Pero cuando pertenece a
ellas, está obligado a respetarse respetando y a criticar respetuosamente. Hace
décadas que entendimos mal la relación que existe entre respeto y sinceridad o
entre mala educación y autenticidad. Una cosa es decir lo que se piensa y otra
el insulto gratuito con el que se envuelve.
A veces, el insulto tapa la carencia de ideas reales, de crítica consistente. Es más fácil y, por supuesto, hace fácil estar en la política a cierto tipo de personas, las que son jaleadas desde las bancadas cuando sueltan sus puyas y puyazos a diestro y siniestro. No es eso. Y los partidos se nos han llenado de insultadores ingeniosos y poco más.
No deja
de ser interesante la expresión usada por Teresa Rodríguez: "peor que en
el instituto". Que se remita a una instancia educativa como ejemplo de la
mala educación, no deja de ser triste, aunque probablemente verdadero. Y quizá
haya que empezar a enseñar respeto y maneras allí donde se supone que se enseña
lo demás. Así pues, ni "cállate, bonita" ni "ni puta idea"
son expresiones propias de un parlamento ni deberían serlo tampoco en un "instituto".
Algunos
puristas le piden a los políticos que hablen bien. Yo no les pido tanto: que
respeten donde están y a los que tienen enfrente. Por favor.
*
"«Cállate, bonita» y «no tienes ni puta idea»: así insultaron los
diputados a la portavoz de Podemos" El Diario Montañés 6/05/2015
http://www.eldiariomontanes.es/nacional/201505/06/callate-bonita-tienes-puta-20150506131042-rc.html
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