Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ayer
hablábamos de eso que llaman la emocionalización
de la política, su reducción a la conexión,
un tipo de contacto que no es fácil de definir y que se puede describir como
una mezcla de atracción, confianza y sugestión. Hay que conectar con la gente,
nos dicen. El artículo que ha publicado Paul Krugman en The New York Times en
estos días, titulado "Ideology and Integrity"*, tiene que ver con esa
tendencia que hace alejarse de lo que es la política. Entiendo que debemos
dejar de concebir la política como el arte doble de tener el poder y el
controlar a los que te votan.
Desde
esa perspectiva, se trata de mantenerse y de mantener la imagen como un capital
que es necesario invertir y hacer crecer. Desde los oponentes, el esfuerzo se centra en
deteriorar esa imagen ante la opinión pública, por lo que se acaba creando un
sistema complementario cuya lucha principal es una lucha de imágenes, que es lo
que se medía en última instancia a través de los electrodos implantados en los
sujetos de la denominada "neuroencuesta". Lo que queda es una
caricatura de la política.
Paul
Krugman escribe:
You see, you shouldn’t care whether a candidate
is someone you’d like to have a beer with. Nor should you care about
politicians’ sex lives, or even their spending habits unless they involve clear
corruption. No, what you should really look for, in a world that keeps throwing
nasty surprises at us, is intellectual integrity: the willingness to face facts
even if they’re at odds with one’s preconceptions, the willingness to admit
mistakes and change course.*
"Admitir" es un verbo prohibido en el lenguaje político;
es la antesala de la derrota. Se comienza admitiendo y se termina abandonado. "Admitir"
significa que no hay escapatoria y así es usado, como un reconocimiento de
culpa y el error o el fracaso no forman parte de la contagiosa mitología del
"empresario de éxito" que ha contagiado la política.
La "integridad intelectual", en cambio, es una
virtud poco valorada hoy. Supone no decirle a la gente lo que quiere escuchar, buscar esa "conexión", sino decir
lo que se debe escuchar, con
honestidad.
En estos años se ha vivido una terrible crisis en gran
medida porque muchos no se atrevieron a decir lo que no se quería escuchar.
"Sí", reconocía un político ya fuera del poder, "quizá debimos
pinchar antes la burbuja inmobiliaria". Recuerdo la indignación que me
causó escuchar aquellas palabras de cobardía pospuesta. No era lo que la gente
quería escuchar, que no eran ricos, sino carne de especuladores. Se dejó seguir
hacia el desastre porque ¿quién iba a sacar de su sueño a tanta gente?
Krugman entra en un segundo plano, el de la ideología:
Just to be clear, I’m not calling for an end to
ideology in politics, because that’s impossible. Everyone has an ideology, a
view about how the world does and should work. Indeed, the most reckless and
dangerous ideologues are often those who imagine themselves ideology-free — for
example, self-proclaimed centrists — and are, therefore, unaware of their own
biases. What you should seek, in yourself and others, is not an absence of
ideology but an open mind, willing to consider the possibility that parts of
the ideology may be wrong.*
La distinción es importante y tiene que ver con las
posibilidades del diálogo. Una sociedad de ideologías estáticas es antinatural,
una aberración intelectual. La base de la democracia es el diálogo, la
capacidad de argumentar para obtener las mejores salidas a los problemas. Las
ideologías estáticas son lo contrario de esa mente abierta que señala Krugman.
Y una mente abierta es lo contrario también de la indefinición del oportunismo
que juega a un falso centrismo para poder "conectar" con más gente.
En estos días en los que todo el mundo tiene pieles mientras
los osos siguen corriendo por los parques se habla mucho de pactos y poco de diálogos. Hay pocas mentes abiertas y mucho dogmatismo numérico. No
es de extrañar, carecemos de una clase política ejemplar, que no solo es la
honrada, virtud imprescindible, sino la honesta políticamente hablando. La
honestidad tiene que ver con esa virtud de la integridad que debe acompañar a
la mente abierta para poder enfrentarse a los problemas y aspiraciones.
Las sociedades democráticas son sociedades de convivencia.
Todos tenemos nuestras ideas y nadie nos las debe limitar. Pero si son ideas
cerradas, si somos nosotros mismos quienes las limitamos, quedan como lastre de la
propia evolución social.
Hemos hablado en días anteriores del aumento de la
intransigencia. Es un síntoma más de esa emoción política, que se visceraliza, antes que abrirse a nuevas
percepciones mejoradas. Las sociedades se vuelven intransigentes porque temen
por sus pobres verdades.
Krugman se refiere a la política norteamericana —y a la
necesidad de reconocer los errores de sus actuaciones internacionales—, pero
creo que lo que señala se puede aplicar a casi cualquier país democrático en
los que estamos retrocediendo en el
valor de esa mente abierta, de esa integridad. La apertura es hacia los otros,
es la aventura de la diferencia intelectual que abre su mente al diálogo
esperando lo mismo del otro.
Debe cambiarse la mentalidad política, la política misma, y
pensar que es la convivencia armoniosa y justa lo que se debe buscar y que de ahí es
de donde surge la preocupación por los demás que lleve a la mejora social. Pero
no es el camino que elegimos. Elegir la división constante conlleva un desgate
institucional y social que no a todos gusta. La intensidad de la presión
mediática, como forma de hacer llegar la política emocional, provoca esa erosión
y acaba en indiferencia por saturación o en intransigencia violenta.
* Paul Krugman "Ideology and Integrity" The New York Times 1/05/2015
http://www.nytimes.com/2015/05/01/opinion/paul-krugman-ideology-and-integrity.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.