domingo, 10 de mayo de 2015

Cara a cara educativo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No está mal que The New York Times dedique uno de sus artículos de opinión en su Sunday Review a la cuestión de la educación. Lo hace a través de un texto firmado por Mark Bauerlein, un profesor del Departamento de Inglés en la Universidad de Emory. El artículo se titula "What’s the Point of a Professor?" y Bauerlein es autor de una obra cuyo provocativo título hace suponer que el texto publicado refleja: “The Dumbest Generation: How the Digital Age Stupefies Young Americans and Jeopardizes Our Future (or, Don’t Trust Anyone Under 30).” Indudablemente, después de conocer el título, me imagino que la obra es una explicación de lo afirmado en él. Son muchas las cuestiones que se pueden plantear después de treinta años de entrada progresiva en la "era digital" y de su desarrollo en la enseñanza. Ya tenemos en las universidades los primeros alumnos que se han desarrollado en un entorno cultural digital. Si consideramos 1995 como una fecha de expansión del mundo digital, son los nacidos entonces los que tenemos ahora en nuestras aulas universitarias.
Más allá de los argumentos que pueda desarrollar en su libro con sus t´titulo provocativo, Bauerlein se centra en un aspecto importante, la relación profesor-alumno:

[...] while they’re content with teachers, students aren’t much interested in them as thinkers and mentors. They enroll in courses and complete assignments, but further engagement is minimal.
One measure of interest in what professors believe, what wisdom they possess apart from the content of the course, is interaction outside of class. It’s often during incidental conversations held after the bell rings and away from the demands of the syllabus that the transfer of insight begins and a student’s emulation grows. Students email teachers all the time — why walk across campus when you can fire a note from your room? — but those queries are too curt for genuine mentoring. We need face time.
Here, though, are the meager numbers. For a majority of undergraduates, beyond the two and a half hours per week in class, contact ranges from negligible to nonexistent. In their first year, 33 percent of students report that they never talk with professors outside of class, while 42 percent do so only sometimes. Seniors lower that disengagement rate only a bit, with 25 percent never talking to professors, and 40 percent sometimes.*


Cada vez concebimos más las enseñanzas como un conjunto de protocolos y rutinas y menos como una interacción personal. No estamos usando las tecnologías para aprender mejor, sino de otra manera, en la que los conocimientos quedan separados de la interacción personal entre el docente y el alumno. Con unas clases convertidas cada vez más en rutinas de las que es difícil salir por los propios sistemas de trabajo que se arrastran a lo largo del sistema educativo, el contacto desaparece o se reduce a mínimos.

Esta mecanización de la enseñanza es en parte favorecida por las propias instituciones educativas que buscan un "rendimiento" mayor de las labores de los profesores a través de la carga de múltiples tareas. Eso resta tiempo para un contacto que permita una mejora sensible en el desarrollo. Ese "we need face time" es cierto, aunque se hace todo lo posible por evitarlo. Ha cambiado profundamente el sentido de lo que significa "aprender" y "formación", que se centra en la consecución de unos objetivos fijados previamente.
Hemos hecho de la educación un camino solitario, aislado. La tecnología nos ofrece un camino sencillo de acceso a la información, pero eso no es suficiente en la formación. Gran parte del mejor aprendizaje se produce a través de diálogo, de ese cara a cara que reclama Lieberman y que se echa de menos. Cada vez es más complicado es diálogo por factores más allá de los señalados. Los mundos se separan entre los docentes y los alumnos porque se empieza a tener la sensación de pertenecer a "culturas distintas", con ritmos y percepciones distintos, con valoraciones diferentes de lo que es la tradición y la transmisión, ejes de la enseñanza.
El artículo de Lieberman termina con una concisa descripción de la nueva función del docente: "We become accreditors". Creo que esto es ya una realidad. La capacidad de formar personas se nos ha escapado dentro de un sistema en el que llega tiene unos objetivos y el que recibe otros diferentes. En muchos casos, ninguno de los dos está interesado en una formación más allá de lo estrictamente señalado. Se trata de sacar el máximo beneficio con el mínimo de esfuerzo.


Uno llega a la edad en que algunos alumnos se han incorporado a la enseñanza y tengo la oportunidad de hablar con ellos sobre lo que entiendo que significa enseñar. Los momentos más angustiosos es cuando perciben por primera vez la barrera que se ha formado entre los que enseñan y los que aprenden. Es una barrera que nos cuesta comprender porque pensamos que con la ilusión por enseñar es suficiente, que el entusiasmo del docente es como una varita mágica que vencerá esa resistencia. Pronto se impone la realidad, que es muy otra.
En este sentido, el cambio producido en los últimos años es espectacular. Lo que Mark Bauerlein señala es una realidad que podemos percibir en esas distancias y es claramente una cuestión generacional. Las diferencias de edades marcan capas geológicas con los estilos formativos. Las personas que regresan a la universidad pasado algún tiempo —no tiene porqué ser mucho— perciben con nitidez esa brecha en las mentalidades con sus propios compañeros. Es algo más que la diferencia de edad.


La transformación de los profesores en acreditadores, en personas que se limitan a dar contenidos y evaluar para que se pueda acceder al siguiente nivel de formación es una gran tragedia social de la que nos somos conscientes. El origen está tanto en la evolución de la sociedad hacia posturas más individualistas y pragmáticas como en la deriva de las instituciones educativas que se han convertido en máquinas protocolarias. El hecho de que todos esos elementos que contribuyen a la calidad de la enseñanza queden fuera de las evaluaciones constantes hace que se forme un filtro negativo. Pronto deja de importarle a muchos, que se acaban encerrando.
Hemos malacostumbrado a los alumnos y profesores a base de interesarse solo por aquello que consta en certificados dejando de lado otras consideraciones y actividades. El problema es que esto está creando unas mentalidades que perciben la enseñanza como un servicio de clientes, tanto por parte del que lo recibe como por quien lo imparte.
Los intereses han convertido las asignaturas en rutinas casi inamovibles; los horarios comprimidos dejan poco lugar al encuentro y la asignación de numerosos grupos para amortizar sueldos hace que ese aspecto del "cara a cara" se haya ido desplazando a un mecánico intercambio a través de las posibilidades que la tecnología nos ofrece, Este tipo de consulta se refieren a aspectos concretos que son preguntados y respondidos en breves líneas. No hay mucho más.

Las diferencias entre grados, posgrados y doctorados, en este sentido, son abismales, aumentando la interacción cara a cara en cada caso. Sin embargo, las nuevas normas convierten los doctorados —el espacio idóneo para ese tipo de encuentros y diálogos— en espacios de vigilancia y acreditación, prolongando los males que ha ido contaminando los niveles anteriores.
Por el título del libro de Mark Bauerlein se deduce que responsabiliza a la "era digital" del cambio producido. Es indudable que el cambio en el entorno informativo tiene que tener unas consecuencias en lo que es el principal sistema de transmisión: el sistema educativo. Creo que hemos asimilado mal una herramienta poderosa como es la que se produce de la combinación del acceso a grandes cantidades de información por la digitalización y el desarrollo de redes capaces de extenderlas. No lo usamos bien, al servicio de un proyecto claro.
No se han estudiado los efectos y, especialmente, se han ignorado las repercusiones que podrían tener sobre el conjunto del sistema. Al cambiar el entorno social hacia la era de la Información, el sistema educativo no ha sabido mantener los objetivos apropiados. Nada hay más delicado que el sistema educativo, pues es donde se forjan las mentalidades y principios, las actitudes y las maneras de lo que posteriormente será las personas adultas. Pensamos en "calidad" como si fueran productos salidos de una cadena de montaje. Pero el deterioro general es apreciable en términos de carencias, inmadurez y embrutecimiento general, algo que se supone que una educación real debería combatir. La sociedad de la Información no es una sociedad "culta", al menos no en el sentido que ese término ha tenido en la Historia y del que surgieron los ideales universitarios, que han quedado en retórica y márketing.


En España, la cuestión digital no se pensó más que tangencialmente, mientras que se trasladaban al campo de Fomento las responsabilidades de la digitalización social. No existen criterios ni estudios sobre la digitalización educativa y el ideal de formación a distancia o de autoformación se ha querido ver como gran negocio de las instituciones dedicadas a la expedición de titulaciones. La educación, desde esta perspectiva, no es más que otro tipo de empresa de servicios.
Solo podemos ver el cambio social que queda al margen de las instituciones educativas en vez de liderarlo. En un entorno informativo digital, que deslocaliza el aprendizaje, el diálogo es el elemento que marca la diferencia. Por muchos asistentes digitales, tutoriales y listados de "preguntas más frecuentes", es difícil sustituir el papel del diálogo educativo. Gran parte de ese diálogo consiste en descubrir caminos por los que transitar frente a las rutinas marcadas, incapaces de detectar dudas y vacilaciones, aspiraciones y matices, que son la realidad de cualquier proceso de formación. La educación se centra entonces en la resolución de problemas, en "habilidades" que adquirir y no en la formación paralela de la persona. Se fijan unos objetivos y se cumplen o no. Eso es todo.


Hemos pasado del mentor al tutorial, del profesor al evaluador, un técnico que revisa unos resultados y realiza informes sobre el progreso. Con tanta información a su alcance, el alumno llega a pensar que el profesor no es más que una pieza del sistema que carece de sentido, solo útil en caso de necesidad, un vigilante de guardia. Y el sentido está precisamente en recuperar para las instituciones la deshumanización protocolaria y evaluativa que requiere un sistema de calidad humana, que es lo que no se mide. Reducidos a piezas de un sistema, profesores y alumnos se enfrentan en unos espacios cada vez más distanciados en el que el diálogo, herramienta formativa esencial, solo se percibe como una pérdida de tiempo.
No sé si el título del libro de Bauerlein hace justicia a esta generación. Pero nos hace justicia a los que hemos dejado escapar o no hemos sabido frenar este avance de la mentalidad rentable y utilitarista en la educación y en los demás órdenes de la vida.



* "What’s the Point of a Professor?" The New York Times 9/05/2015 http://www.nytimes.com/2015/05/10/opinion/sunday/whats-the-point-of-a-professor.html

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