Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su suplemento "Madame", Le Figaro publica una
entrevista con la psicoanalista y filósofa Anne Dufourmantelle. Su título nos
lleva al centro de las cuestiones que ha planteado en su último libro "Défense
du secret" y lo hace mediante una pregunta: "Et si refuser la
transparence était le luxe ultime?".
El establecimiento de una sociedad "transparente",
favorecida por el uso de lo que llamaré las tecnologías
de la exhibición, es un hecho claro. En apenas dos décadas, hemos pasado de
la preocupación por el panóptico a la preocupación por no estar en el centro de
las miradas de forma continuada. Hemos pasado de la preocupación por la mirada sartreana de los otros que nos reduce a
la angustia de la indiferencia, que no corroe si no somos mirados.
Donde otras tecnologías nos han dado voz, como la imprenta,
las tecnologías de la exhibición tratan con algo diferente, la imagen. Allí
donde la palabra se conecta con el pensamiento y con el otro a través de ella,
la imagen —que puede contener la palabra— está tiene por función perfilarnos
ante los otro convirtiéndonos en el mensaje mismo. No decimos lo que pensamos,
nos hacemos ante los ojos del otro reclamando su atención. Si la mirada del
otro nos cosificaba, según Sartre, ahora la necesitamos para formar parte del
mundo de los objetos consumibles. Donde el filósofo francés veía un mal que
dañaba mi libertad, nosotros ansiamos exponernos a la mirada de los demás,
hacemos lo imposible para reclamar su atención. Sin ella, no somos socialmente y nos agita la angustia.
Pero esta necesidad de exhibición constante que ha supuesto
en nuestros países ricos la entrada en la sociedad de la información tiene
también un reverso en la fabricación del yo que se exhibe, que necesita ser
constantemente renovado, para poder mantener las miradas ajenas.
La conversión del "yo" en espectáculo, en
exhibición que reclama la atención de los demás para poder seguir existiendo
convierte a las personas en actores que necesitan renovar su presentación de
forma constante. El aumento de las posibilidades de comunicación no está
intensificando el valor de la palabra,
sino que nos transforma en mensajes que circulan a través de redes. El éxito de
las redes sociales dedicadas a las imágenes hablan de que la necesidad de la
conexión se satisface mediante la fotografía, que nos muestra como un ser-ahí,
un mero testimonio de la existencia mediante el dato gráfico. Los límites de
mis ser son mis límites fotográficos
parece querer decirnos el éxito de redes como Instagram o la popularidad del selfie.
En estos últimos días he podido ver por las calles a grupos
caminando sosteniendo el palo de los
selfies ante ellos. No sé si es la forma ideal de recorrer el mundo, pero es la
forma de testimoniar que han estado allí y se han convertido en centro de su
propio espectáculo ofrecido al mundo para que lo contemplen.
Las famosas ventanas de las mónadas de Leibniz se socializan
a través de las redes permitiendo un espectáculo multipantalla mediante el cual
es posible acceder a la visión del otro. Si la conciencia ajena nos es
impenetrable, no lo son en cambio sus ojos y oídos con los que atrapar parte de
su experiencia del mundo.
Le preguntan a Anne Dufourmantelle para cerrar la
entrevista:
En tant que psy, pensez-vous que le mal-être des gens est lié à
l’impossibilité de cultiver leur jardin secret ?
Oui, le jardin secret représente
une opposition positive à l’air du temps. Il aide l’individu à penser par
lui-même, à devenir un peu plus dense et à se moquer des diktats de l’époque.
Ce peut être un acte minuscule, mais répété. Si vous faites pousser la même
rose et lui parlez de la même manière tous les jours, personne ne pourra faire
cela comme vous. C’est quelque chose que personne ne pourra vous prendre, ce
n’est pas prenable. Vous existerez, dans votre singularité, à travers cette
rose.*
La reducción del mundo por el efecto de la información, la sensación
de proximidad constante o incluso claustrofóbica es una experiencia nueva
surgida al convertirnos en objeto de observación, en una primera fase, y de exhibición
en esta segunda. Que podamos tomar conciencia de nosotros mismos mediante la
ocultación, no deja de ser un acto de blindaje de la intimidad. Frente a las
teorías que hacían del diálogo la
forma de realizarnos a nosotros mismos mediante el encuentro con los otros, el actual
desbordamiento de la sociedad en los falsos
diálogos no obliga a silenciarnos para poder ser, al menos de una forma satisfactoria.
Cultivar el jardín
tiene ciertas connotaciones volterianas, pues son las últimas palabras de su Cándido. Pero la idea de "jardín
secreto" va más allá de encontrar un consuelo laborioso ante la vorágine del mundo,
una forma de estabilidad en un pequeño mundo controlable. Es un mundo dentro del mundo para poder vivir en él con ciertas garantías, entre otras la irrenunciable a la soledad, que no es una condena sino una reivindicación necesaria.
En muy poco tiempo hemos pasado de una sociedad que condena
la exhibición a otra que nos hace convertirnos en actores que debemos preparar
nuestros papeles y pasar por maquillaje antes de salir al escenario de lo cotidiano.
No todo el mundo lo lleva de la misma manera.
Lotman hablaba de la cultura como memoria colectiva, pero ahora estamos colectivizando la memoria
personal. La diferencia entre las dos memorias, la individual y la colectiva,
estaban claras. Ahora nuestra vida y memoria personal, al menos una parte
importante, forma parte de un gigantesco espacio colectivo.
Indudablemente estamos ante un gran cambio. Además, un
cambio vertiginoso que hace que las distancias generacionales se vayan
ampliando poniendo a prueba nuestra elasticidad para adaptarnos y nuestra
capacidad de convivencia con los otros, que tienen un sentido de lo público y
privado, de lo compartible y lo personal que puede ser radicalmente distinto.
La necesidad del secreto, tal como la plantea Anne
Dufourmantelle, como un muro que podamos levantar en nuestra vida para
protegernos como "yo", se enfrenta a la voracidad informativa donde
podemos ser espiados o filtrados nuestros datos, donde pueden ser asaltados nuestros
dispositivos y sacado a la luz sus contenidos. Nunca tenemos bastante
información. La adicción es creciente. El secreto se plantea entonces como un
desafío, un muro que hay que saltar para conocer aquello que los otros intentan
proteger. El secreto es el trofeo de caza,
la pieza más atractiva en un mundo que se aburre y necesita la estimulación de
lo desafiante. Hay que guardar en secreto los secretos, evitar que otros
perciban que los tenemos si no queremos convertirnos en objetivo de su búsqueda
aburrida.
Durante siglos hubo que inventar la privacidad e incluso la intimidad.
Hubo que crear derechos, protecciones de todo tipo que hoy pisoteamos nosotros
mismos, cediendo gustosos. No nos roban nuestra intimidad, la regalamos para la
celebración del rito de la exhibición.
¿Es rechazar la transparencia el último lujo posible?, como nos
pregunta el titular de Le Figaro.
Pudiera ser. Puede que sus pacientes necesiten de una vida privada que se les
escapa constantemente por entre los dedos, una vida sin secretos y tengan que
crearlos para sentirse vivos, para sentir que mantienen una diferencia respecto a los otros. Puede que nuestros secretos sean vulgares, pero lo que los hace valiosos es que solo nosotros los conocemos.
Hay que cultivar nuestros secretos.
* "Et si refuser la transparence était le luxe ultime
?" Le Figaro - Madame 22/05/2015
http://madame.lefigaro.fr/bien-etre/anne-dufourmantelle-gardons-le-secret-210515-96654
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