Joaquín Mª
Aguirre (UCM)
El rabino Marc
Schneider, Presidente de la Foundation for Ethnic Understanding y co-autor del
libro Sons of Abraham: A Candid Conversation About the Issues that Divide and
Unite Jews and Muslims, se preguntaba ayer desde un titular en las páginas de
The Washington Post: "Why don’t more moderate Muslims denounce extremism?"* Él mismo se contestaba sin esperar a llegar al texto: " They do;
we're just not listening." La cuestión es importante en muchos aspectos y
tiene que ver tanto con la propia actitud de los medios —cómo resaltan cada
acontecimiento y declaración— y también es un caso que afecta a nuestra propia
percepción de los acontecimientos.
El hecho, como señala Marc Schneider, es que nada hay más
difícil de cambiar que los estereotipos y los consecuentes prejuicios.
Escuchamos lo que esperamos escuchar, vemos lo que queremos ver. Lo que no se
ajusta a nuestras expectativas, se desestima por los filtros de la percepción o
se evalúa interesadamente para hacerlo coincidir con nuestras ideas
prejuiciosas. Hay gran cantidad de personas condenando, con toda claridad, pero
no es eso lo que escuchamos o lo que queda en nuestro recuerdo.
Pero esto implica una serie de mecanismos perversos y
distorsionadores en campos como el de las relaciones entre grupos, países o
culturas. El rabino Schneider señala:
Why don’t Muslim leaders speak out?
That question comes up every time terrorists
purporting to be deeply religious Muslims carry out armed attacks that kill
innocent people. Where, commentators ask, are the moderate Muslim leaders and
why aren’t they decrying the horrors perpetuated by fellow Muslims?
In fact, mainstream Muslims are speaking out,
clearly and consistently. Leaders around the world, many of whom I know
personally through my work at the Foundation for Ethnic Understanding, have
issued strong and unambiguous statements virtually every time a violent attack
has occurred, condemning such acts as immoral and counter to the fundamental
precepts of Islam.
Yet somehow their responses are not being
heard, barely registering in the public consciousness.*
Esa "conciencia pública" es una construcción
colectiva que se encuentra constantemente bombardeada por estímulos
informativos —noticias, fotografías, vídeos, conversaciones...— y creando sus
propias respuestas a ellos desde un fondo prejuicioso. La conciencia pública es
una construcción analógica respecto a la conciencia individual, que es donde
residen los prejuicios. Los mecanismos de transmisión, de contagio, de unos a
otros vienen potenciados por los medios, que son agentes aceleradores y de
extensión de las visiones colectivas.
La mente hace sus propias operaciones retóricas y, tras la
categorización de los sucesos, toma la parte por el todo. Dentro de esa
operación generalizadora y reduccionista, se extiende la responsabilidad a
grupos enteros, a países o a culturas. La violencia es la norma; la condena de la violencia la excepción.
En un mundo globalizado, de constantes fricciones
culturales, la necesidad de abrir las mentes y evitar estos procesos perversos,
estas cegueras que crean más conflictos y los radicalizan es esencial. ¿Es
fácil? Realmente, no. Nada hay más difícil que cambiar que los prejuicios,
muchos de ellos fijados en nosotros a lo largo de la infancia, transmitidos
ante de etapas en las que podemos realizar un pensamiento crítico y autónomo. Nuestras
vidas son muchas veces la lucha por desprendernos de todo lo que se nos metió
en la infancia, pensamientos y sentimientos que están más allá de la razón, ya
que actúan como filtros de los materiales que nuestra razón maneja. Tenemos la
falsa creencia de que la "razón" es una máquina autónoma que puede
seguir "reglas para la dirección del espíritu", por citar a Descartes,
evitando el error. Nada más equivocado. La recomendación cartesiana de huir de
lo confuso y acercarse a lo claro es una recomendación que nos hace sonreír por
lo limitado y fuera de la vida misma que dejaría al pensamiento.
La lucha es la que señala el rabino Schneider, la
confrontación con los muros levantados día a día, generación tras generación, con
los ladrillos del prejuicio. Si esos ladrillos se ponen en la infancia es allí
donde hay que trabajar más insistiendo en lo que Bertrand Russell pedía: una
educación que trate de hacernos lo más autónomos posible. Pero la autonomía no
se percibe necesariamente como un bien, sino como un aislamiento en ciertas
etapas de la vida en la que la pertenencia a grupos se percibe como algo necesario
para la supervivencia personal. En realidad, no hay nada más duro que pensar
por sí mismo, siquiera intentarlo. En seguida surgen las acusaciones y
rechazos, pues el que comete la osadía de discrepar no siempre sale bien
parado.
Está en nuestra psique la sociabilidad. A qué nos adhiramos
a través de ella es en gran medida fruto del azar, ya que buscamos el amparo de
lo próximo para integrarnos. Crecemos dentro de grupos que necesitamos y eso
hace que nos integremos pronto en lo que no alcanzamos a comprender. Después
comprendemos a través de lo que nos hemos convertido. No es fácil salir de ese
círculo.
Hoy los medios de comunicación son en gran medida los
creadores de esa "conciencia pública" que se alimenta y
retroalimente. Si los medios se dedican a reforzarla, contribuyen a perpetuar
estereotipos y prejuicios. Si por el contrario los comprendemos desde una
función social de lucha contra los prejuicios y estereotipos, estaremos
avanzando socialmente y no retrocediendo.
Hoy todos no alimentamos con los medios; son nuestras
mayores fuentes de conocimientos de nuestra realidad. Forman parte de nuestra
experiencia cotidiana; nos filtran, enmarcan y explican lo que ocurre en el
mundo. Ese "mundo" incluye lo que ocurre a pocos metros de nosotros o
miles de kilómetros de distancia. Lo que existe más allá de nuestros limitados
ojos, toma forma en nuestra imaginación gracias al acto de fe de creer lo que
se nos cuenta. Por eso es esencial la conciencia de los medios, la conciencia
de sus profesionales.
Es escandaloso cómo algunos medios se dedican a usar los
titulares de forma estereotipada y prejuiciosa, provocando esa distorsión mayor
de la conciencia pública. En vez de elegir la vía "ilustrada", es decir,
la que permite avanzar en la corrección de los prejuicios, alientan la
contraria, más llamativa y de fácil adhesión pues refuerza las creencias preexistentes.
Es la vía del sensacionalismo y del escándalo. Con ella se consiguen más
audiencias. Es el camino cuantitativo, el del número de lectores, sin
preocuparse de la calidad de la lectura y de sus resultados. Es lo que
diferencia un buen medio de un medio simplemente rentable.
La batalla por conseguir una escritura que no fomente la
invisibilidad, que sea capaz de evaluar y compensar las cegueras del prejuicio
es la del periodismo futuro. Nos va en ello nuestra capacidad de pensar más
equilibradamente y tomar decisiones más justas. También la construcción de un
mundo futuro en el que todos necesariamente estaremos interrelacionados. La
calidad de esas relaciones depende de las informaciones que las describan.
El caso señalado por Schneider, la desesperación por ver que
sus esfuerzos y los de muchos por hacer que la gente se entienda y reducir el
nivel de violencia son infructuosos por ambas cegueras, la mediática y la
social, es uno más de lo muchos que se pueden señalar. El rabino da ejemplos de
cómo la comunidad musulmana da constantes muestras de condena del extremismo y
del fanatismo, pero siempre es más atractivo resaltar lo negativo que lo
positivo. El crimen siempre exige más espacio que su condena, parece ser una
ley mediática. La retórica sigue su curso. Schneider es presidente de la
asociación para la "comprensión étnica", pero no puede haber compresión
correcta si las palabras explican mal y van cargadas de prejuicios.
No sé si, como nos propone la ciencia-ficción, debemos
abandonar este planeta cuando no quepamos más y no queden recursos. Pero sí sé
que cada vez estamos todos más próximos y que nuestra convivencia es necesaria.
La pregunta desde los Estados Unidos podría realizarse en el "otro
lado" exactamente igual. Nadie se libra de esta lucha de creencias en la
que se distorsiona la figura de los "otros" reduciéndolos a estereotipos. El rabino critica lo que
a él y a nosotros nos afecta, nuestros medios. Todos deberíamos hacerlo; es el mejor servicio a la información.
¿Es posible un mundo sin prejuicios? Probablemente, no. Pero
se trata de echar menos leña al fuego del gran combate de la información. Los
velos de Maya son hoy los grandes titulares. No sé si el mundo cambiará, pero al menos algunos quedarán con la conciencia algo más tranquila por haber hecho lo que han podido, como Marc Schneider. Aunque en esto de la conciencia, nadie la tiene más tranquila que el ignorante.
Es un campo importante sobre el que reflexionar como
profesionales y como lectores. Nos afecta a todos.
* Marc Schneider
"Why don’t more moderate Muslims denounce extremism?" The
Washington Post 2/01/2015
http://www.washingtonpost.com/posteverything/wp/2015/01/02/why-dont-more-moderate-muslims-denounce-extremism/?hpid=z10
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