Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Consumidos
mis estrenos de cine locales del fin de semana con la estupenda "La teoría
del todo", decido darme un respiro de sobremesa con un clásico, Caballero sin espada (Mr
Smith Goes to Washington, Frank Capra 1939). Hacía muchos años que no
volvía a un cineasta con cuyas películas que disfruté mucho. Por algún extraño
efecto de la memoria, tienes archivadas sus películas en una carpeta mental donde
colocas la buena voluntad distanciada de la realidad, unas históricas mágicas
con finales felices poco acordes con lo que vas descubriendo después. La
revisión de Caballero sin espada es, sin embargo, el descubrimiento de que no
se deben aparcar los ideales por muy cínico que se convierta el mundo.
La
historia del interesado nombramiento como senador de un dirigente de
scouts, los Boy Rangers, para que no investigue en un negocio fraudulento de
compra de tierras para instalar una presa, le sirve a Frank Capra para
construir una emotiva y vibrante película. Jefferson Smith, el idealista que se
sabe los discursos de Lincoln, su héroe, se enfrentará —en el lugar que él cree
es la sede de la democracia— a los políticos que han perdido sus ideales y solo
buscan su propio beneficio.
El hijo del director, ejemplar siempre en el mantenimiento
del legado, explica que las películas de Capra tienen finales felices, pero que hay
que ganárselos. Y eso es lo que hace Smith, demostrar que hay que luchar por lo
que uno cree. Explican los expertos en su obra que Capra, católico, siempre
entendió que la democracia sirve de muy poco si uno no tiene como finalidad la
preocupación por el prójimo, si no se preocupa por los demás.
Caballero sin
espada es un canto a los valores de la democracia, sí, pero de una democracia
que uno tiene que defender y con la que hay que estar comprometido solidariamente. Smith, con
todo en contra, está a punto de tirar la toalla, pero no lo hace. Lo justo de su causa le mantiene en pie.
El hijo
de Frank Capra señala que en 1939, con la guerra española terminando, y la
mundiala a punto de estallar, a su
padre le pareció necesario hacer una película sobre la democracia. La idea, muy
americana, de que la democracia no es algo acabado, sino algo que se hace cada día,
confirmándolo con las acciones cotidianas, está presente en la película. Es su núcleo mismo: el que cree en unos valores, los debe defender.
Pasados los años, comprendes que el mensaje de Capra no es infantil ni ingenuo, sino
el único posible, el del idealismo, para sobrevivir. Despistan sus formas y los
cientos de boy scouts repartiendo su
mensaje impreso para evitar el boicot de los medios corruptos, que quieren
evitar que sus palabras lleguen al pueblo. Por algún extraño motivo, asociamos
la madurez con el desengaño y un cierto escepticismo que nos parece signo de
sabiduría. ¡Tremendo error! Ese es precisamente el mensaje que en la película
representa el actor Claude Rains, el senador que ha perdido el sentido de para
qué y por quién es elegido, y se escuda tras un cómodo la política es hacer concesiones, hay que ceder para poder hacer otras cosas. Eso es autoengaño y la muerte del sistema democrático.
La
actualidad de la obra de Capra nos asalta en cada discurso y acabamos sabiendo
que tiene razón, que la sabiduría está en el idealismo de pensar en los demás y
no en el arte de mantenerse en el poder. Mucho me temo que para muchos Capra no
es ni un recuerdo ingenuo. Estamos en un mundo en el que los mayores quieren
ser de jóvenes el "pequeño Nicolás", las antípodas del idealismo.
Las
películas de Capra, nos dice su hijo, son las de una persona que tuvo el éxito
que nadie había tenido, que encadenó, además uno detrás de otro. Pero ese
éxito, explica, le hizo más sensible al sufrimiento de la gente, le hizo
comprometerse. Cuanto más éxito tenía, más responsable se sentía por lo que
ocurría a su alrededor. Y el año 39 era francamente preocupante para el mundo.
El
editorial del diario El País, "Merkel habla claro", nos muestra un
mundo también preocupante:
Alemania es hoy una de las democracias más
avanzadas del mundo, motor y ejemplo de integración de todos los países de
Europa, con millones de ciudadanos de diversas razas y religiones; y uno de los
lugares en los que los perseguidos de todo el mundo buscan refugio. Un país que
vive en paz con sus vecinos y promueve esa paz más allá de sus fronteras.
Ninguna crisis económica, ninguna dificultad
política o institucional puede justificar un salto atrás de la magnitud que
proponen los seguidores de Pegida. Ni en Alemania ni en el resto de Europa. El
hecho de que haya manifestaciones islamófobas en países vecinos como la
República Checa y que en muchos lugares se hayan multiplicado las agresiones a
mezquitas y negocios árabes —desde las pintadas a los disparos— debe poner en
alerta a los Gobiernos y a la sociedad.
Tras una terrible guerra, el desplome de los
sistemas totalitarios y décadas de esfuerzos, los derechos civiles imperan en
Europa. El combate legítimo contra el yihadismo no puede ser empleado como
pantalla de proyectos o iniciativas que están directamente en contra de los
valores europeos.*
La
combinación de crisis económica y racismo tuvo unas consecuencias graves para
Europa y el resto del mundo. La lectura del editorial me ha hecho acordarme de la
película de Capra y de sus temores. Cada vez se perciben más discursos que no
se corresponden con nuestro sistema de libertades y de las mentalidades que
deberían estar detrás. Nos hemos vuelto "usuarios" frívolos de
libertades serias, heredadas sin mucho esfuerzo tras el paso de las
generaciones disfrutándolas. Con su cine, Frank Capra trataba —son palabras de
su hijo— de que la gente fuera consciente de que un sistema de libertades nunca
funciona por inercia, sino por el esfuerzo diario, por el ejercicio constante
de todas y cada una de las personas que viven en él. La base de la democracia es la preocupación por el prójimo.
Muchas
de nuestras quejas provienen de un uso pasivo de nuestras libertades. No hemos
sido activos ni vigilantes y ahora nos estallan entre las manos. Entiendo por actividad algo más que el disfrute propio: la preocupación por los demás. El crecimiento
del racismo y la xenofobia durante la crisis económica solo ha desvelado un mal
latente, el creciente desinterés por los otros, aquello que estaba en el centro
del discurso de las obras de Capra. Se nos ha criado en un egoísmo disfrazado con palabras eufemísticas. Y eso se paga ahora. El individualismo norteamericano de
Capra no es insolidaridad, sino lo
contrario. Mr Smith lucha por todos, aunque se quede solo; no hay egoísmo en
él.
He
disfrutado mucho viendo Caballero sin
espada, un "quijote", tal como se refieren a él irónicamente en
la película. Creo que si hubiera más idealistas
en la política —o frente a ella— sería posible que se evitaran muchos males que
padecemos hoy. Mucho me temo que los tiempos que vienen van a necesitar del
idealismo para tratar de dar sentido al peligroso mundo que vivimos, un momento lleno de desafíos. Los
avances de fuerzas retrógradas que, como señala el editorial, apuntan en
dirección opuesta a lo que debe ser una democracia, son preocupantes. Preocupante
es escuchar, dichas con toda naturalidad, ciertas cosas. Habrá que hacer un esfuerzo
para evitar la influencia de los discursos que calan fácilmente y destruyen los
valores de la convivencia, exigible a todos. Va calando la idea de la democracia como un ejercicio egoísta, como un sistema meramente numérico en el que cabe cualquier cosa. Jefferson Smith no consigue ganar porque tenga votos sino porque tiene una verdad débil y solitaria y una voluntad inagotable de no dejarla pisotear. Efectivamente, el señor Smith se trabaja su final feliz hasta caer sin fuerzas. Nadie le regala nada.
El
idealismo de Capra no es infantilismo,
inmadurez, sino la sabiduría del que sabe que aquello que se hace sin ilusión
acaba por morirse en la rutina o secuestrado por otros.
*
"Merkel habla claro" El País 19/01/2015
http://elpais.com/elpais/2015/01/18/opinion/1421608661_450971.html
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