lunes, 19 de enero de 2015

El idealismo de Capra

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Consumidos mis estrenos de cine locales del fin de semana con la estupenda "La teoría del todo", decido darme un respiro de sobremesa con  un clásico, Caballero sin espada (Mr Smith Goes to Washington, Frank Capra 1939). Hacía muchos años que no volvía a un cineasta con cuyas películas que disfruté mucho. Por algún extraño efecto de la memoria, tienes archivadas sus películas en una carpeta mental donde colocas la buena voluntad distanciada de la realidad, unas históricas mágicas con finales felices poco acordes con lo que vas descubriendo después. La revisión de Caballero sin espada es, sin embargo, el descubrimiento de que no se deben aparcar los ideales por muy cínico que se convierta el mundo.
La historia del interesado nombramiento como senador de un dirigente de scouts,  los Boy Rangers, para que no investigue en un negocio fraudulento de compra de tierras para instalar una presa, le sirve a Frank Capra para construir una emotiva y vibrante película. Jefferson Smith, el idealista que se sabe los discursos de Lincoln, su héroe, se enfrentará —en el lugar que él cree es la sede de la democracia— a los políticos que han perdido sus ideales y solo buscan su propio beneficio. 
El hijo del director, ejemplar siempre en el mantenimiento del legado, explica que las películas de Capra tienen finales felices, pero que hay que ganárselos. Y eso es lo que hace Smith, demostrar que hay que luchar por lo que uno cree. Explican los expertos en su obra que Capra, católico, siempre entendió que la democracia sirve de muy poco si uno no tiene como finalidad la preocupación por el prójimo, si no se preocupa por los demás.
Caballero sin espada es un canto a los valores de la democracia, sí, pero de una democracia que uno tiene que defender y con la que hay que estar comprometido solidariamente. Smith, con todo en contra, está a punto de tirar la toalla, pero no lo hace. Lo justo de su causa le mantiene en pie.


El hijo de Frank Capra señala que en 1939, con la guerra española terminando, y la mundiala  a punto de estallar, a su padre le pareció necesario hacer una película sobre la democracia. La idea, muy americana, de que la democracia no es algo acabado, sino algo que se hace cada día, confirmándolo con las acciones cotidianas, está presente en la película. Es su núcleo mismo: el que cree en unos valores, los debe defender.

Pasados los años, comprendes que el mensaje de Capra no es infantil ni ingenuo, sino el único posible, el del idealismo, para sobrevivir. Despistan sus formas y los cientos de boy scouts repartiendo su mensaje impreso para evitar el boicot de los medios corruptos, que quieren evitar que sus palabras lleguen al pueblo. Por algún extraño motivo, asociamos la madurez con el desengaño y un cierto escepticismo que nos parece signo de sabiduría. ¡Tremendo error! Ese es precisamente el mensaje que en la película representa el actor Claude Rains, el senador que ha perdido el sentido de para qué y por quién es elegido, y se escuda tras un cómodo la política es hacer concesiones, hay que ceder para poder hacer otras cosas. Eso es autoengaño y la muerte del sistema democrático.
La actualidad de la obra de Capra nos asalta en cada discurso y acabamos sabiendo que tiene razón, que la sabiduría está en el idealismo de pensar en los demás y no en el arte de mantenerse en el poder. Mucho me temo que para muchos Capra no es ni un recuerdo ingenuo. Estamos en un mundo en el que los mayores quieren ser de jóvenes el "pequeño Nicolás", las antípodas del idealismo.


Las películas de Capra, nos dice su hijo, son las de una persona que tuvo el éxito que nadie había tenido, que encadenó, además uno detrás de otro. Pero ese éxito, explica, le hizo más sensible al sufrimiento de la gente, le hizo comprometerse. Cuanto más éxito tenía, más responsable se sentía por lo que ocurría a su alrededor. Y el año 39 era francamente preocupante para el mundo.
El editorial del diario El País, "Merkel habla claro", nos muestra un mundo también preocupante:

Alemania es hoy una de las democracias más avanzadas del mundo, motor y ejemplo de integración de todos los países de Europa, con millones de ciudadanos de diversas razas y religiones; y uno de los lugares en los que los perseguidos de todo el mundo buscan refugio. Un país que vive en paz con sus vecinos y promueve esa paz más allá de sus fronteras.
Ninguna crisis económica, ninguna dificultad política o institucional puede justificar un salto atrás de la magnitud que proponen los seguidores de Pegida. Ni en Alemania ni en el resto de Europa. El hecho de que haya manifestaciones islamófobas en países vecinos como la República Checa y que en muchos lugares se hayan multiplicado las agresiones a mezquitas y negocios árabes —desde las pintadas a los disparos— debe poner en alerta a los Gobiernos y a la sociedad.
Tras una terrible guerra, el desplome de los sistemas totalitarios y décadas de esfuerzos, los derechos civiles imperan en Europa. El combate legítimo contra el yihadismo no puede ser empleado como pantalla de proyectos o iniciativas que están directamente en contra de los valores europeos.*


La combinación de crisis económica y racismo tuvo unas consecuencias graves para Europa y el resto del mundo. La lectura del editorial me ha hecho acordarme de la película de Capra y de sus temores. Cada vez se perciben más discursos que no se corresponden con nuestro sistema de libertades y de las mentalidades que deberían estar detrás. Nos hemos vuelto "usuarios" frívolos de libertades serias, heredadas sin mucho esfuerzo tras el paso de las generaciones disfrutándolas. Con su cine, Frank Capra trataba —son palabras de su hijo— de que la gente fuera consciente de que un sistema de libertades nunca funciona por inercia, sino por el esfuerzo diario, por el ejercicio constante de todas y cada una de las personas que viven en él. La base de la democracia es la preocupación por el prójimo.
Muchas de nuestras quejas provienen de un uso pasivo de nuestras libertades. No hemos sido activos ni vigilantes y ahora nos estallan entre las manos.  Entiendo por actividad algo más que el disfrute propio: la preocupación por los demás. El crecimiento del racismo y la xenofobia durante la crisis económica solo ha desvelado un mal latente, el creciente desinterés por los otros, aquello que estaba en el centro del discurso de las obras de Capra. Se nos ha criado en un egoísmo disfrazado con palabras eufemísticas. Y eso se paga ahora. El individualismo norteamericano de Capra no es insolidaridad, sino lo contrario. Mr Smith lucha por todos, aunque se quede solo; no hay egoísmo en él.


He disfrutado mucho viendo Caballero sin espada, un "quijote", tal como se refieren a él irónicamente en la película. Creo que si hubiera más idealistas en la política —o frente a ella— sería posible que se evitaran muchos males que padecemos hoy. Mucho me temo que los tiempos que vienen van a necesitar del idealismo para tratar de dar sentido al peligroso mundo que vivimos, un momento lleno de desafíos. Los avances de fuerzas retrógradas que, como señala el editorial, apuntan en dirección opuesta a lo que debe ser una democracia, son preocupantes. Preocupante es escuchar, dichas con toda naturalidad, ciertas cosas. Habrá que hacer un esfuerzo para evitar la influencia de los discursos que calan fácilmente y destruyen los valores de la convivencia, exigible a todos. Va calando la idea de la democracia como un ejercicio egoísta, como un sistema meramente numérico en el que cabe cualquier cosa. Jefferson Smith no consigue ganar porque tenga votos sino porque tiene una verdad débil y solitaria y una voluntad inagotable de no dejarla pisotear. Efectivamente, el señor Smith se trabaja su final feliz hasta caer sin fuerzas. Nadie le regala nada.
El idealismo de Capra no es infantilismo, inmadurez, sino la sabiduría del que sabe que aquello que se hace sin ilusión acaba por morirse en la rutina o secuestrado por otros.


* "Merkel habla claro" El País 19/01/2015 http://elpais.com/elpais/2015/01/18/opinion/1421608661_450971.html





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