Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
A veces
no es fácil determinar las causas y los efectos o, dónde van los bueyes, por
explicarlo con el dicho español. Las "primaveras" árabes que fueron
saludadas como una esperanza de modernización democrática desde el interior para
el mundo árabe, empezaron a verse como un peligro
por las extrañas derivas que fueron adquiriendo. Donde se veía esperanza,
empezó a experimentarse primero desilusión, después preocupación y finalmente
indignación. Algunos ironizaban sobre el "otoño" o el "invierno", dentro y fuera de los países que las habían vivido. ¿Por qué?
Cada
vez que se emprende un camino que lleve a la modernización, se produce un movimiento reactivo de radicalización
islámica. El fundamentalismo ve el verdadero peligro en el cuestionamiento de
la religión como centro, no en el autoritarismo pues él mismo es autoritario. Lo que trata
de evitar el fundamentalismo es la apertura de la religión, la pérdida del
papel central que juega en el control de la sociedad. El movimiento que asusta
es la reducción de la religión al ámbito privado, el ámbito de las conciencias,
en donde pueda entenderse como una forma de libertad personal.
Este
movimiento se produjo en Occidente posibilitando la aparición de una política
de derechos humanos al margen de los "mandamientos" religiosos,
permitiendo la emergencia del concepto de "ciudadano". El ciudadano
mantiene obligaciones no solo con los "hermanos" o
"comunidades" sino con las instituciones que le representan y no solo
le controlan.
El
compromiso que surge, precisamente en Francia, es el del "ciudadano".
Es la identificación de los iguales en torno a unos valores comunes por encima
de las distinciones y sectarismos. Es el "republicanismo" como
doctrina que permite las diferencias en lo personal (libertades individuales) y
obliga a todos a respetar las colectivas para asegurar la convivencia. Es
un equilibrio, no siempre fácil, en el
respeto a los individuos mediante la obligación de respetar a los demás. Para
ello es esencial la idea de "respeto", no solo a la propia república
sino el compromiso de defender los valores individuales de los demás. Las
instituciones velan por los derechos de todos y todos deben velar por el
respeto a las instituciones. Puedes creer en cualquier religión o no ser creyente, pero no puedes obligar a nadie a
serlo. Solo se puede obligar a creer en el derecho de los demás a creer o no creer.
Los problemas surgen cuando se niegan esos valores o se debe obediencia a otros
en conflicto con el respeto.
Y es
ese derecho el que el fundamentalismo niega. La creencia es obligada y no se respeta el derecho de
los demás a creer o no hacerlo. La exteriorización islamista, su insistencia en
los signos externos, es precisamente porque estos se convierten en marcadores
de las diferencias. Los signos exteriores pasan a ser esenciales porque no se
debe dejar nada a lo interior, que es
inaccesible por definición. El pecado
surge siempre de la individualidad, que es la semilla de la rebeldía, del non serviam; la obediencia es el no pensar, el obedecer, el seguir lo dicho sin
discutir. El máximo de la virtud se logra con la máxima desafección de lo
individual. Es la colmena, el hormiguero, el insecto social.
El
mayor peligro para el fundamentalismo era que el deseo de cambio de las
sociedades en las primaveras las alejara de esa visión de la obediencia necesaria y
debida. Cuando los islamistas alcanzan el poder, su primer paso es la reducción
de los derechos a la diferencia, a ser diferentes, a pensar de forma diferente.
Y la primera que lo paga suele ser la mujer, el ser sumiso por excelencia en su visión del mundo.
Las
primaveras árabes fueron vistas, con temor, como un deseo de libertad que iba
contra sus fundamentos, como un perverso deseo de individualidad, como un
desvío de la verdad, que es única, eterna y universal. Desde esas tres
dimensiones —unicidad, eternidad y universalidad— se combaten los valores
"individualistas" de la diversidad, la posibilidad de evolución
histórica y la circunstancialidad. El fundamentalismo es la negación de la historia, que se da por concluida, cerrada. Ya todo está dicho.
Los
ataques que en los países árabes se hacen contra el espíritu renovador de las primaveras como forma de modernización
se han hecho desde dos frentes autoritarios: el de los desplazados del poder,
que han hecho creer a Occidente que ellos al menos mantenían el orden, y el de los fundamentalistas
islámicos, que lo ven como una pérdida de influencia en su ideal de reislamización de la sociedad, el movimiento
de radicalización que comienza en los años 70 y se exporta a todos los países. Entender esto es esencial, ver el retroceso de la modernización y el avance del fundamentalismo.
Las
manifestaciones que hoy se están produciendo como reivindicación de los valores
democráticos frente a la barbarie del terrorismo no deben ser una preocupación
exclusivamente por nuestros valores o nuestra seguridad. Una parte importante
de nuestros valores, lo esencial, es que no son nuestros, sino nuestra aportación a un movimiento de progreso
humano basado en la convivencia, la tolerancia y el deseo de mejora de todos.
La "fraternidad" es también un valor más allá de las fronteras.
La
semilla del fundamentalismo crece en regímenes muy distintos. Los atentados de
estos días son algo más allá de una cuestión sobre la libertad de expresión, algo que a ellos les trae sin cuidado. Es
una forma de ampliar las brechas para conseguir liderar el movimiento de
reislamización dando sus propios mártires, sus propios héroes, mostrando que el
camino es el de la victoria. Es propaganda para reafirmarse en sus avances
sociales.
Lo que
nos debe preocupar realmente es que cuanto más crezca la distancia, mayor será el avance del integrismo islámico. Dejaremos
más aislados a su suerte a todos aquellos que intentan modernizar una sociedad
a través de la educación, a través de apertura a la Ciencia, al conocimiento, a
la diversidad intelectual frente al blindaje y al aislamiento retrógrado. Esta
batalla solo se puede ganar dejando que afloren los valores intelectuales de la
diversidad, que es lo que más temen, en el seno de las sociedades. Eso valores
lo representaban muchos miles de jóvenes que salieron a las calles de Egipto,
Túnez, Siria, etc., y que rápidamente fueron desplazados por integristas
islámicos, primero, y posteriormente por las fuerzas de los ejércitos, que
regresan convertidos en salvadores frente al desorden y la radicalidad.
Nos
hemos empezado a preocupar seriamente por el integrismo cuando los yihadistas han empezado a regresar a los
países en los que se forjaron, que no han sido otros que Reino Unido, Francia,
Alemania, Holanda o España, etc. Se les ha "vigilado", dicen, pero su
labor doctrinaria la han hecho sin demasiados problemas.
Ha sido
la guerra de Siria la que ha modificado el panorama y la estrategia de estos
grupos. Siria, otra primavera truncada por el autoritarismo de Al Asad y su
negativa a aceptar cambios en el poder. Si la cuestión de Siria se hubiera
resuelto antes, los integristas de todo el mundo no habrían tenido las
oportunidades ni las expectativas que ahora tienen. Lo primero que hicieron los
fundamentalistas fue eliminar a los que había comenzado la
"primavera", los que querían una Siria democrática. Aquí las
responsabilidades se amplían a Rusia como las de Estados Unidos se dan en otros
lugares.
Hoy los
revolucionarios de la primavera están
encarcelados en algunos países o han abandonado, ante la desesperación de verse
acusados de haber traído ellos el conflicto.
Occidente no ha sabido entender qué tenía que haber hecho, cómo tenía que haber
actuado. Se equivocó de nuevo apostando por los que le dan garantías de control
de la población, militares o los islamistas, como la Hermandad Musulmana.
En la
novela El reflejo de las palabras
(2000), del físico y escritor iraní, Kader Abdolah, se nos dan algunas claves
de lo que ocurrió en Irán, sobre la llegada de los clérigos integristas al
poder. También en Irán, una inicial revolución contra el autoritarismo se
transformó en una ocasión perdida que trajo lo contrario de lo que se quería:
Alguna vez quisimos convertir la nación en un
paraíso, pero no sabíamos, o tal vez preferiríamos no saber, que ni el país ni
el pueblo, ni nosotros mismos estábamos preparados para ello. Teníamos prisa,
éramos impacientes, deseábamos recuperar el tiempo perdido, adelantarnos a la
historia, pero eso era imposible. En realidad no nos merecíamos otra cosa que
los clérigos. Los acontecimientos acaecidos en mi patria en los últimos ciento
cincuenta años vaticinaban la llegada de un líder religioso, y la historia puso
en escena a Jomeini. El periódico más importante del país publicó con grandes
letras el siguiente titular: "HA LLEGADO JOMEINI". (245)
Es el
lamento del revolucionario desbordado, apeado del movimiento que comenzó. El
pesimismo del personaje es el de la derrota del esfuerzo, la del que siente la bofetada de la Historia. Pero no hay más
"ley de la Historia" que las de que los errores se pagan y que muchos
pequeños errores se acumulan hasta formar uno grande. Ayer recogíamos la perplejidad
del ciudadano francés preguntándose ¿por qué, cómo era posible que unos jóvenes
criados, educados en Francia tuvieran tanto odio contra Francia? No es la
pregunta correcta o llega muy tarde. Hay que sincronizar las preguntas y los
problemas.
Cuando
comenzaron las primaveras, titulamos una entrada del blog "¿quién teme a
las democracias árabes?" Las respuestas hoy son variadas: dentro, los
fundamentalistas y también los que perdieron el poder y lo están recuperando;
fuera, los que creen que su "seguridad" se basa en que en estos
países haya regímenes carcelarios, militaristas, camuflados o no, o islámicos controlables. Ambos comparten una visión
inmovilista de la historia, unos negándola y otros considerándola como una
línea restrictiva en la que la democracia fuera solo posible en un marco histórico
e imposible en otros.
La ingenuidad confesada en el texto de
Kader Abdolah es la de los revolucionarios que en Irán entonces, pero después
en Siria, Egipto, Túnez, Libia... se vieron desbordados por las fuerzas de la
reacción islamista, por los sectarismos radicales y por la intolerancia
extremas.
La
forma de combatirla es mostrando apoyo a los valores que decimos defender aquí
y allí, no negándolos a los que, además de sufrir la persecución en sus tierras,
viven bajo la incomprensión o la sospecha de los que los acogen. Lo que el
fundamentalismo busca realmente es que les sirvamos en bandeja la intolerancia,
la xenofobia, el racismo para poder decir: ¡Lo
veis, os lo habíamos advertido! ¡Alejaos de ellos! ¡Venid con nosotros!
Los que
hablan de la islamización de Europa
hacen un flaco servicio a Europa. A ellos no les interesamos nosotros sino el control sobre los
millones que salieron de allí o sobre sus hijos o nietos. Temen que un día
regresen, que les planten cara, que no obedezcan, que les roben el protagonismo
que la indiferencia de sus dictadores les puso en bandeja.
Lo
mejor que podemos hacer, por el contrario, es ayudar, apoyar, explicar que hay
millones de personas que no comparten esos ideales, a los que no hay que
estigmatizar porque con eso traicionamos nuestros propios valores y se los
negamos a los demás.
Termino
con un fragmento de la novela de Abdolah sobre el destino de la revolución
iraní:
Durante el régimen del sha se podía contar
con el apoyo del pueblo, buscar refugio en casa de desconocidos, pero bajo los
clérigos eso resultaba imposible.
El sha gobernaba en su propio nombre; en
cambio, los imanes lo hacían en nombre de Dios. Jomeini se presentó ante las
cámaras de televisión para decir que el reino de Dios peligraba, y recomendó a
sus seguidores que vigilasen a sus vecinos.
De repente el país, la patria dejó de ser
nuestra. Nadie se atrevía a hacer nada. Uno sentía que todo el mundo lo
vigilaba tras las cortinas. (262)
Haga un
ligero cambio de caras y cambie de canal y mensaje. Europa no peligra. Y no lo hace mientras sus valores sean firmes. Ha
sobrevivido al totalitarismo y la barbarie en su propio suelo —también los
fascismos crearon un mundo que vigilaba tras las cortinas— porque ha sabido
mantenerse dentro de sus propios valores, que son los que nos han permitido
vivir y convivir, superar conflictos. Fundamentalizar
Europa es la tentación del integrismo propio, que deja de hablar en su nombre y
se apropia del "pueblo", de todos los ciudadanos, de la
"patria" y pide "vigilancia", expulsiones, penas de muerte,
lanza piedras e incendia. Ni avestruces ni perros rabiosos; solo democracia.
Con fundamentalizarnos nos destruimos e
imposibilitamos ser la referencia necesaria para que otros puedan tener los
mismos valores de los que nos sentimos tan orgullosos, con razón. Nada agradaría
más al fundamentalista que el hecho de que cerremos nuestras puertas a los que
huyen de ellos. Si lo hacemos, nunca habrá esperanza de renovación.
The New York Times lleva a sus páginas la noticia de que el llamado "héroe del supermercado kosher", que consiguió esconder a los clientes en un sótano para mantenerlos a salvo, es musulmán y de Mali. Lassana Bathily, para el que algunos piden ya la nacionalidad francesa, actuó como un verdadero "republicano", como un ciudadano del mundo, sintiendo que la fraternidad es un valor real y humanitario. Estaba más cerca de las personas inocentes en peligro que de los que usaban su misma religión para sembrar el terror y la muerte. No hizo distinciones ni dejó que las hicieran; sabía dónde estaba su lado. Todos eran personas. Ni más ni menos.
* Kader
Abdolah "(2000, 2013) ."El reflejo de las palabras, Salamandra,
Barcelona.
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